Esperando por los bárbaros

Mauricio Escuela
7/8/2018

¿Cuál es el papel hoy de los clásicos de la filosofía?, ¿pensar tiene algún valor en medio de un mundo que se apunta a sí mismo con el arma atómica?, tal parece que el humanismo naciente con la modernidad se desvanece en medio de vociferaciones, de luces y películas de ciencia ficción, de premios a la banalidad.

Cuando Karl Marx, a partir de la dialéctica formulada por Hegel, planteó la humanización del hombre mediante su entrada en el mundo de la lucidez y no de las sombras, quizás nadie sospechó la capacidad del capital para metamorfosearse y fagocitar al planeta. Si vivir en la ideología es caminar en medio de espejismos, hoy nada es real. Donald Trump paga a una campaña para que todos crean que el cambio climático es mentira y muchos lo asumen así.


Donald Trump paga a una campaña para que todos crean que el cambio climático es mentira. Foto: Internet

 

La verdad es “lo que otros dicen”, en ese contexto el marxismo, o la teoría social derivada de asumir al hombre como dueño de su destino y no como víctima de fuerzas oscuras, pareciera vital. No obstante, Marx se estudia en las academias del capital sólo como un clásico de la economía política, jamás como un pensador. La filosofía de la praxis, de la transformación, se rechaza por su radicalidad.

En lugar del marxismo, los cultores de ideas proponen girarse hacia Heidegger, pero no el lúcido hombre de “Ser y tiempo” sino aquel que propusiera el renunciamiento de la praxis a cambio de la “escucha del ser”. Se propone un nuevo comienzo post nuclear a partir de una raza hecha de las élites, quienes son las únicas capaces de pagarse una sobrevida al holocausto.

Una reciente película de Hollywood planteaba el escenario en una clase de filosofía, donde el examen del profesor era proponer a los estudiantes un escenario post nuclear y así ver quién es prescindible. Disímiles naturalezas del hombre sufren marginación y muerte a lo largo de ese imaginario, un anticipo de la ideología de fuerza y sin piedad que mueve a las élites, las cuales no lo pensarían para apuntar con el arma atómica ante una invasión de los “bárbaros” excluidos del sur, los emigrantes.

El marxismo, que no pudo realizarse en el siglo XX por sus propios errores de construcción política, pareciera quedarse en las mentes de un pequeño grupo de estudiosos y soñadores. Nunca antes como hoy se pone de manifiesto la novela de Orwell “1984” cuando vemos que el “no pensar” se establece como ideología.

En ese universo de “la verdad de otros”, el ser se convierte en los otros, se pierde la identidad y se asume una cosa construida. El propio Heidegger habló de dicho fenómeno como la caída del hombre en el “se dice”, lo inauténtico. Interpretar al mundo ahora se vuelve tarea casi imposible.

Marx debe actualizarse ante un capitalismo que ha dejado de serlo, puesto que los mismos clásicos liberales se quedarían boquiabiertos con la caída del concepto de salario y el ascenso de la limosna. El mundo se ha tornado en un sitio cada vez más inhóspito donde ya no se produce riqueza, sino que el dinero mueve el dinero y toda la actividad humana es especulativa y tramposa, las instituciones sólo validan el desastre y generan cargosos impuestos para las masas desempleadas.

Construir una izquierda a partir de grupos sin proletariado, sin ideología revolucionaria, deviene tarea cuesta arriba, toda vez que el espectro mediático está copado de mensajes que adormecen esa conciencia. La idea de clase media, cada vez menos alcanzable, suplanta la de la igualdad. El sistema ya no puede alimentar al planeta, sólo sobrevivió al socialismo real, pero no a su propia naturaleza rapaz de capital sometedor.

Desde helicópteros se les lanza a los hambrientos algunos sacos de arroz y harina, para aplacar un poco la ira y la emigración, a la vez que se arman las fronteras y se establecen alianzas militares de alto rango entre las potencias primermundistas. Grupos de poder se proponen acabar con el concepto de Estado y en su sitio poner un Nuevo Orden, donde prime la noción de “búnquer”, adonde va a esconderse una parte de la Humanidad mientras controla, explota o ningunea al resto.

Hay una novela de J.M. Coetze llamada “Esperando a los bárbaros” cuya metáfora es el mundo “civilizado” ante lo ignoto que se avecina abrumador. Una ola de desclasados, llenos de odio, sin ideología ni dirección, es lo que espera ese primer mundo. Con esa masa debiera hacerse la izquierda, pero resulta que los partidos de esa índole se tornaron de derecha o se desmovilizaron.

novela de J.M. Coetze Esperando a los bárbaros
Portada del libro:“Esperando a los bárbaros” cuya metáfora es el mundo “civilizado”
ante lo ignoto que se avecina abrumador. Foto: Internet

 

La posmodernidad está facturada por la derecha, es conservadora por excelencia en un mundo donde hasta la noción de lo humano no está de moda. En la novela de Coetze prima el miedo hacia el otro, el desconocido, un sentimiento que fácilmente pasa al odio y la enajenación del ser. La vuelta a los tiempos oscuros, a la separación de los hombres en tribus y sectas. Marx no se equivocó cuando dijo que la economía la hacía el hombre y no viceversa, pero la posmodernidad no lee al cabezón de Tréveris.

No hay tiempo en la ciudadela sitiada para los clásicos de la filosofía, ni para entrar a analizar cómo se implementa la praxis, todo es la sobrevida. La espera de los bárbaros, que acontece ya, incluye la desaparición a corto o mediano plazo de aquellos que se consideran a sí mismos como civilizados.

Ese y no otro es el miedo que prima en la ciudadela.