La censura como un reino en sí mismo

Mauricio Escuela
20/4/2019

Cuando se hace crítica de arte, los pies van por el filo de una navaja que no perdona deslices, ya que –eso lleva su moña– como dice un colega. Más aún cuando desde la ideología que sea se pretende dictar cátedra sobre qué está bien o mal, qué es bello o feo o –incluso– ético o incorrecto. La obra en sí no significa nada, es el consumo de la misma en un contexto dado quien la significa, por eso lo ideológico sanciona y censura a lo largo de la Historia, porque la cultura es la lucha entre verdades.


 

El periodismo, esa ave que vuela en la mañana y muere en la tarde, debiera pretender un atisbo de esa crítica, un respeto al menos por los códigos que definen el juicio. Hablar de arte, nos torna en hombres de peso, no en banales discurridores de esquina que catalogan eso o aquello según convenga. Por eso debemos cuidarnos, en el espectro que sea y no regarle el beneficio de “artista” a uno que venga y devenga a tenor de los tiempos políticos que corren.

Todo arte es ideología y se pronuncia acerca de la cosa pública, no se concibe otra verdad más allá de la sana semántica del creador. Una visión sesgada y dictatorial mataría el alma de lo que vemos o sentimos, por eso la gran tarea del crítico, junto con la disección de lo artístico es la defensa de dicha categoría frente al prefijo seudo. Se debe y se tiene que ser contestatario, pero no de mentiritas, como se juega a una varieté de barrio delante de pagadores que te promuevan y nombren.

Mucho se le puede criticar a la política cultural de Cuba, menos que se dedique a darles el beneficio de artista a personas que no lo sean, porque si algo prima en la poesía, la música, la danza, la plástica, es el rigor mismo, el apego a la vanguardia. Tan así que hace 5 años, cuando me aceptaron como miembro de la Asociación Hermanos Saíz (AHS), entré con una obra que algunos consideraron “subversiva y contestona”, pero la sociedad civil de los creadores supo valorarla como obra y no como panfleto.

De manera que usted puede oponerse y decir lo incómodo e incluso lo indecible, mas debe hacerlo con autenticidad y esperar incluso que no lo publiquen, que las instituciones, timoratas o tomadas por mediocres, se hagan escarnio de tu discurso. Pero eso y no otra, es lo que define a un artista contestatario de verdad. Muy lejos de eso está el mecanismo de promociones y viajes que sí nombra al que sea como “artista” a cambio de que levante una banderita del color indicado.

En lo personal, he sufrido incomprensiones de la AHS en mi provincia. Sin embargo, cuando coloco la cabeza sobre la almohada en mi casa de Remedios, pienso con gratitud en tales escollos, que me hacen más independiente, menos deudor y de una escritura mejor.

Otero Alcántara no dedica, como yo, el tiempo de su “ostracismo” a leer salvajemente a clásicos e incomprendidos, sino que “aprovecha el tiempo”, siendo un artista mediático, colocándose delante de cuanto despacho hagan los medios. Es quizás la primera vez que escribo de forma pública sobre mis escepticismos con las instituciones, del precio de ser “un contestón”, pero no tuve de otra cuando vi la manera en que periodistas jóvenes y sanos validaban a Otero como artista y político, en medio de un discurso pro guerra fría que ellos no vivieron y que no tienen por qué repetir.

No hablar es hablar y callarse es gritar, dijo Sartre, de manera que es imposible el silencio, las grandes cuestiones nos tocan a todos. Siempre he dicho que hay mucho más para criticar, auténticamente, que una bienal o un decreto del Ministerio de Cultura, pero las campañas y los tanques pensantes confunden intereses individuales con matrices de opinión, diseñadas en pro de una política de Estado. En ese maremágnum tenemos que ser, al menos, auténticos hasta en nuestro silencio. Lejos de ello está El Nuevo Herald cuando asume que Detrás del muro es el único proyecto válido del programa central y que son solo artistas –y sucesos– aquellos que buscan sobresalir del conjunto, a través de gestos totalmente políticos, de un corte anexionista afín al que ellos mismos sustentan.

La crítica de arte es el universo de la verdad, pero esta se construye a cada paso y deviene en un campo de sentencias en pugna. El hombre en la encrucijada tiene que decidir y decide sobre todo para él mismo. Definirse es autodefinirse, no importa al final qué diga la institución, ya que el artista y el intelectual actúan como entes vivos, con un criterio autónomo y trascedente. Mi dolor, no tiene que ser universal, ni siquiera mi odio hacia otros importa, porque es parte del amor y a él se llega cuando se quiere crear. Satanizar espacios como la Bienal de La Habana, desde una postura teledirigida, siembra el mal precedente de lo inauténtico.

Más allá de la moña que lleve o no, el actuar como intelectual, no somos partidos políticos, ni gobiernos estatales, porque estamos más allá del perecedero juicio de hoy. El Nuevo Herald de Miami, podrá disertar sobre la censura como un reino en sí mismo, pero la realidad nos lleva como creadores a salvaguardar incluso las sombras, porque son señas de que tenemos luces. Una Bienal es el espacio excelente para darnos a conocer y así lo ven miles de artistas, en cambio una Bienal 00 solo devino en mecanismo de autobombo, para muchos que –aunque lo repitan– no tienen ni esa vocación ni ese dolor de parto.

El creador padece, su condición se lleva casi como una enfermedad, no se trata del sitio de acomodo que algunos asumen, ni de la tendedera light desde la cual se fabrica algún perfil de disidente. Heidegger, a quien no me canso de citar, dijo que todo lo grande está en medio de la tempestad y esta última dista mucho del universo de viajes y prebendas de la vida del que se coloca en el espectro derechista cubano. Un temporal, como el que enfrente solo el artista, nadie lo paga ni lo promueve.

Es fácil hablar de censura, cuando no se es censurado, o de arte cuando no se padece la página en blanco o –peor– la página vacía y no publicada. También se comprende el interés constante porque se mire hacia el lado sombrío, cuando se vive y se proviene de las sombras. Pero me incomoda que se pretenda hacer carrera de la nada más banal, ya que me parece válida la nada auténtica, la que yo he vivido.

Escribir no es hacer reguetón, ni escalar en las portadas de las revistas del corazón. Se trata del estado más incómodo, donde solo respiramos quienes disponemos de pulmones casi autosuficientes y con la cantidad de heridas justas para no morir ahogados. Por eso Otero, aunque lo diga El Nuevo Herald, no es un artista. 

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