La Habana, ¿qué es lo más grande?

Iroel Sánchez
20/11/2018

La Habana acaba de entrar en el año 500 de su existencia. Se anuncian celebraciones y numerosas obras por un aniversario que esperanzadoramente se ha planteado por las autoridades capitalinas como punto de partida más que como meta.

“Por La Habana, lo más grande”, se ha proclamado como lema de la conmemoración, pero, ¿qué es exactamente lo más grande si de La Habana se trata? ¿Está entre los miles de obras que ya se han inaugurado y en la cifra aún superior que se ejecutará antes del 16 de noviembre de 2019?

Sin dudas, La Habana necesita un esfuerzo material gigantesco en sus deteriorados viales, en la creación de condiciones para recoger eficientemente los más de 23 000 metros cúbicos de desechos sólidos que genera diariamente, en la restauración de edificaciones de todo tipo, incluyendo, en primer lugar, las cientos de miles de viviendas que necesitan algún tipo de reparación, por citar solo lo primero que salta a la vista y en lo que hay un peso indiscutible de carencias financieras en las que el cerco económico sufrido por Cuba no es secundario. Es notable que las autoridades de la ciudad, con el apoyo imprescindible del gobierno central, están encabezando un colosal esfuerzo para solucionar muchos problemas acumulados en la infraestructura de la capital.

Pero, a la vez, todo ese esfuerzo se volverá agua y sal si no se aspira a una profunda transformación cultural que revierta el modo en que una minoría ha venido, en los últimos años, imponiendo, de modo prácticamente impune, comportamientos egoístas que atentan cotidianamente contra el bien común de los habitantes de la ciudad.

“Tenemos que luchar por una educación ciudadana. Por un comportamiento digno de vivir en esta ciudad. (…) Somos enemigos mortales de los que pisotean los jardines, humillan las fuentes, los monumentos. Debemos asumir que vivimos una etapa superior de la historia, y como tal, debemos instar, no con la ridícula pretensión de ser ‘maestrillos’ de nadie, sino con el deseo modesto de que todo el mundo sienta que La Habana es suya.

“Me alegro de que hoy sea una ciudad más representativa, menos elitista, compartida por cubanos de toda la Isla que son bienvenidos; pero tenemos el solemne compromiso de explicar, desde la escuela y la familia, la importancia de la vida social en comunidad. Este es el desafío para el 500 aniversario”.

Son palabras del historiador de la ciudad, Eusebio Leal, que ha resumido acertadamente el alcance comunicacional que esa transformación implica.

Es que no hay derecho para permitir que cada centímetro que se avance se revierta poco después en fuentes a las que se les arrancan los mármoles y echan agua un día sí y otro no, luminarias y parques vandalizados, contenedores para la basura cuyas ruedas y tapas encuentran un destino ajeno a su función, zanjas en busca de agua o gas que hieren calles recién asfaltadas, televisores de pantalla plana en renovadas instalaciones gastronómicas y de salud que, lejos de promover cultura y modos de vida saludables, difunden materiales del peor gusto, pero en el mayor volumen, o céntricas esquinas embellecidas en cuyos portales, y no sólo allí, descansan personas en desventaja social y necesitadas de atención siquiátrica que, en un país como el nuestro, deberían estar hospitalizadas y atendidas hasta poder reinsertarse en la sociedad.

Afortunadamente, la justificación con la escasez material no parece ser el centro de las reuniones del gobierno sobre La Habana que recoge la prensa. El combate al desvío de los recursos que se asignan para el transporte y la indisciplina laboral que afecta ese servicio, o la necesidad de velar por que lleguen a las manos de los necesitados los recursos para reparar las viviendas, son asuntos que hemos escuchado analizar desde esos espacios. Se ha podido apreciar allí el énfasis crítico hecho por el primer secretario del Partido Comunista de Cuba en La Habana, Luis Antonio Torres, y por el propio presidente Díaz-Canel, en esos aspectos subjetivos, pero con peso en la vida de los capitalinos y que producen un daño desmoralizador.

Ha sido visible a través de los medios de comunicación que prácticamente desde el día después de asumir su mandato el Presidente Díaz-Canel ha venido prestándole a la capital la máxima atención. La Habana fue la primera provincia que visitó el nuevo Consejo de Ministros, incluyendo lugares poco vistos, pero decisivos en la vida de la capital, como la Dirección Provincial de Servicios Comunales, donde precisamente sugirió un plan de comunicación —aún pendiente— para acompañar la solución material de la recogida de escombros, que es un problema en casi todas las esquinas de la ciudad y seguramente crecerá si, como se ha asegurado, se trabaja por incrementar la venta de materiales de construcción para la reparación de viviendas.

Invertir en soluciones materiales, sin invertir en comunicación para estimular su correcto funcionamiento y conservación es, muy probablemente, asegurarnos el clásico “pan para hoy y hambre para mañana”.

Se necesita un debate popular que sirva como difusión y producción de consensos alrededor de las poco conocidas normas que deben castigar las no poco frecuentes agresiones a lo común. Cierto que falta educación, pero también coerción. ¿Alguien conoce cuántas multas se ponen por dañar el entorno citadino y de cuánto es su valor?, ¿no sería útil que cada contenedor para los desechos sólidos portara información relacionada con ello, y la vía por la que se puede coordinar la evacuación de unos escombros antes de que lleguen a inundar una esquina?

Comunicar es también que el mostrador de un agromercado no sea más el asiento o el lugar para los pies de los dependientes que atienden al público mientras beben cerveza, que la caja de una tienda reparada y dotada con toda la tecnología deje de ser el primitivo escenario para airear en voz alta las peores groserías entre sus empleados, hacer saber —¿es muy difícil poner una pegatina que lo indique?— que los ómnibus urbanos no son el escenario para imponer a los demás nuestros gustos musicales.

La escuela, con su alcance universal en Cuba y su capacidad para enseñar a querer, puede aportar mucho, junto al buen funcionamiento de las instalaciones ubicadas en la comunidad, son escenarios que pueden marcar la diferencia, informando, educando y transformando la vida cotidiana.

 La escuela, con su alcance universal en Cuba y su capacidad para enseñar a querer, puede aportar mucho, junto al buen funcionamiento de las instalaciones ubicadas en la comunidad. Escena de la película Conducta

Usar la comunicación como arma fundamental, junto a la capacidad y actitud para rendir cuentas, el debate y diálogo permanente con el pueblo donde estén los temas más difíciles, y enfrentar las complejidades siempre con más de una alternativa, han sido los pilares que ha definido Díaz-Canel para el trabajo del gobierno. Si en algún lugar eso es decisivo es en La Habana, donde las obras por los 500 años de su fundación no serán exitosas si no logran involucrar al pueblo, no solo en su ejecución, sino en el control de su adecuado funcionamiento y preservación, dotando a la ciudadanía de las vías y los espacios para ello y respaldándola con todo cuando participe en esa batalla, que no será fácil tras tanta desidia acumulada.

Una transformación cultural. Tal vez sea eso lo más arduo, y también lo más grande que podría hacerse por los 500 años de La Habana.