¿Quién fue Rafael Conte?

Leonardo Depestre Catony
12/1/2017

Hace apenas dos o tres años le pregunté a un locutor radial y en ocasiones televisivo, nacido y criado en el barrio de Lawton, si sabía quién era Rafael Conte. “¿El del estadio?”, me respondió con una interrogante. Y nada más pudo decir. La verdad es que el amigo, pese a ser un trabajador de la cultura, no tenía ni idea de quién había sido el personaje cuyo nombre llevaba la instalación deportiva.

Desconocimiento tan grande me alertó. Ahora compruebo que se ha cumplido un aniversario cerrado del nacimiento de Rafael Conte Mayolino, y me permito recordar a nuestros lectores de La Jiribilla quién fue este periodista tan importante e internacionalmente conocido un siglo atrás.


Foto: Revista Carteles

Conte llevó una vida fascinante, entre el peligro y la aventura. Nació en Marianao, La Habana, el 4 de enero de 1877, y estudió y se graduó en la prestigiosa Universidad de Harvard, en Estados Unidos. Por supuesto que su padre, antiguo diplomático español, le sufragó los gastos. Sin embargo, a finales de 1896, Rafael se enroló en la expedición del Laurada y desembarcó en Cuba junto a las tropas mambisas. Aquella resultó una doble aventura: por los riesgos implícitos en un empeño cuyo objetivo era burlar la vigilancia española y culminar con éxito la entrega de las armas y hombres, y porque, adicionalmente, el Laurada no inspiraba garantías de navegación y podía naufragar en cualquier momento.

Concluida la etapa bélica insular, se incorporó a la redacción periodística y pasó por varios diarios: El Porvenir, en Pinar del Río, y con posterioridad La Discusión y La Lucha, en La Habana.

Entonces sobrevino su gran oportunidad: una agencia norteamericana lo comisionó para reportar, in situ, la guerra de los boxers contra las fuerzas internacionales, nada menos que en China. Convertido en lo que hoy se denomina un corresponsal de guerra, cubrió también la contienda ruso-japonesa, desde el escenario mismo del conflicto, y recorrió la zona de Vladivostok en el oriente ruso, Manchuria, Puerto Arturo. La carpeta de sus experiencias regresó cargada de informaciones y de cierto halo de fama y curiosidad, porque no muchos cubanos habían transitado a principios del siglo XX por regiones tan remotas.

A la vuelta, Rafael Conte se había convertido en todo un personaje. Escribió para El Fígaro y Cuba Contemporánea, además de hacerlo para el diario Cuba y otras publicaciones periódicas.

En la Primera Guerra Mundial se ajustó de nuevo la mochila y el fusil, para marchar a Europa como corresponsal del Diario de la Marina (La Habana), de La Nación (Buenos Aires), El Heraldo (Puerto Rico) y El Mercurio (Santiago de Chile). Para varias naciones de Hispanoamérica, Rafael Conte devino el narrador de las carnicerías del frente de batalla europeo. En San Petersburgo, por los días de la Revolución de Octubre de 1917, reportó desde aquellas latitudes, al igual que lo hizo el norteamericano John Reed, quien ganó celebridad con sus crónicas.

Mas no es todo. Participó en alrededor de 20 duelos (el periodista siempre se ha “buscado problemas”), hablaba varios idiomas y se nutrió de una cultura de muy diversas fuentes. Escribió los libros Impresiones americanas (1908), La Guerra de las razas (1912), Comparsas de la Historia (1925) y Los mariscales de Napoleón (1926). Sin embargo, su pasión fueron los deportes, en particular el beisbol y el boxeo, cuyas interioridades y trapisondas desveló.

Un historiador y antólogo del periodismo cubano, Rafael Soto Paz, escribió en 1943 que “no se exagera cuando se afirma que Rafael Conte es el periodista más completo que ha producido Cuba. Su actividad perenne y su curiosidad no tuvieron límites: fue corresponsal de guerra, cronista deportivo, emplanador excelente, humorista, historiador, geógrafo, panfletista, autor teatral y políglota notable. Acaso sea el cubano que en su condición de periodista haya viajado más por los cinco continentes”.

Durante sus últimos años, escribió para La Semana, el diario El País, y después dirigió el periódico El Sol. Murió en La Habana el 25 de febrero de 1930, a los 53 años.

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