Caturla, a la sombra de la guillotina seca

Mauricio Escuela
27/12/2019

San Juan de los Remedios tiene fama de ser, en ocasiones, una guillotina seca. Como ciudad del interior que alberga una historia de más de 500 años, dicho pasado determina formas de pensar y actitudes que tienden a un conservadurismo. Así sucedió con el genial músico Alejandro García Caturla, celebrado en París, pero visto con menosprecio en los magros escenarios locales. Como guillotina seca, la ciudad condenó al artista desde temprano por su afición a las mujeres negras, luego por su amor a la justicia en medio de la corruptela de entonces y, por último, a causa de una renovación en la música que era inaudible a los oídos poco cultos del poblado.

Alejandro García Caturla. Fotos: Internet
 

Cuando, a la altura de la segunda década del siglo XXI, un conjunto de obras estuvieron encaminadas a la rehabilitación del legado de Caturla, muchos obviaron el necesario desagravio a una figura que lo dio todo por su ciudad, a cambio de un asesinato que le arrebató el aliento aún muy joven. Remedios carga con la conciencia de haber sido el único sitio donde, en el Teatro Miguel Bru, el artista resultara burlado por un público provinciano y prejuiciado, durante uno de los conciertos que Caturla regalara. Además, otras huellas de la vida del genio se pierden en la actualidad, sin que se vean iniciativas claras ni siquiera a largo plazo.

Aquel agravio del Teatro Miguel Bru determinó que el más grande proyecto de la vida de Caturla se realizara en Caibarién, donde fundó una Orquesta Sinfónica, cuyo repertorio e historia tampoco se estudian ni se dan a la luz en los predios académicos. Tanta relevancia tuvo dicha agrupación, que aun en la actualidad, los caibarienenses peregrinan hasta Remedios para rendir tributo al forastero que los engrandeció, al punto de ser ellos quienes sufragaron la tarja en el sitio donde mataron a Caturla, único homenaje que durante décadas figurara en las calles remedianas a su hijo más ilustre. No obstante, la sombra del genio se desmorona y apenas la vemos en las ruinas de la casa que compartiera con su viuda, hoy canibaleada y a punto de desaparecer desde sus cimientos, o el hogar donde el genio naciera, hoy una cuartería con serios problemas constructivos y de lejana apariencia a sus mejores tiempos.

La guillotina seca no le perdona al genio, quizás, su universalidad, una que hizo enmudecer a la BBC de Londres cuando aquel día de 1940 le quitaran la vida, en señal de sentido homenaje de parte del Viejo Continente. O puede tratarse simplemente de que a Caturla aún no lo conocemos, ni lo entendemos, con sus piezas cercanas a una estridencia expresionista en ocasiones, pero de una raíz africana que pudiera ofender el espíritu prooccidental de unos cuantos racistas. De la casa de la viuda, sita en la calle Andrés del Río, entre Máximo Gómez y Enrique Malaret, pesa la voluntad de los descendientes por conservar la propiedad hasta tanto aparezca un proyecto que respete el legado del genio y, a la vez, las raíces religiosas presentes en el patio de la casa, las cuales conforman un todo con el pasado de la familia. Música y africanía son, para los Caturla, una misma cosa, y el secreto de un brillo que no cualquier intervención pudiera comprender. Por ello, cuando años atrás, durante el 500 aniversario de la ciudad, surgió entre un grupo de adelantados la idea de una Casa de África,  los implicados colaboraron y dieron el sí, pero todo fue quedando en los papeles y, a la altura del 2019, nadie habla de rescatar una vivienda de la cual solo queda la fachada, luego de que ladrillo a ladrillo se la robaran los insensibles de siempre, esos mismos que cuando pasó el huracán Irma por la ciudad y vieron roto el muro del patio, no tuvieron piedad ni con este último vestigio.

La universalidad de Caturla hizo enmudecer a la BBC de Londres cuando aquel día de 1940 le quitaron la vida.
 

Catalina, la viuda de Caturla, había conservado un patio lleno de plantas tradicionales de la religión afrocubana, haciendo del jardín un verdadero santuario. El patrimonio es, sobre todo, inmaterial, espíritu, no se trata solo de muros, sino de esencias, y esas han ido pasando al olvido, sin que exista la posibilidad de que rescatemos uno solo de los fantasmas que otrora testimoniaban una grandeza de lo propio, de lo único. Es el sitio, además, donde crecieron los hijos del genio, músicos destacados algunos de ellos, que también merecen un respeto en recuerdo de la ciudad. Si no se rescata ese pedazo de existencia, será imposible comprender elementos en la vida del genio, tales como el amor, la africanía, la incomprensión social, la música misma, el dolor de un hombre que sentía cómo su lugar en aquella república desaparecía.

Pero el legado peligra en la probable desaparición del propio Teatro Miguel Bru, donde se presentara el autor y fuera abucheado; una edificación incluida en el plan de obras urgentes de Remedios, pero que muchos dan por causa imposible, por el estado de deterioro de valores originales y el alto costo de un rescate total. A la fecha, resulta una odisea perseguir las huellas de Caturla en sus diferentes hitos citadinos, reconstruir la historia por el patrimonio, ver cada escenario a la luz de la imaginación. El Miguel Bru, actual Villena, también es motivo de las polémicas en torno a las reparaciones del 500 aniversario cuya superficialidad constructiva hoy vemos.

En el olvido, si acaso con alguna pintura de fachada y con la reposición de la tarja conmemorativa, que se había caído años atrás y que contiene un error histórico, permanece la casa natal de Alejandro García Caturla, ese falansterio repartido entre familias que cuarto a cuarto ocuparon la edificación que hoy se conoce popularmente como “El Corsario” y que ninguna iniciativa tiene previsto rescatar. Dicho solar, sita en la calle José A. Peña, entre León Albernas y José Agustín, ni siquiera está incluido en las caminatas que se le ofrecen al turista que quiere conocer la ciudad y, en muchas ocasiones, se obvia que la peregrinación conmemorativa vaya hasta allí.

Museo Alejandro García Caturla.
 

Solo ofrece un rostro afable, en apariencia, la casa familiar, sita enfrente del parque central José Martí, cuya rehabilitación duró desde el 500 aniversario de la ciudad (en 2015) hasta octubre del 2019, un tiempo excesivo para un edificio no muy grande que, sin embargo, no pudo restañar uno de los daños que en el futuro comprometerán la supervivencia de la vivienda devenida Museo Alejandro García Caturla: la presencia de una pared húmeda en el lado izquierdo, colindante con el Hotel Camino del Príncipe. El defecto fue creado a raíz de que la constructora turística no hizo uso de la pared original que colindaba ambos inmuebles, sino que levantó una nueva, quedando un hueco en medio, que rápidamente se llena de agua y que hará colapsar el muro más antiguo de la vivienda. Siendo una pared que recorre todo un lateral, la humedad visible en las manchas y la temperatura de los muros, compromete además las colecciones invaluables allí atesoradas.

La norma internacional de la museología no encaja con las actuales condiciones de la casa familiar, por lo que la reapertura en octubre del 2019, aunque necesaria, no deberá esconder el hecho irrefutable de que se corre un grave peligro, y que las acciones constructivas que conlleva este mal, sobrepasan ya los recursos de la localidad y colocan el legado de Caturla, una vez más, en manos de la nación. La belleza de este inmueble, evidente y aún rescatable, podría verse obligada a un repliegue ante el evidente derrumbe de una pared que es puntal de la vivienda, o sea, no se trata de un muro secundario. Hecha según los patrones del siglo XIX, la casa familiar se compone mayormente de material salido de las canteras más cercanas, sobre todo de tierra y piedras, por lo que el agua es un factor altamente agresivo a corto plazo.

Durante la república se rumoró la iniciativa de una colecta pública para levantarle una estatua a Caturla, como mismo tienen las suyas en Alemania Wagner y Bach, pero en la actualidad ni siquiera existe mucha alarma ante un legado esencial que peligra, así que de nada valdría la figura de piedra si la espiritual desaparece. Durante una de las presentaciones por el 500 aniversario de Remedios, el pianista Frank Fernández, en muestra de respeto, visitó el salón de la casa familiar; allí, ante el piano, pidió unos momentos de silencio. Solo un genio puede escuchar a otro genio, en cambio a muchos, que nos ocupa el legado de Caturla, nos queda intuir y preocuparnos.