Hay quienes creen que el fútbol es un asunto de vida o muerte. A mí no me gusta esa actitud. Os aseguro que es mucho más importante.
Bill Shankly (famoso entrenador escocés)

Los vasos comunicantes que se visibilizan entre escritores, artistas y su condición de seguidores del fútbol y el beisbol tienen las mismas coordenadas. Me gustaría recomponer una frase de Borges, alguien ajeno a los deportes pero que no pudo desconocer su impronta: “Los aficionados al fútbol no son ni buenos ni malos, son incorregibles”. Juicio que podemos aplicar puntualmente a los aficionados al beisbol.

Para Borges, el fútbol era estéticamente feo y lo comparaba, con malicia, con las peleas de gallos, a las que consideraba más lindas, argumentando en clara burla con su ceguera, de que “ocurrían ahí nomás, al lado de uno, son ideales para los miopes”. Llegó a sentenciar, con su estilo elitista y lapidario, que “el fútbol es popular porque la estupidez es popular”.

“Para Borges, el fútbol era estéticamente feo y lo comparaba, con malicia, con las peleas de gallos”.

La escritora Estela Canto,[1] quien fuera amiga íntima, en su afectivo libro de memorias, Borges a trasluz (Editora Espasa Calpe, Argentina, tercera edición, 1999), nos hace partícipes de cómo se mezclaban el desconocimiento del fútbol y su entramado social, con los prejuicios ideológicos y determinadas posturas reaccionarias del ilustre ciego:

Durante el campeonato mundial de fútbol le sorprendió que la alegría por el triunfo argentino (obtenido mediante un soborno en 1978) fuera celebrado por las multitudes porteñas con bombos, platillos y matracas. ¿Por qué esta afirmación tan ofensiva para expresar la alegría? El grosero bochinche tenía para él las peores asociaciones: el peronismo. Pero tuvo que darse cuenta de que esta bulla no era exclusiva de ese detestado partido político. Los argen­tinos tienden a expresar la alegría con ruidos.

En una de las primeras escenas de la película Plata dulce, dirigida por Fernando Ayala y Juan José Jusid en 1982, el actor Julio de Grazia entra al taller donde trabaja coreando eufórico “¡Argentina…Argentina…!”, para celebrar el campeonato mundial ganado la víspera. Su compañero de labor y coprotagonista, el consagrado Federico Luppi, lo interrumpe para decirle que para qué tanta celebración, si hay que trabajar temprano como todos los días; a lo que responde Grazia: “Peor están los holandeses…”, en alusión socarrona al rival derrotado. La aparente anécdota trivial es un reflejo del entramado manipulador y contradictorio en que vivió la sociedad rioplatense la festividad del evento deportivo a la sombra de la junta militar.

La ensayista argentina Beatriz Sarlo, a tenor de un reciente mundial del “deporte de las multitudes”, recordó cómo Argentina 78 fue toda una campaña de la dictadura en aras de mejorar su imagen en lo internacional, y desmovilizar, desde el fanatismo deportivo y el chovinismo, la amplia oposición popular. Así lo resumió Julio Cortázar con su ponderada lucidez: “…el aparato del poder ha puesto en marcha el llamado ‘modelo argentino’ que simbólica e irónicamente comienza con el triunfo, el de la Copa Mundial de Fútbol, y se continúa, ahora en el campo de la industria pesada y el dominio de la energía nuclear”.[2]

Fernando Signorini, preparador físico de Maradona en sus tiempos más gloriosos, acaba de publicar un libro, Fútbol: llamado a la rebelión, un tratado sobre el hartazgo. “El fútbol siempre ha sido un hecho cultural, pero en Argentina se lo robaron a la gente. Esa violencia irracional, en la que se mezcla la droga y el negocio de las barras bravas que operan en connivencia con los dirigentes de los clubes o el poder político, supone la regresión del hombre a la edad primitiva”, afirma en el libro. Todo esto se religa con las percepciones sociológicas antes enunciadas.

“(…) a veces se dice que el deporte es una metáfora de la vida, y hoy, la vida tal vez se ha convertido en una metáfora del deporte”.

Jorge Valdano, campeón con Argentina en el Mundial de 1986, es célebre por convertir el futbol en un territorio permanente de reflexión, porque está convencido de que un deporte que convoca multitudes, que despierta pasiones tan intensas y ritualiza relaciones —con todo lo que implica de culto y compromiso—, merece ser pensado de otro modo.

El periodista polaco Ryszard Kapuscinski autor de La guerra del fútbol, se aproxima a otro evento del ámbito latinoamericano donde lo político, lo sociológico y lo deportivo tienen un espacio común, al estudiar un conflicto que en el pasado siglo conmocionó a Centroamérica y a toda la región. En rigor no fue tal “guerra del fútbol” —como reconoce el escritor—, más allá de los pretextos esgrimidos por los beligerantes, y todo este entramado se debe a que coincidió con la eliminatoria entre El Salvador y Honduras de cara al Mundial de México 1970, y exacerbó rivalidades y enconos entre pueblos hermanos, para desembocar en un temporal conflicto bélico que ambos países sostuvieron durante cien horas. El motivo real no fueron las filigranas en torno a un balón sino la masiva deportación de decenas de miles de trabajadores salvadoreños por parte de los militares hondureños. Ambos países estaban gobernados de forma dictatorial por representantes de las fuerzas armadas. Ese dramático episodio, que si no fuera por la mucha sangre inocente derramada lo recordaríamos como un sainete, duró del 14 al 18 de julio de 1969, dejando el trágico saldo de varios miles de víctimas inocentes.

La ya mencionada Beatriz Sarlo, al estudiar la pertinencia y la pertenencia de lo nacional y lo popular en Carlos Monsiváis, ese eterno iconoclasta de los tejidos sociales y culturales latinoamericanos, comparte esta lectura desacralizadora del imaginario colectivo que signa el boxeo y el deporte:

La bandera tricolor que ahora ocupa el estadio donde pelea Fulano de Tal, es la forma de la nacionalidad en la época donde el deporte espectacularizado ofrece un último refugio a los sentimentalismos colectivos.

A lo que me gustaría agregar una reflexión del ensayista perspicaz, “a su manera un apocalíptico”, que fue Umberto Eco, quien llamó la atención sobre los peligros de las manipulaciones y de la globalización en las sociedades contemporáneas, trastocadoras de los valores originales y de las conductas sociales, de lo que no escapa el deporte:

Se ha carnavalizado también el deporte. ¿Cómo? El deporte es juego por excelencia: ¿cómo puede carnavalizarse un juego? Volviéndolo, de parentético[3] que debía ser (un juego a la semana y las olimpiadas sólo de vez en cuando), penetrante, y de actividad afín a sí misma, actividad industrial. Se ha carnavalizado porque en el deporte no cuenta más el juego de quien juega (transformándose por otro lado en un durísimo trabajo que se logra soportar solo drogándose), sino el gran carnaval del antes durante y después, en el que, en efecto, juega durante toda la semana quien mira, y no quien hace el juego.[4]

Según Umberto Eco el deporte también se ha carnavalizado.

La victoria de la entonces República Federal Alemana en el mundial de Suiza 54 cuando derrotó a la archifavorita Hungría con su “equipo de oro” como era conocido el once liderado por el legendario Ferenc Puskás (considerado por la FIFA como el máximo goleador del siglo), dio comienzo al resurgimiento de la autoestima alemana, con razón reducida a su mínima expresión después de la caída del Tercer Reich y la develación de todas sus atrocidades ante una opinión pública justamente horrorizada. Ese empezar a recuperar, prácticamente de las cenizas, el orgullo nacional, sin menoscabo de otros pueblos antes invadidos y esclavizados por la soberbia hitleriana, ha quedado en la literatura, la sociología y el cine (hay un filme enfocado sobre estas circunstancias y el partido en cuestión, filme que se titula El milagro alemán), entre otras manifestaciones, y fue conocido como “Milagro de Berna”, pues es el evento que marca simbólicamente el inicio del fin de la post guerra para Alemania, y su renacer en el concierto de naciones con el liderazgo pro-occidental y anticomunista de Konrad Adenauer.

En nuestra época, hay otras lecturas sobre el deporte, donde se cruzan circunstancias polémicas de hoy como la demografía y las corrientes emigratorias. La comentarista norteamericana Ann Coulter es famosa desde hace años en EE.UU. por sus posturas ultraconservadoras, habiéndose visto involucrada en numerosas discusiones en los últimos años por sus opiniones sobre los inmigrantes, el racismo o la igualdad de género. Coulter —quien aparece a menudo en la cadena Fox News y es conocida por sus posturas en contra de los inmigrantes— aseguró también que el éxito que el Mundial de Brasil 2014 había tenido entre el público estadounidense es una consecuencia de la reforma migratoria aprobada en 1965 en EE.UU. y que causó un “giro demográfico” en el país. “Ningún estadounidense cuyo bisabuelo haya nacido aquí está viendo ‘soccer’. Solo podemos esperar que, además de aprender inglés, estos nuevos estadounidenses olviden con el tiempo su fetichismo con el ‘soccer’”, escribió Coulter en su columna. La cuestionada comentarista también aseguró que en el fútbol —llamado en su versión universal “soccer” por los estadounidenses para diferenciarlo del llamado “fútbol americano”—, no se valoran los logros individuales, a diferencia de otros “deportes reales” como el baloncesto, el fútbol americano o el beisbol.

Son innumerables los autores —con diferentes signos ideológicos y tendencias creativas—, que se ocupan del deporte, y en particular de sus implicaciones socioculturales, como encontramos en las dos expresiones atléticas por excelencia de nuestro hemisferio. Por ejemplo, el amigo y valioso intelectual que es el brasileño Eric Nepomuceno colaboró con sus crónicas sobre Brasil 2014 y la dinámica de la sociedad brasileña en su columna habitual del periódico mexicano La Jornada, donde puntualmente religó deporte, curiosidades y el entramado político y económico de sus compatriotas. Lecturas interpuestas que calan la cultura en su expresión más abarcadora.

Al otorgarle en 1957 el Premio Nobel a Albert Camus, el jurado argumentó entre sus méritos como su expresión literaria representaba “el conjunto de una obra que pone de relieve los problemas que se plantean en la conciencia de los hombres de hoy”. Camus, que jugó como portero en la Universidad de Argel, llegó a decir: “Lo que más sé sobre la moral y sobre las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”. No tengo certeza de cómo se emparenta “la conciencia del absurdo” enunciada por el escritor con el ejercicio del deporte, pero sí cómo lo reconoce —conciencia, moral, obligaciones—, como parte ineludible de la condición humana.

“Lo que más sé sobre la moral y sobre las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”, dijo Albert Camus.

Otra autora de lengua francesa como la novelista Françoise Sagan, conocida por su cinismo y sus aforismos acerca de la vida y el amor, llegó a decir que “el fútbol me recuerda viejos e intensos amores, porque en ningún otro lugar como en el estadio se puede querer u odiar tanto a alguien”.

Estos referentes encierran una verdad universal sobre cómo a veces se dice que el deporte es una metáfora de la vida, y hoy, la vida tal vez se ha convertido en una metáfora del deporte, llámese fútbol o beisbol.

Cuando a la gran estrella internacional del balompié, el argentino-español Alfredo Di Stefano, le preguntaron ¿por qué le gustaba leer el Martín Fierro?, respondió con una lección sobre su “educación sentimental” asociada a sus preferencias literarias:

Porque siempre aprendo algo. Y como hubo un tiempo en el que me gustó el campo… Mis padres se dedicaban a las cuestiones del campo, a cultivar patatas. Yo empecé a jugar al fútbol organizado a los catorce años en Los Cardales, un pueblito a 60 kilómetros de Buenos Aires. En el río Luján había hasta jabalíes. Y perdiz. Había la de Dios. No gastábamos ni pólvora. Mi padre no quería saber nada de cazar. Había una escopeta en casa por si alguno se quería llevar los caballos o las vacas. Había gente que afanaba, que te llevaban las ovejas si te descuidabas. Había que estar atentos. ¡Como siempre!


Notas:

[1] En 1999 el director Javier Torres realizó el filme Estela Canto, un amor de Borges, donde adapta las memorias borgeanas de la escritora.

[2] Julio Cortázar. Clases de literatura. Berkeley, 1980 (Alfaguara, México, 2015, p. 288).

[3] Relativo al paréntesis (JB).

[4] José Blanco. “Umberto Eco” (La Jornada digital, 23 de febrero de 2016).