De San Telmo a San Quino

Norberto Codina
1/10/2020

A Padroncito, tan genial como persona y como artista.

 

Joaquín Salvador Lavado Tejón, Quino para el mundo y la posteridad, murió el pasado 30 de septiembre, justo al día siguiente de que Mafalda cumpliera cincuenta y seis años, sin que esa sabia nena envejeciera nunca. En el popular barrio de San Telmo, en la esquina de Defensa y Chile, se encuentra el monumento a Mafalda y a sus amiguitos. Cuando se supo la noticia de la muerte de su creador, empezaron a desfilar multitud de agradecidos depositando flores, postales o simples notas que recordaban su paso por este término típico de Buenos Aires y por esta vida y este mundo que nos ayudó a hacer más llevadero. Recuerdo cuando visité, por esa fecha —con la impedimenta de un brazo enyesado—, ese rincón consagrado de San Telmo gracias a los buenos amigos que son Nirma Acosta y René Hernández, como quien va de peregrino, escayola en ristre, a mostrar su agradecimiento. Allí me tomé las consabidas fotos, disfrutamos de lo lindo con los simpares personajes y leí la tarja que perpetúa la memoria del historietista en el edificio marcado con el número 371 donde residió y trabajó durante años: “Aquí vivió Mafalda, célebre personaje y Patrimonio Cultural de la Ciudad. Creado por Joaquín Lavado, Quino. Homenaje de la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires”.

Con la sempiterna jiribillera Nirma Acosta. Foto: Cortesía del autor
 

Argentina —país de mitos como pocos, donde forman parte del imaginario nacional Gardel, Borges, Evita, el Che, Maradona— tiene, junto a las tradiciones debidas a la ficción como Martín Fierro y la Maga, el mito incombustible de Mafalda. En una entrevista concedida al periódico mexicano La Jornada en octubre de 2014 sobre la para él inexplicable popularidad de su personaje y su tremenda vigencia en el siglo XXI, recordó que la época de aparición de su historieta prometía “grandes transformaciones, desde el Che Guevara, Juan XXIII, Jonh F. Kennedy, la guerra de Vietnam y los movimientos de liberación femenina, entre otros. Parecía que todo iba a cambiar para mucho mejor. Lamentablemente no fue así”.

Pero muchos intereses quisieron explotar el mítico dibujo. Pese a las tentadoras propuestas que recibió para la utilización con fines comerciales de su niña universal —aunque paradójicamente la idea original naciera de un anuncio de electrodomésticos—, siempre se negó a hacerlo, salvo para causas nobles, como la Unicef, la Liga para la Salud Mundial, la campaña de prevención ante el coronavirus o, en el caso de España, su otra patria, para explicar la Ley Orgánica del Derecho a la Educación. En un contrasentido todavía se recuerda cómo su creación fue manipulada inconsulta y rastreramente para ideas que él y su humanista heroína repudiaban, como sucedió en fecha reciente con una campaña antiabortista en Argentina, cuya utilización fue condenada de forma demoledora.

“Aquí vivió Mafalda, célebre personaje y Patrimonio Cultural de la Ciudad. Creado por Joaquín Lavado, Quino. Homenaje de la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires”. Foto: Cortesía del autor
 

Coincidí con Joaquín Lavado en una (¿1985?) de las Bienales del Humor de San Antonio de los Baños. En la rumbosa Taberna del Tío Cabrera estaba reunido un pequeño grupo formado por el jurado, otros invitados extranjeros, y algunos colaboradores del evento, entre los que me encontraba. En un momento determinado lo descubrí solo en una mesa y, quebrando la empecinada timidez de ambos, lo abordé. Estaba algo cansado por la vorágine que era la bienal, padeciendo nuestro clima, aunque se suponía estábamos en primavera, y sin ganas de hablar. Lo único que recuerdo es que le arranqué una sonrisa cuando le comenté que una vez me habían regalado una muñeca —son pocos los varones caribeños que se vanaglorian de eso—, que era ni más ni menos que una hermosa réplica de su creación más famosa, prueba fehaciente de que la amiga que me la obsequió sabía cuan querido me era el personaje. Muñeca que, igual como presente entrañable, acompañaría a mi madre en sus últimos años en Queens.

Hubo un momento en que ambos enmudecimos y, por suerte vino a nuestro rescate un sonriente René de la Nuez, al que recuerdo como alma, corazón y vida de aquellos festejos humorísticos. En mi casa, hasta el día de hoy, la niña provocadora y sus amiguitos están en todas partes: en libreros, closet, el baño o la cocina. Y otra muñeca con su nombre fue el regalo a mi hija por sus treinta.

En el comunicado en que Quino aclarara que las imágenes de Mafalda fueron usadas sin autorización por las campañas antiaborto argentinas, el creador también señaló: “Siempre he acompañado las causas de derechos humanos en general, y la de los derechos humanos de las mujeres en particular, a quienes les deseo suerte en sus reivindicaciones”. Foto: Internet
 

Quino alguna vez contó cómo el rasgo característico del ingenuo sentimental que es Felipito —para él, el más querido de todas sus criaturas—, se lo inspiró un compañero de la escuela que se distinguía “por dos simpáticos dientecitos pronunciados”, condiscípulo que años después devendría en un periodista y escritor de experimentado oficio, el argentino-cubano Jorge Timossi. Conociendo esa fraternal relación, desde que empecé en la revista le estaba requiriendo a Timossi una colaboración sobre su célebre amigo, hasta que por fin se decidió a entregarnos una crónica —por demás disfrutable—, titulada “Quino y Padrón, o cómo crear divirtiéndose de lo lindo”.[1] En ella entre otras anécdotas comenta, como testigo de excepción, cómo se conocieron los dos humoristas y cómo empezó un romance más que una amistad, al decir de “Padroncito”.

El encuentro ocurrió, como suele suceder, mucho después de que se comunicaran por su cuenta sus respectivos personajes y fue cuando el argentino llegó a La Habana, invitado como jurado de carteles del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de 1984, y al cubano le correspondió ir a recibirlo a nombre del Icaic. Según el observador privilegiado que fue Jorge-Felipito, el diálogo de presentación fue más que sintético, en armonía con la irremediable timidez de ambos, a su entender, enfermedad propia de los dibujantes de historietas: “-Eh, eh, eh. ¿Usted es Quino? / -Y, y, y bueno, si / -Ah, ah…/ -Sí, claro ah, ah ¿y usted es Padrón?”. Y ahí empezaron los años divertidos de amistad y colaboración, uno de cuyos muchos episodios es la noche en que brindaron en casa de Padrón “con vino tinto argentino y ron cubano” para celebrar la feliz aventura de ambos concluir, en coproducción cubano-española, el tan esperado largometraje de Mafalda. “Esa noche Quino me sonrió desde la adolescencia común (zácate). Padroncito me palmoteó (plaf, plaf) desde la actualidad común, los tres entrechocamos los vasos (chin, chin) y entonces fue a mí que me agarró la timidez y adopté el aire de quien se alisa la camiseta (…) que tiene dibujado a Felipe, con un globito que sale de su cabeza para decir: ‘¿Justo a mi me toca ser como soy?’”. Por aquello que decía su creador, de que eso de ser adulto es una mentira terrible.

“Quino alguna vez contó cómo el rasgo característico del ingenuo sentimental que es Felipito —para él, el más querido de todas sus criaturas—, se lo inspiró un compañero de la escuela que se distinguía “por dos simpáticos dientecitos pronunciados”, condiscípulo que años después devendría en un periodista y escritor de experimentado oficio, el argentino-cubano Jorge Timossi”. Foto: Internet
 

Cuando La Gaceta de Cuba cumplió cuarenta y cinco años, Abel Prieto, entonces ministro de cultura, me propuso, tal vez dudando algo porque no sabía cuál sería mi reacción, regalarnos al equipo y a los antiguos jefes de redacción citados al agasajo, una preciosa edición de Todo Mafalda. Mi entusiasmo y agradecimiento creo que lo sobrepasó y quedó tranquila su conciencia sobre si el presente era oportuno. Todos salimos esa noche de la sala Martínez Villena llevando orondos los voluminosos tomos. Me parece estar viendo a Lisandro Otero, Jaime Sarusky, Luis Marré y Arturo Arango, junto al colectivo gaceteril, con sendos ejemplares. El de Leonardo Padura, el único ausente de los convocados, estuvo años celosamente guardado en nuestra oficina, hasta que una mano desconocida lo birló.

Como vaticinó su amigo-personaje Felipito, el artista genial sería canonizado, y ahora con su fallecimiento —en un alegre y luminoso recorrido de San Telmo a San Quino—, se cumple ese vaticinio del que seguro Mafalda, con los ojos lagrimosos, se estará burlando. Se le atribuye a Quino la siguiente inventiva, de las miles que hizo o se le adjudican, especulando con que la vida debía ser al revés, “se debería empezar muriendo, y así ese trauma está superado… y al final abandonar este mundo en un orgasmo”. En eso, como en tantas cosas, llevaba razón.

“Se le atribuye a Quino la siguiente inventiva, de las miles que hizo o se le adjudican, especulando con que la vida debía ser al revés, “se debería empezar muriendo, y así ese trauma está superado… y al final abandonar este mundo en un orgasmo”. En eso, como en tantas cosas, llevaba razón”. Foto: Internet
 
 
Nota:
[1] Jorge Timossi. “Quino y Padrón, o como crear divirtiéndose de lo lindo”, La Gaceta de Cuba, noviembre-diciembre de 1993, pp. 32-33.