Descemer Bueno o el problema es que el sirope vende

Gisselle Morales Rodríguez
5/2/2018

En un disco de duetos por el que seguramente no va a ser recordado, Descemer Bueno asegura que “el problema es el amor, que parece tan difícil”. A su lado, Jorge Villamizar y El Chacal le hacen coros y continúan agregando que “prefiero morir que volverte a perder”.

No sé para ellos; para mí está clarísimo que el problema no es el amor, sino el mercado, que exige matrices cada vez más simples, cada vez más elementales para un público adaptado de antemano a la receta que vende. Y para responder a esas exigencias, más del bolsillo que de la inspiración, Descemer parece haberse entrenado en tiempo récord.

Todavía lo recuerdo hace algunos años, cuando era un mulato con dreadlocks que cantaba aquello de “yo lo que quiero es un carro para después que tenga mi casa, irme pa’ mi casa en mi carro”. De haber seguido en semejante cuerda estética y con mecanismos de promoción underground, probablemente hoy tampoco tuviera carro, ni casa, ni hubiera concebido esa fórmula para hacer canciones en dos días que bien pudiera patentar como el sirope Descemer.

Desde el disco “Amor y música”, que compusiera junto a Kelvis Ochoa y que conmueve de principio a fin; desde sus primeros hits, los más auténticos, hasta los remix de hoy ha llovido más de la cuenta.
 

 “El problema —y los músicos deberían saberlo— es que el arte
solo trasciende cuando hay sustancia de fondo”

 

Tanto que, del más reciente fonograma, solo creo salvable el tema a dos voces con Carlos Varela titulado “Cero a cero”, una canción atípica en ese álbum pero que, en honor a la verdad, no se me ocurriría pedírsela a Varela en un concierto.

El problema es el mercado, repito. Y si no, que le pregunten a Shakira, que no ha vuelto a ser la misma de “¿Dónde están los ladrones?”, para bien de quienes la siguen por sus condiciones físicas —despampanantes, estamos claros—, pero no tanto para quienes admirábamos sus habilidades vocales, ahora reducidas al sonido onomatopéyico y al waca waca. Tampoco es que debamos culparla: se vive mejor como la colombiana exótica, amantísima esposa de Gerard Piqué, que como la muchachita irreverente de la guitarra al hombro y de los pies descalzos.

Aunque para buscar ejemplos de creadores escurridos por el tragante del mercado tampoco hay que cruzar el Atlántico. Aquí mismo, no sé con exactitud si en Puerto Rico o en Cuba, Diana Fuentes se debate entre su antiguo apego por la canción inteligente, la que defendió en un memorable concierto hace unos años en el Teatro Mella, y su reciente desdoblamiento como el sex symbol de la fusión, incluido cambio de look, de proyección escénica y una creciente interacción con los fans en redes sociales. Ya casi ni recuerdo que cantó en Síntesis…

Y sobre Qva Libre, ¿qué añadir? Obviando de golpe y porrazo que una vez fueron rockeros, los chicos de la actual agrupación debieran tener presente que la excentricidad no es un género musical, por más Lady Gaga y Pink y Madonna que haya en el mundo. Ellas, al menos, han probado ser más que vestuarios extravagantes y sombreros.

Así que no, Descemer, el problema no es el amor. El problema es crear para darle al mercado únicamente lo que el mercado quiere; meter en una coctelera las matrices exprimidas de siempre y zarandearlas bien, hasta que esté lista una canción que pase por nueva.

El problema —y los músicos deberían saberlo— es que el arte solo trasciende cuando hay sustancia de fondo, pollo en el arroz con pollo; las sopas instantáneas terminan aburriendo.