Eduardo Heras Leon y todos los nombres de la guerra

Rafael de Águila
18/2/2019

Presentación del libro de Eduardo Heras León, La guerra tuvo 6 nombres, en la Sala Jose Antonio Portuondo, de la Fortaleza de La Cabaña, el 15 de febrero de 2019.

Buenas tardes a todos.

La postmodernidad, el zeitgeist, lo que Hegel llamaba el espíritu de la época, todas esas santas y vanas majestades, han desterrado la épica de nuestra vida, y dado que la han desterrado de la vida, la han desterrado de la Literatura. Hoy, sin embargo, acá, en esta sala, vamos a invocarla. A la épica. Ni a la postmodernidad ni al zeigeist. Vayamos, de la mano de este libro, desde las páginas de este libro, de todos los nombres de este libro, los 6, de todos los nombres, los millones que bullen en los 6 nombres de este libro, desde el nombre rotundo de su autor, a desterrar la gélida postmodernidad, out, que salga de esta sala, fuera la fría individualización, pongamos en marcha todo un ritual en función de lograr, desde los hechos que evoca este libro, hacer retroceder al tiempo como se re-hilvana una cinta a la mítica 6ta década del siglo XX, al año 68 en que se escribió esta obra; al año 61 en que se enmarcan el aquí y el ahora de estas páginas, más bien su allá y su entonces, en consecuencia las sillas, todos nosotros, estos muros, esta Sala deambulará allá, a esos nada postmodernos años, nada fríos, nada individualizantes, años duros, años épicos, años de sangre y muerte, pero también años de sagrada y muy segura esperanza, regresar a esos míticos y épicos años, decía, y vamos a hacerlo, repito, desde la magia tremebunda de este libro, ¿quién sostuvo que el encarnado realismo niega la muy carnal magia? Capacidad negadora del tiempo la de este libro, la épica rotunda, acerada e hirviente de este libro, La guerra tuvo 6 nombres, en realidad la guerra siempre ha tenido muchos nombres, miles, millones, pero este libro los asume y reasume en 6, los condensa, este libro multieditado, escrito por el narrador, maestro, periodista, filólogo, editor, crítico, balletomano, artillero, experto en segunda guerra mundial, este libro de la autoría del Premio Nacional de Literatura y Premio Nacional de Edición, Eduardo Heras León.

Cuando se escribió este libro, Premio David 1968, quien hoy tiene el honor de presentarlo contaba tan solo con 5 años, quien lo escribió exhibía la lozanía de sus 28 y con este libro, aunque eso aún él no podía saberlo, quedaría, para siempre, en la historia de la literatura cubana y latinoamericana, bajo la taxonomía de una corriente, un estilo, una modalidad, la llamada ¨Narrativa de la violencia¨. Pero eso será después, porque cuando ocurrían los hechos que en este libro -cuentocrónicatestimonio- toman cuerpo de relatos y fisgonean la postmoderna realidad del presente desde la conjeturada épica ficción del pasado, quien hoy lo presenta era todavía nonato y quien lo escribió un joven soldado de 21 años, artillero, que defendía entonces no la hidalguía de la Literatura, como lo ha hecho por más de medio siglo, sino esa otra hidalguía, infinitamente de mayor señorío y soberano linaje, que es el suelo patrio.

6 nombres eligió el autor como útero nutricio, aleph, súmmum de todos los nombres: Pardo, Modesto, Piedra, Eugenio, Mateo, Eduardo. No son seis nombres, digámoslo, son seis maneras de enfrentar la vida, la guerra y la muerte. Seis arquetipos. Seis caminos que se bifurcan. Algunos se entroncan. Patriotismo, miedo, muerte, heroicidad, error, herida, decepción. Cada arquetipo, cada manera de enfrentar la guerra -que es el derecho a la vida y la posibilidad ineludible de su opuesto- está dotado, a su vez, de un modus operandi, una manera de presentarse, ya no como guerra, sino como Literatura. Se diría que a cada cuerpo narrativo nominado y factual, es decir, al binomio Nombre / Hechos Narrados, eso que puede llamarse el QUE NARRO, le corresponde una forma, un hálito, un espíritu que se traduce en algo que responde al pomposo nombre de estilo, eso que se corporiza en un COMO NARRO, elegido, dicho sea a priori, muy sagazmente por el autor para, precisamente desde el COMO, coadyuvar a la justa aprehensión del QUE, dotar al QUE de alma, y al lector hacerle llegar, crucial y entera, veraz y limpia, dura y agresiva el alma misma del QUE. Porque un QUE NARRO sin alma respira como suele respirar un cuerpo sin ella. Un QUE NARRO sin alma semeja un humano lleno de guata. Y este libro está, desde esa alma, lleno de vida, y de su omega, que es la muerte. Y ese, vaticino, es el centro mismo de este libro: acá deambulan, mueren, matan, luchan, sufren, sienten miedo, yerran, se odian, se suicidan, se avergüenzan, se lanzan a la heroicidad o a su opuesto cuerpos con alma. Almas que penetran en esta sala, se sientan acá, en estas sillas, porque de tales cuerpos y de susodichas almas, esas, las de un día, épicas y nada postmodernas, es este libro.

Si en el estilo, el COMO NARRO de este libro debe mucho a Hemingway, el alma debe, y no poco, a la literatura rusa de la Gran Guerra Patria: Simonov, Polevoi, Fadeyev, pero, muy especialmente debe a Mijail Sholojov, el Sholojov de El destino de un hombre y El Don Apacible, en menor medida, presumo, aventuro, a un autor bielorruso, poco conocido, Vasil Bikov.

          El primero de los nombres, ¨Pardo¨, relato que abre el libro, es, a su vez, el prólogo mismo de la guerra. Su preámbulo. Tal, vez su premonición. Su antecámara. Porque este libro remeda el inicio, el clímax y el fin de la guerra. Y elige el autor precisamente una auto indagación, una pregunta que es alfa y es omega, para comenzar este relato, interrogación que 3 previos puntos suspensivos delatan como una apertura in media res: ¨¿…cuándo se acaba esto? ¿Cuándo ha comenzado?¨ Esos tres puntos devienen garantía del pasado, antes de la guerra hubo tiempo, y hechos, y pasado, y causas, porque toda guerra los tiene. Pardo es miedo. Frío y miedo. El fraseo es entrecortado, anafórico, nervioso, oraciones cortas, muy cortas. Pardo, me corrijo, no es miedo. Es el triunfo sobre el miedo. Y asoma ya, desde este 1er relato, algo que va a signar todo el corpus de este libro, cada nombre, cada página: el jefe como deus ex machina.  “No hagáis intervenir a un Dios sino cuando el drama sea digno de ser desenredado por un dios”, precepto ese de Horacio, llegado desde su Arte poética. El jefe como dramatis personae, positivo o negativo, es en este libro, en la mayoría de sus cuentos, ese Dios que lo enreda -o desenreda- todo. ¨Nunca se duerme el jefe. Bueno el jefe. Tremendo el jefe. Disparaba mucho ayer el jefe¨, el jefe, que en esta historia es el arquetipo coadyuvante a la derrota del miedo.          

 ¨Modesto¨ es la Catábasis, el viaje hacia la costa, el camino a la guerra. Aquí ya no son las oraciones cortas y anafóricas, ya no es el fraseo nervioso. Este es un relato en extremo complejo, estilísticamente complejo, narratológicamente muy técnico, lleno de mudas de punto de vista, I, II, III Persona, huidas continuas del plural al singular, y viceversa, en 1968 el autor hace uso de todo el arsenal que más tarde, tres décadas más adelante -lo ignoraba él entonces- llevará a las aulas del Onelio. Véase sino el comienzo: ¨A nadie le sorprendió que la primera batería en salir fuera la nuestra¨. Del Nosotros (1era persona del plural) a la 2da oración: ¨Porque todos te conocían perfectamente.¨ (al TÚ, 2da persona del singular). Y se regresa, una y otra vez, a esas mudas: ¨Caminamos en silencio hacia los camiones¨ (se nos dice, asomando el Nosotros, 1era persona del plural) para, a continuación derivar a: ¨Sólo te oí decir: –Bueno, lo que sea… vamos,…¨ . El punto de vista en esta pieza es mutante, oscilante, si antes era el fraseo corto y nervioso ahora esa cualidad imanta al punto de vista, corre de uno a otro y del otro al uno. Y si en el Ier relato era el jefe alma admirada y excelsa, alma que desbanda al miedo, en este 2do relato es el portador de un terrible error, una horrible culpa, error y culpa que empujan a un final violento, sorprendente, vertiginoso, iconoclasta, final a lo Vasil Bykov, a lo Ven y Mira, aquella descarnada cinta de Elem Klimov, anunciante ya, este final, de la andanada iconoclasta que llegaría más tarde con Los pasos en la hierba.

¨Piedra¨, el 3ero de los nombres, el 3ero de los relatos, esta vez escrito en la muy difícil II Persona, hace reaparecer el fraseo corto, rítmico, anaforizante, como antes asomaba en ¨Pardo¨, mas si en aquel el fraseo mismo devenía centro de gravedad ahora, estructuralmente, el cuento se desplaza más allá, relega el fraseo a 2do plano a partir del empleo de prolepsis y analépsis como mecanismo ascensional de la trama, ascensión en la que la conjunción copulativa deviene mecanismo coadyuvante. En cuanto al Jefe, eso que ya catalogamos como el deus ex machina de este libro, o la Eminencia Gris, al decir de los psicólogos, el poder detrás del poder, acaece en esta historia su muerte en combate, eso para que el 2do al mando deba sustituirlo, 2do al mando que no es capaz, para que de la tropa emerja alguien con la muy santa naturalidad, como emerge el agua de la tierra, para comandarla. No conforme con un arquetipo acá hace asomar el autor tres.

  ¨Rogerio¨, el 4to de los relatos, es, arquetípicamente, la apoteosis del jefe negativo. Un jefe indigno por cobardía. Un jefe que en el fragor del combate finge una herida y abandona a su tropa. En el cuento todo se resume en eso y para eso. Hay hombres que se alzan a la gloria, y hombres que se hunden en las heces, parece decirnos. Otra vez un relato armado desde mudas del punto de vista, de la I Persona del singular a la II Persona del singular, a la III Persona del plural, para regresar, circularidad mediante, a la I Persona del singular, Del YO al TU al NOSOTROS para, finalmente, regresar al YO, mudas que se suceden como oscila un sinusoide, un narrador ubicado en el presente visualiza el pasado, lo juzga, y actúa en consecuencia. Y otra vez prolepsis y analepsis van a resultar la estructura per se de la historia.    

¨Mateo¨. Se diría la más sencilla de las historias de este libro. Y se diría la más épica. Un cuento sencillo que puede extraer de los más sencillos ojos nada sencillas lágrimas. Provocar nada sencillas emociones. Alude a los chiquillos, a los adolescentes que, con sencillez meridiana, manejaban las 4 bocas. El narrador, uno de aquellos míticos y sencillos adolescentes, narra, en I persona, su combate contra los aviones. Y si en otros cuentos bulle el miedo acá el miedo queda bye, y es que desde la sencillez de los 15 años, parece decirnos el autor, no se comprende el miedo. Y si algo no se comprende algo no se siente. En consecuencia, huye de este cuento el miedo. Mateo es el paradigma del héroe (sencillo) que no se auto reconoce héroe. Hizo lo suyo, ¨en silencio y desde abajo¨, al decir del Apóstol.

¨Eduardo¨. El último de los relatos, el último de los nombres es Anábasis, el camino victorioso desde la costa a tierra firme. Otra vez el empleo de la II Persona, que cuantitativamente, pudiera decirse, ha comandado el punto de vista de este libro. Y otra vez prolepsis y analepsis, cuyo empleo ha asomado una vez y otra como recurso. Acá el arquetipo es el hombre al que el combate apenas ha rozado, que del combate tuvo y obtuvo poco, poco hizo, poco arriesgó, y desde el combate regresa a saborear una victoria y un agasajo que le sorprende y le reprende. Y si en el inicio las primeras oraciones de este libro llegan desde una auto indagación de la tragedia, un intento de desambiguar su alfa y su omega, de explicar la génesis misma de la guerra -ese cuándo, ese cómo-, en este último relato las lágrimas de un sobreviviente victorioso conforman el relente que deja caer el telón.   

Este es un libro Épico. Una galería de técnicas narratológicas. Todo eso bulle en este arsenal. Y algo que podemos llamar capología o estudio arquetípico de los jefes como personajes, en instancia última, Psicología mediante, pudiera aventurarse una monografía acerca de los arquetipos predominantes en un entramado bélico. Pero, de alguna manera este libro de cuentos es también una crónica. Y de alguna otra manera es también un testimonio. Porque el autor, Eduardo Heras León, narra no lo que imagina, o le contaron o elucida, no, el autor narra lo que presenció, lo que vivió, lo que guerreó, el miedo y el valor que lo anegaron, los tiros que disparó, los aviones que desde el aire lo acecharon, y lo hace porque si durante medio siglo Eduardo Heras León ha sido el Escritor y el Maestro, si lo es acá hoy, esta tarde, en esta sala 58 años después de aquella sangrienta y heroica hombrada, a más de medio siglo de haberla llevado al papel, Eduardo Heras León fue, allí, en la guerra, en esa que tiene muchos nombres, millones de nombres, de los cuales él tuvo a bien privilegiar -magistralmente- seis, allí, en aquel sitio inolvidable, -que para nosotros responde al nombre de Playa Girón y para el enemigo se metamorfosea en una bien nombrada Bahía de Cochinos- fue, urge decirlo, Eduardo Heras León, un soldado, un artillero, uno más, sencillo, innominado, de alguna manera depositario, símbolo y resumen, voz testificante, de todos los nombres de este libro.      

Este libro ha desterrado a la postmodernidad, al zeitgeist, de esta Sala. Ha devuelto hoy a la vida, y a la Literatura, al gnomo sagrado de la épica. En esta sala la hemos invocado. Desde las páginas de este libro, desde todos los nombres de este libro, los 6, desde todos los nombres, los millones que bullen en estos 6 nombres, y desde el nombre rotundo de su autor, hoy, acá, la gélida postmodernidad se nos ha contaminado de una sustancia gregaria, colectiva, de rojo granate teñida, como la sangre, como la vida, una sustancia nada individualizante, la misma sustancia etérea y virginal -y llena de sobrados badajos- con la que se pelean y se ganan las guerras. La misma sustancia con la que se escriben ciertos libros. La misma sustancia con la que medio siglo antes se peleó y se murió en aquella playa. La misma sustancia, digámoslo finalmente, con la que también más de medio siglo antes, se escribió este libro.   

Muchas gracias.