Todo libro tiene la intención de ser descubierto desde la intimidad y los recursos expresivos propios de los lectores. Al adentrarse en el universo simbólico de la escritura, el ejercicio de introspección que se revela en cada lectura puede convertir la obra de un autor o autora en un acontecimiento sublime.

Cuando un escritor se dedica a la literatura y a la edición, logra que ese binomio insista en superar la imperfección y transformar el lenguaje escrito en un acto coherente y seductor. Hoy tengo el inmenso placer de presentar el texto de un “editor revistero en estado puro” —como le catalogara Omar Valiño— que da fe de ello.

El pabellón de los amigos es un libro extenso y necesario, una suerte de enciclopedia personal que atesora algunos de los temas más acuciantes que han ocupado el pensamiento y labor de Norberto Codina.

Podría ser este “un canto a la amistad”, como su autor refiere, pero quienes se adentran en sus páginas también entienden que la necesidad mayor es la evocación, la consabida alusión del recuerdo que permanece intacto entre archivos personales, artículos publicados en revistas digitales y sitios web. Crónicas, ensayos, reseñas, historias de vida, testimonios y remembranzas de autores conforman en este libro las memorias escriturales del ensayista y poeta Norberto Codina, quien esta vez —de la mano de Ediciones Cubaliteraria— entrega a los lectores su séptimo título, el primero en socializarse solo en versión digital.

El pabellón de los amigos es un libro extenso y necesario, una suerte de enciclopedia personal que atesora algunos de los temas más acuciantes que han ocupado el pensamiento y labor de su autor. En él, no solo se recorren las “influencias cercanas” del Premio Nacional de Edición 2021, también convergen referencias a “amigos reales” antiguos o recientes —como el mismo Codina prefiere llamar—, quienes le han acompañado durante décadas en su formación como autor y bregar por la vida.

Apegado a “la era Gutenberg”, como elige reconocerse, el ensayista no obvia las bondades y potencialidades del formato digital. Su vocación revistera le permite vislumbrar la trascendencia de los textos cuando se aúnan en un proyecto común, donde pasado y presente caben en la misma línea del tiempo de su escritura. Así, los lectores hallan en este ejemplar, accesible tras solo un clic, una compilación de diversas publicaciones de su autor aparecidas, en la mayoría de los casos, en el sitio web de la Uneac y la revista cultural La Jiribilla, proyecto del cual fue testigo fundacional y colaborador durante varios años hasta la actualidad.

Nuestra comunidad letrada mucho le debe a Codina, curador excepcional de revistas. Imagen: Tomada de Cubahora

Narraciones, pasajes anecdóticos y evocaciones se entretejen en este volumen para acercarnos a los momentos esenciales de la vida de Codina, entre ellos, los que ocupan el beisbol —sin acento— y La Gaceta de Cuba. El primero, es una de esas sanas obsesiones del autor, el sustrato de muchas de sus reflexiones y artículos, y motivo de lucha junto a sus colegas intelectuales Félix Julio Alfonso y Omar Valiño para lograr el reconocimiento del beisbol como Patrimonio Cultural de la Nación. La segunda, el espacio que habitó, dirigió y al que se dedicó durante las dos terceras partes de su vida profesional. Más de 30 años de entrega no se logran resumir en este libro, apenas algunas memorias son testigo de esa historia gaceteril, siempre lúcida y profunda. Nuestra comunidad letrada mucho le debe a Norberto Codina, curador excepcional de revistas.

El pabellón de los amigos se organiza en tres partes. No es casual que el mismo inicie bajo el título El beisbol en el misterio de Cuba, dedicado al vínculo entre este deporte y la identidad, cultura y nación cubanas. Diecisiete artículos componen este apartado, donde se celebra la condición de patrimonio de nuestro deporte nacional y su arraigo como tradición cultural. En “Conciencia cultural del beisbol”, “Conciencia cultural del fútbol”, “La primera vez que Enrique Núñez Rodríguez vio un juego de pelota…”, “Entre Quemado y Sagua… está El Laberinto… En el ciento diez aniversario de Conrado Marrero…”, “Desde el estadio de Ismael Sené”, “Dylan, el Nobel y el aficionado al beisbol”, “El día en que perdió Rogelio García”, “Casal y el complicado juego de pelota”, “Sobre la ‘filosofía de la basebola’ y otras reflexiones”, “Un libro imprescindible, si de historia y beisbol se trata”, “Una crónica, casi inédita, de Nicolás Guillén”, “La saga de Basilio Cueria”, “Jugando al dominó con Minnie Miñoso”, “Un sobrenombre para entrar a la historia”, “La diplomacia del beisbol”, “Cuando el beisbol se parece al cine” y “El beisbol en el misterio de Cuba: otras lecturas de la apreciación martiana”, Codina honra la trascendencia del pasatiempo de las bolas y los strikes a otros ámbitos como la literatura, la poesía, las artes plásticas, el teatro, el cine, la música, la tradición oral y escrita del pueblo cubano. En ese recorrido el escritor también rinde tributo a nombres imprescindibles de la cultura beisbolera, entre ellos, Marrero, Miñoso, Núñez Rodríguez y Sené.

Los lectores hallan en este ejemplar una compilación de diversas publicaciones de su autor aparecidas, en la mayoría de los casos, en el sitio web de la Uneac y la revista cultural La Jiribilla, proyecto del cual fue testigo fundacional y colaborador durante varios años hasta la actualidad.

En el segundo capítulo, “Inventario personal”, el autor da fe de ese rubro. Lo anecdótico resulta un recurso vital en la prosa de Codina, quien, en 24 textos de este apartado, cautiva por su excepcionalidad como cronista.

Diversos temas y motivaciones conducen la lectura de esta sección, donde la complicidad y el recuerdo atraviesan la esencia del libro: la amistad. Especial lugar ocupa Nicolás Guillén, figura constante en las páginas de esta obra.

Sobre poesía negra, racismo y un poema que regresa del pasado para recordarnos la conciencia imperecedera de la poesía dialogan los dos primeros textos de este capítulo. Le siguen una entrevista inédita grabada en las dos caras de un viejo casete de 60 minutos al poeta latinoamericano Ernesto Cardenal y una evocación a la grandeza de Gustavo Aldereguía, figura poco conocida en la historia del movimiento revolucionario y de izquierda cubano, médico con una larga trayectoria de lucha en la Isla.

En “Del Cuartel de la Montaña a La Habana: testimonio de un exiliado republicano”, Codina nos presenta al precursor de la Segunda República Española y periodista de izquierda, el andaluz Manuel Carnero Muñoz, quien se exiliara en Cuba durante más de 30 años, donde —a decir del autor— fundara una generosa familia y fomentara “una impronta profesional y espiritual como otros muchos de sus compatriotas y compañeros de causa”.

Complicidades poéticas entre amigos continúan en las páginas siguientes. Codina recuerda al cercano Fayad Jamís, cuya amistad le descubrió hace 35 años el edificio donde hoy vive; a Eliseo Diego, de quien atesora varias anécdotas y pasajes, pero prefiere detenerse en su caligrafía, en la letra menuda que “da fe de su conciencia y entrega al oficio de la escritura y del saber poner una palabra después de otra”. Notas de un prólogo del libro de Carlitos León, quien también le fuera cercano, remembranzas de su amistad con Juan Carlos Tabío y un poema aparecido por vez primera en un homenaje póstumo se suceden como episodios de una narración necesariamente continua. “Los negros que trajeron a Cuba” es el poema de Sigfredo Ariel que Codina reproduce en la revista La Jiribilla, espacio que también compartiera el poeta. En “Sigfredo y el Gacetón, ‘por si cuela…’”, el ensayista recuerda a Fredo, como le gustaba llamarlo, quien, a su juicio, “reconoció en la amistad, en la poesía y en la música el amplio espectro de su cubanía profunda”.

Otros tantos pasajes de la vida del autor recuerdan en El pabellón de los amigos a Juan Padrón, destacado historietista y realizador cinematográfico, a quien Codina declarara su admiración y se reconociera como un adicto incurable de sus personajes animados.

En “Volver a Miguelón”, Norberto nos comparte sus experiencias con Miguel Mejides, quien tocó por primera vez su puerta para, en un diálogo premuroso, proponerle que fuera el “próximo General en Jefe de La Gaceta”. Una infinidad de anécdotas se agolpan en el recuerdo de Codina y en quienes leen a gusto las andanzas de Miguelón por la vida, la literatura, sus responsabilidades como revolucionario y en el vínculo fraterno de los amigos.

En “Ambrosio Fornet, ‘gacetero mayor’”, el autor rememora dos momentos especiales en los que logra compendiar algo de lo mucho que los unió durante tantos años. Y así lo reafirma: “Siempre será recordado como el eterno vecino, sin par amigo, escritor admirado, gacetero ejemplar, y alguien tan querido por los míos”.

En una emotiva crónica, Codina nos regala momentos especiales entre Joaquín Lavado, Quino y Juan Padrón. En su viaje al popular barrio de San Telmo, en la esquina de Defensa y Chile, donde hoy se encuentra el monumento a Mafalda y a sus amiguitos, Norberto nos vuelve a hablar de la amistad y la vida.

El beisbol es una de esas sanas obsesiones del autor, el sustrato de muchos de sus artículos y reflexiones. Imagen: Tomada de Granma

Conformado por 24 artículos y titulado “Lo primero fue descubrir una Casa”, en el tercer capítulo Codina vuelve sobre nombres imprescindibles de la cultura cubana y universal, a saber, Alberto Rodríguez Tosca, Julián del Casal, Pedro Pablo Rodríguez, Pedro Juan Gutiérrez, Rafael Acosta de Arriba, Graziella Pogolotti, Horacio Quiroga, Roberto Fernández Retamar, entre otros tantos. Merecido espacio también dedica el autor a la trascendencia de La Gaceta de Cuba en su aniversario 60, historia de la cual es parte y protagonista. La mayoría de estos textos publicados en La Jiribilla reconoce la amplia producción literaria y ensayística de Norberto Codina en los últimos años. Ver reunida en estas páginas parte de su obra es un justo tributo que también hace Cubaliteraria a este destacado autor.

Agradezco infinitamente a Codina por su confianza en que presentara hoy su libro, siendo testigo de muchos de sus textos por esa complicidad que se establece entre colaborador y revista.

En cualquiera de sus acepciones, el término “pabellón” concurre venturoso como título de este libro, en esa idea de protección a una estructura que cobija, que sirve generalmente de refugio a la hermandad y la amistad, esa que se cuida celosamente y se rememora.

*Palabras de presentación del libro El pabellón de los amigos, del poeta y ensayista Norberto Codina, en la 31 Feria Internacional del Libro de La Habana.

Enlace de descarga gratuita del libro: http://www.cubaliteraria.cu/download/el-pabellon-de-los-amigos-de-norberto-codina-pdf/