La Voz del Pueblo Cubano, el primer periódico clandestino editado en plena ciudad de La Habana, surge ante la necesidad de contrarrestar la creciente campaña de difamación que en toda la isla venían haciendo los agentes españoles en contra de todo lo que alterase el llamado “orden” colonial. Ante la insidia que la prensa gubernamental vertía sobre los criollos, la Junta Revolucionaria le propone al periodista Juan Bellido de Luna sacar un periódico clandestino para contrarrestar las calumnias e injurias y propugnar por la independencia de la Isla de Cuba. Los patriotas Anacleto Bermúdez y Porfirio Valiente convienen en colaborar con este arriesgado proyecto.

El primer número de La Voz del Pueblo Cubano se facturó en un cuarto de una vivienda ubicada frente al Palacio de los Capitanes Generales.

Para desmentir semejante cotilleo nada fue más decisivo que la publicación y reparto, en plena capital de la colonia, de una hoja volante que reflejara la libre opinión de los cubanos. Así surgió la idea de fundar en La Habana el periódico que, distribuido con profusión, fortaleciera el espíritu de los criollos y demostrara al mundo el decidido propósito que tenían estos de no cejar, por grandes que fueran los reveses, hasta ver ondear triunfante la bandera de la estrella solitaria. Bellido de Luna busca a un tipógrafo de confianza, Eduardo Facciolo y Alba. A esta actividad se suman los impresores Santiago Spencer y José M. Salinero. El primero, suministra enseres; el segundo, los tipos. Organizan una pequeña rotativa que les permite, con gran dificultad y de manera subrepticia, poner en práctica el plan. Una prensa de copiar cartas les es preparada por Abraham Scott, director de la Fundición de Regla e instalan el equipo en un cuarto alto interior de la vivienda propiedad de Ramón Nonato Fonseca, amigo y condiscípulo de Bellido de Luna, sita en la calle de Mercaderes número 18, ubicada frente al Palacio de los Capitanes Generales.

Juan Bellido de Luna. Foto: Tomada de latinamericanstudies.org

Facciolo se encarga de buscar a dos obreros de toda su confianza, que lo ayudaran en la mano de obra, los prensistas Florentino Torres y Juan Antonio Granados. Un baúl, en forma de ataúd, revestido con una badana negra, y que pesaba cerca de ciento cincuenta libras fue utilizado para esconder la maquinaria durante los traslados necesarios a fin de procurar que su conducción no despertara sospechas. Después de tener listo el improvisado taller y con el apoyo de otros dos operarios amigos de Facciolo, se edita el 13 de junio de 1852 el primer número de La Voz del Pueblo Cubano. Con el subtítulo: Órgano de la Independencia, llama a los nacionales a combatir por la libertad, a luchar contra la tiranía entronizada, a derrocar el gobierno que representa a España. La cifra de dos mil ejemplares impresos invade rápidamente las calles y generan, por una parte, el desconcierto de las autoridades y, por otra, la alegría de los criollos que añoran la libertad. A pesar de todos los esfuerzos por evitar la circulación del periódico, sale de la villa de San Cristóbal de La Habana y llega a otras ciudades del país e, incluso a los Estados Unidos y España.

Con el subtítulo Órgano de la Independencia, el periódico La Voz del Pueblo Cubano llama a los nacionales a combatir por la libertad, a luchar contra la tiranía entronizada, a derrocar el gobierno que representa a España.

El gobierno colonial no podía creer que los cubanos se hubieran atrevido a tanto y trataron de silenciar el hecho, ni una sola nota salió en la prensa cubana de la época, mientras tanto las autoridades se enfrascaron en descubrir la imprenta y los implicados. El gobierno colonial consideraba que la publicación resultaba un acto de audacia que tenía por finalidad alentar el espíritu de rebeldía entre los cubanos y provocar un alzamiento contra la metrópoli.

El capitán general de la Isla, Valentín Cañedo, dictó órdenes severas de que las fuerzas militares y policiales empleasen todos los recursos para descubrir la estampa y reducir a prisión a los redactores del periódico. Cañedo ofrece elevadas sumas de recompensa a los que delatasen a los autores. La página de 30 por 20 centímetros de tamaño, compuesta a dos columnas, abría con un corto editorial a manera de programa bajo el título “A nuestros lectores”:

Este periódico tiene por objeto representar la opinión libre y franca de los criollos cubanos; propagar el noble sentimiento de la libertad de que debe estar poseído todo pueblo culto. En el venir a la luz todos los acontecimientos políticos que el gobierno español nos oculta; todos los actos de injusticia, despotismo y tiranía que cometa en contra de nuestros compatriotas; sin miramientos ni consideraciones de ninguna especie. Se publican dos o más veces al mes, siempre que lo permitan las circunstancias y los innumerables sacrificios que tenemos que vencer para su publicación; sin embargo toda la vez que sea posible, saldrá a la luz, sin que nos amedrente el temor a la muerte y los padecimientos a que están condenados en nuestra desgraciada patria los propagadores de la ilustración y la libertad. Nada tememos; si somos descubiertos por alguna infame delación, moriremos; pero será después de haber prestado tan importante servicio a la santa causa de nuestra querida Cuba. Solo suplicamos a nuestros amigos y compatriotas, hagan circular con empeño el número que llegue a sus manos; porque los desembolsos y los peligros que tenemos que arrostrar nos impiden tirar más números de los que deseamos; cuyo defecto debe llenarse de este modo. Imiten nuestro arrojo, nuestro valor, nuestros sacrificios; pero siempre con precaución: para dilatar el veneno a nuestro enemigo común: él temblará a vista de nuestra audacia y tendrá que reducir a cenizas toda la isla para hallar el rincón de nuestra pequeña imprenta. Nada tememos, repetimos; nuestra causa es justa, sagrada y noble y esperamos de nuestros hermanos; prudencia, valor, reserva y desprecio a los cobardes delatores; precaución con los sospechosos y espías y de este modo “La Voz del Pueblo Cubano” será oída desde el confín americano hasta el antiguo continente donde residen los tiranos.[1]

Se trataba de un editorial muy corto, que dio al traste con la afirmación propagada por España en Cuba y en el extranjero, de que en este país todo el pueblo se hallaba satisfecho de su gobierno y que era fiel y leal a la bandera que desde el año de 1492 lo cobijaba.

Eduardo Facciolo y Alba. Foto: Cortesía del autor

A continuación, en el artículo titulado “Situación del país”, se analizaba lo que ocurría en Cuba a partir de la toma de posesión del general Cañedo, y cuyas líneas están sintetizadas en el siguiente párrafo:

La isla de Cuba está en completa agitación. Los cubanos conspiran constantemente contra un gobierno metropolitano de quien no reciben hace muchos años más que ultrajes, desaires, injusticias y atropellamientos, y que en el día se ha aumentado en ecos el antiguo resentimiento, con el deseo de vengar la sangre de sus hermanos, derramada en los cadalsos y en los campos de batalla; hay millares de cubanos desterrados y prófugos en países extranjeros por otras ideas que hoy están arraigadas en todos los corazones de los patriotas verdaderos: ricos y pobres, grandes y pequeños, hombres, mujeres, niños y ancianos. Multitud de criollos se han trasladado a los E. U. y han armado, arman y armarán expediciones para invadir esta isla y luchar en ella para alcanzar su independencia de la injusta metrópoli”.[2]

Bajo el título de “El general Leymerich desafiado por Agüero en Nueva York”, se hace referencia a un hecho en el que el mencionado general fue citado para un encuentro con el fin de demostrarle la valentía de los cubanos, pero este no compareció.

Cerraba este primer número, que no contenía pie de imprenta alguno, una “Advertencia”para manifestar que, “por la premura del tiempo, falta de recursos y otros inconvenientes, no se había podido darle más extensión, pero que los cubanos tendrían en cuenta el sacrificio que costaba aquel servicio prestado a la causa de la libertad”.[3]

En Cuba, la prensa de la época no publicó ni una sola línea sobre el acontecimiento. El Diario de la Marina y la Gaceta de La Habana, nada dijeron; pues con el más rotundo silencio pretendieron ocultar la buena acogida con que fue recibido La Voz del Pueblo Cubano,que, sin haber pasado por la vista de los censores españoles, se hallaba en todas partes.

La Voz del Pueblo Cubano, sin haber pasado por la vista de los censores españoles, se hallaba en todas partes.

La Junta Cubana de Nueva York se encargó de dar a conocer dentro de Estados Unidos la salida de La Voz del Pueblo Cubano. Una importante publicación norteamericana, Courrier and Enquirer, fue la primera en difundir la aparición en La Habana de un periódico separatista.

No se hizo esperar la reacción de las autoridades españolas, quienes practicaron numerosos arrestos, allanaron imprentas, casas de comercio y hogares de familias cubanas en busca de los redactores y obreros que habían confeccionado el periódico.

Los editores tomaron toda clase de precauciones para despistar a las autoridades españolas. De inmediato, Facciolo y Bellido de Luna trasladaron el baúl con todos sus enseres a la calle Teniente Rey número 4, en cuya casa había un depósito de azúcar, propiedad de D. Francisco Bellido de Luna, hermano de Juan.

Sobre sacos llenos de azúcar, fueron colocadas las cajas de tipos donde Facciolo compuso el segundo número de La Voz del Pueblo Cubano al que se le suprimió el vocablo cubano. Con un tamaño de 40 por 25 centímetros y una tirada de tres mil ejemplares llevaba la fecha del 4 de julio de 1852, y en él, apareció un suelto titulado “¡Guerra!” con la firma de Guaicanamar, seudónimo con que se ocultaba Juan Bellido de Luna. Con este grito desesperado se exhortaba a los cubanos a conquistar la independencia, “puerto único de salvación, decía el articulista, de los hombres oprimidos contra los rigores de la tiranía”. Y terminaba con este valiente cuarteto:

A la guerra marchemos, cubanos, No haya miedo al tirano insolente; Guerra a muerte. Venganza que afrente Al verdugo de nuestros hermanos.[4]

El segundo número de La Voz del Pueblo Cubano, al que se le suprimió el vocablo cubano, se realizó en un depósito de azúcar de la calle Teniente Rey y apareció el 4 de julio de 1852.

Se dedicaba, en este número, una poesía al general anexionista Narciso López, suscrita con el seudónimo Bamonta, por el poeta habanero José Agustín Quintero. En un artículo anónimo titulado “A los españoles en Cuba”, se les anunciaba:

que estando próximo el momento en que el porvenir de Cuba iba a decidirse en el campo de batalla, debían unirse a los cubanos para constituir un gobierno libre, económico, justo y conciliador, y derribar de la cumbre de un poder arbitrario a los que a fuerza de derramar sangre de hermanos pretendían dominar a un pueblo consciente de sus derechos.[5]

Después, con el título “Pesquisas y ofertas”, se hace referencia jocosamente a las medidasgubernativas tomadas por el general “Salchicha”, mote con que fue conocido desde su llegada a esta Isla el general Cañedo. Y finalizaba el segundo número con un suelto encabezado, “Ver, oír y callar”, seguido de estas palabras, “Traslado a los charlatanes”. El pie de imprenta, muy ocurrente, decía: “Imprenta de La V. del P. C.-Güines”.[6]

Con el título, “Al Pelayo”se fustigaba duramente a un periódico que, en New Orleans, se daba a luz para combatir y denunciar los planes separatistas de los cubanos, y el cual había bautizado a La Voz del Pueblo con el sobrenombre de El Papalote. El periódico de referencia se denominaba El Pelayo,y era escrito y costeado por los españoles residentes en esa ciudad de los Estados Unidos. “Careel”se titulaba el suelto que seguía, en el que se criticaba una circular cursada por el Teniente Gobernador de Cárdenas a los habitantes de su jurisdicción, invitándoles a que contribuyeran a la construcción de una penitenciaría. Y, finalmente, aparecían varias líneas acusando el recibo de varios mensajes nombrados “Verdades”.

Este segundo número causa todavía mejor efecto en los Estados Unidos que el primero; pues logró que aquella parte de la prensa de ese país que permanecía contraria a los cubanos, cambiara en algo su actitud y reprodujera algunos trabajos del papel subversivo. La policía española no descansaba en sus pesquisas a fin de dar con aquel grupo de hombres que atentaba, en forma para ellos tan vejaminosa, contra el gobierno de la metrópoli. El Capitán General ordenó la detención de toda persona sospechosa, por simple que fuese la sospecha, o por cualquier denuncia que sobre ella recayera, y la encerraba en las fortalezas militares.

“La policía española no descansaba en sus pesquisas a fin de dar con aquel grupo de hombres que atentaba, en forma para ellos tan vejaminosa, contra el gobierno de la metrópoli”.

Mas todos sus esfuerzos resultaron inútiles y el periódico, que tanto en la Isla como en el extranjero era leído con singular admiración, publicó su tercer número con fecha 26 de julio de 1852. Su título era igual al del segundo, y la sola variación que había en su encabezamiento era una estrella de cinco puntas colocada entre su nombre: La Voz del Pueblo, y el subtítulo: Órgano de la Independencia. Este número se trató de componer en un local distinto, en una casa de la calle Trocadero, para lo cual Facciolo buscó un cajista de confianza, pero la esposa de este se opuso a que ese trabajo se hiciese en su casa, ante el temor de ser sorprendidos por la policía.

El tercer número de La Voz del Pueblo se hizo en la calle Trocadero y salió el 26 de julio de 1852.

Un nuevo desplazamiento determinó Facciolo para la impresión del periódico, arrendó esta vez el zaguán, un cuarto y el patio de una casa en la calle Galiano. En la tarde del 23 de agosto de 1852, cuando el cuarto número estaba compuesto, incluso ya había una prueba de plana para su corrección, la policía allanó la casa, luego de haber recibido una delación sobre la existencia de la imprenta en el lugar. Junto a Facciolo fueron detenidos los jóvenes Félix Cassard, Antonio Palmer, Antonio Rubio, Florentino de Torres y Ladislao Urquijo, quienes se encontraban en los momentos del allanamiento policiaco en la casa de la calle Galiano. Juan Bellido de Luna evitó ser arrestado por las autoridades al embarcarse el 6 de agosto para Boston, Estados Unidos.

Reubicados en una casa de la calle Galiano, en la tarde del 23 de agosto de 1852, cuando el cuarto número estaba compuesto, la policía allanó el inmueble y detuvo a los cubanos.

La policía presentó como prueba acusatoria la prueba de plana del cuarto número (inédito) ante los tribunales. No tiene fecha ninguna y su tamaño es menor que el de los tres anteriores (26 x 18 centímetros). Su texto contiene una “Advertencia”,en la quese pide alpúblico dispensa por el tiempo transcurrido sin la salida del periódico; después aparece un suelto sin título, en el que se hace referencia a la edición de la Gaceta de La Habana del 12 de agosto de 1852, que publicó un artículo:

refutando al Evening Sun, de Nueva York. La Gaceta señalabaen su artículo, que el éxito de La Voz del Pueblo se halla implícitamente en la publicación misma: la mezquindad de su forma, su lenguaje de rastros y lo defectuoso de su impresión, revelan a leguas la falta de recursos y de inteligencia de sus editores. Y agrega, quijotescamente, que (…) el Gobierno desde que apareció el primer número de la Voz supo quiénes eran los que influían en su publicación; obrando empero con la mesura y templanza que nunca le abandonaron, no quiso proceder contra ellos hasta conocerlos mejor.[7]

Como es comprensible la afirmación de La Gaceta era falsa, pues de conocer las autoridades españolas a sus editores no hubieran permitido la salida de los números segundo y tercero, ni permitido la salida del país de Bellido de Luna, su principal editor.

A continuación, y en la segunda columna, se halla un artículo titulado “¡Celebridades cubanas!”,donde se mencionan como enemigos irreconciliables de la independencia a Francisco Chapotín, José Llerena, José Barranco, Luis Cortes y Cristóbal Zayas Bazán. Y termina con una poesía, muy mal escrita, “A la muerte de Narciso López”, firmada por Una cubana.

Monumento a Eduardo Facciolo en su natal Regla. Foto: Cortesía del autor

De nada valió que el padre de Facciolo, en calidad de español, les pidiera a las autoridades que perdonaran la vida de su hijo, la señora Dolores Alba imploró clemencia para su hijo al propio Capitán General Don Valentín Cañedo, ningún elemento fue escuchado. No obstante, Facciolo fue condenado a muerte en garrote vil; condena que fue ejecutada el 13 de septiembre de 1852.

Se ha dicho que después de la muerte de Facciolo volvió a publicarse La Voz del Pueblo, pero según refiere Joaquín Llaverías, quién ha realizado la más completa y rigurosa investigación sobre La Voz del Pueblo Cubano, él no encontró en su extensa búsqueda ningún dato que demuestre esa aseveración.

El célebre escritor cubano Cirilo Villaverde, en su novela Cecilia Valdés, refiere a propósito de “la muerte de Facciolo, la fama ganada por la justicia española de aquellos tiempos que eran capaces de llevar su saña hasta el sepulcro de los condenados”.[8]


Notas:

[1] Joaquín LLaverías: “Contribución a la Historia de la prensa periódica”. Director del Archivo Nacional 1922-1956. Prefacio Elías Entralgo, La Habana, 1959. Publicación del Archivo Nacional de Cuba, XLVIII Tomo II, La Habana, 1959, Pág. 183.

[2] Ibidem

[3] Ibidem, p. 184.

[4] Ibidem, p. 185.

[5] Ibidem

[6] Ibidem, p. 187.

[7] Ibidem, p. 197.

[8] Cirilo Villaverde: Cecilia Valdés, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1978, capítulo IX, p. 76.