La idea de organizar este panel surgió de una conversación con Laidi y con Jaime y de un tuit que hice sobre “gente retrógrada y oscurantista”, así les llamé, sin mencionar ninguna religión, que estaba trabajando para confundir a personas mal informadas en torno al Código de las Familias y (sobre todo) de los comentarios ofensivos, muy ofensivos, realmente feroces, que habían puesto en mi perfil de Twitter. Ilustré ese tuit con una imagen del Diablo presidiendo un aquelarre, una de esas estampas muy utilizadas por la Inquisición para sembrar el miedo. Para algunos de los activistas e inquisidores del presente nuestro Código es como el Diablo, y lo agitan, como en la Edad Media, para asustar a la gente y para que vean un peligro en toda idea asociada a la emancipación.

“La mentira, reiterada, impúdica, grosera, siempre ha sido un arma de nuestros enemigos”.

A propósito de las campañas contra el Código, hay que recordar algunos pasajes realmente terribles de esta guerra híbrida o no convencional, o como quiera llamársele, que se ha librado desde el triunfo de 1959 contra la Revolución Cubana y que ha sido acompañada todo el tiempo, como sabemos, por actos terroristas y agresiones de toda índole.  

Ahora hablamos de fake news, pero Fidel tuvo que convocar a aquella masiva conferencia de prensa que él bautizó como Operación Verdad tan temprano como enero de 1959, a partir de la avalancha de calumnias que caía sobre la joven Revolución en torno a los juicios contra asesinos y torturadores del régimen batistiano. La mentira, reiterada, impúdica, grosera, siempre ha sido un arma de nuestros enemigos. Ahora la están usando de nuevo para mover algunos resortes emocionales en la población.

Uno de los que me insultó en Twitter se permitió mencionar nada menos que a la Operación Peter Pan como algo meritorio, como algo que había sido eficaz para preservar, ante la amenaza del gobierno revolucionario, la patria potestad, ese concepto que ahora mismo enarbolan malintencionadamente los enemigos del Código. Fue muy oportuno, porque, sin duda, hay que recordar (en vísperas del referéndum del domingo) la llamada Operación Peter Pan. Todo empezó en 1960. No había redes digitales, pero ya teníamos una emisora nombrada Radio Cuba Libre (la antecesora de Radio Martí). El 26 de octubre de 1960 esta emisora lanzó el mensaje siguiente: “¡Madre cubana, escucha esto! La próxima ley del gobierno será quitarte a tus hijos desde los 5 años hasta los 18 años”.

Otra llamada de alerta también fue muy dramática: ¡Madre cubana, no te dejes quitar a tu hijo! Es la nueva ley del gobierno, (…) cuando esto ocurra serán unos monstruos del materialismo”.

Esto del adoctrinamiento en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas fue tomando ribetes delirantes. Se llegó a decir que los niños cubanos serían sacrificados y devueltos a Cuba en latas de carne rusa. También redactaron e imprimieron en los Estados Unidos una falsa Ley de la Patria Potestad, supuestamente emitida por el gobierno cubano, que se distribuyó clandestinamente entre la población.

El hecho es que, entre el 26 de diciembre de 1960, en que salió el primer grupo, y el 22 de octubre de 1962, que llegó el último a Miami, fueron sacados de Cuba a través de la Operación Peter Pan un total de 14 048 niños sin acompañantes. Fue para todos esos niños y para sus familias una experiencia muy traumática. Hay un documental extraordinario de Estela Bravo acerca de ese plan tan siniestro y tan cruel.

Otro recuerdo que me ha venido insistentemente a la memoria por estos días tiene que ver con la revista Vitral, adscrita al obispado de Pinar del Río, fundada en 1996 y cerrada, después de 11 años, en 2007. Yo estaba en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) en la primera época de Vitral. Recuerdo que la revista idealizaba la vida de la provincia en la época prerrevolucionaria y fomentaba una nostalgia intencionada hacia aquellos tiempos (verdaderamente sentir nostalgia por el Pinar del Río de los años 40 y 50 del siglo pasado significa un alarde de imaginación y de cinismo). Uno de los temas reiterados en la revista era cómo habíamos retrocedido en el campo de los valores familiares con la Revolución, algo muy similar a lo que están diciendo ahora. La “familia pinareña” había sufrido mucho con las movilizaciones militares y agrícolas, con el internacionalismo, con la incorporación al trabajo de la mujer, con la escuela al campo, etc. Y yo les ponía a los compañeros, allá en la filial de la UNEAC en Pinar, cuando debatíamos sobre Vitral, un ejemplo de mi propia familia: cuando murió mi abuela paterna, muy joven, y un negocio de mi abuelo quebró, este tuvo que distribuir a sus hijos entre parientes más o menos lejanos, porque no podía mantener a su familia. Aquella experiencia marcó muy duramente a mi padre. Lo marcó para siempre. Es decir, que la familia pinareña de la que hablaba Vitral era una familia acomodada, no una familia pobre en una situación de crisis, ni una familia campesina de cultivadores de tabaco. Nada de eso. Era la estampa idealizada y ahistórica, siempre kitsch, por supuesto, de la familia burguesa en una provincia muy poco afortunada.

“En el centro de este Código está el respeto a la dignidad y el derecho a la felicidad de todos los seres humanos”. Imágenes: Internet

Hay un grupo de conceptos básicos en este Código que la gente que está trabajando por el no pretende soslayar o manipular. Quisiera realzar aquí que el Código no le impone nada a nadie; no es una ley para obligarte a convivir con este o con aquel, cambiar el orden de los apellidos de tus hijos, actuar contra las normas que te dicta tu religión, o crearte conflictos de conciencia. Todo lo contrario. Esta ley te da derechos, se los da a todos, a quienes los tenían y a quienes no los tenían. No les quita derechos a unos para dárselos a otros.

En el centro de este Código está el respeto a la dignidad y el derecho a la felicidad de todos los seres humanos. El principio de rechazar de manera radical cualquier forma de discriminación identifica a este Código. En términos de emancipación, de igualdad, de inclusión, de realización plena del ser humano, de rechazo a toda visión mezquina, retorcida, violenta, autoritaria, de las relaciones familiares. Estamos ante un texto del que podemos sentirnos orgullosos. Coloca el afecto como eje de todo, el eje sobre el que giran las relaciones familiares. Protege con especial cuidado a las personas que pueden estar en una situación de desventaja o de vulnerabilidad. Enfatiza en la igualdad de género, reconoce los derechos sexuales y reproductivos de todas las mujeres, y defiende su derecho a cumplir sus responsabilidades y a desarrollarse sin sobrecargas domésticas y de cuidado. 

Le comentaba a Miguel Barnet en la Asamblea Nacional, cuando se aprobó por los diputados la versión número 25 de este Código, después de haberse enriquecido con la amplísima discusión popular: “¿Te imaginas cómo hubiera sido, por ejemplo, la vida personal de Lezama o la de Virgilio Piñera si un Código como este hubiera existido desde sus años de juventud?”

Lezama y Virgilio se formaron en una sociedad donde predominaba un clima anticultural y homófobo. Sus obras eran conocidas solamente entre las minorías intelectuales.  Luego, con el triunfo de 1959, los dos se sumaron a las transformaciones culturales que impulsaba la Revolución. Más tarde enfrentaron incomprensiones absurdas por parte de dirigentes culturales muy mediocres, muy sectarios, que distorsionaron y traicionaron la política trazada por Fidel en Palabras a los intelectuales”.

Hay un contexto general que es también un desafío para este Código. La gravísima crisis cultural que vive el mundo, y que vivimos nosotros como parte de ese mundo, donde se predica la simplificación, conformarse con los titulares y con los estereotipos, no enfrentar ningún reto intelectual que implique una mínima dificultad. Esta pereza intelectual, este culto a la caricatura, al estereotipo, puede unirse a cierto conservadurismo instintivo que hay en la gente, a cierta tendencia a espantarse ante lo nuevo, ante lo que rompe los esquemas tradicionales, ante lo que choca contra viejos prejuicios.   

En medio del clima de odio que vive el mundo de hoy, de odio contra el otro, el auge del bullying y del ciberbullying, xenofobia, racismo, crecimiento de las tendencias fascistas, todo el egoísmo terrible que afloró durante la pandemia y que se multiplica día a día, en Cuba nos proponemos aprobar un Código que representa todo lo contrario.

El artículo 138, sobre el contenido de la responsabilidad parental, se refiere a que debemos educar a nuestros hijos “a partir de formas de crianza positivas, no violentas y participativas, de acuerdo con su edad, capacidad y autonomía progresiva, con el fin de asegurarles un sano desenvolvimiento y ayudarles en su crecimiento para llevar una vida responsable en familia y en sociedad” (p. 43). Habla de que tenemos que “inculcarles con el ejemplo y el trato dispensado a las demás personas una actitud de respeto hacia la igualdad, la no discriminación por condición o motivo alguno, y los derechos de las personas en situación de discapacidad y de las personas adultas mayores (…) y garantizarles un ambiente familiar libre de discriminación y violencia, en cualesquiera de sus manifestaciones” (p. 44).

“El ejercicio de la responsabilidad parental ha de ser respetuoso con la dignidad y la integridad física y psíquica de niños y adolescentes”.

En el artículo 146 se establece la prohibición de formas inapropiadas de disciplina:

Los niños tienen derecho a recibir orientación y educación de las personas adultas responsables de su cuidado a través de formas positivas de crianza, sin que en modo alguno se autorice a estas al uso del castigo corporal en cualesquiera de sus formas, el trato humillante o el empleo de cualquier otro tipo de violencia o abuso, incluido el abandono, la negligencia y la desatención a todo hecho que les lesione o menoscabe física, moral o psíquicamente. El ejercicio de la responsabilidad parental ha de ser respetuoso con la dignidad y la integridad física y psíquica de niños y adolescentes (p. 47).

En el artículo 147 (p. 47) se señala el derecho a un entorno digital libre de discriminación y violencia. Los titulares de la responsabilidad parental deben velar por que los niños y adolescentes disfruten de ese derecho.

Estamos proponiendo todo este cuerpo legal en medio de la más feroz ofensiva global contra esas “formas positivas de crianza”. Cuando la propaganda comercial dirigida a niños y a adolescentes les crea incesantemente necesidades falsas e irracionales, cuando los videojuegos y toda la industria del entretenimiento los arrastra a entrenarse como asesinos en serie, cuando la avalancha de mensajes que consumen diariamente los empuja a seguir la vida privada y las travesuras de “famosos” idiotizados que no tienen nada que enseñarles.

“Toda la industria hegemónica del entretenimiento apoya el culto a las armas de fuego y a la violencia”.

Es cierto que la venta indiscriminada de armas, garantizada por el peso aplastante del lobby de la Asociación Nacional del Rifle, influye en los cada vez más numerosos tiroteos masivos en Estados Unidos, pero el problema es mucho más complejo. Toda la industria hegemónica del entretenimiento apoya el culto a las armas de fuego y a la violencia.

“El discurso de odio es en sí mismo un ataque a la tolerancia, la inclusión, la diversidad y la esencia misma de nuestras normas y principios de derechos humanos”.

El crecimiento de las tendencias fascistas en las redes digitales, en los medios y en el lenguaje de muchos políticos llevó a que, en junio de 2019, António Guterres hiciera pública la Estrategia y plan de acción de las Naciones Unidas contra el discurso de odio: “El discurso de odio es en sí mismo un ataque a la tolerancia, la inclusión, la diversidad y la esencia misma de nuestras normas y principios de derechos humanos. (…) Socava la cohesión social, los valores compartidos, y puede sentar las bases de la violencia”.

El relator de la Organización de las Naciones Unidas para el tema había advertido:

En todo el mundo se observa una preocupante oleada de xenofobia, racismo e intolerancia. Las redes sociales y otras formas de comunicación se están explotando como plataformas para el fanatismo. El discurso público se está convirtiendo en un arma para obtener beneficios políticos, con una retórica incendiaria que estigmatiza y deshumaniza a las minorías, los migrantes, los refugiados, las mujeres y cualquier “otro”. (…) Hay que promover sociedades pacíficas, inclusivas y justas.

Es en este contexto en el que vamos a votar por nuestro Código de las Familias. Por todas estas razones podemos decir que es un Código de vanguardia en Cuba, en nuestra América y en el mundo.

Tomado de La Ventana, Portal Informativo de Casa de las Américas