Miguel Hernández

Las cárceles

I

Las cárceles se arrastran por la humedad del mundo,

van por la tenebrosa vía de los juzgados:

buscan a un hombre, buscan a un pueblo, lo persiguen,

lo absorben, se lo tragan.

No se ve, que se escucha la pena de metal,

el sollozo del hierro que atropellan y escupen:

el llanto de la espada puesta sobre los jueces

de cemento fangoso.

Allí, bajo la cárcel, la fábrica del llanto,

el telar de la lágrima que no ha de ser estéril,

el casco de los odios y de las esperanzas,

fabrican, tejen, hunden.

Cuando están las perdices más roncas y acopladas,

y el azul amoroso de las fuerzas expansivas,

un hombre hace memoria de la luz, de la tierra,

húmedamente negro.

Se da contra las piedras la libertad, el día,

el paso galopante de un hombre, la cabeza,

la boca con espuma, con decisión de espuma,

la libertad, un hombre.

Un hombre que cosecha y arroja todo el viento

desde su corazón donde crece un plumaje:

un hombre que es el mismo dentro de cada frío,

de cada calabozo.

Un hombre que ha soñado con las aguas del mar,

y destroza sus alas como un rayo amarrado,

y estremece las rejas, y se clava los dientes

en los dientes del trueno.

II

Aquí no se pelea por un buey desmayado,

sino por un caballo que ve pudrir sus crines,

y siente sus galopes debajo de los cascos

pudrirse airadamente.

Limpiad el salivazo que lleva en la mejilla,

y desencadenad el corazón del mundo,

y detened las fauces de las voraces cárceles

donde el sol retrocede.

La libertad se pudre desplumada en la lengua

de quienes son sus siervos más que sus poseedores.

Romped esas cadenas, y las otras que escucho

detrás de esos esclavos.

Esos que sólo buscan abandonar su cárcel,

su rincón, su cadena, no la de los demás.

Y en cuanto lo consiguen, descienden pluma a pluma,

enmohecen, se arrastran.

Son los encadenados por siempre desde siempre.

Ser libre es una cosa que sólo un hombre sabe:

sólo el hombre que advierto dentro de esa mazmorra

como si yo estuviera.

Cierra las puertas, echa la aldaba, carcelero.

Ata duro a ese hombre: no le atarás el alma.

Son muchas llaves, muchos cerrojos, injusticias:

no le atarás el alma.

Cadenas, sí: cadenas de sangre necesita.

Hierros venenosos, cálidos, sanguíneos eslabones,

nudos que no rechacen a los nudos siguientes

humanamente atados.

Un hombre aguarda dentro de un pozo sin remedio,

tenso, conmocionado, con la oreja aplicada.

Porque un pueblo ha gritado, ¡libertad!, vuela el cielo.

Y las cárceles vuelan.


Alfredo Zaldívar

ELLA

Sangro, lucho, pervivo

Miguel Hernández  

 I

el que afuera

sale a buscarme

como quien busca a dios

y solo encuentra

solo/encuentra

mi ceniza espantada

el que afuera

    afuera/fuera

sale a encontrarse

conmigo frente a frente

y no consigue

no/consigue/no/consigue

ver en mi rostro más que su fracaso.

el que afuera

sale a buscar su noción de espejismo

a encontrar su ilusión en las peceras

ha de saber que nunca

nunca/nunca

ha estado ni siquiera cerca de los bordes

que las orillas huyen

que el cerco no es el cerco

que no hay alambres de púas

ni hitamorreal ni cardo

que quede próximo a su hambre.

que nunca ha estado afuera.

II

adentro están las aguas

cien páginas de aguas

pero adentro del agua no estoy yo.

aquí adentro no hay nada

            nada/nada

ni maldición

ni bendición

ni pálpito.

III

Quien me quiera

que empiece por nombrarme

por decir la palabra

por buscarla

construirla

fundirla

conquistarla

ser

el mismo la palabra

y siéndolo

olvidarla

y convertirse en ella

sin saberlo

olvidar que la halló

que fue conquistador

y conquistado.