Extraño al Rito cuya poesía —de alma blanca— lo es como sinónimo de poesía pura: el texto autobastado, pagado de sí mismo, creado “a imagen y semejanza” de su peculiar especie/raza; escrito para cumplir su propia, distinta e inefable función: ser/absoluto. Extraño que un libro suyo se tome como uno de consultas, un cuaderno de apuntes que leemos bajo la condición de convertirnos en performer: realizador, ejecutor, actuante. Extraño aquella entonación exótica: su audio-escritura —por supuesto— parece solo una cosa de él; manera de poner los signos, estructuras y voces que solamente capta él alarmando la mallarmeana página en blanco.

Rito Ramón Aroche. Foto: Tomada de la revista literaria Taller Igitur

Extraño al Rito que tanto a nivel de cada texto (me refiero a cada poema unívocamente) como a nivel de unidad (me refiero al libro como “uno solo fuerte”) se expresa en Apertura, Ritornelo y Cierre.

A nivel de un poema solo, el Ritornelo resuelve dos problemas; uno: ritmo/musicalidad, y dos: afianza el contenido de los leitmotiv.

A nivel de todo el cuaderno el Ritornelo construye una gran sinfonía, con sus recurrencias intercambiándose y jugando —como en la percepción que tenemos de los “círculos concéntricos”—. Extraño al Rito cuyo material —entrañable— nos permitía viajar de un libro a otro, a través de fotogramas literarios de la ciudad subjetiva, de la ciudad de los inmortales, y donde se abría la incertidumbre del límite del mundo y a la vez la resolución de continuar —aún con fanales deficientes— por abismos, pozos y tinieblas, como en una aventura de nueve puertas para la resurrección. O sea, que extraño al Rito que nos permitía leer-lo mediante asociaciones constructivas. El Bárbaro del Ritmo; un ingenio azucarero; la “tensión dinámica” del fisiculturista Charles Atlas; los Cuartetos y el pájaro testigo de T. S. Eliot; Man Ray o la fotografía. La ciudad subjetiva de Guattari, o la de los inmortales borgiana; las Iluminaciones de Rimbaud, el farol negro de Baudelaire, la numerología china. Extraño al Rito que esgrime la idea del fuego como palimpsesto. (Palimpsesto: escritura que conserva vestigios de otra anterior; soporte en el que se podía borrar lo escrito para volver a escribir). El Rito al que preguntamos: ¿Estás convencido de que no hay hoy escritura prístina, escritura primordial? O, por haber existido la original, ¿solo existirá la posibilidad de restituirla, de reinstaurarla, de restaurarla? Extrañamos al poeta que nos hizo resumir:

Escribimos sobre la pionera, intentando restituirla; intentando restituirla; lo que no podemos porque de la escritura esencial solo hay “restos”; restos conformando “otra” idea del objeto; y por esto nos hemos “desplazado/deslizado/desligado”.

Imagen: Tomada de Claustrofobias

A mucho texto suyo Rito da la apariencia aforística, epigramática, parabólica de la charla sabia y contundente de personas —sin importar la edad— con mucha experiencia; el hablar sentencioso de gente que pasó de la niñez a los asuntos (como aquella canción de Miguel Chávez); frases acuñadas por la trasmisión oral; la forma natural del lenguaje que Rito da como Raspe de Picasso → “No busco, encuentro”. Para que/como lectores/ nos convirtamos en coautores y podamos crear, por ejemplo, nuestro propio refrán: [Cuando hay desastre, no se come bien] ← viene de la situación de carencia y podredumbre vista en Hölgan, localidad ficticia de su libro La estación del año (Letras Cubanas, 2017). Eso extraño de Rito. Y la hermosa forma de exponerse el misterio en su obra/el insondable universo/un sonido como Dios/el son de almendra/donde habita lo glorioso→ “aquel lugar —escribe nuestro amigo— estaba como un pensamiento”/ expresiones de exaltación-exhortación-exultación. El ruido ventoso entre las hojas/ la onomatopeya del viento/ el eco escurridizo inescrutable/ lo que forma el secreto/ la sobre-naturaleza de tal o más cual sonido. Finalmente, extraño no decirle hoy —como otrora “las mujeres/los pollitos”— El Conde Negro.

1