Extravíos de Vargas Llosa en la escala evolutiva

Mauricio Escuela
29/10/2020

Sin duda, Mario Vargas Llosa pasará a la historia como un gran escritor de ficción. Lástima que las metáforas que intenta como analista político caigan en el universo de la insensatez. Pocas de las predicciones hechas por el autor peruano se han convertido en realidad, y sus fracasos políticos van desde una fallida campaña por la presidencia —cuyo golpe lo llevó a irse definitivamente del país hacia una Europa “más culta y liberal”— hasta unas columnas en el periódico El País, donde defiende y representa el proyecto globalista y de dominio. Hace tiempo dejó de existir el Varguitas que en los años sesenta escudara a los pueblos, ahora es un aristócrata que dicta desde Europa hacia una América considerada por él insalvable y en manos de lo peor.

F
El escritor peruano recibió el Premio Nobel de Literatura en 2010. Fotos: Internet
 

Los lectores que agradecemos una buena parte de sus novelas y cuentos, así como ensayos y reflexiones en torno a la creación, lamentamos leer bajo su firma tamaños disparates, imposibles de confirmar. Uno de sus mayores desatinos lo encontramos en la columna que dedicara al golpe de Estado del 2019 contra Evo Morales, en Bolivia, suceso que calificó de acto cívico contra un dictador. No conforme con ello, Vargas Llosa habla de una masa de cubanos “con fusiles y dólares” que fueron expulsados del país. El escrito, que salió a los pocos días del golpe, no muestra ni una sola prueba de que La Habana sostuviera tropas en La Paz, solo lo afirma. Sin embargo, al salir de la pluma de Vargas Llosa, “debe ser verdad”. Penosa situación la del autor, compelido a la defensa de causas que no eran suyas en un inicio y a las que ahora deberá morir aferrado.

No solo se trata de un gran escritor en manos de quienes han sostenido el éxito fulminante de su carrera, sino de un símbolo popular ahora convertido en el arma perfecta de tendencias y acciones que la élite realiza en el tercer mundo en pos de los recursos.

¿Qué había detrás del golpe a Evo? En pocos días todas las propiedades pasaron a firmas privadas, dejando a los locales en la misma indigencia de antaño: el modelo extractivo que inauguraran los españoles en la conquista. No obstante, Vargas Llosa insistió en que Áñez, una desconocida por la que nadie votó, representaba más a la democracia y a la libertad que el indígena. En un acto de supremo racismo, el novelista negó que el mandatario fuese étnicamente legítimo y lo calificó de mestizo cultural, en un intento por deslegitimar el hecho sin precedentes que significó la refundación del Estado Boliviano a partir de una concepción pluralista desde el punto de vista racial, de credo y político.

Para el escritor, Evo era un tumor por el que nadie votaría; un ser que violentaría la voluntad del pueblo. Nadie refiere el papel de la embajada de Washington ni el inmediato apoyo norteamericano al golpe de Estado. El sagaz periodista, que aboga por lo objetivo y la limpieza ética en la creación, se pierde en su ceguera justificativa, dejando de lado elementos sólidos, juicios de valor, realidades y otras tantas sentencias que conformarían una buena columna.

Con este autor sucede lo que ya conocemos los periodistas: no importa la verdad, sino lo que se interprete como tal. Es muy orgánico y conveniente, en tiempos de asonadas golpistas, contar con una personalidad seguida por millones de lectores, para validar, desde su pluma, cuanta fechoría sea hecha. No se niega el valor que, desde el punto de vista de la obra literaria, posee Vargas Llosa, sino que se lamenta su fidelidad a quienes se apropiaron de su pluma para colocarlo en situaciones tan difíciles. Un año después, cuando el pueblo boliviano votó por el regreso al poder del Movimiento Al Socialismo, la columna de El País resulta pura y ridícula retórica, una evidencia más del lugar que ha ocupado esta mente lúcida y genial de América.  

Piedra de toque, nombre que recibe la columna, se estrenó en 1977 y desde entonces ha sido publicada en diversos diarios y revistas.
 

Sin embargo, en ese entonces expresó algo que sí tuvo lógica: Áñez representaba el liberalismo mejor que Evo, no en cuanto a las supuestas libertades perdidas que esta restableciera, sino que, como se sabe, el mismo sistema que hoy promete democracia, elecciones, alternancia y pluralismo deviene dictadura cruel en el plano económico, donde las trasnacionales reinan incontestables. Eso fue lo que instauró la presidenta de facto en Bolivia, el reino del neoliberalismo; allí mandan los de afuera, los que tienen el capital, y los de adentro (las élites locales sumisas y el pueblo desposeído) obedecen.

Sí, Áñez era ese sistema, y se dedicó profusamente a su restauración. Vargas Llosa, sin poner un pie en La Paz, desde su mansión europea —donde tiene sus escarceos con la Presley— le daba el visto bueno al suceso, el orgánico parabién que necesitaban los buitres golpistas, esos que por entonces cacareaban el mote de dictador para referirse a Evo.

El profeta de Chernóbil

Por las mismas fechas en que levantaba su bandera a favor de los golpistas y contradecía su supuesto amor por la democracia, Vargas Llosa elogiaba la serie que realizara la cadena televisiva HBO acerca del desastre nuclear en Chernóbil. Para él no se trataba de un simple accidente que ciertamente dañó el prestigio de un inmenso país y del sistema; para el escritor peruano el socialismo representaba el mal, la promesa transformada en veneno para infectar el aire de una muerte invisible y negada por los diarios y los políticos corruptos.

Vargas Llosa toma por cierto todo lo planteado en la serie —que con maestría también culpa al sistema socialista—, pero olvida, en su amor por la ficción, que se trata precisamente de eso: una obra de arte. Más allá de que el gobierno de Gorbachov se comportara con impavidez e idiotez evidentes ante el mayor desastre nuclear de la historia, la mezcla entre los presupuestos filosóficos marxistas y el siniestro suceso esconde un veneno ideológico muy propio de la guerra fría cultural que encabeza el otrora progresista Varguitas. Una vez más, el accidente fue Chernóbil, pero el mal que subyace es una concepción política donde los bienes están sujetos a una propiedad colectiva y social, alejada de la supuesta eficiencia de la gestión privada, de la presumida transparencia de la prensa en manos de las élites financieras y del sistema que le pone precio a la vida. El mensaje que quiere reforzar, desde su columna de El País, es que si hubiese habido en la Unión Soviética un neoliberalismo, nunca se habría producido el accidente ni habría tenido lugar el largo rosario de víctimas que aún se contabilizan.

Como aconteció con su análisis sobre Bolivia, Vargas Llosa padece de una conveniente ceguera que lo lleva a obviar hechos que contradicen sus tesis. ¿Qué hay del accidente en Fukushima, en el corazón de un país que fue hasta hace poco la segunda potencia neoliberal del planeta? Japón no solo calló entonces  las consecuencias humanas y ambientales del desastre, sino que, hasta la fecha, la central sigue siendo un misterio, tanto que la noticia ha desaparecido de las agencias informativas.

Sin duda, los poderes globales no tienen el mismo interés en capitalizar este suceso, como sí lo hacen con Chernóbil, al cual le dedican este capítulo refinado y peligroso de la guerra fría cultural. ¿Por qué? La Rusia de Putin es, según describe Vargas Llosa en esa misma columna, un equivalente a la Unión Soviética, donde solo cambiaron un poco los mecanismos de mercado. Falacia que obvia el inmenso abismo que separa pasado y presente en el país euroasiático, pero que conviene muy bien a quienes ven con malos ojos el resurgir nacionalista ruso, sobre todo en lo referente a cuestiones energéticas y la consiguiente dependencia europea y occidental hacia Moscú en cuanto a importaciones de crudo.

Llosa es el escritor-arma de un poderosísimo sector vinculado al sistema financiero. En su elogio a la serie de HBO ignora los esfuerzos que la Unión Soviética, su pueblo y dirigentes de base hicieron para apagar el peligro, pagando con sus vidas. Un capítulo que solo pudo ser posible gracias a la cultura de bien común y colectivo que años de socialismo sembraron en las masas.

Llosa tampoco menciona que durante décadas Cuba colaboró activa y valiosamente, sin cobrar un centavo, en el tratamiento de los niños con cáncer procedentes Chernóbil, entereza que no tuvieron ninguna de las instancias que hoy lucran a través de la criminalización del socialismo en programas televisivos. Al parecer, ignora que si la ayuda cubana tuvo lugar fue gracias al sistema que él intenta denigrar en su columna, y no por obra y gracia del mercado.

Este autor se erige profeta al declarar que, como mismo ocurrió con la Unión Soviética, sobrevendrá el fin de todos los socialismos bajo un manto de desastres y mentiras. Sucede con sus análisis algo que se conoce en lógica como la ventana Overton, o sea, tomar un punto de vista sesgado y, mediante la negación de todo lo demás, construir un sistema de juicios que derive en acciones políticas concretas. No interesan otras evidencias ni experimentos, solo lo que dice Vargas Llosa. Su autoridad deberá funcionar como lo correcto, lo aceptable y lo democrático, de cara a las masas de lectores. Los amos del mundo que pagan este fenómeno leyeron bien a Antonio Gramsci cuando este escribió sobre la necesidad de una cultura orgánica, que construyera una hegemonía de clase casi imposible de sortear por la vía del desmonte ideológico o fáctico. 

Elogio de un conservador

Luego de recordarnos que posee una piedrecita del Muro de Berlín y que no hizo caso al suceso del derribo de dicho baluarte, pues estaba en plena campaña por la presidencia de Perú, Vargas Llosa pasa al elogio de sus amigos de clase y partido. Aunque la historia se encargó de desmentir las tesis de Fukuyama, el escritor peruano insiste en que no hay más espacio para utopías, y que se deberá adoptar como perfecto un sistema que se acerque a la visión —para él modélica— de Margaret Thatcher. 

“Cada vez más estos artículos se leen en clave cínica y de chanza”.
Ilustración tomada del sitio de Periodistas en Español.com

 

En su columna de El País, Llosa nos hace un retrato del conservador que él quisiera ser, en la figura del escritor Sir Roger Scruton. Se trata de un representante orgánico de la aristocracia británica, famoso por sus encendidas proclamas que llamaron a volver al antiguo orden. Una figura decorativa en medio de la vorágine capitalista de la Inglaterra neoliberal. Vargas Llosa lo menciona pues lo considera un rival “honorable” al liberalismo. Claro está, en primer lugar porque esa figura de juguete no representa un desafío real al sistema imperante, sino un adorno más. Tal es el mundo idílico sin lucha de clases que crea en su mente este autor orgánico del sistema, el de liberales y conservadores, al viejo estilo parlamentario inglés. Por eso le niega viabilidad a Evo y lo llama “falso indígena” y dictador, y calla ante resultados eleccionarios que se resisten con evidencia a los intereses del capital financiero.

Para Varguitas, lamentablemente, el análisis político no funciona como sus cuentos y novelas, según la voluntad del narrador, sino que la historia tiene como motores a los sujetos que la sufren y la hacen; algo que el escritor, aunque conoce, elige no incluir en dichas columnas. Cada vez más estos artículos se leen en clave cínica y de chanza, para burlarse de los errores y carencias que impone el uso de la Ventana Overton. Un meme de la red social Facebook ilustraba muy bien este fenómeno, cuando un usuario compartía una captura de pantalla con el siguiente mensaje: “Hola, Vargas Llosa del 2019, vengo del futuro a leer tu columna sobre el golpe contra Evo”.

Varguitas quiere moverse entre aristócratas, y para ello paga el precio de su pluma con el consiguiente desprestigio que ello acarrea. Vértebra a vértebra, las columnas en El País van descendiendo en la escala evolutiva.