Hay quienes creen que el fútbol es un asunto de vida o muerte. A mí no
me gusta esa actitud. Os aseguro que es mucho más importante.

Bill Shankly (famoso entrenador escocés)

Cuando a fines del pasado noviembre falleció la conocida escritora madrileña Almudena Grandes, uno de los primeros titulares que le rendía tributo rezaba, a continuación de su nombre, “…divertida, llena de amigos, rigurosa, del Atleti y roja”. En 1993, en un café de la Granada que lo vio nacer, yo había conocido al que sería su compañero inseparable durante las tres últimas décadas, el poeta Luís García Montero. Justo por esos tiempos empezaba la relación de ellos dos, pero nunca tuve el privilegio de coincidir con ella. Pero por Luís, los amigos comunes —Nicolasito, Waldo, Alexis—, y las lecturas de su obra, sobre todo de su periodismo, estaba consciente de esas cualidades que le eran intrínsecas e inseparables. Por eso percibí, como el homenaje más natural y consecuente, que el sábado 4 de diciembre en el campo del Wanda Metropolitano, casa del Atlético de Madrid, la afición conmovida guardara un minuto de silencio, mientras la imagen de Almudena asomaba en las pantallas del estadio que le fuera tan querido.

Bajo los acordes del himno del club, los jugadores formados en el centro del terreno, y los espectadores desde la grada expresaron su admiración a Grandes. El equipo ya había dado a conocer, en su página web la semana de su fallecimiento, que “la familia atlética” estaba de luto: “Era una gran aficionada rojiblanca y miembro de la Peña de Los 50”.

Los vasos comunicantes que se visibilizan entre escritores, artistas y su condición de seguidores del fútbol y el béisbol tienen las mismas coordenadas. Me gustaría recomponer una frase de Borges, alguien ajeno a los deportes pero que no pudo desconocer su impronta: “Los aficionados al fútbol no son ni buenos ni malos, son incorregibles”. Juicio que podemos aplicar puntualmente a los aficionados al béisbol.

“Almudena Grandes nunca dudó en usar su popularidad para combatir causas políticas o para hablar de fútbol, y de su Atlético de Madrid”.

Para Borges, el fútbol era estéticamente feo y lo comparaba, con malicia, con las peleas de gallos, a las que consideraba más lindas, argumentando en clara burla con su ceguera, de que “ocurrían ahí nomás, al lado de uno, son ideales para los miopes”. Llegó a sentenciar, con su estilo elitista y lapidario, que “el fútbol es popular porque la estupidez es popular”.

La escritora Estela Canto,[1] quien fuera amiga íntima, en su afectivo libro de memorias, Borges a trasluz (Editora Espasa Calpe, Argentina, tercera edición, 1999), nos hace partícipes de cómo se mezclaban el desconocimiento del fútbol y su entramado social, con los prejuicios ideológicos y determinadas posturas reaccionarias del ilustre ciego:

Durante el campeonato mundial de fútbol le sorprendió que la alegría por el triunfo argentino (obtenido mediante un soborno en 1978) fuera celebrado por las multitudes porteñas con bombos, platillos y matracas. ¿Por qué esta afirmación tan ofensiva para expresar la alegría? El grosero bochinche tenía para él las peores asociaciones: el peronismo. Pero tuvo que darse cuenta de que esta bulla no era exclusiva de ese detestado partido político. Los argentinos tienden a expresar la alegría con ruidos.

En una de las primeras escenas de la película Plata dulce, dirigida por Fernando Ayala y Juan José Jusid en 1982, el actor Julio de Grazia entra al taller donde trabaja coreando eufórico “¡Argentina… Argentina…!”, para celebrar el campeonato mundial ganado la víspera. Su compañero de labor y coprotagonista, el consagrado Federico Luppi, lo interrumpe para decirle que para qué tanta celebración si hay que trabajar temprano como todos los días, a lo que responde Grazia: “Peor están los holandeses…”, en alusión socarrona al rival derrotado. La aparente anécdota trivial es un reflejo del entramado manipulador y contradictorio en que vivió la sociedad rioplatense, la festividad del evento deportivo a la sombra de la junta militar.

«Era una gran aficionada rojiblanca y miembro de la Peña de Los 50».
Foto: Tomada de perfil Twitter del Atlético de Madrid

La ensayista argentina Beatriz Sarlo, a tenor de un reciente mundial del “deporte de las multitudes”, recordó cómo Argentina 78 fue toda una campaña de la dictadura en aras de mejorar su imagen en lo internacional, y desmovilizar desde el fanatismo deportivo y el chovinismo la amplia oposición popular. Así lo resumió Julio Cortázar con su ponderada lucidez: “…el aparato del poder ha puesto en marcha el llamado ‘modelo argentino’ que simbólica e irónicamente comienza con el triunfo, el de la Copa Mundial de Fútbol, y se continúa, ahora en el campo de la industria pesada y el dominio de la energía nuclear”.[2]

Son innumerables los autores —con diferentes signos ideológicos y tendencias creativas—, que se ocupan del deporte, y en particular de sus implicaciones socioculturales, como encontramos en las dos expresiones atléticas por excelencia de nuestro hemisferio. Por ejemplo, el amigo y valioso intelectual que es el brasileño Eric Nepomuceno colaboró con sus crónicas sobre Brasil 2014 y la dinámica de la sociedad brasileña, en su columna habitual del periódico mexicano La Jornada, donde puntualmente religó deporte, curiosidades y el entramado político y económico de sus compatriotas. Lecturas interpuestas que calan la cultura en su expresión más abarcadora.

Al otorgarle en 1957 el Premio Nobel a Albert Camus, el jurado argumentó entre sus méritos como su expresión literaria representaba “el conjunto de una obra que pone de relieve los problemas que se plantean en la conciencia de los hombres de hoy”. Camus, que jugó como portero en la Universidad de Argel, llegó a decir: “Lo que más sé sobre la moral y sobre las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”. No tengo certeza de cómo se emparenta “la conciencia del absurdo” enunciada por el escritor con el ejercicio del deporte, pero sí como lo reconoce —conciencia, moral, obligaciones—, como parte ineludible de la condición humana.

El conocido autor Eduardo Galeano ha escrito en reiteradas ocasiones sobre su relación con el fútbol. En algún momento comentó cómo se había reconocido como un jugador muy brillante, el mejor del mundo, mejor que Pelé, Maradona, Messi… cuando estaba soñando. “Cuando despertaba tenía piernas de madera. Entonces decidí ser escritor”.

“Son innumerables los autores —con diferentes signos ideológicos y tendencias creativas—, que se ocupan del deporte, y en particular de sus implicaciones socioculturales”.

Los ejemplos se multiplican en diferentes latitudes de lo que podríamos llamar “las dos mitades” del ser intelectual y el seguidor de un deporte determinado. Como el gran compositor e intérprete brasileño Chico Buarque, juglar y jugador activo del Polithema de Brasil, o el mítico Bob Marley, líder de su equipo y de la más grande agrupación de reggae, y que ha “escrito y cantado a los cuatro vientos que el fútbol es un arte en libertad”.

En una lectura diferente, y retomando el ámbito de la sociología y las públicas desavenencias de Borges con el fútbol y los conflictos de sus compatriotas al respecto, el cronista Juan Manuel Vázquez desentierra esta paradójica coincidencia:[3]

A la misma hora que la selección argentina de fútbol debutó en el Mundial de 1978, el escritor bonaerense Jorge Luis Borges dictaba una conferencia sobre la inmortalidad. El hecho que pudo ser una coincidencia insignificante cobraba sentido, pues en esa misma ciudad la gente, en medio de una de las más feroces dictaduras, celebraba la misa enloquecida del balompié. Probablemente era una de las ocurrencias con las que el escritor mostraba desdén por las expresiones que consideraba vulgares.

El autor de Un mundo para Julius, Alfredo Bryce Echenique, retoma la dinámica —y la dramaturgia— del escenario atlético para revelar algunas claves de su escritura. A la pregunta de si “los perdedores le inspiran mucho”, responde con una analogía deportiva: “Sí, dan más para la creación literaria. Fíjese, durante un partido de fútbol el interesante no es el jugador que mete el gol sino el portero al que se lo han colado. De ese siempre puede extraerse más material”.

Como nos recordaba y remataba con admiración un cronista a raíz del fallecimiento de la destacada novelista y activista social, “Almudena Grandes nunca dudó en usar su popularidad para combatir causas políticas o para hablar de fútbol, y de su Atlético de Madrid”.


Notas:
[1] En 1999 el director Javier Torres realizó el filme Estela Canto, un amor de Borges, donde adapta las memorias borgeanas de la escritora.
[2] Julio Cortázar. Clases de literatura. Berkeley, 1980 (Alfaguara, México, 2015, p. 288).
[3] Juan Manuel Vázquez. “Borges” (Periódico La Jornada, sábado 15 de febrero de 2014, p. 36)
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