El siglo XX se estrenó con la frustración del proyecto de república martiana. La injerencia norteamericana y la constitución de la República neocolonial no lograron materializar los anhelos forjados durante la lucha nacional-liberadora del pueblo cubano.

A partir del legado intelectual del Apóstol fue posible asumir de manera positiva la lucha por la independencia patria. Imagen: Obra de Tato Ayress / Tomada de Cubahora

Las aspiraciones de los Estados Unidos de apoderarse definitivamente de Cuba desde el gobierno de Thomas Jefferson, en 1805, tuvieron la posibilidad excepcional de concretarse. Perdurarían las condiciones prevalecientes durante el período colonial de la Isla y se obstaculizarían los intentos de independencia absoluta del país. De hecho, la absorción económica de Cuba por la economía norteamericana la acercaba cada vez más a la poderosa Unión.[1]

La descomposición de la vanguardia mambisa [escribe Raúl Roa], la incomprensión del papel político de las masas en las condiciones creadas por el neocolonialismo, la carencia de una teoría revolucionaria capaz de interpretar la realidad […], la traición de la clase dirigente al Manifiesto de Montecristi y el mito de la fatalidad geográfica, hábilmente cocido en los laboratorios de propaganda del imperialismo, empezaban a surtir sus nefastos efectos.[2]

En estas circunstancias, ocurrió paulatinamente una reorientación de la producción intelectual, en la cual se percibe la ausencia del estudio sistemático de la obra del Apóstol y la ausencia de continuidad ascendente en la producción filosófica, histórica o cultural que permita tomar conciencia de la historia y los valores martianos.

La anécdota y el episodio fueron el medio a través del cual se conoció a Martí; después del silencio provocado por la intervención y usurpación extranjeras, y el dolor inmenso de sentir la frustración de la República, el clamor de Martí se convirtió en el panegírico emocionado, pero no proyectó la real y profunda magnitud del Maestro. En los primeros 16 años de la República apenas se publicaron siete trabajos relacionados con él, de los cuales solo dos correspondían al primer lustro.[3]

Martí emerge entonces a la vida política nacional como un símbolo sobre el cual se erigió un proyecto fundacional. A partir de su legado intelectual fue posible asumir de manera positiva la lucha por la independencia patria. Pero más que eso, ofrecía una vida sacrificada y una muerte heroica, capaces de convocar mancomunadamente todos los esfuerzos desde posiciones que podían resultar diametralmente opuestas.

En los primeros 16 años de la República apenas se publicaron siete trabajos relacionados con José Martí, de los cuales solo dos correspondían al primer lustro.

La República neocolonial en Cuba surge el 20 de mayo de 1902 con el lastre de la Enmienda Platt como apéndice en la ley fundamental de la nación. El apéndice constitucional había sido aprobado por y en Washington, donde se condicionó la retirada de las tropas de ocupación a la aprobación de sus ocho artículos, que establecían serias limitaciones a la soberanía de la nación. Si todos provocaron indignación, hubo dos en particular que ocasionaron un fuerte rechazo: el tercero, que otorgó el derecho a la nueva metrópoli de intervenir cuantas veces quisiera y el séptimo, mediante el cual obligaron a Cuba a conceder porciones de su territorio para construir estaciones navales o carboneras (de este modo surge la Base Naval de Guantánamo, que se mantiene contra la voluntad del país, convertida hoy en una cárcel donde se violan sistemáticamente los derechos humanos de quienes se encuentran allí prisioneros). Para no dejar margen a duda, el interventor Wood reconocía en una carta que a Cuba le habían dejado poca o ninguna independencia. Aprobada por la Asamblea Constituyente cubana bajo estas condiciones el 12 de junio de 1901 por 16 votos contra 11, fue rechazada vigorosamente por el pueblo.

La opción anexionista había encontrado fuerte oposición interna y externa. El gobierno estadounidense no pudo ignorar la enorme simpatía que había despertado la heroica lucha del pueblo cubano en amplios sectores de la población, como tampoco podía desconocer que una parte influyente de las clases dominantes, como los remolacheros y tabacaleros del sur, veían un gran peligro para sus intereses económicos que los productos de la Isla entraran libres de aranceles en su territorio.

Pero el factor fundamental a tener en cuenta para apoyar la creación de un estado republicano con reconocimiento internacional, aunque de carácter dependiente, fue la permanente movilización patriótica del pueblo cubano, que libró su batalla con múltiples y enérgicas acciones públicas, entre las cuales se hallaban los homenajes a héroes y mártires de los movimientos emancipadores del siglo XIX, ocupando un sitio de honor los consagrados a Martí. En esta disyuntiva ─como razonaba Diego Vicente Tejera─ si se aspiraba a la nacionalidad, no había otro camino que manifestarse tenaz y enérgicamente para reafirmar que esta se sentía vivamente y eran capaces de alcanzar su plena realización[4], aun en aquellas difíciles circunstancias.

De este modo, ante el peligro de una ocupación militar indefinida, se hizo razonable alternativa aceptar aquella república dependiente, hasta que se pudiera derogar la onerosa Enmienda y sin trabas lograr construir una Cuba cubana. A fin de cuentas esta no sería la primera república, ya el 10 de abril de 1869 el pueblo cubano había aprobado una Constitución que declaraba libres a todos los habitantes, y no reconocía dignidades, honores especiales, ni privilegio alguno.

Este contenido humanista que llevaba implícito el proyecto de nación independiente, el universo de ideas desbrozadas desde Félix Varela y José de la Luz y Caballero, en la búsqueda constante de la razón de ser del cubano a partir de su realidad y de los factores que condicionaban su existencia, alcanzó su mayor madurez y pleno significado como proceso de descolonización en el proyecto martiano de república antimperialista[5], formulado con profunda radicalidad en su discurso “Con todos y para el bien de todos” cuando declaraba que la ley primera de la República debía ser “el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre…”.[6]

“Martí emerge (…) a la vida política nacional como un símbolo sobre el cual se erigió un proyecto fundacional”. Imagen: Obra de Raúl Martínez / Tomada de Juventud Rebelde

Después de la muerte en combate de Martí y de la terminación de la guerra de independencia, la corriente liberal proveniente del autonomismo se propuso elevarse al rango de una corriente histórica progresista, favorable al desarrollo nacional cubano.

Para ello acudió a la construcción de símbolos nacionales, entre los cuales Martí devino en un símbolo fundacional de la república que cumplió la función de legitimar el poder y de identificar los más diversos grupos sociales e instituciones en Cuba con valores totalmente opuestos al proyecto revolucionario del Apóstol.

En el fondo de estas ideas y propósitos estaba la postura de la burguesía cubana, la cual había renunciado como clase a la defensa del interés nacional cubano. Aunque pudieran encontrarse algunos grupos interesados en la emancipación nacional, lo cierto es que la burguesía cubana, en cuanto clase, prefirió entenderse con el imperialismo a vincularse a los obreros y el pueblo en una batalla decisiva por la independencia económica y política de Cuba.

Esta postura trajo como consecuencia que los voceros políticos de la burguesía cubana y del imperialismo yanqui trataran, en los primeros años de la Neocolonia, de ofrecer un Martí romántico, sacrificado y dispuesto al perdón, cuyo propósito esencial había sido el de independizar a Cuba de España. Especial cuidado se tuvo de no hacer referencias a las posiciones claramente antimperialistas de Martí y a las críticas que este hizo acerca de la sociedad norteamericana y de la burguesía cubana. José Martí, en 1894, alertando sobre los peligros del autonomismo, denunciaba la alianza de “las diversas fuerzas públicas que, a falta de vigilancia y acción, hubieran podido convertirse en Cuba en el funesto imperio de una oligarquía criolla […] cuya existencia solo se hubiera podido mantener por la liga encubierta con el poder español, o por la entrega del país a una civilización extraña, que niega a Cuba la capacidad probada para el gobierno libre, y declara necesitar de ella para fines sociales y estratégicos hostiles a la paz y albedrío del país”.[7]

Si bien la penetración y divulgación del pensamiento antimperialista de José Martí no se conocía suficientemente en Cuba, lo más importante para los representantes de la corriente liberal que alcanzó el poder político, era dar como logrado “el ideal revolucionario” por el que se había luchado en 1868 y 1895, y de este modo, pasar sin dilación al restablecimiento y respeto del orden social histórico que en Cuba existía.

Fue precisamente en la lucha contra la intromisión norteamericana, que el rescate de la herencia martiana comienza a asumir un papel primordial por la realización de la plena independencia y por la unidad —bastante maltrecha en aquel momento— de todas las fuerzas políticas para enfrentar con éxito los intentos de anexión de Cuba a los Estados Unidos.

Con el advenimiento de aquella República de ficción, la mayoría de los cubanos pensó que la importancia de Martí, organizador y líder principal de la guerra del 95, radicaba fundamentalmente en ser un modelo paradigmático de las aspiraciones nacionales de independencia.

El gobierno republicano, compuesto fundamentalmente por liberales de derecha, no vaciló en acordar el homenaje a Martí en cada aniversario de su muerte mediante una sesión solemne del Congreso de la República”.[8] La figura del insigne patriota sustituyó la efigie de Isabel ii en el Parque Central de La Habana en 1905, después de una encuesta pública dirigida por la revista El Fígaro, y en 1915 su rostro apareció en el anverso de la primera moneda nacional de curso legal.

Estos pasos respondían al interés que tenía el poder político de diseñar cuidadosamente una imagen del héroe que contribuyera a conservar el estatus establecido. Así lo expresó Roque E. Garrigó en su libro titulado América. José Martí, premiado en 1911 con medalla de oro y regalo del presidente de la República:

El estudio de la vida de Martí en su aspecto político, reponiendo todo lo de colonial y, por ende, vejaminoso que tenía Cuba, despierta en el espíritu grandes temores por el porvenir de sus instituciones republicanas […] Puede que él sirva para contener males que hoy parecen incontables en la República […] si lo leemos con la misma sinceridad y amor con que fue escrito.[9]

Del mismo modo Hilario Brito lo había interpretado cuando ante la petición de expulsión de los exautonomistas del poder, realizada al presidente José Miguel Gómez por la Asociación de Veteranos en 1910, enarbolaba la frase martiana: “La República con todos y para el bien de todos”. Según el autor, “Martí entendía que el perdón y el olvido eran Bastante [sic] para la convivencia de todos en la patria” y si “los que militaron en ese Partido autonomista fueron consecuentes hasta el brote de la guerra unos, y hasta la desaparición de la colonia otros; todos cumplieron como buenos cubanos; […]”.[10] De este modo, los que defendieron el programa autonomista, lo hicieron para defender “valerosamente” la patria.

En esta misma línea otros liberales autonomistas aportaron su lectura sobre José Martí en las nuevas circunstancias. José A. Lanuza decía en la Cámara de Representantes el 19 de mayo de 1908: “…un hombre animado de un amor sin límites a la humanidad y de una benevolencia para todos los humanos, por malignos que fueran o errados que estuvieran…”.[11] Un año después, en el mismo escenario, Miguel Viondi y Vera lo había definido como un hombre que “no tenía enemigos, ni obstáculos”.[12]

“Las ideas radicalmente antimperialistas de Martí, que resultaban desconocidas para la mayoría de los cubanos, no habían tenido aún la difusión necesaria a comienzos de siglo”.

El mensaje que estas personalidades deseaban trasmitir a la ciudadanía estaba muy a la vista: había que olvidar el pasado. Según ellos, en los años previos a la guerra del 95 el autonomismo había dominado los destinos de Cuba, pero la torpeza de los españoles, tanto dentro como fuera de la Isla, franqueó el camino a la Revolución, la cual encabezó Martí “como Cristo de un apostolado”.[13] Sobre este asunto, el líder autonomista Rafael Montoro destacaba que el fracaso de las reformas de la metrópoli propició la fórmula revolucionaria “bajo la dirección inflexible del gran Apóstol y organizador José Martí”.[14] Igualmente, el evolucionista Hilario Brito, al analizar esta problemática, señalaba: “…el Partido Autonomista tenía cierta cohesión con la política internacional de la exmetrópoli, que de haberse dado… los acontecimientos no se hubieran ofrecido tan ajustados a los viejos propósitos del astuto coloso del norte”. Y acto seguido hace una oportuna observación: “Martí con su clarividencia, que penetraba en lo porvenir, lo había visto todo”[15]; es decir, que el líder revolucionario aparece como un luchador que alentó el ideal de independencia, pero al mismo tiempo se percató del papel “honorable” que habían asumido los autonomistas, por lo cual estos merecían todo el reconocimiento.

Es necesario plantearse el hecho fundamental de que en estos primeros años, en Cuba coinciden distintas generaciones: una generación que se forma y alcanza su plena madurez intelectual en el siglo XIX, por lo que al reflexionar sobre la República neocolonial proyecta toda la herencia del siglo anterior, y otra generación, nacida en los finales del siglo XIX, que se consolida intelectualmente en la segunda o tercera década del XX, y comienza a plantearse los problemas de la sociedad cubana a partir de la experiencia que le ofrecen la república intervenida y el amplio despliegue imperialista en la región y a nivel mundial. Se comprende así la complejidad del debate político con que la intelectualidad cubana en su conjunto se proyecta.

En este contexto, tiene especial connotación la autoridad que desplegaron pensadores del siglo XIX, como Enrique José Varona y Manuel Sanguily, entre otros pertenecientes a la primera generación, no solo por la glorificación que hicieron del heroico pasado nacional, sino también por el especial empeño que pusieron en rescatar la cultura cubana en un ambiente de indiferencia hacia los problemas de Cuba por parte de las esferas oficiales.

El antimperialismo de corte liberal positivista caracterizó la evolución ideológica de estas figuras del siglo XIX que, conjuntamente con personalidades de la nueva generación, como Julio César Gandarilla, llegaron a comprender la amenaza que entrañaba Estados Unidos para Cuba tanto desde el punto de vista económico como político. Aunque no existió una proyección homogénea en todas ellas, la corriente de pensamiento que representaron rompió con el antinjerencismo vigente, que señalaba el origen de los problemas en la república recién instaurada en la corrupción e incapacidad de los políticos de turno, la indisciplina social y los problemas históricos de la economía cubana, entre otros, sin reconocer el papel que habían desempeñado los factores externos, fundamentalmente la penetración económica de Estados Unidos.

El problema de la identidad cultural y la preservación de la nacionalidad cubana pasaron a primeros planos en la relación Cuba-Estados Unidos, después de la segunda intervención norteamericana, época en la que se intensifica la penetración de capitales de la nación norteña. Las obras de esta corriente de recepción martiana pusieron en el centro de sus pronunciamientos medulares la necesidad de la virtud doméstica y de un gobierno honrado para evitar los peligros externos. En consecuencia, se apeló a la ética y al patriotismo para garantizar la defensa de la nacionalidad.

Esta posición, que pudiera parecer un paso hacia atrás en relación con el proyecto revolucionario de Martí, fue sin embargo, en el contexto en que se proyectó, una adición positiva al pensamiento cubano, ya que de hecho propició la reflexión y el debate en relación con los problemas nacionales más acuciantes; pero al no proponer soluciones concretas más allá del orden y progreso que propugnaba el positivismo de la época, no hay en esta corriente liberal de corte positivista una clara comprensión de la esencia revolucionaria del antimperialismo martiano.

“El problema de la identidad cultural y la preservación de la nacionalidad cubana pasaron a primeros planos en la relación Cuba-Estados Unidos, después de la segunda intervención norteamericana”.

La presencia del Apóstol en calidad de símbolo nacional tiene un momento de especial significación al terminar la segunda intervención de los Estados Unidos en 1906. Cuando en 1908 y bajo la supervisión norteamericana, fue elegido presidente de Cuba el candidato liberal José Miguel Gómez, se fijó el 20 de mayo de 1909 como la fecha de investidura. A petición del gobierno cubano, el presidente Roosevelt accedió a que el acto fuera adelantado para el 28 de enero, día del natalicio de Martí. Las fuerzas de intervención adelantaron cuatro meses la fecha de su retirada del país. De este modo, los Estados Unidos manifestaban su comprensión acerca del significado simbólico que tenía Martí para los cubanos. El nacionalismo cubano, impotente ante la política imperialista de Estados Unidos, había apelado por primera vez a su imagen para reiniciar la vida republicana, y consiguió el éxito en tal propósito.

Después de la segunda intervención norteamericana, los elementos reaccionarios pretendieron desvirtuar la herencia del legado martiano “atribuyéndole miras yanquisantes y palabras de abyección”.[16]

Las críticas expresadas por Martí a Estados Unidos no fueron objeto de análisis. Las ideas radicalmente antimperialistas de Martí, que resultaban desconocidas para la mayoría de los cubanos, no habían tenido aún la difusión necesaria a comienzos de siglo.

En una población mayoritariamente analfabeta, donde la preferencia de los lectores que existían no se inclinaba precisamente a las obras del Apóstol (en su mayoría inéditas antes de 1918), las causas de la elección de su figura como modelo paradigmático no radicaba en un conocimiento de su extensa obra.[17]

Aunque el juicio de Emilio Roig de Leuchsenring, apoyado en una encuesta realizada por El Fígaro, acerca de que solo 16 cubanos ilustres conocían realmente a Martí en 1899, no es del todo exacta,[18] no deja de coincidir con lo expresado por Enrique Hernández Miyares en un artículo escrito para La Nación de Buenos Aires en 1906. El influyente director de La Habana Elegante escribió que solo había “un microscópico grupo de jóvenes, hombres de mediana edad y viejos, que en Cuba todavía nos apretamos para hablar de Él …mientras para vergüenza nacional y revolucionaria, se apolillan los cinco volúmenes de la inmensa obra literaria del Apóstol”.[19]

Ello revelaba con bastante claridad que el extraordinario papel de José Martí en el proceso de instauración y consolidación de la república, no se debía en forma exclusiva a la lectura de sus textos, sino al “símbolo nacional” que la propia burguesía y sus voceros políticos levantaron alrededor de su figura, convirtiéndolo en un ente puramente retórico, soñador y poeta, identificado con clases, grupos sociales e instituciones cuyos objetivos y valores eran totalmente opuestos a su posición política. En el orden de los valores ideológicos, uno de los ejemplos más palpables se puede hallar en las formulaciones políticas y teóricas que sustentaban la estructura ético-profesional del Ejército. Para esta naciente institución armada que rompió con toda la conducta y la historia del Ejército mambí, el factor determinante por el cual se alcanzó la independencia fue la intervención del Ejército norteamericano. Por ello no resulta extraño que en el Código de Moral Militar, se despoja toda nuestra lucha en la segunda mitad del siglo XIX de su carácter anticolonial, se ignoran las grandes campañas del Ejército Libertador, así como la existencia del Partido Revolucionario Cubano. A Martí solo se le menciona como un mártir, al igual que a Maceo y a Máximo Gómez y solo se le aducen cualidades morales tales como ardor, fe, tesón, patriotismo glorioso.[20]

La dimensión más radical del Apóstol de Cuba aparece con fuerza en la que Marinello llamó “la década crítica”. Imagen: Obra de Jorge Arche / Tomada de Granma

En consecuencia, la repercusión política de Martí en la república en ciernes tuvo poco que ver con las concepciones políticas del revolucionario cubano, sino con su función de símbolo de la nación y la cubanidad que se reveló como una característica del discurso liberal de todas las tendencias. Al respecto Fernando Martínez Heredia señalaba:

Todas las generaciones que han entrado en la vida cívica cubana durante el siglo XX han tenido que vérselas con Martí. Cada una, naturalmente, desde situaciones y condicionamientos diferentes, pero también enfrentando una acumulación cultural previa que incluye a Martí y las imágenes y lecturas que se han hecho de él, y reaccionando frente a ellas.[21]

La dimensión más radical del Apóstol de Cuba aparece con fuerza en la que Marinello llamó “la década crítica”, que había heredado la figura sacralizada y romántica de un Martí que servía a los intereses de la burguesía que se opuso enfáticamente a su proyecto revolucionario, pero lo adoptaron como modelo paradigmático. Ello tiene mucho que ver con las estrategias simbólicas que desplegarían los grupos de poder para garantizar la conducción del Estado y la necesaria unidad para conjurar las intenciones imperiales.


Notas:

[1] Ramón de Armas escribió al respecto: “A partir de los años 80, los antiguos apellidos de terratenientes y comerciantes se han fundido ya en compañías norteamericanas. Los capitalistas de la colonia aseguraron sus fortunas en bonos y acciones norteamericanos /…/ Hacia 1895, se calcula en unos 25 millones de dólares los capitales cubanos depositados en bancos en Estados Unidos”. En: Los partidos políticos burgueses en Cuba neocolonial. 1899-1952, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1985, p. 15.

[2] Raúl Roa. El fuego de la semilla en el surco. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1982, p. 18.

[3] De 1901 a 1916 se publican los siguientes trabajos relacionados con Martí: Martí. Novela Histórica por un patriota (1901), de autor desconocido; Carta a José Martí (1903), poesía evocadora de José León Contreras: Martí, su obra política y literaria y Martí. Poeta, pensador y guerrero, de Medardo Vitier (1911 y 1914, respectivamente), obras que tienen un carácter preliminar; pero no es hasta 1913 que el pensamiento raigal de José Martí se lanza Contra el yanqui, a través de la prosa antimperialista de Julio César Gandarilla, quien se considera un gran precursor de la defensa del pensamiento de José Martí en la República neocolonial. En 1916 aparece el libro de Enrique José Varona En voz alta, el cual contiene su texto titulado “Martí y su obra política”, donde pone énfasis en la ideología martiana sobre los Estados Unidos.

[4] Diego Vicente Tejera. “Cuba”. En: Textos escogidos. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1981, p. 68.

[5] Ana Cairo Balleter. 20 de mayo, ¿Fecha gloriosa? Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2002, pp. 25-27.

[6]  José Martí. Discurso en el Liceo Cubano de Tampa, 26 de noviembre de 1891. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1991, Tomo 4, pp. 270-75.

[7]  José Martí. Ibídem, Tomo 3, p. 264 (las cursivas son de la autora).

[8] Se trataba presumiblemente de un acuerdo de la Cámara de Representantes, el 17 de mayo de 1905. El 19 de mayo de aquel año el elogio a Martí estuvo a cargo de Santiago García Cañizares, pero en general el homenaje fue irregular porque el Congreso acordó conmemorar “la caída de los grandes hombres de la Revolución” el 7 de diciembre.

[9] Roque E Garrigó. América. José Martí. Imprenta y Papelería de Rambla, Bouza y Cía., La Habana, 1911, p. v.

[10] Hilario Brito. Suum Cuique (a cada cual lo suyo). Imprenta y Papelería Rambla, Bouza y Cía., La Habana, 1910, p.7.

[11] República de Cuba. Cámara de representantes. Discursos y trabajos del Dr. José A Lanuza en la Cámara de Representantes precedidos de su biografía. La Habana, pp. 25-40.

[12] Miguel Viondi y Vera. Sesión extraordinaria solemne en homenaje a José martí, el 19 de mayo de 1909. Cuba. Congreso de la República, diario de sesiones. Imprenta y Papelería de rambla, Bouza y Cía., La Habana, 1909.

[13] La Discusión. La Habana, 19 de mayo de 1902, p. 1.

[14] Rafael Montoro. Obras. Edición del Homenaje, Tomo II, Vol. II, Cultural S.A., La Habana, 1930, pp. 140-141.

[15] Hilario Brito. Ob. Cit.

[16] Julio César Gandarilla. Contra el yanqui. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1973, p. 157.

[17] Joaquín del Maso, al comprobar la poca difusión que tenía Martí en su Patria, expresó lo siguiente: “…nuestro pueblo, en su mayoría, lo conoce más por los inolvidables y tristes accidentes de su trágica muerte, que por el tesoro inexhausto de su prodigiosa inteligencia”. (Joaquín del Maso, “José Martí”. Conferencia leída en la sociedad “El liceo de limonar”, en la noche del 19 de mayo de 1912. Imprenta de Rambla, Bouza y Cía, La Habana, 1912).

[18] En la encuesta que realizó la revista El Fígaro,La Habana, en abril de 1899 a fin de inquirir de las más destacadas personalidades revolucionarias, políticas e intelectuales de la época qué estatua debía ser colocada en el Parque Central para sustituir la que anteriormente existió de Isabel II, se recibieron y publicaron 105 opiniones, de las que solo 16 resultaron favorables a Martí. (En: Emilio Roig de Leuchsenring. “En 1899 solo 16 cubanos representativos comprendían y admiraban a José Martí”. Carteles. La Habana, Vol. XXXIII, No. 5, enero 29 de 1939, p. 38. El resultado final  de la consulta a las personalidades, primero, y de la encuesta ampliada a los suscriptores de El Fígaro, después, fue dado a conocer en la edición del 28 de mayo de 1899 de la mencionada publicación, y resultó mayoritariamente favorable a Martí. Ver: Francisca López Civeira. “La estatua del Parque Central de La Habana: símbolos a debate”. En: Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, No. 37, 2014, pp. 229-239.

[19] Salvador Morales. “La batalla ideológica en torno a José Martí”. En: Anuario Martiano, No. 5, 1974, p. 81.

[20] Federico Chang. El Ejército Nacional en la República Neocolonial. 1899-1933. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1981, p. 109-111.

[21] Ver: Fernando Martínez Heredia. La Revolución Cubana del 30. Ensayos. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2007, p. 209.

1