Con un talante reservado aparece Juan José Guevara Alvarado, revestido de humildad. Su presencia en el patio de la sede de la Red en Defensa de la Humanidad, en El Vedado, obedece a un motivo: la presentación de su poemario Una orquídea para que los peces respiren. Un salto en su universo creativo atestigua su presencia en Cuba, de la mano de aquellos colaboradores cubanos que, siendo más joven, lo guiaron por los caminos de la escritura en una ruta configurada de antemano por los antecedentes familiares.

Graduado de Sociología, entre sus reconocimientos atesora el primer lugar en el concurso literario Enriqueta Arvelo Larriva (2012). Asimismo, ganó la Jornada de Literatura Municipal Saber Poesía (2014) y fue condecorado con la distinción Alberto Arvelo Torrealba (2019). Ha expresado que prefiere no socializar mucho lo que escribe, pues todo tiene su tiempo y el diálogo con la subjetividad precisa de un espacio para rendir frutos.

“Cuando la sociedad me extermina como político, me guarezco y me refugio en la poesía”. Foto: Del autor

De la mano de Lecturas con CubaPoesía, en esta ocasión llega la oportunidad de acercarse al trabajo de este joven escritor venezolano, quien, lejos de sumergirse en la configuración de ideales abstractos, prefiere adentrarse, comprometido, en la poesía como forma de afrontar los problemas del mundo desde la creación artística; esa rara avis capaz de exaltar las fronteras del sentido común y transformarlo en el menos común de los sentidos.

¿Cómo surge tu interés por la poesía?

Tengo 28 años de edad y soy de la ciudad de Barinas, Venezuela. Básicamente formo parte de la juventud del Partido Socialista de Venezuela en Barinas, pero antes de militar, me formé en los talleres de la Misión Cultura. Llegué a la revolución desde la poesía, desde la creación cultural. Teníamos un colectivo de jóvenes escritores llamado Pasajeros del Sur, que básicamente era promovido por la Misión Cultura y era uno de los pocos que existían en Barinas.

Tuvimos una bonita experiencia con formadores cubanos. Entre ellos estaban Jorge Ángel Hernández, Rigoberto Rodríguezy otros compañeros de diferentes disciplinas artísticas. Las mías eran Artes plásticas y Literatura. Crecimos al calor de una revolución en efervescencia, y fuimos poco a poco experimentando en varias áreas, entre ellas el periodismo, el ensayo, la narrativa y la poesía. Empezamos a cuestionar muchas cosas y a encontrarnos.

En nuestro país el capital cultural siempre ha sido una génesis alejada de la mayoría de la población y secuestrada por una élite. Con un proceso de transformación social como el de Venezuela eso se democratizó y así empezamos a incursionar, pero nuestra formación intelectual viene del hogar. Mi mamá, profesora desde muy joven, antes de acostarnos nos regalaba un libro, nos leía un cuento, nos orientaba por ese camino de la literatura y nos preguntaba qué necesitábamos: pinceles, cuadernos, libros, lo que fuese. Ella nos proporcionaba ese material. Desde muy jóvenes siempre tomamos progresivamente ese tipo de formación libre, sin dogmas religiosos ni partidistas. Fue muy natural en nosotros.

¿Cómo ha sido tu aproximación a la creación literaria?

Cuanto provenga de la literatura no puede ser solo para generar placer, ni puede estar separado de las necesidades sociales o de la justicia, aunque para algunos sea un plano idealista. Sí se separa al Juan Guevara político del escritor. Hay como una especie de juego contestatario, pero al mismo tiempo hedonista y sintético.

Trato de juntar varios otros —como dice Borges— con el temor a lo humano y a los espejos, pero siempre buscando la esencia de la belleza misma, de la subjetividad en cada cosa, en cada espacio. Trato de profundizar en cada aspecto de la vida.

“Mis dos profesiones han sido la literatura y la política”.

Fui a los 23 años concejal de mi municipio. Mis dos profesiones han sido la literatura y la política. En este momento soy superintendente en el municipio Antonio José de Sucre. Me formé como sociólogo y soy profesor los fines de semana en la Universidad de los Llanos en Barinas, donde imparto Metodología.

Intento hacer de la escuela una casa; convertirla en un pájaro que vuele, que no se amarre a los dogmas, a los fanatismos, a los extremismos, que no sea cárcel encerrada, sino que trate de contestar o protestar contra la infamia, contra la barbarie, contra la injusticia, capaz de elevar al mismo tiempo a las personas sobre un plano más subjetivo y sublime. Considero esa una de las aspiraciones más anheladas por el ser humano en una época tan agitada, convulsa, difícil y por momentos extrema. Cuando la sociedad me extermina como político, me guarezco y me refugio en la poesía.

¿Qué rol ha desempeñado la Sociología en tu escritura?

Hay un punto de vista que aprecia las profesiones y las disciplinas de una manera muy cuadrada y lineal. Yo he tratado, dentro de mi profesión, de transgredirlas, incluso de ser un antisociólogo o, como expresaba Nicanor Parra, ser antipoético.

La escuela de Sociología viene de la escuela de Chicago. Fue una manera de crear promotores de Estado para el control de las masas al servicio de un sistema establecido que, por lo general, es de una tendencia menos colectiva o justa.

Es más bien eso, transgredir esa estructura paradigmática dentro de mi campo o, como decía Bourdieu, sacar una metralleta epistemológica y acabar con todo para, digamos, hacerlo un poco más libre y no aferrarse a esquemas, incluso en el campo académico. Por ello imparto Sociología, Metodología y otras materias de una manera distinta. Intento que se convierta en transdisciplinariedad, porque soy de los que cree que el conocimiento y la composición del mundo y de los sistemas son armónicos. Uno no contradice al otro. No son polos opuestos.

Hay una conexión energética entre las cosas y los campos, y el sistema capitalista ha tratado de fragmentar y dividir todas esas cosas. Ello hace que los canales de regulación o de estructura se quiebren. Entonces más bien unifico cada elemento y extraigo lo mejor de cada uno.

¿Qué te motivó a visitar Cuba?

Cuando era un chavo siempre leía al Che, lo considero muy cercano, y también a Roque Dalton. Una de las cosas que más me atrajo al campo de la literatura es que él supo combinar su militancia política responsable con las causas justas del mundo y con la libertad hecha poesía.

Siempre vi en el estereotipo de poeta venezolano la figura del bohemio que es famoso y popular, pero no precisamente por lo que escribe. Quise cuestionarlo. De hecho, tuve muchos amigos que terminaron destruidos por el sistema; eran excelentes poetas y escritores, pero fueron presa de la droga, el alcohol, la promiscuidad.

Traté de cuestionar esa realidad, y hallé a un excelente poeta que viene de aquí, de Casa de las Américas, de un profundo compromiso social: Roque Dalton. Ese tipo de poesía, de literatura, me conmovió, porque no dista la teoría de la práctica, sino que las combina.

Allá en Venezuela tenemos un poeta similar (un poco más bohemio) que se llama Víctor Valera Mora, El chino. Otro de mis referentes a nivel nacional es Ludovico Silva, quien leyó a Marx. Él cuestionaba mucho los sistemas dogmáticos y fue muy rechazado, pero al mismo tiempo no deja de ser un transgresor tanto de la modernidad colonial como de los sistemas, pues proponía algo más allá del campo de la crítica.

Sobre todo en el siglo XX, Cuba representó una fuente inagotable y exquisita de poesía, literatura, movimientos, fuerzas vivas, grandes transformaciones, y eso nunca lo quiso perdonar el imperio.

En esta tierra estuvieron muchos escritores de la talla de Julio Cortázar y Gabriel García Márquez. Estar aquí es rendirle honor profundo y homenaje a cada una de esas figuras emblemáticas que representan un paso adelante hacia la humanidad y en la literatura universal; que constituyen una extraordinaria fuente de creación y estímulo ante una existencia que tiende a diluirse en lo superficial y en lo agitado de la cotidianidad.

“Cuba representó una fuente inagotable y exquisita de poesía, literatura, movimientos, fuerzas vivas, grandes transformaciones”.

¿Quiénes han influido más en tu escritura?

Así como me consideré un antipoeta, quien me obligó a publicar fue mi hermano, Miguel Antonio. De hecho, yo le pedía un regalo y me daba libros. Durante mis primeras experiencias en la literatura, él se quedaba conmigo en las noches y madrugadas leyéndome El aleph, de Borges, o Taberna y otros lugares, de Roque Dalton, mientras se fumaba un tabaco cubano de mango.

Ese contacto generó una profunda afinidad hacia la literatura, pero nunca quise publicar. Escribo para mis adentros, no porque no quiera compartir, sino porque creo que cada cosa tiene un momento de acuerdo con la subjetividad de cada cual. Tiendo a ser un poco más reservado y respetuoso. A veces la gente cree que soy distante, pero no es así.

Tenía ensayos, cuentos y poesía. Quien me motivó a sacarlos a la luz fue mi hermano, y de ese cuerpo salió el primer poemario, Una orquídea para que los peces respiren. Me rehusaba a experimentar la otra fase del escritor, la de compartir lo que tienes, por un tema de subjetividad. Debido a esto creo que el poemario le pertenece a mi hermano. Es más culpa de él que mía.

En mi escritura han influido muchos autores. Tiendo a mezclar los escritores sociales con los literarios, y hay una alta gama. Por ejemplo, en Venezuela están Juan Sánchez Peláez, Ramón Palomares, Víctor Valera Moras y Ramos Sucre. Borges me encanta. A pesar de que no compartamos la misma posición política, me parece que es exquisito, porque juega al misterio, al enigma y al rechazo de los hombres desde el espejo. Veo su obra como una alquimia constante.

No prescindo de los clásicos como Roque Dalton, Nicanor Parra, César Vallejo o el propio José Lezama Lima. Hay otros venezolanos que no son tan conocidos, pero son poetas exquisitos y muy buenos, si bien hay algunos que no forman parte de la industria cultural. Esos son los que yo más rescato.

¿Para ti qué es la poesía?

La poesía puede ser tanto luz como agua. Yo le diría árbol, pero al mismo tiempo le diría pájaro, le diría espiral. Representa un reto. Todas las cosas tienen su misterio, como decía un poeta, pero la poesía es el misterio que tienen todas las cosas, así que es el todo y al mismo tiempo es la nada.

Para mí es, sobre todo, libertad: libertad de hacer, de crear, de cuestionar. Es anticapitalista. Pienso que no es solamente escribir y recitar, sino que es un cuerpo vivo. Hay que vivirla de extremo a extremo, de palmo a palmo, en un cuerpo infinito desde todas las dimensiones, porque evoca lo que queremos y lo que buscamos. No se cierra, no se encapsula: está en todos lados. El mundo necesita más poesía.