La censura publicitaria

Javier Gómez Sánchez
13/4/2018

                               “Yo no he visto la película, aunque tengo deseos de

ver la película,

                                tengo curiosidad por ver la película. ¿Que fue maltratada la película?

                                En realidad creo que ninguna película ha recibido tantos honores

                                y que ninguna película se ha discutido tanto.”

                                                                                      Fidel Castro sobre el documental PM

                                                                                       Palabras a los intelectuales. 1961

 

La más reciente discusión mediática relacionada con una obra cinematográfica, a partir de la campaña iniciada en las redes sociales, pero con repercusión en varias publicaciones culturales y que llegó a tener un reflejo en la prensa nacional, incluyendo una nota de prensa del ICAIC, ha llevado la atención más allá de las controversiales intenciones del cuestionado diálogo sobre José Martí que la originó, hasta ponerla sobre lo que se juega hoy, en términos de política en el cine cubano.

A eso nos ha llevado una controversia en la que lo más importante no es, como algunos insisten en presentar, si el ICAIC tiene derecho a censurar una película. Nuestro instinto libertario nos respondería que “No”. La cuestión es si está obligado a exhibirla.  ¿Tiene el ICAIC que exhibir todo, absolutamente todo, y con la misma divulgación, lo que se hace audiovisualmente en Cuba? El sentido común nos tendría que responder igualmente que “No”.


Imagen que acompaña la Muestra de cine cubano censurado, curada por Dean Luis Reyes para el MOMA

 

Entonces no habría que insistir tanto sobre la “censura” sino sobre la “obligación”. Aunque claro, en ese caso la discusión seria mucho más corta y el show menos atractivo. Tanto derecho tiene un realizador a hacer libremente su obra, como el ICAIC a promovérsela. Entiéndase que en el mundo actual —a diferencia de otros tiempos cuando “exhibir” significaba “dejar ver” — hay tantas vías para que un contenido pueda circular y ser consumido por el espectador, que hoy para la televisión o el circuito de salas de cine “exhibir” significa “promocionar”.

Llegaría el ICAIC a verse en una situación en que tendría que aceptar todo, absolutamente todo sin contemplaciones, y proyectarlo nunca por debajo de las 500 lunetas. Eso, so pena de tener que enfrentar una nueva campaña mediática en Internet. En un nuevo cartel lumínico en el cruce de 23 y 12 pudiera leerse: “Exhibimos sin chistar”.

Los espectadores nos sentaríamos frente a la pantalla como el personaje de Kubrick en La Naranja Mecánica, con los brazos atados y los ojos abiertos a la fuerza.

Pero si algo ha llamado la atención, no porque haya ocurrido por primera vez sino porque en esta vez se hizo más evidente, ha sido el aprovechamiento político que varios medios de comunicación han hecho del asunto. 

¿Le interesa realmente el cine cubano a Diario de Cuba? ¿Le interesa a 14 y Medio? ¿Le importa la cultura nacional a Cibercuba? ¿El arte cubano a Cubanet? ¿Con qué milagrosa abracadabra un “laboratorio de ideas políticas” cómo Cuba Posible se convirtió de pronto en Cahiers du Cinema?

Cualquiera que sea medianamente avezado en sus lecturas de Internet, sabe que esas publicaciones están hechas para la política, por lo tanto, no malgastarían una sola línea en algo que no les reporte un beneficio político.

En gran medida han sido estas, más allá de iniciativas grupales o personales, las que se han encargado de dar divulgación a las obras cinematográficas relacionadas al tema de la censura.

Eso nos ha permitido ver algo que cada vez más personas perciben, un fenómeno mecánico y cíclico, en el que una obra alcanza una notoriedad por este tipo de repercusión mediática y no por su calidad cinematográfica. A fuerza de repetirse, esta vez varias voces de las más “autorizadas” por ser de personalidades del cine nacional, emitieron su opinión haciendo evidente que de no haber sido por el “episodio” y su mediatización, las obras en cuestión no serían buscadas y copiadas por la curiosidad, ni serian muchos los interesados en ocupar con ellas un espacio en su disco duro.

Ya en casos anteriores, personas que por su carrera poseen un conocimiento del cine, una vez vista la perseguida obra, han economizado sus adjetivos, para decir apenas que se trata de “una película honesta”. Uno recuerda entonces el chiste de la madre a la que la gente le dice con un rictus:   “Que gracioso es el niño….”

Posiblemente sea el cine el arte que más exija del artista, y si después del estrés mental durante meses, del desgaste físico durante semanas, del sol de los rodajes de día, el frío de los rodajes de noche y de las jornadas frente a la máquina de edición, que la gente que más sabe diga que su película es simplemente “honesta”, vaya, es duro. Y que lo único que digan sobre ella sea relativo a la censura, es ya durísimo. 

A veces sirven para que se escriban recuentos de la macabra costumbre censuradora, de la grisácea vocación de los quinquenios, de la parafilia de reprimir homosexuales, mirando el reloj a las PM, pero sin darnos la hora, que nos dejan con la idea de que se ha odiado a los artistas, a los verdaderos artistas y que nadie, nadie, absolutamente nadie hizo nada por remediarlo. Textos en los que el autor, en su mención histórica, va saltando de piedra en piedra sin mencionar el río, que le parece irrelevante y levanta la vista para mirar un polvoriento almanaque detenido, hasta que le viene a la mente otro fantasma y escribe algo que se siente como: “Las musarañas son una familia de mamíferos placentarios del orden Soricomorpha…”

Pero si para el cine cubano históricamente la censura fue algo indeseado, algo que no enorgullecía a nadie, en una época en que no existían ni Internet ni medios para enaltecer al censurado, ni había nadie orientado a hacer un aprovechamiento político de eso, ahora aparenta ser todo lo contrario. Recibir el protagonismo de una trama de censura parecería ser el más codiciado de los galardones, “un batazo” que lanzaría la película a la estratósfera festivalera internacional y que le ofrecería a sus realizadores acumular más horas de vuelo que un piloto retirado de la Pan Am.

Es la censura sin dudas, hoy por hoy, el método publicitario más productivo del cine. Con un buen diseño, un nuevo slogan quedaría perfecto en un t-shirt: “No vean mi película, censúrenla”.

Ocurriría entonces, en el pedazo de acera de 23 bajo la pesada sombra del ICAIC, el siguiente diálogo:

—¡Fulano! ¡Qué bueno verte! ¿Y tu película?

—Ay, Mengano, no me digas nada… me la van a poner en el Chaplin, en La Rampa, en el 23 y 12… me amenazaron incluso con el Yara.

—Ohh… ¿Y en la Muestra?

—La aceptaron…

—¡Qué barbaridad!… Bueno, Fulano, no te desanimes… todavía te queda el Festival.

—Que va compadre, la mandé y también la van a proyectar… (El nudo en la garganta no lo deja terminar la frase), y para colmo…“En Competencia”…

—¡Ay Fulano qué pena!…!Pero que barbaridad, caballerooo!… Con el trabajo que le cuesta a uno hacer una película.

—Así mismo compadre, así mismo.

Quisiera escribir algo serio, analítico, dialéctico. Pero este texto fue cogiendo el camino de lo que piensa mucha gente, de la forma simple en que lo expresan, y si ahora estuviera en medio de un rodaje, entre amigos y colegas de una profesión un poco ingrata, cayéndonos de sueño, molidos de cansancio, hablando de todo esto en los minutos libres, simplemente, nos estuviéramos riendo.