El diálogo es la primera figura de la democracia intelectual de la que se tiene noticia. Allí, en las discusiones entre Sócrates y sus oponentes, estaba el germen de las distintas posturas en torno a los grandes debates que aún nos incordian. El propio filósofo se hacía llamar “la avispa” porque gustaba de irle a la contraria a las ideas políticamente correctas y las supuestas verdades y creencias del consenso de entonces. Lo pagó caro, cuando debió enfrentar una acusación por pervertir las ideas de la juventud. Desde entonces, Sócrates es la imagen del intelectual que va hasta las últimas consecuencias, cuestionando un orden establecido, por muy monolítico que parezca.

“Sócrates es la imagen del intelectual que va hasta las últimas consecuencias, cuestionando un orden establecido”. Fotos: Internet

La más reciente cultura de la cancelación (ya que existe censura y silenciamiento desde Sócrates y quizás mucho antes), se basa en establecer unos cánones de lo que es correcto, progre, justo, equitativo y reivindicador y, a partir de ello, arremeter contra todo pensamiento que se salga de la normativa, sobre todo si es uno que resulte molesto, incómodo al poder mediático y los pagadores que controlan entre bambalinas. La cancel culture es de origen norteamericano, y se extiende por todo el globo generando un terror a la libre expresión en los ambientes culturales y artísticos, ya que afecta directamente la ganancia monetaria y la estabilidad profesional. De esta manera, el chantaje se ha convertido en una praxis cotidiana de buscar una supuesta justicia, cuyas causas reales, no obstante, los medios de comunicación mantienen silenciadas.

Si se hace una búsqueda sencilla en los canales de las cadenas en YouTube, acerca del enfoque marxista de la problemática social, hallaremos materiales que desvirtúan la idea del progreso. Un reciente documental de la televisora Deutsche Welle alemana hablaba de “los hijos de Marx”, o sea, los gobiernos que intentaron una construcción alternativa a los valores del mercado; material que por demás nos conduce a creer que tales experimentos eran tan ilógicos, que caían por defecto en el basurero de la historia. Y es que la nueva izquierda no solo se adueña de la crítica al sistema mainstream, sino que silencia al marxismo, convirtiéndolo en un peluche, o en algo anecdótico. A la vez, esta nueva izquierda utiliza elementos de una supuesta lucha, como la cultura de la cancelación, para silenciar no solo a la derecha tradicional, sino a los viejos comunistas, a los cuales se les cuelga con rapidez el cartel de seguidores de Stalin.

“La cancel culture es de origen norteamericano, y se extiende por todo el globo generando un terror a la libre expresión en los ambientes culturales y artísticos”.

La manipulación de lo que es correcto es la forma más certera de controlar socialmente a los individuos y si a ello se une que los mismos que diseñan el discurso son los dueños de las cadenas comunicacionales, las universidades, las editoriales, los espacios de difusión cultural y de desarrollo profesional; ya tenemos a la perfecta inquisición. Y resulta que, al menos en los Estados Unidos, buena parte de las becas, los estudios y las cátedras, los proyectos y los movimientos de esa izquierda progre están financiados públicamente por el capital más rancio de los amos del mundo. Pareciera burlesco que de pronto a los Rockefeller les interese combatir el racismo o brindar apoyo a las clases más desfavorecidas, cuando son los causantes directos de buena parte de la deuda externa de países enteros del tercer mundo. Lo mismo pasa con George Soros, responsable de la miseria, la inestabilidad y el caos de medio planeta, a quien vemos defendiendo a los social justice warriors de las universidades norteamericanas. Aunque el lobo se disfrace de la abuela, lobo se queda. Y la condición depredadora del capital ha querido ocultarse detrás de rostros progres, que no obstante evidencian su linaje antidemocrático, irracional y mezquino, propio de procesos medievales.

Los comunistas tienen que recoger el discurso de los oprimidos, quitárselo de las manos a los dueños de esta manipulación capitalista de nuevo tipo que pretende dejar a las masas sin discurso real, ni una práctica emancipatoria. Para ello, se debe hacer un ejercicio de pensamiento filosófico acompañado de una profunda crítica de la realidad, que demuela a los orquestadores de la cultura de la cancelación. Lejos de ello, los intelectuales que se levantan contra la censura, como los famosos 154 firmantes de la carta-manifiesto publicada en la prensa norteamericana, piden una especie de coexistencia o permiso para poder criticar, cosa que pareciera del más oscuro momento de la Edad Media.

Todo parte de la crítica a la ilustración del siglo XVIII que en el libro Dialéctica del iluminismo le hicieran Max Horkhaimer y Theodor Adorno. Esta nueva izquierda ha asumido la exaltación de la irracionalidad y lo emotivo para construirse un corpus ideológico alejado de Marx. De esa manera, se expande la filosofía de los resentidos y los ofendiditos, esos que piden que en cada universidad haya un safe space o espacio seguro, para retirarse en el recreo y acariciar un peluche, mientras se “huye” de las palabras intolerantes de este o aquel catedrático que no profesa la corrección política. La cultura de la cancelación niega al otro, por ende es antiilustrada y anticognoscitiva, no le interesa dilucidar, ir en pos de verdades, sino que se queda anclada a un banal orden conclusivo en el que ya se habría llegado a un fin de la historia. Alguien que piense de tal manera es tan orgánico al capitalismo como Wall Street.

La cultura de la cancelación niega al otro, por ende es antiilustrada y anticognoscitiva.

Como se ve, la cultura de la cancelación no alcanza a los dueños del capital, nadie le dice a George Soros que se deconstruya como el patriarca que es, ya que ello no conviene a la hipocresía moral de quienes militan en la base de un movimiento carcomido por un sistema agónico que trata de reinventarse apropiándose de la izquierda. Se ha colocado, por encima de la idea del cambio real, el cambio de juguete, que consiste en un estado perpetuo de vigilancia sobre los ciudadanos para hacerles perder su libertad y cancelar, por ende, el pensamiento. Porque de ello va todo, de eliminar el gran legado crítico de las revoluciones del pasado que, como la francesa, nos dieron las armas teóricas para el desmontaje de sistemas opresivos basados en el estatus de la propiedad. La nueva izquierda pasa de largo a la plusvalía, la carencia de derechos laborales, la deuda y sus vericuetos que ahogan a países, y se concentra en si consumir determinado producto es “apropiación cultural” y por ende hay que cancelar, borrando del mapa oportunistamente a algún intelectual que sí critica, que sí aporta y que tiene una obra.

Cuando salió a la luz la carta de los 154 autores contra la cancelación cultural, enseguida los cancerberos defensores de la nueva fe fueron a las redes sociales para denigrar con el estigma y sostener el dogma del silenciamiento. La mayoría de quienes se prestan para tales tareas de una bajeza sin par son intelectuales de segunda línea, que usan condiciones como la raza o el sexo, para ganar visibilidad y dinero. Ya no importa lo que hagas, sino en qué identidad te hallas. Por tal camino, Marx no hubiera podido escribir sobre el capital, ya que nace en el seno de la burguesía. Ello convertiría toda su valiosa obra en una apología al opresor, disfrazada de crítica. Por humorístico que parezca, hay tontos útiles que sostienen esta última idea para negar el valor de casi toda la biblioteca universal, cancelando de paso a los grandes autores.

“Se ha colocado, por encima de la idea del cambio real (…), un estado perpetuo de vigilancia sobre los ciudadanos para hacerles perder su libertad y cancelar, por ende, el pensamiento”.

Los ofendiditos además son tan idiotas que hasta quieren rescribir la historia, como si los hechos fuesen una ficción que mediante mecanismos ilusorios se cambiasen desde paradigmas del presente. Ahí está el movimiento que ha llegado a derribar estatuas de Miguel de Cervantes, sin siquiera detenerse a pensar quién era dicho autor y lo que aportó a la humanidad. La destrucción de los legados valiosos y el vacío cultural son dos consecuencias que de inmediato estamos sufriendo producto de esta dictadura. Están reventando por dentro los contenidos de una manera tal que ya el mundo es irreconocible y por ende nadie lo puede entender (mucho menos cambiar). Porque quienes controlan este caos saben lo que hacen y quieren destruir el nexo revolucionario que existe entre el conocimiento y la praxis creadora, de manera que nadie sepa cómo hacer la verdadera revuelta para un cambio de sistema.

Por eso, cuando vemos que los correctores políticos controlan los medios y la opinión pública, debemos entender que no se trata de una legítima defensa de los derechos de las minorías, sino de la instrumentalización de la mayoría y el silenciamiento de los incómodos. El talante demagogo de los amos del mundo los ha llevado a autonombrarse progres, cuando en verdad nos hunden en la más definitiva crisis, quitándonos los discursos que históricamente acompañan a los desposeídos, los de la igualdad, la libertad y la fraternidad. Pareciera que los antirracistas y antipatriarcales olvidan que cientos de años de capitalismo crearon las condiciones idóneas para que el hombre fuese tratado como una propiedad más, desechable; destruido de hecho por un sistema que usa su trabajo y su creación para lucrar. Al contrario, los militantes sostienen la fe irracional de las identidades, donde si eres varón y blanco no puedes hablar. Muy conveniente para las élites, siempre deseosas de silenciar a grandes mayorías, en aras de la perpetuidad de sus propiedades y privilegios reales. Lo más bufonesco de la nueva izquierda es que no se apena de reconocerse pagada por hombres blancos y patriarcales, a los que idolatra como dioses progresistas.

“Cientos de años de capitalismo crearon las condiciones idóneas para que el hombre fuese tratado como una propiedad más”

Hay que cancelar a los canceladores, a los que esgrimen la guadaña pero no para hacer una revolución, sino para apoyar el opresivo peso de los que financian la censura de la vida intelectual e instrumentan a las minorías en pos de un fascismo de rostro falsamente progre. Los comunistas, como en el pasado hizo Marx, deben usar las armas de la crítica para descaracterizar a los ofendiditos de ahora, que niegan el enfoque clasista y sostienen la muerte de otros, obreros, oprimidos, solo por el hecho de haber nacido con un sexo y una raza determinados de manera innata. Por irracional que parezca, tal es la supuesta revolución que la nueva izquierda pretende hacer, la de dividirnos no ya en función de una historia concreta y tangible, sino en pos de las ideas teatrales y artificiosas de una superstición oscurantista.

Es peligroso que, en vistas de una realpolitik, nuestra izquierda se alíe a aquella pagada por los amos del mundo, máxime cuando sabemos que de una manera intencionada los canceladores irán mañana a por los varones y los blancos comunistas y luego incluso por los negros y las mujeres; porque lo que les importa a los dueños del capital es el vasallaje y lo quieren lograr de la manera que sea. Debemos estar firmes y despiertos, leer a Marx, sin hacerles concesiones a los ofendiditos. Esta cultura de la hipersensibilidad, de las identidades y del odio hacia el semejante en clase pero distinto en raza y sexo, solo conduce a la contrarrevolución, a infiltrar elementos cuya casta niega que haya derechos naturales a la vida y la libre expresión o el culto.

Como Sócrates sabremos dialogar, confiando en el poder de la sabiduría y del humanismo y la decencia.No seremos como ellos, cuya única culturaes la de la cancelación.