La Habana: una ciudad cubana o una ciudad en Cuba

Miguel Coyula
9/9/2016

Cuando La Habana fue reconocida como una de las Ciudades Maravilla de nuestro tiempo, algunos se preguntaron cómo era posible considerar una maravilla a una ciudad maltrecha y despintada. De ser así, la Venus de Milo debería ser descartada por carecer de brazos. Lo mismo sucedería con las pirámides de Egipto o nuestra Habana Vieja, cuyo centro histórico, aun más deteriorado, mereció ser designado por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad en 1982. Hoy no sería posible recordar el estado deplorable en que se encontraba la parte más antigua de la ciudad si no fuera porque la Oficina del Historiador tuvo la visión de ir más allá de aquellas ruinas y de preservar en fotografías la memoria entre ese antes y después que hoy nos sorprende y admira.

Aun maltratada, La Habana fue colocada entre el selecto grupo. La sorpresa de muchos cubanos al verla merecedora de tal distinción refleja que conocemos poco de los valores que nuestra ciudad ha acumulado desde que fuera fundada el 16 de noviembre de 1519. Esto se debe, en parte, a que en nuestros medios no es frecuente encontrar trabajos sobre arquitectura y urbanismo que contribuirían a tener una percepción más precisa de su historia y valores.

 

Fotos: Kike

Aun maltratada, La Habana fue colocada entre el selecto grupo. La sorpresa de muchos cubanos al verla merecedora de tal distinción refleja que conocemos poco de los valores que nuestra ciudad ha acumulado desde que fuera fundada el 16 de noviembre de 1519.

La Habana, séptima y última villa fundada por los colonizadores en la Isla, superó rápidamente a las otras dada su ubicación geográfica. Su designación en 1556 como punto de escala en su bien guardada bahía de los barcos procedentes de otras partes de América antes de continuar viaje a Europa en convoyes, en lo que se denominó La Flota, fue un salto impresionante en cuanto a la importancia estratégica de la ciudad. La demanda de agua para miles de marinos estacionados en la bahía impulsó la construcción del primer acueducto construido en América por los europeos. A solo 100 años del Descubrimiento ya La Habana poseía un sistema de suministro de agua que conectaba al río Almendares con la ciudad mediante una presa, un canal de 11 kilómetros de largo y una red de distribución de túneles bajo sus calles.

Esta concentración de riquezas en su bahía demandó la protección de la villa de San Cristóbal mediante un sistema de fortalezas y una muralla perimetral de cinco kilómetros de largo, que la convirtió en la ciudad más fortificada del Nuevo Mundo. Ya para el siglo XVIII La Habana reflejaba el naciente esplendor económico de la Isla con el despegue de la industria azucarera. La monumentalidad y calidad de sus edificios y lugares públicos sería la pauta para el salto hacia el siglo XIX, cuando la ciudad se convertiría en la capital del primer productor mundial de azúcar. Este desarrollo fue resultado de la combinación de ilustración y orgullo. No es por ello casual la temprana introducción en 1837 del ferrocarril, primero en Iberoamérica, 11 años antes que en España.

Si en el siglo XVIII ya los palacios y edificaciones eran monumentales, serían superados por los del siglo XIX en tamaño y esplendor. El ejemplo más elocuente e impresionante de este sentido de escala es la Necrópolis de Colón, que data de 1871, cuando la población de la ciudad era solo de 150 mil habitantes. La Necrópolis, con más de 60 hectáreas de extensión y realizada fundamentalmente en mármol italiano de Carrara, se ubica entre los cementerios más lujosos en el mundo por la cantidad y calidad de sus monumentos. Pero es la llegada del siglo XX la que marca el salto espectacular de la ciudad. Entre 1900 y 1958 se construyó el 80% de sus edificios, incluidos algunos de los más notables. La Habana se desarrolló rápidamente de Este a Oeste a lo largo de la costa y más tarde hacia el Sur, creciendo por adición y no por sustitución.

El regreso previsto por los especuladores a la ciudad vieja y las ideas para su reformulación, se ejemplifica en el edificio de oficinas ubicado en la manzana comprendida entre las calles Obispo, Mercaderes, O’ Reilly y San Ignacio, construido a costa de la demolición del antiguo convento de San Juan de Letrán de 1729, donde se ubicaba entonces la Universidad. Esta es solo una muestra de lo que preveían los planes de entonces, que hubieran reducido a la Habana Vieja a un puñado de edificios aislados. La llegada de la Revolución en 1959 frenó ese proceso especulativo por una parte y por otra la mayoría de las construcciones del periodo revolucionario han tenido lugar mayormente en la periferia, facilitando así la preservación casi intacta del tejido urbano anterior.

La llegada de la Revolución en 1959 frenó ese proceso especulativo por una parte y por otra la mayoría de las construcciones del periodo revolucionario han tenido lugar mayormente en la periferia, facilitando así la preservación casi intacta del tejido urbano anterior.
Desde el punto de vista urbano, los grandes cambios ocurridos en la ciudad durante el período revolucionario han tenido que ver más con cuestiones relacionadas con el uso del suelo. El más significativo fue sin dudas la Reforma Urbana en 1960, que puso fin a la especulación del suelo con la nacionalización del fondo habitacional, edificios públicos, comerciales y de servicios. La idea originaria consistía en convertir a los inquilinos en propietarios de sus viviendas mediante la amortización de su valor en mensualidades derivadas del antiguo alquiler, ya reducido en 1959 entre un 50% y un 20%. La política de convertir a los ciudadanos en propietarios muestra hoy un alto índice de propiedad de la vivienda de más del 90% del fondo, muy lejos de la media internacional que promedia 30-40%.

Liberar a los ciudadanos de la carga económica que representaba el alquiler tuvo un enfoque muy diferente al de las vías para enfrentar el costo de mantener la vivienda recién adquirida. Originalmente se pensó en centralizar la demanda de trabajos de mantenimiento y reparación en una sola entidad; pero esto trajo consigo la desaparición de un mercado de materiales y de mano de obra que con el tiempo condujo a una acumulación de trabajos de reparación y mantenimiento, los cuales solo eran realizables acudiendo al mercado negro a costos mucho más elevados que los propuestos por el Estado, que excluían a grandes grupos de ciudadanos. Esto, unido al envejecimiento del fondo habitacional, que es de 80 años como promedio en la actualidad, ha sido una de las causas de su visible deterioro,  sobre todo en las áreas centrales donde esa edad es aún mayor. El salario medio estatal deprimido equivalente a 25.00 CUC mensuales y la distancia entre este y los precios minoristas en esa moneda o su equivalente en CUP, convierten en inviable una simple operación de mantenimiento.


 

A los elementos anteriores se añade la gestión de los edificios de apartamentos que constituyen un 56% del fondo total de las viviendas. La falta de claridad sobre la propiedad del edificio y su posterior gestión ha conducido a un papel pasivo o nulo de los llamados Consejos de Vecinos ―en los casos donde existan―, que carecen de instrumentos y personalidad jurídica tanto para ordenar y regular la vida en estos inmuebles, como para enfrentar su mantenimiento. Los vecinos no se sienten responsables por su mantenimiento y cuidado al considerarlo una responsabilidad del Estado. Por esta razón, los inquilinos no se ven obligados a pagar una mensualidad para sufragar trabajos de mantenimiento o reparaciones e incluso se niegan hacerlo. En los edificios de apartamentos no existe siquiera un reglamento público que permita conocer los derechos y deberes de los inquilinos y evitar así disputas o apropiaciones indebidas de sus espacios comunes, que son modificados en detrimento de la integridad del inmueble.


 

Como contrapartida, una empresa del gobierno de la ciudad es la que lleva a cabo, según su propio plan de inversiones, acciones de reparación y mantenimiento en los edificios que abarcan la sustitución de elevadores, impermeabilización de cubiertas, reforzamientos estructurales, pintura y embellecimiento, donde los residentes juegan un papel pasivo. Estos trabajos no siempre cuentan con el beneplácito de los inquilinos, quienes se quejan de su calidad o consideran que las prioridades de ellos no han sido tenidas en cuenta. La falta de un mínimo ordenamiento de la vida dentro del edificio hace que florezca el individualismo y no el colectivismo en estos inmuebles. Muchas de las indisciplinas sociales tienen su germen en estos edificios sin ley ni orden visible en su gradual degradación. La educación ciudadana y la formación de valores empiezan literalmente por casa.

La falta de un mínimo ordenamiento de la vida dentro del edificio hace que florezca el individualismo y no el colectivismo en estos inmuebles.

El llamado Periodo Especial ha magnificado estos problemas que ya venían de antes. A la falta de control interno por parte de los inquilinos se ha sumado la falta de control por parte de las autoridades. Las regulaciones urbanísticas son hoy como semáforos apagados que están ahí, pero no ordenan ni regulan. El control urbano es hoy crítico debido a la falta de personal calificado para realizarlo. En el Centro Histórico de la Habana Vieja, con una población de 60 mil habitantes, trabajan 35 profesionales en su oficina del Plan Maestro, mientras la ciudad cuenta con unos 70 para una población de 2,2 millones, de modo que es más crítica esta situación en número y calificación en sus otros municipios.

La actual disparidad de ingresos se visualiza en las construcciones recientes donde lo primero que se advierte es la ausencia de un arquitecto, que suele ser ignorado por los nuevos inversionistas, quienes prefieren ponerse en manos de operarios y no de profesionales para materializar sus deseos. La figura del Arquitecto de la Comunidad, concebida originalmente como la vía para realizar estos trabajos calificadamente, no ha dado los resultados esperados al convertirse más en tramitadores que en diseñadores o asesores. Los trámites burocráticos para hacer los trabajos de acuerdo con lo establecido son tan engorrosos y demorados ―y en algunos casos, absurdos―, que una gran mayoría opta por saltarse el papeleo y construir por la izquierda. Esto, unido a la falta de información adecuada en los medios sobre derechos y deberes ciudadanos, ha conducido a una escoliosis urbana que ha ido deformando la ciudad gradualmente y cuya indetenible multiplicación amenaza con ser irrecuperable.


 

Por otra parte, entidades estatales también se saltan irresponsablemente los procedimientos, alegando prioridades o la importancia de una millonaria inversión que amerita desconocer o violar las regulaciones urbanas e incluso cambiarlas. La arrogancia de algunos, además de la falta de un accionar preventivo sobre estas entidades y las limitadas capacidades de las instituciones encargadas del control urbano, ha alimentado la insana mentalidad de que el fin justifica los medios. La escala del desorden es tal que en algunos casos como en Alamar se han invertido los términos: lo que está mal es ahora lo normal y lo que estaba bien es ahora lo anormal. No se puede hablar ya de mal gusto, más bien de un nuevo gusto que comienza a ser tomado como referencia estética del nuevo paisaje urbano. El ejemplo más visible es el empleo de colores estridentes mediante los cuales se pretende actualizar los edificios, incluso de manera inviable en términos de mantenimiento, al emplearse profusión de colores con énfasis en los detalles, tendencia que recuerda más a la repostería que a la arquitectura.

No se puede hablar ya de mal gusto, más bien de un nuevo gusto que comienza a ser tomado como referencia estética del nuevo paisaje urbano.

La ciudad se enfrenta hoy a un fuego cruzado que puede convertir a la Maravilla en todo lo contrario. De una parte, inversiones de ciudadanos que ignoran o compran la autorización para construir, o empresas que aducen prioridades del más alto nivel para imponer sus criterios. Del otro lado, la cada vez más cercana apertura masiva y repentina a la inversión inmobiliaria extranjera, en particular la  proveniente de los Estados Unidos.

Una muestra menor de lo que se avecina la experimentamos a comienzos de la década de los años 90, cuando el país se abrió a la inversión extranjera, principalmente la turística. Entonces se trataba de millones de dólares. Algunos de estos inversionistas se salieron con la suya ante la debilidad e inexperiencia de las entidades cubanas presionadas por las circunstancias, dejándonos inversiones que desde el punto de vista arquitectónico y urbanístico poco o nada han aportado a la ciudad. Fue así como el gris hotel Melia Cohiba le hizo un gran favor a su vecino hotel Riviera por simple contraste. La próxima vez no serán millones de dólares, serán cientos o miles de millones generando una presión sin precedentes, que tendría de aliados a oportunistas, ignorantes o corruptos para materializar estas inversiones en un escenario muy favorable para ellos dada la limitada capacidad existente para ejercer el control urbano y la falta de una adecuada formación de conciencia en los medios.

La ciudad se enfrenta hoy a un fuego cruzado que puede convertir a la Maravilla en todo lo contrario. 

La complejidad del problema exige abordarlo de forma integral. Es necesaria una educación ciudadana fuerte para el ordenamiento y la inmunización de la ciudad frente a unos y otros actores o cualquiera de sus combinaciones. El fortalecimiento institucional es esencial. Los nuevos escenarios demandan un cambio de enfoque en la planificación y gestión de la ciudad. Aunque La Habana es solo el 0,7% de Cuba, alberga al 20% de su población. La capital aporta más de la mitad de los ingresos por concepto del turismo y contribuye con más de la mitad del Producto Interno Bruto del país; su peso es fundamental.


 

Afortunadamente, contamos con dos sólidos ejemplos precedentes que nos dicen que el apremio no puede ser jamás la justificación para improvisaciones que dañarían irreversiblemente el patrimonio heredado: el Vedado y la Habana Vieja. El primero, transformado de la noche a la mañana en la década de los años 50 del pasado siglo, en particular entre 1956 y 1958, cuando se llevó a cabo la construcción de la mayoría de sus edificios altos, incluidos algunos emblemáticos  como el FOCSA, muy avanzado para su época. Los hoteles Habana Libre, Riviera, Capri, St. John y Vedado, La Rampa, la prolongación del malecón desde avenida Paseo hasta el río Almendares cambiaron su fisonomía de la noche a la mañana, siempre de acuerdo con las regulaciones vigentes, añadiendo más valor al Vedado, que hoy se encuentra en la lista de áreas en peligro según el World Monuments Fund.

El otro ejemplo notable es la restauración del área de la Habana Vieja, designada como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1982. Es importante subrayar que esta restauración tuvo su despegue en 1993, precisamente en los momentos de mayor penuria económica para el país. No obstante, el proceso de restauración se llevó a cabo con todo el rigor necesario y en gran medida con recursos generados dentro del área, evitando concesiones como la venta del patrimonio o la exclusión social. Hoy La Habana Vieja es un referente, no solo para Cuba, de cómo rescatar los valores patrimoniales sin separar el ambiente construido del tejido social. Su restauración constituye un buen ejemplo de que una inversión con calidad es fuente de ingresos económicos al convertirse en la parte de la ciudad más demandada por el turismo.Los ejemplos negativos no deben y no tienen por qué repetirse si se comprende a cabalidad que estamos en presencia de una ciudad única por su desarrollo y tejido social que no tiene paralelo en el mundo actual.

Ambos casos son suficientes para descalificar cualquier excusa basada en el apremio económico que permitiría, en el nuevo escenario, convalidar errores simplemente evitables si se toman las medidas necesarias para que esto no ocurra. Los ejemplos negativos no deben y no tienen por qué repetirse si se comprende a cabalidad que estamos en presencia de una ciudad única por su desarrollo y tejido social que no tiene paralelo en el mundo actual. Es significativo que el creciente número de estadounidenses que visita la ciudad diga de forma casi unánime que quiere ver a La Habana ahora, antes de que cambie o la cambie su poderoso capital corporativo. No solo sería un crimen matar a la gallina de los huevos de oro, sería como ha ocurrido en otras ciudades donde en nombre del desarrollo y el progreso y al ritmo de la especulación mercantil se ha literalmente demolido todo un patrimonio acumulado por siglos convirtiéndolas en ciudades globales carentes de identidad y ambientalmente  invivibles por la contaminación y la congestión de su tránsito que relega al peatón al último lugar. Algunas ciudades chinas son hoy un lamentable ejemplo de lo anterior.

A contrapelo de una voluntad política, existen hoy señales de alarma que indican que el futuro pudiera ser próspero, pero no sustentable ni equitativo. No hay que imitar a nadie. Hace falta aprender de todos. La inteligencia tiene límites, pero la ignorancia no, ha dicho alguien. Un simple traspié, y nuestra Ciudad Maravilla podría pasar de ser una ciudad cubana a una ciudad en Cuba. En defensa de nuestra cultura, tenemos entre todos que impedirlo.