La palma frente al huracán… La poesía cubana antologada por Delfín Prats

Erian Peña Pupo
22/4/2020

“Esta antología es un acto de reverencia”, escribe Delfín Prats (1945) en el pórtico de El huracán y la palma. Antología de la poesía cubana, que publicara Ediciones Holguín en 2017.

Y además —añade el poeta de El brillo de la superficie—, estas páginas no tienen “otro propósito que el de comunicar a sus lectores mi experiencia en esa materia resbaladiza que es la poesía, en este caso la escrita en nuestra patria”. Y asegura, “nuestra selección tiene como destinatario a la gente que necesita la poesía, que busca en ella respuestas a sus interrogantes vitales. Estos poemas son una fiesta de humanismo y belleza que dedico a los jóvenes cubanos y de otras latitudes dentro del ámbito de la lengua”. Desde José María Heredia hasta Juan Carlos Flores, pasando por Milanés, Martí, Casal, Poveda, Guillén, Lezama, Piñera, Baquero, Eliseo Diego, Vitier, Padilla, Nogueras, Hernández Novás, entre otros, Delfín nos entrega una selección de textos de escritores ya fallecidos que integran parte del selectísimo cuerpo poético del país.

Cubierta del libro El huracán y la palma. Antología de la poesía cubana. Foto: Cortesía de Ediciones Holguín.
 

Esta es su selección, nos dice. Cualquier otro lector, más o menos avezado, puede darle cuerpo a la suya. La idea de esta —que fue gestándose hasta hoy como un embrión que toma cuerpo lentamente— surgió al calor de las informales reuniones de juventud, en El Vedado o en las playas de Santa María del Mar, a la par de que concebía los poemas de Lenguaje de mudos. No pensaba entonces en “quiénes van a ser sus lectores o quiénes van a publicar el libro”.

Delfín parte en su antología de un núcleo constituido por poetas fundamentales en la cosmovisión poética de la Isla —Heredia, Casal, Martí, Lezama, Eliseo Diego, Gastón Baquero y Virgilio Piñera—, para incluir otros bardos que son “indispensables para configurar una de las posibles visiones de ese ajedrez, de ese rompecabezas, que es la poesía cubana del siglo XX”: Guillén, José Manuel Poveda y Dulce María Loynaz. El resto —nos dice— vienen a completar esta visión de la poesía nacional en un libro conformado solo por “poetas ya fenecidos. Ello justifica la no inclusión de algunas voces notorias de nuestro actual panorama lírico”, nos asegura.

Delfín se aleja del estereotipo, del lugar común, a la hora de escoger los poemas que incluye. Son los que prefiere, es cierto, pero no siempre son los que aparecen en cualquier otra selección. Aunque algunos, claro está, por ser los mejores, se encuentran entre los más visitados.

El huracán y la palma inicia cronológicamente con José María Heredia, en buena medida el fundador de una tradición lírica nacional que nace marcada por la añoranza, las palmas y el exilio (curiosamente de Heredia, quien puso las palmas en la cosmovisión nacional por encima de la piña neoclásica de sus antecesores, es el primer poema en Cuba dedicado a un huracán). Del santiaguero nacido en 1803, incluye “A Emilia”. Le siguen Gabriel de la Concepción Valdés, Plácido, con su conocida “Plegaria a Dios”; Gertrudis Gómez de Avellaneda y “La pesca en el mar”; José Jacinto Milanés y “La fuga de la tórtola”; Juan Clemente Zenea y un fragmento del poema “En días de esclavitud”; y Luisa Pérez de Zambrana y su triste elegía “La vuelta al bosque”.

José Martí es el primer escritor con más de un poema en la antología: “Carmen”, “Sueño con claustros de mármol”, “Yugo y estrella”, “Con un astro la tierra se ilumina”, “Dos patrias”, “Árbol de mi alma”, “Mis días van revueltos y encendidos” y “No, música tenaz, me hables del cielo”, nos hablan del bardo innovador de Ismaelillo y Versos sencillos, pero también del patriota capaz de sacrificarlo todo. Modernista también, Julián del Casal, autor de Hojas al viento y Nieve, aparece con los versos de “El camino de Damasco”, “Júpiter y Europa”, “Tristissima Nox”, “Pax animae”, “Flor de cieno”, “Flores”, “Paisaje de verano”, “Crepuscular” y “Nihilismo”.

“La azul epidermis de los mares” del René López de “Barcos que pasan” precede la entrada al siglo XX y con ello a las vanguardias literarias de entonces: José Manuel Poveda con “El epitafio”, “Luna de arrabal”, “Sol de los humildes”, “Sufrimiento” y el interesante “Crepúsculos deformes”; José Zacarías Taller y “Proclama”, y Nicolás Guillén con “West Indies Ltd.”.

De Dulce María Loynaz, Premio Cervantes 1992, no escoge Delfín uno de los poemas de Juegos de agua, Cartas de amor a Tut-Ank-Amen o Poemas náufragos, sino un fragmento, [“Del mar a la casa, de la casa al mar”], del Capítulo VII de la novela Jardín, publicada en 1951. De Eugenio Florit, leemos “Mar en la canción”, y del camagüeyano Emilio Ballagas su “Elegía sin nombre”.

De la poética arborescente de José Lezama Lima —autor de poemarios como La Fijeza y Dador, y alrededor del que se nucleó la llamada generación de Orígenes—, El huracán y la palma incluye los versos de “Noche insular: jardines invisibles”. Miembro del plantel inicial de colaboradores de la revista Orígenes en 1944, al amparo de Lezama y José Rodríguez Feo para entonces, apenas un año antes, ya Virgilio Piñera había escrito “el poema que mejor nos define como realidad ontológica”, según Delfín en el pórtico de la antología que contiene en sus páginas a “La isla en peso”. Le siguen otros originistas: el banense Gastón Baquero, con sus “Palabras escritas en la arena por un inocente”; Eliseo Diego, autor de “El primer discurso”, “[Por la Calzada de Jesús del Monte…]”, “Voy a nombrar las cosas”, “La quinta”, “Bajo los astros”, “No es más”, “Oda a la joven luz” y “Daguerrotipo de una desconocida”; y Cintio Vitier, con “Pero de pronto”, “La voz arrasadora”, “Valle de viñales” y “Examen del maniqueo”.

Luego de Los párpados y el polvo en 1954, Fayad Jamís publica la mayor parte de su obra después del triunfo revolucionario de 1959: Por esta libertad y Los puentes en 1962, y Abrí la verja de hierro, en 1973. De su autoría, Delfín incluye “Si abro esa puerta”. De la generación cuyos primeros libros se publican en la década de 1960, algunos al inicio, otros ya a finales de la misma, encontramos a Heberto Padilla, con “Dones” e “Infancia de William Blake”; Luis Suardíaz, y “Cuento de las tierras vírgenes”; y Luis Rogelio Nogueras con “Don´t look, lonesome boy”.

Vienen a finalizar la selección realizada por Delfín para el sello holguinero —con edición y corrección de José Luis Serrano, diseño de Roddier Mouso e ilustración de Juan Carlos Anzardo—, la obra poética de Raúl Hernández Novás, autor de “[Cartas a un árbol, al árbol del retorno]” y “[Ella miró los framboyanes incendiarse]”; el holguinero Alejandro Fonseca con “Bajo un cielo tan amplio” y “Buey”; “Ángel Escobar”, con “Graffitti”, y el más reciente en el tiempo, Juan Carlos Flores, con “La condena (manuscrito encontrado en una abadía)” y “El atizador”.

Delfín Prats es uno de los más renombrados poetas holguineros. Foto: Internet

Delfín Prats Pupo, autor de apenas unos pocos libros, que ha escrito y reescrito desde su germinal Lenguaje de mudos en 1968 hasta su Poesía completa, que justamente le publicara Ediciones La Luz, y con varias nominaciones a un Premio Nacional de Literatura que cada año los seguidores de su obra esperamos reciba, por una cuestión de justicia literaria, de verdadero calado en el corpus lírico nacional, es uno de los escritores imprescindibles de Cuba.

A su obra —donde destacan, además de los anteriores, los títulos Para festejar el ascenso de Ícaro, Cinco envíos a Arboleda, El esplendor y el caos, Abrirse las constelaciones y Lírica amatoria— debemos incluir ahora El huracán y la palma. Antología de la poesía cubana, un título, nos dice, que no es escogido con ingenuidad, pues hay “en la obra de Sindo Garay connotaciones que van más allá de lo trovadoresco. La canción habla de una isla bamboleada por los vientos contrarios, donde la palma se yergue inalterable. La palma sería la figuración del país y por extensión alude a la poesía, a la realización poética. La palma simboliza el triunfo de la escritura sobre las adversidades del devenir”, como bien comprobamos en estas páginas, cuya lectura detenida y gozosa es también encontrarse con nuestra mejor tradición lírica.