In memoria Enrique Sainz

Decía Marina Tsvietáieva que la poesía es algo o alguien que en nuestro interior quiere desesperadamente ser, por tanto es movimiento que atraviesa al hombre, la poesía es el movimiento que nace de nuestro ser, como deriva de aquella idea el poeta italiano Franco Loy. Esto se comprueba con justicia y altura estética cuando leemos A la nada que actúa,[1] cuaderno de poesía de Francisco de Oraá (1929-2010), que aunque no es su último libro publicado antes de morir sí contiene, a manera de resumen y clave brillante de poética, ideas depuradas y trascendentes sobre la poesía, el universo y el hombre.

Como una extraña joya incógnita en mi librero, autografiada por su autor para mí, esperaba este cuaderno su momento que ahora ha llegado, verdadera depuración del estilo lírico y de la poética del escritor. Allí caminar con la muerte es caminar también con la poesía, como nada que es, como nada que actúa, como fuerza creadora y Dios del hombre en el mundo:

Poesía

Eres tú quien me busca
para pedirme cuerpo
donde vaciar tu nada.

Conciliación, Conciliadora:
estamos solos en
un sueño sin palabras.

Quieres que te dé ser
como haces que aparezcan
el mundo, el hombre, el ángel.

Eres, tú que no eres,
cuando te da forma de muerte
la fijeza de un rostro.

Mundo: nuestro poema.
El mundo es cuando eres.
El mundo, otro y el mismo. (p. 11)

Esta es la conversación del poeta con la poesía y es quizás la más depurada en su largo diálogo con ella a través de toda su obra, “donde abundan reflexiones de tipo existencial, y su raíz expresiva es más propicia a la reflexión metafísica”,[2] donde nos confiesa con altura filosófica que hay poesía en todo, porque poesía es el mundo y se trasmuta en el hombre, que es su dador, siendo en su poética continuador de Martí, quien consideraba a la poesía como sustancia de la realidad toda. Su unión con la poesía, el anhelo de ser una misma cosa los dos, viene de mucho antes en su obra, como expresa en el poema “Conversación con la poesía”: “Los nombres que te di…/ ¿Quién eres?/ Nada. O el modo de mi amor. […] Y a ti sola he tenido, / de tu agua llenas mi soledad / y vuelvo a entrarte como esposa / hasta que mi sola muerte / nos haga un solo espejo.”[3] Este poema pórtico del libro resume a los demás, donde metáforas de gran prestigio poético son despojadas de su carga emblemática, como veremos más adelante.

Esta es la conversación del poeta con la poesía y es quizás la más depurada en su largo diálogo con ella a través de toda su obra.

Como se refieren a las esencias del mundo, los poemas están llenos de imágenes antitéticas que muestran la omnipotencia del vacío: “Eres tú quien me busca / para pedirme un cuerpo donde vaciar tu nada” (p. 11), “El mundo es cuando eres”. (p. 11). Los poemas son dedicados a las metáforas predilectas de la poesía como son la flor, el árbol, la piedra, el pájaro, la luna, las estrellas, el parque, la lluvia, la ciudad, el mar, la estatua, la fuente, el hombre, pero ahora despojándolos de sus cualidades tradicionalmente emblemáticas.[4] Se nos ofrece una imagen de dichas metáforas diferente, y se nos muestra que ellas son, sobre todo, en sí mismas un mundo, no solo un universo traslaticio, a través de la inmanencia de los fenómenos de la naturaleza, de la gravitación o recurrencia de lo propio en lo propio que ya Martí trataba, pero en referencia al ser humano:[5]

“¿Quién nos está mirando
detrás de esos fulgores?
La luz, sola, buscándose.” (p.13)
(La flor)
“Medita en sí
y a sí se sueña.” (p.14)

Como se refieren a las esencias del mundo, los poemas están llenos de imágenes antitéticas que muestran la omnipotencia del vacío.

Aquí la poesía refiere mucho la inmanencia de los cuerpos y los fenómenos, el hecho de construirse y reconstruirse cada ser y cada cosa sobre sí, el fluir interior. Si siempre se compararon a los seres humanos con los objetos de la naturaleza, aquí se personifican estos fenómenos de la naturaleza, ya emblemas de belleza y poesía: Véase el poema “Las estrellas” (p. 17).

(La llovizna)
“Hacia sí, se extravía” (p.20).
El mar es “ciega bestia”, que “contempla / su noche adentro” (p. 21).

Un ejemplo capital de lo afirmado, y quizás el más hermoso, es el de aquel poema donde De Oraá despoja a la metáfora de la flor de los valores que se le han dado tradicionalmente de belleza, nacimiento, amor, naturaleza y trasmutación, y la sitúa como símbolo de la vida y la muerte a un tiempo, como símbolo de la nada, de la belleza de la nada, que es todo, en un agudo poético filosófico:

Flor [6]

Escondida del aire,
hipócrita su luz:
absorta transparencia.

Estridente mudez,
de la noche interior
sube y estalla.

Inocente color,
forma inconsciente:
no es otra ni ella misma.

Un secreto si abierta.
Quien sueña es el vacío.
A nada signa.

Medita en sí
y a sí se sueña.
Sueño ninguno. (p.14).

“Estamos ante un rango de poética actuando por y para postulaciones de la vivencia existencial en las escalas de más alta densidad, donde entrevemos la angustia, sustancia dialéctica de la existencia, sublimada en estandartes de vacío.” [7] Como el poeta está lidiando con las esencias de los fenómenos y los seres, son muy comunes en este cuaderno las imágenes antitéticas que dan prueba del carácter dialéctico del mundo. La flor está “escondida en el aire” porque es “absorta trasparencia”, “estridente mudez”, “un secreto si abierta”. Las hojas del árbol son “el vacío que ha tomado forma” (p. 12). En la llovizna es “refugio, su pobreza”, y “la huella de una imagen es un núcleo transparente” (p. 23), “Lo blanco, ¿qué cavila? / Lo inmutable, ¿qué sueña?” (p.20), “Espacio que es imágenes. / La nada que es espíritu” (p.25). En este cuaderno, que es la conversación del poeta con la poesía, el árbol viaja hacia el hombre y el hombre viaja hacia el árbol.

En este poemario de Francisco de Oraá son muy comunes las imágenes antitéticas que dan prueba del carácter dialéctico del mundo. Foto: Tomada del blog Poetas del Siglo XXI

Se nos habla del mundo que es poesía y a la vez una nada que actúa, es como una vacuidad mágica, misteriosa, que traduce y contiene el infinito, donde las palabras “vacío” (19), “vuelo” (6), y “sueño” (14) se repiten conformando un tejido en que sus significados se superponen, complementan y contrarrestan:

No hay palabras al fondo
¿Serán, los cuerpos, ángeles?
Formas de luz vacía.

Nada, y fulgor de imágenes.
si más cerca del centro,
del centro más distante.[8]

En estos poemas es el universo el que mira las cosas, los objetos, los seres, las entidades, hasta hacernos creer que somos como su mal sueño y su nada, nuestra nada que es el todo.

En tal sentido abundan aquí imágenes cuasi epigramas de los objetos de su reflexión: “la noche envidia / la plenitud del vacío”, la noche y también la estatua poseen una conciencia que es la huella apagada de un vuelo (p. 16), y se nos advierte que aunque un fenómeno natural pueda momentáneamente borrar sus más variadas posesiones, el tiempo no puede borrar la huella del hombre sobre la tierra, la cultura, el fruto de su espíritu. Véase el poema “Parque bajo la lluvia”, donde las creaciones del hombre no “se dejan” arrasar por la furia de la naturaleza, dígase la lluvia, el viento en un conmovedor e inspirado gesto. Porque en estos poemas es el universo el que mira las cosas, los objetos, los seres, las entidades, hasta hacernos creer que somos como su mal sueño y su nada, nuestra nada que es el todo, porque la tarde es / las hojas esperando / marchitarse / que nosotros observamos.[9] Tales preocupaciones nos indican la presencia de ideas filosóficas en el cuaderno: al dejar de ser, de significar, los objetos de la naturaleza se vuelven todo, es decir, parte del todo, donde el mar puede ser el pensamiento, la llovizna, la flor, el árbol, la piedra, y el pensamiento, el hombre, también la llovizna, la flor, la piedra y la ciudad. Porque el hombre posee una naturaleza multiplicada en su interior, porque las esencias van de unas a otras en estos poemas y se igualan. Se canta aquí a la nada que fluye, es un flujo la nada, es una nada el mundo donde es abrazado el viejo tema, de gran prestigio poético, del carácter transitorio y efímero de la existencia. Se demuestra aquí lo afirmado por Lu Fi de que la función de la literatura es expresar la naturaleza de la naturaleza. Los símbolos oscuros se superponen con los claros, los vacíos con los llenos. En el vasto espacio vacío que es el mundo está la poesía y el espíritu, queda la poesía y el espíritu: el vasto espacio vacío que es el mundo es la poesía.[10]


Notas:

[1] Francisco de Oraá. A la nada que actúa. Ediciones Unión, La Habana, 2000. Introducción: “De poesía en situación límite”, de Mario Martínez Sobrino, pp. 7-9. El autor publicó en 2008 el volumen Figurantes por la Editorial Letras Cubanas.

[2] Virgilio López Lemus. “La generación de los años cincuenta en la Revolución”. Historia de la Literatura Cubana, T. III, Instituto de Literatura y Lingüística y Letras Cubanas, La Habana, 2008, p. 114.

[3] Francisco de Oraá. La rosa en la ceniza. Ediciones Unión, La Habana, 1990, pp. 252 y 255.

[4] Los poemas se titulan : “Parque”, “Fulgor”, “Flor”, “Luna”, “Estatua”, “Las estrellas”, “Parque bajo la lluvia”, “Ciudad”, “Crisis de la llovizna”, “Idea del mar”, “Caballos en la lluvia”, “Hombre abierto”, “Fuente viva, fuente seca” y “Fronda, columna, busto de mármol, garza”, y todos tributan o son una variante del primero que se llama “Poesía”. Además, conforman un breve y utilitario conjunto, como afirma Martínez Sobrino en el prólogo del libro.

[5] Las imágenes de recurrencia de lo propio en lo propio son imágenes de reincidencia interna, de preferencia por los movimientos íntimos, cáusticos, donde ocurre un desdoblamiento agónico del yo del poeta. Estas aparecen desde los poemas escritos en España, y se mantienen a lo largo de toda su poesía. Son manifestaciones de la lectura del cuerpo que constantemente encontramos en el discurso martiano. Ejemplos de entre muchos: “Hoy sentí más el peso de mí mismo” de “Cartas de

España” (1875). Por otra parte, el empleo de dicho recurso nos recuerda aquel verso de Rilke: “Bin ich in mir nicht mi GröBten?”–“¿No estoy en mí en lo más grande?”. Tanto en las imágenes de reincidencia utilizadas por Martí como en este verso la inconmensurabilidad, la grandeza del alma del poeta constatada en sí, se realza al tiempo que se pone en duda, en una duda que admite su deseo de volcarse en pro del hombre. Ver “Queja de muchacha”-“Mädchen–Klage”. Rainer María

Rilke. Nuevos poemas, Edición Bilingüe. Hiperión, Madrid, 1991, p. 26.

[6] El poema contiene el siguiente exergo:”Rilke: sueño de nadie”, que alude al epitafio que dicho poeta se escribió a sí mismo: “Rosa, oh contradicción pura en el deleite de ser el sueño de nadie bajo tantos párpados”, donde reconoce el carácter efímero y transitorio de la existencia, también tema de este libro. Otro poema del mismo alude a unos “caballos vegetales” del poema “Unos caballos”, de Jorge Guillén – “Caballos en la lluvia, (p.22), y “Fronda, columna…” (p.25) al poema “La señal”, de Eugenio Florit, demostrándonos una vez más la esencia transpoética del cuaderno y que De Oraá es un poeta dado al gusto clásico, atento a la tradición lírica de la lengua, como ha dicho Virgilio López Lemus.

[7] Mario Martínez Sobrino. Ob. cit., pp. 7-9.

[8] Esta última estrofa también se constituye en una imagen antitética.

[9] Verso de Ferreira Gullar.

[10] Véase el poema “Fronda…” (p. 25). Este final imantado, cíclico, vuelve al principio, al primer poema, a la poesía como esencia.

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