Historias del paraíso y la conciencia contra la leyenda negra[1].

A vosotros mi lengua no debe ser extraña.

      Rubén Darío

Con más de seis largas décadas en el ejercicio de la escritura —su primer libro, El rumor de la luz fue de 1957—, como poeta, ensayista, crítico, profesor y editor; con numerosos títulos que incluyen poemarios, antologías de versos, compilaciones de estudios, y libros de prosa que se agradecen tanto como su conocida Historias del paraíso, Gustavo Pereira es una de las voces más genuinas de la literatura venezolana contemporánea. Su vocación de escritor consecuente es una constante en su trayectoria profesional, ciudadana, y esa zozobra de la creación compartida es el caldo de cultivo de toda su actividad y conciencia intelectual, como cuando indaga en nuestros orígenes.

“Una obra reivindicativa de nuestra historia y cultura, escrita con una prosa que se agradece y con el desafío de tópicos tan caros a nuestra génesis como pueblos”.

Conservo una, muy trajinada por mí, primera edición de Historias del paraíso,[2] donde reconoce el autor de puño y letra de que “va en estas páginas nuestra angustia, matriz de esta amistad”. Organizado en tres volúmenes, contiene en su primera página dos citas ejemplares, una del Libro de Chilam Balam de Chumayel, y una línea desafiante de nuestro padre común, Rubén Darío: “a vosotros mi lengua no debe ser extraña”. Bastaría un recorrido a saltos por el índice para tener algunas coordenadas de una obra reivindicativa de nuestra historia y cultura, escrita con una prosa que se agradece y con el desafío de tópicos tan caros a nuestra génesis como pueblos. Desde “Libro Primero”, sobre “la develación y saqueo” del llamado Nuevo Mundo, pasando por “la larga noche de la colonia” y “los cerrojos de la intolerancia”; mientras en el “Libro Segundo” —titulado con el provocador “Los seres inferiores”—, nos topamos con los pueblos originarios, desde los arawacos de la cuenca del Caribe y el rosario de las islas de lo que se reconocerían como Las Antillas; hasta el prodigio de los mayas. Para concluir en el “Libro Tercero”, que con su llamado “El acoso de los insurrectos”, devela las sublevaciones de los primeros pueblos, pasando por el cimarronaje batallador, el contrabando cómplice y la piratería; hasta “los detonantes del fulgor y las praderas de la libertad”. Páginas donde dialoga, sin renunciar a los códigos metafóricos propios de un poeta, la ideología de un intelectual con una sólida formación conceptual, marxista y bolivariano-martiana. No por gusto Marx, Engels, Simón Rodríguez, Bolívar y Martí, junto a algunos de sus principales deudos y estudiosos en el ámbito latinoamericano y universal, jalonan la amplia y rigurosa bibliografía. Entre casi tres centenares de asientos, por mis preferencias como lector, me gustaría destacar al cercano Leonardo Acosta; Miguel Acosta Saignes —al que conocí, orgulloso discípulo de don Fernando—; Germán Arciniegas —aunque no con la afín Biografía del Caribe,sino con El caballero de El Dorado—; el imprescindible estudioso de los aborígenes antillanos que fue el hijo de Mayarí, José Juan Arrom; el heterodoxo Rufino Blanco Fombona; Juan Bosch, y su natural antecedente De Cristóbal Colón a Fidel Castro;Federico Brito Figueroa; Luís Cardoza y Aragón; Frantz Fanon; Eric Williams, con su otra historia del Caribe; Eduardo Galeano y un título emparentado como Las venas abiertas…; Manuel Galich y Nuestros primeros padres; Alejandro de Humboldt —cuya influencia benefactora en el amigo me consta—; el sabio Fernando Ortiz; Mariano Picón Salas; hasta mi lectura de la primera juventud, La poesía ignorada y olvidada de Jorge Zalamea.

“El deslumbramiento por los orígenes, siempre hermanado en la angustia carnal y estética, lo encontramos en estas exploraciones que convierten al lector en depositario de una voluntad declarada de reconocer lo que otros escribieron antes”.

Sus estudios sobre el Caribe conquistado, o sus vivencias como hijo de isla —la generosa Margarita de sus amores, pues hasta nombre de mujer tiene para endulzarnos los oídos, y vecino de ese mare nostrum sin el cual no nos imaginamos la vida y la historia—, identifican su cosmovisión existencial, más allá de lo trágico, del fatalismo histórico, de la subordinación del individuo al fin de las identidades; conocimiento dado por las diferentes fuentes cuando reconstruye el testimonio de explotados y explotadores, que toma de Occidente y Oriente, de la lengua colonizadora y las tradiciones aborígenes, de las comunidades primigenias y las vanguardias de hoy, del planeta globalizado y el mosaico de las diásporas, en el discernir de todo lo que nos atañe. Regresando al poeta —cauce natural y benefactor de lo que escribe—, desdoblado en cronista e historiador, como en el libro que nos ocupa, su pórtico a esta cuarta edición no podía ser menos que un texto poético, “Carta de (des)identidad”,[3] del que cito un fragmento: Vengo de tres sombras /pero solo conozco /el desprecio que marcó la calzada que me conducía a las otras dos. /Por muchos años sentí maíz amargo en mis huesos /aunque era dulce la arepa de mi infancia /y soleadas las hamacas que arrebujaban mis espejismos /Por mucho tiempo sentí el escozor del esclavo / y la rodilla rota de los chamanes (…) Un condenado de la historia /hasta el día en que vinieron a mí los viejos coágulos de /aquellas sombras / y me persuadí de estas cosas.

Frente a las vacilaciones, los vacíos y “correcciones” de la llamada “historia oficial” —cuanta realidad ha sido silenciada o escamoteada—, cuando nos enfrentamos a las incertidumbres de los oprimidos de siempre, “los condenados de la historia” o de “la tierra”, al decir lapidario de Fanon. En el autor, la lucidez y agudeza de sus juicios responden a una estética congruente y ligada en sucesivas lecturas, expuestas fragmentariamente pero de manera orgánica. Estudios que fluyen sin corsé académico, y allanan la interpretación y los argumentos del cronista contemporáneo. Me gustaría definir este título como un “extraño clásico de las cosas que no son clásicas”, recordando lo que en su momento un editor dijera sobre otro disidente como Baudelaire. Adentrarnos en el laberinto de sus páginas, nos lleva a reconocer lo legítimo de nuestras manifestaciones culturales e históricas.

Como hemos escrito antes, en los somaris, al igual que en gran parte de su poesía de la madurez, más allá de los textos citadinos de los primeros libros, está presente la correspondencia con Historias del paraíso. Sus estudios de doctorado sobre la influencia de los cronistas de Indias en la narrativa latinoamericana, son antecedentes naturales de los libros antes mencionados y de estas mismas páginas. El deslumbramiento por los orígenes, siempre hermanado en la angustia carnal y estética, lo encontramos en estas exploraciones que convierten al lector en depositario de una voluntad declarada de reconocer lo que otros escribieron antes, como precursores e influencias metabolizadas en sus debidas lecturas. No es gratuito el homenaje al Caliban de Roberto Fernández Retamar, y a otros tantos autores que han reivindicado con sus estudios y expresiones recreativas nuestras culturas originarias, y entre los cuales Pereira es ya una figura emblemática.

Su apasionante trilogía en la rescritura de la visión de los vencidos, nos recuerda otros clásicos como Biografía del Caribe, de Germán Arciniegas, o De Cristóbal Colón a Fidel Castro, de Juan Bosch. De esos orígenes nos da Gustavo una de sus primeras lecciones: “pero si algo han demostrado los descendientes de los primeros pobladores de estas tierras es que la poesía es una praxis, vinculada a una forma de ver y de estar en el mundo con sagrado respeto”. Estos apuntes son, ante todo, un diálogo intenso y sin fronteras con nuestros antepasados, constituyendo el estudio de la temática aborigen la mayor pasión de Pereira como estudioso y divulgador de la cultura.

Gustavo Pereira, una de las voces más genuinas de la literatura venezolana contemporánea. Imágenes tomadas de Internet

Como mandato ineludible, nos recuerda que “esta obra está dedicada a quienes fueron y son capaces de rebelarse contra toda injusticia”.[4] Y cuyas palabras preliminares a la cuarta edición constituyen una declaración de fe y la ambiciosa voluntad por registrar la justicia histórica, por lo que las cito en extenso:

Este libro es de algún modo la restitución de la conciencia a una revuelta de infancia propiciada por la angustia y la inconformidad.

Aquella todavía incausada tribulación se me había impuesto desde los primeros bancos escolares bajo la entonces solo intuida certeza de que cuanto allí se nos inculcaba como historia virtuosa y verdadera, no era sino fragmentaria y engañosa preceptiva de un sistema de valores que justificaba, falseaba o encubría diversas formas de dominación social. La imagen brutal e inhumana que sobre los pueblos indígenas los manuales oficializaban sin recato se hacía en mi corazón, por simple contravención que generaba la sospecha, causa por la que bien valía la pena insubordinarse, tanto más cuando en cada uno de nosotros una parte de la sangre, del espíritu, de la piel o de los sentimientos, en poco o en mucho, provenía de aquellos a quienes se humillaba.[5]

La literatura en sus potencialidades, como la cultura en general, nos da los recursos para ayudarnos a sobreponer cada período crítico de la sociedad, trascendiéndolo. Y esas reservas nos ayudan a compartir lo hermoso, lo terrenal, lo sobrenatural, con la herejía, la rebeldía, la crítica, y todo contra el dogma y a favor —desde un cenote de interrogantes—, del mejoramiento humano. Las citas de Gustavo en su compilación El peor de los oficios, del Chilam Balam, la canción araucana, el canto navajo o azteca, o el verso quechua, son clara muestra de la voluntad del autor de no renunciar al cordón umbilical de nuestros antepasados. Es una sucesión de culturas y épocas históricas que como anillos concéntricos contemplamos frente al corte de estas páginas. O las Crónicas de Indias, o toda la tradición y acervo de las culturas aborígenes que integran ese gran mosaico donde se deposita el origen de nuestros pueblos; o los cantares en lengua pemón que nos traen el paisaje inconmensurable de la Gran Sabana, celestial incluso para los que presumimos de ateos convencidos; y los waraos del delta o los wayús con la oralidad que transmite la riqueza de la península guajira.

“La literatura en sus potencialidades, como la cultura en general, nos da los recursos para ayudarnos a sobreponer cada período crítico de la sociedad, trascendiéndolo”.

Sobre las lenguas primigenias, escribió Gustavo, y cito: “una evidencia más para cuestionar cierta falacia puesta en boga durante siglos: el supuesto aislamiento en que vivían las naciones originarias de América antes de la invasión europea, reduccionismo desmentido por el cúmulo de aportes que las interrelaciones milenarias dejaron en sus idiomas (…)”.[6]

Mariano Picón Salas, quien fuera un conocedor de nuestra literatura primigenia, consideraba como un desafío de las generaciones por venir, la profundización de los estudios latinoamericanos: “Ya las gentes del siglo XXI pondrán todo su énfasis en asuntos que a nosotros se nos escapan”.[7] Y uno de los aspectos a desarrollar de los orígenes comunes, son los vasos comunicantes que hacen que: “A pesar de las diferencias y de los contrastes telúricos, desde los días de la colonia la reacción del hispanoamericano ante el mundo tiene una identidad y un parentesco mucho mayor del que se supone”.[8]

De estos presupuestos iniciales de nuestra cultura Nicolás Guillén escribiría: “Pensamos en el descubrimiento de América… ¿Fue obra de una sola cultura, de una sola `raza´? ¿Fue obra exclusiva de España? Indudablemente no. Los conocimientos matemáticos indispensables para la navegación —de origen asiático— fueron introducidos en la península ibérica por los árabes muchísimo antes de que Colón naciera”.[9]

En un texto indagador, “La raíz sepultada en la Historia”, Gustavo Pereira se pregunta: “¿Cuántos manuales de literatura, cuántos de historia, cuántos de ciencia o arte comienzan en nuestro país y nuestra América por donde deben comenzar, es decir, por los aportes de las naciones amerindias a la conformación de nuestro ser y nuestro devenir?”. Su obra en general, y en particular este libro, es su decisiva contribución a saldar esa deuda y ese desafío de siglos, voluntad perseverante en él, que merece todo nuestro reconocimiento.


Notas:

[1] Presentación de Gustavo Pereira, Historias del paraíso (Monte Ávila, Editores Latinoamericana 2022), en la Feria Internacional del Libro de La Habana 2023, 12 de febrero, San Carlos de la Cabaña.

[2] Gustavo Pereira. Historias del paraíso (Fondo Editorial del Estado de Nueva Esparta, 1997).

[3] Gustavo Pereira. Historias del paraíso (Monte Ávila, Editores Latinoamericana 2022), p. 21.

[4] Gustavo Pereira. Historias del paraíso (Monte Ávila, Editores Latinoamericana 2022), p. 11.

[5] Gustavo Pereira. Historias del paraíso (Monte Ávila, Editores Latinoamericana 2022), p. 13.

[6] Gustavo Pereira. Diario de las revelaciones (fragmentos). Revista Casa de las Américas, no. 299 abril-junio 2020 p. 31.

[7] Óscar Rivera-Rodas escribió: “(…) Picón Salas buscó el desarrollo de las ideas de la descolonización y una ética antiimperialista, con una convicción afirmativa orientada al futuro”. Revista Casa, La Habana, número 250, 2008. p. 31.

[8] Mariano Picón-Salas: De la conquista a la independencia, Fondo de Cultura Económica, México, 1975, p. 17.

[9] Nicolás Guillén: Prosa de prisa, ed. cit., t. III, p. 147.