La vida que ha quedado atrás, el material audiovisual de Manuel Pérez Paredes sobre las experiencias del combatiente soviético Nikolái Leónov, fue presentado en el Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello como parte de una actividad académica organizada por Caridad Massón Sena, investigadora de dicha institución.

El entrevistado conoció a Raúl Castro en el barco cuando ambos venían de Europa hacia México en 1954, y luego del triunfo de la Revolución Cubana fue traductor de líderes de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) que vinieron a Cuba. Su narración presenta, entre otros tópicos, un valioso testimonio sobre las problemáticas y contradicciones que provocaron la desintegración de la URSS.

Manuel Pérez Paredes, Premio Nacional de Cine (2013). Foto: Internet

El cineasta contó cómo fue el proceso de realización, que parte de una larga conversación con el protagonista; charla que resultó ser una importante reflexión para Cuba y el mundo contemporáneo. Por su parte, Massón Sena resaltó la vigencia del testimonio y la necesidad de leerlo desde la óptica cubana contemporánea, así como su valor para una enseñanza de la historia con todas sus complejidades.

El equipo de Comunicación del Instituto Juan Marinello aprovechó el encuentro para dialogar con el consagrado director cubano sobre la utilidad del material para las ciencias sociales cubanas y la comprensión de las complejidades de nuestra contemporaneidad. 

En la introducción de su audiovisual usted comentó que filmó aproximadamente 16 horas, sin embargo, la duración del mismo es de 2 horas y 40 minutos. ¿Cuáles fueron los principales criterios para decidir qué material incluir? ¿Qué excluyó y por qué?

Realmente la entrevista está pidiendo decidir —un día que no aparece todavía en mi tiempo— si se hace un serial o un libro, porque en 15 o 16 horas se abarcó una gran diversidad de temas, dadas las responsabilidades que Leónov tuvo, las cuales se prestan a la dispersión.

Estuve allí tres semanas con un régimen de entrevista de tres a cuatro horas, de lunes a viernes, pero era como para haber permanecido meses conversando. Aunque parezca mucho tiempo, para un caso como el de Leónov es poco, porque si empieza a hablar de Afganistán, de por qué la URSS se metió allí y de sus consecuencias, ello obliga a un desarrollo y a una contextualización.

A mis 83 años sigo a Leónov en su discurso, pero los que tienen 30 años, ¿cómo lo siguen?, ¿qué se necesita? Fundamentalmente me propuse, a partir del “cuéntame tu vida”, que fueran apareciendo Cuba, América Latina y la Unión Soviética, así como el proceso de desarrollo, crisis y descomposición de la URSS.

Leónov escribió un libro sobre Torrijos —un tema que a él le interesa mucho— al que se entregó con mucha fuerza, porque fue uno de los que asesoró a Torrijos en el proceso de los tratados Torrijos-Carter, y se comportó como una fuente de confrontación, sugerencias e ideas, y le tomó un gran aprecio y respeto al Presidente panameño.

El asunto del Canal de Panamá da para un capítulo de un libro o un documental. Otro tema es el Perú de Juan Velasco Alvarado, donde él estuvo también en aquellos años. Estamos hablando de un hombre de la Inteligencia Soviética, que trabajó en México, que atiende América Latina. Ahí quedó su vinculación con Perú, extensiva al Cono Sur, a la época de Salvador Allende, de los militares argentinos, y sobre todo a Centroamérica.

Él, a partir de México ―estaba allí cuando el gobierno de Jacobo Árbenz―, se convirtió en una gente muy vinculada a Centroamérica. En el barco en el que él conoce a Raúl Castro, cuando ni siquiera estaba todavía comprometido con el Moncada, también venía el comandante Rolando Alejandro Ramírez, una figura clave en Guatemala, y fue en ese barco donde Leónov tuvo un conocimiento de Guatemala, por eso Centroamérica puede perfectamente ser otro capítulo.

Después está su vinculación a Estados Unidos. Él es una de las personas que atiende a Lee Harvey Oswald cuando fue a la embajada soviética en ese país a pedir visa, y se le niega la visa a Oswald, antes del asesinato de Kennedy.

Van quedando fuera temas que se avendrían mejor a un libro o a una entrevista, pero de cien horas. A mí lo que más me interesaba era Cuba, la Unión Soviética y la relación de Leónov con nosotros.

¿Qué importancia tiene reconstruir la historia desde los testimonios directos de sus protagonistas?

Lo más apasionante es su mirada sobre la Unión Soviética y su interpretación de un proceso que se fue congelando, deteniéndose y descomponiéndose. La mirada de Leónov fue un aporte enriquecedor, porque está hablando desde adentro a partir de firmes convicciones. No es la clásica posición del escéptico, del que se descompone también y tiene una mirada certera pero derrotista; la mirada de él es la de una persona profundamente indignada por lo que está pasando y que no puede impedir. Conocerlo y entrevistarlo era traer para nosotros una visión y una experiencia que sirve de lección.

Independientemente de que la URSS era un lugar muy especial, el modelo soviético del imperio zarista convertido en la URSS —con una Rusia hegemónica y el resto de las repúblicas en igualdad, a partir de que vienen del imperio—, ya provoca que el nacimiento del primer poder socialista sea muy especial. Ese partido que crea Lenin, esa vanguardia ―¿cuántos eran?, menos de 200 000 militantes―, fue capaz de hegemonizar la dirección de la revolución rusa; fue una experiencia realmente extraordinaria y peculiar para lo que era un imperio zarista convertido en Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, que fue capaz de derrotar a los nazis 25 años después ―lo que va de 1917 a 1941, un cuarto de siglo. Fue capaz de resistir la agresión nazi, enfrentarla y derrotarla, y prácticamente liberar una parte de Europa. Sin embargo, 37 años después, se descompone. Es apasionante, una tragedia.

Los procesos políticos tienen claramente un impacto en los procesos culturales, y no se puede analizar la cultura a cabalidad sin estudiarlos. En ese sentido, ¿qué cree que le pueda aportar un testimonio como el que presenta el documental a los interesados en indagar en los procesos culturales, tanto en la URSS como en los países vinculados al bloque socialista?

Si Rusia y Cuba estuvieran más cerca, después que conocí a Leónov en 2012 habría vuelto todos los años para seguir aclarando lagunas. ¿Cuántas preguntas más debí haberle hecho? Por ejemplo, ¿cómo se organiza la vanguardia?, ¿cuál es el papel del Partido en la sociedad?, ¿cómo es la relación Estado-sociedad?, ¿cómo es la relación vanguardia-masa?, así como la complejidad de ese proceso y la necesidad de que esa vanguardia se deba estar legitimando y renovando permanentemente.

Por otra parte, una cosa es la vanguardia en un país con un 70% de campesinado, con analfabetos, y su papel en Rusia, o en Kirguizia, o en Uzbekistán; su papel en un Estado multinacional es tan peculiar que siempre pienso que me quedaron muchas preguntas por hacer y conversaciones inconclusas. Lo lamento mucho.

“A partir de que era un hombre inteligente y capacitado, tuvo vivencias que le permitieron abrirse a la complejidad del mundo”. Foto: Tomada de Granma

A Leónov le fue muy importante trabajar desde afuera. Al irse a México no solo conoció en aquel barco el mar, a Raúl Castro y al comandante guatemalteco Alejandro Ramírez; conoció el mundo, pero desde un sitio clave: frontera con Estados Unidos, frontera con Centroamérica, el Pacífico a la izquierda, el Atlántico a la derecha, el Caribe. Evidentemente él, a partir de que era un hombre inteligente y capacitado, tuvo vivencias que le permitieron abrirse a la complejidad del mundo, incluso ver la Unión Soviética de otra manera.

Luego, por supuesto, si te dan la tarea de hacer un análisis a nivel centroamericano —después no alineado, después mundial—, se crea una visión del planeta muy rica si eres una persona inteligente.

La caída de la URSS significó la desarticulación del bloque socialista. Sin embargo, han prevalecido, y prevalecen, movimientos políticos y sociales con ideas socialistas en todo al mundo. ¿Qué puede aportar un testimonio como el de Leónov a esos movimientos socialistas, sobre todo en el contexto latinoamericano?

Lamentablemente lo que alcancé a obtener de él es incompleto. Cuando un joven actual nació, ya no existía la URSS; es pasado, todo se lo cuentan. Tengo 83 años. Durante el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), en 1956, después de la muerte de Stalin, ya yo comenzaba a hacer pininos en la política. ¿Qué diferencia hay entre tener 17 años en 1956 y tenerlos en 2003? Es abismal. ¿Cómo perciben el pasado a partir de cómo se lo han contado, tanto de un lado como del otro?

Pongo un ejemplo. En 1960, ya con 21 años, viajé por primera vez al exterior. Fui a Roma, Italia, en un trabajo de cine como asistente de dirección, pero fui a Italia, a la Italia de Palmiro Togliatti, a la Italia de Antonio Gramsci ―Gramsci ya no existía―, el de la tradición del marxismo italiano.

Estando yo allí, en noviembre del 60 ―la Revolución Cubana radicalizándose; aunque todavía no se había declarado abiertamente socialista, lo estaba haciendo en la práctica―, se celebra en Moscú la reunión de 81 partidos comunistas. En 1960, con Nikita Jrushchov al frente de la URSS, 81 partidos comunistas hacen una declaración de unidad mundial. Yo la conocí en aquel momento, pero no me enteré de ella en La Habana, sino en Roma, por la repercusión que le dieron los italianos, la izquierda y la derecha.

En esa declaración se caracteriza la época, y se dice que “estamos viviendo la transición del capitalismo al socialismo”. Eso es lo que consideraban los 81 partidos comunistas. Cuando regresan los italianos de esa conferencia, me entero ―yo no estaba en nada político, estaba en el mundo del cine, pero era una gente muy politizada―, según me contó uno de los italianos con que trabajaba, que algunos de los italianos que habían participado en la conferencia de Moscú comentaron al interior del Partido que allí se habían dado roces, fracturas, entre China y la URSS; no públicas, pero ya habían aparecido allí.

Llego a La Habana a finales de noviembre, yo soy militante, y lo comenté: “Allá me he enterado de esto”. La reacción más dominante en mis amigos fue: “Eso no existe, son campañas divisionistas del imperialismo”. No estábamos preparados para aceptar que China y la URSS tuvieran discrepancias, y la reacción era: “Es una campaña o un deseo de los contrarios, no una realidad”. Sin embargo, evidentemente los italianos que venían de allá estaban hablando seriamente. En aquel momento había un país que hegemonizaba la unidad del comunismo internacional, que era la URSS, y bajo su bandera, bajo su tutela, se reunían 80 partidos comunistas de 80 países.

No obstante, nos encargamos de ver cómo poco a poco esa discrepancia se fue dando y después tuvo lugar la ruptura y se acabó la unidad. Nos dividimos en partidos prochinos y partidos prosoviéticos. Y Cuba —con la Tricontinental, con la Organización Latinoamericana de Solidaridad— trató de organizar una manera de unidad antimperialista y de evitar la fractura del mundo de los 60.

“Cuba mantuvo una posición latinoamericana, continental”.

De esa unidad hegemonizada por un país clave como fue la URSS, fuimos entrando en un proceso que partió en dos el campo socialista: los prochinos y los prosoviéticos. También estaban los que no eran ni una cosa ni la otra, como el caso nuestro. Cuba mantuvo una posición latinoamericana, continental.

El mundo comenzó a verse de otra manera. Todo lo que podemos hablar hoy de procesos de socialismo y de reuniones de partidos no tiene nada que ver con mi formación, cuando tenía 20 o 30 años. Estamos viviendo en otra época, y comentaba esto de Italia porque incluso cuando en la URSS se critica a Stalin, esa crítica va dirigida al culto a la personalidad. Recuerdo haber leído que Togliatti, el máximo dirigente del partido italiano, se había planteado algo que en aquel momento yo no valoraba como lo valoré después y que me pareció tan lúcido: el culto a la personalidad es una consecuencia, no es la causa; la causa es más profunda. Ahora, también Nikita puede haber dicho en privado: “Yo podía solamente llegar hasta esta consecuencia”. En qué medida el temor a Stalin —aparte de la peculiaridad de la URSS, del nacimiento de la URSS— tiene que ver también con que al interior del PCUS no se podía más que llegar al culto a la personalidad.

“Las urgencias de la política y de la lucha más inmediata impiden calar profundamente en las causas”.

El problema no es Stalin, no es el estalinismo; el problema es el sistema y cómo está organizado el país que produce ese fenómeno. Pero se está hablando de la consecuencia, no de la causa. Todavía siento que a veces nos ha faltado calar; las urgencias de la política y de la lucha más inmediata impiden calar profundamente en las causas. Todavía hay cuentas pendientes en este análisis.

Teniendo en cuenta los más recientes acontecimientos en Cuba y el mundo, ¿cómo el estudio de los acontecimientos que se relatan en su material puede servir para construir un mejor presente y diseñar un mejor futuro?

Recogí y sinteticé todo lo que Leónov expresó, de un gran valor para la contemporaneidad. En todo caso, quedaron fuera reiteraciones o enriquecimientos de lo que está dicho. Él nos está dando su vida; su punto de vista, muy modesto, pero muy valioso, acerca de lo que cree que nos puede servir como aporte, más allá de lo peculiar de la URSS.

Siento que tenemos un problema, que a la vez es un reto, y que no puede ser una excusa: la geografía. Como bien se ha dicho, y yo repito, la Historia nos absuelve; la geografía, no. No se puede vivir a 90 millas de los Estados Unidos e ignorar cómo eso gravita sobre el quehacer de la Revolución.

¿Cómo se defiende la Revolución? A veces pienso que parece una solución de dramaturgia, de guionista de obra de teatro, de novela o de película, la carta de Martí a Manuel Mercado, cuando en los primeros párrafos le dice que “en silencio ha tenido que ser”.

Es increíble que sea la carta un testamento, porque no sabía que lo iban a matar al día siguiente, y esos párrafos de la carta parecen una solución de Shakespeare, cuando dice: “Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida (…) por mi deber (…) de impedir a tiempo (…) que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. (…) En silencio ha tenido que ser (…), porque hay cosas que (…) de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiado recias”.

En 1895, sin redes sociales ni internet, sin ninguno de los recursos actuales, Martí se está moviendo con la cautela de alguien que sabe que la geografía no lo absuelve. Todo eso hace que a nosotros, en mi opinión, todavía nos queden pendientes, debido a las urgencias e inmediateces, cosas por reflexionar y repensar: cómo nos organizamos mejor en la relación vanguardia-sociedad. Todavía hay cosas en las que estamos por debajo de las necesidades que nos está pidiendo el mundo de hoy.

El mundo de hoy… Si añades a ello la geografía, la pandemia, la propia guerra ruso-ucraniana… ¿Quién se podía imaginar que Ucrania y Rusia se iban a divorciar, iban a desaparecer, se iban a separar y a terminar en esta guerra, así como los efectos de esta contienda en la economía?

Yo comentaba en la introducción ―porque recuerdo que Leónov vivió en la etapa de Boris Yeltsin, según nos contaron―, el peligro ya no solo de que desapareciera la URSS, sino que hasta la Rusia se desmembrara, con los chechenos y los rollos internos. Podía aceptar que al final se separaran Rusia y Ucrania, pero no solo que se separaran, sino que terminan en una guerra que ahora es la punta de lanza del imperialismo norteamericano y de la derecha europea contra Rusia, la Rusia de hoy, que no es la Unión Soviética. Es realmente espantoso. Y en un ruso de corazón como Leónov, de 93 años, es comprensible que le haya acelerado la muerte.

La guerra empezó el 22 de febrero, y él murió el 27 de abril. Me tomo la licencia de pensar: “Para Leónov esto es ya la tapa al pomo. Basta ya”. Se puede discrepar, pero guerrear… Y ser ahora Ucrania la punta, es el colmo. Todas esas cosas están pidiendo reflexiones, y al mismo tiempo están la inmediatez de la cola del pan y de la guagua, el apagón y las múltiples situaciones que tenemos en la vida cotidiana.

Todavía tenemos que reflexionar mucho más, sobre todo al interior de las relaciones entre la vanguardia y la sociedad; el Estado, el Partido y la sociedad, y la necesidad de estarse legitimando periódicamente. Hay ciertas cosas que se ganan, y que no se heredan, de ninguna manera.

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