Néstor Martí: desempolvar la maravilla

Noel Alejandro Nápoles González
19/12/2019

La Habana es una ciudad erótica. Fundada en el sitio que marca El Templete, ostenta el faro de El Morro a la entrada de la bahía, donde los barcos desfilan como espermatozoides a los pies de un óvulo que jamás alcanzan. Tanta sensualidad se sublima espiritualmente con un Cristo que bendice la escena con mano de mármol y una Giraldilla, que es la esperanza hecha bronce. Ni siquiera el pétreo cinturón de castidad formado por tres fortalezas y una muralla pudo proteger a La Habana contra los ataques libidinosos de piratas y conquistadores.

Cantada por poetas y trovadores, esta hembra atlántica ha vestido su desnudez, desde 1519, con tejas coloniales, rosetones barrocos, columnas clásicas, rejas Art Nouveau, vitrales Art Déco y algún que otro estilo indefinible, todo en un eclecticismo que revela la mutiplicidad de sus orígenes.

 

Pero esta ciudad es más que eso: La Habana es un oxímoron: no hay sustantivo en ella que no sea negado por un adjetivo. Aquí hay luces oscuras y oscuridades luminosas. El esfuerzo restaurador y el mal gusto, la desidia y el empeño, el polvo y la maravilla conviven en todas sus esquinas. Dondequiera que uno posa la mirada con buenos ojos se topa con el deterioro y dondequiera que lo hace con desaliento descubre algo valioso. La Habana es un valor de uso cotidiano y extraordinario, sólo quien tenga conciencia de sus dones podrá disfrutar a plenitud de sus encantos.

En esta ocasión, la cámara de un fotógrafo, autorizado por su experiencia en estas lides, ha rastreado el testimonio del Art Nouveau -que es quizás el estilo más sensual- en la arquitectura de los barrios de Santos Suárez y La Víbora, en el municipio de Diez de Octubre. Se trata de Néstor Martí, quien se graduó en 1997 como licenciado en Historia del Arte y trabaja desde entonces como fotógrafo de la Oficina del Historiador de la Ciudad.

Prácticamente toda su obra como profesional y artista está enfocada en los valores patrimoniales de la capital. Alrededor del 2006 ilustró el libro Cinco poemas griegos de Roberto Fernández Retamar, con imágenes que proyectó sobre cuerpos humanos y a las que tituló "La isla".

También elaboró dos calendarios con fotos que tenían como tema a la ciudad: "La luz de La Habana" (2005) e "Imágenes de La Habana" (2009). Más tarde, junto a Chip Cooper fue coautor de las fotografías del libro La Habana Vieja: espíritu de una ciudad viva (Alabama University Press, 2011) y fue fotógrafo exclusivo de Havana Modern, 20th Century architecture and interiors (Rizzoli, 2014). Ambos libros son joyas bibliográficas que resaltan aquello que muchas veces los habaneros tenemos ante los ojos y no somos capaces de ver.

La técnica depurada y la mirada inteligente coinciden en Néstor. Él sabe bien qué mirar y cómo. No anda las calles ajeno sino desentrañando detalles. A veces nos sorprende con cosas como ésta:

¿Tú sabías que en el Prado hay un dragón? Efectivamente, cerca del Palacio de los Matrimonios hay un guarda polea, de ésos que se utilizaban para izar muebles, que tiene una figura draconiana.

 

Néstor sabe bien que en La Habana el transeúnte no camina sobre adoquines o asfalto sino sobre cinco siglos de historia.

Pero ¿qué tiene que ver La Habana con el Art Nouveau?

Fue en Bélgica, no en Francia, donde surgió el Art Nouveau, allá por 1892. La era moderna (la del capital) trajo consigo la "modernización" (que es sinónimo de industrialización) y con ella surgió la "modernidad" (modo de vida burgués) y el "modernismo" (su expresión artística). Fue la industria la que trajo aparejada un abaratamiento de las formas arquitectónicas en aras de la funcionalidad. La necesidad de devolverle la gracia perdida a la arquitectura se hizo posible con el descubrimiento de nuevas técnicas que permitían compensar los elementos rectos con curvas en las fachadas, las rejas, las maderas o los vitrales. Era como si la sensualidad de la curva lo invadiese todo: la piedra, el metal, la madera, el cristal, el lienzo; como si lo líquido viniese a evitar que todo lo sólido se desvaneciese en el aire.

Ya desde 1881 dos abogados belgas, Maus y Picard, habían fundado la revista L'art moderne, la cual reflejó las inquietudes estéticas del momento. Tres años después Maus organizó exposiciones que nuclearon a pintores como Seurat, Gauguin, Van Gogh y Rodin. En ese mismo año de 1884 surgió el Grupo de los XX, en el que se incluían Knopff, Ensor y otros. Paralelamente, en la Inglaterra victoriana, los artistas John Ruskin y William Morris, que habían estado vinculados al prerrafaelismo, sostenían que el artista debía compensar la frialdad de lo industrial potenciando los oficios.

 

Poco a poco, una flora nacida de manos humanas lo fue invadiendo todo: las paredes y los metales, las maderas y los mosaicos, los papeles y los cristales. Lo funcional debía ser amortiguado por lo formal. En Bélgica, Violet-le-Duc decoró los hierros, así como Henry Van de Velde y Víctor Horta construyeron, respectivamente, la Casa Bloemenwerf (1859) y la Casa Tassel (1892-93). En Francia, Hector Guimard embelleció las entradas al metro de París. En Austria, la Secesión vienesa dio vida a la fantástica obra de Klimt. Este nuevo estilo -que se imponía no sólo en la arquitectura sino también en las artes decorativas y en la pintura- se denominó Art Nouveau en Bélgica y Francia, Modern Style en Inglaterra, Liberty en Italia, Sezessionstil en Austria, Jugendstil en Alemania y Modernismo en España. De manera que el modernismo en las artes vino a suavizar los efectos de la modernización industrial en la modernidad burguesa.

 

Como parte de su irradiación, el Art Nouveau llegó a La Habana. El ensayo fotográfico de Néstor Martí revela su huella en las residencias, en algunos conventos que hoy son escuelas, en elementos arquitectónicos como las columnas, las ventanas, las puertas, las rejas, los cristales, los mosaicos. Incluso hay bancos para sentarse, como aquéllos que diseñó Gaudí en Barcelona, bellamente decorados, donde las flores, hechas con cuadritos de colores, no se marchitan jamás.

 

Néstor nos aporta ora el todo de la edificación, ora el detalle, pero siempre con el tacto del buen editor. Fotografiar es editar la realidad, diseccionarla sin matarla. El fotógrafo corta para contar. Con el concurso de su esposa Julia María Mariño, que conoce el oficio de la museografía, Néstor tuvo el tino de exponer a color solo las fotos de las residencias o de los sitios notables, mientras reservaba el blanco y negro para los detalles como las puertas desvencijadas y las ventanas herrumbrosas. Parece un gesto casual pero no lo es; es lo que hace un artista de la fotografía que sabe que, en el todo, el color significa la vida, mientras que en la parte, el tono dignifica el deterioro.

 

La luz es una onda y la onda es quizá el elemento del diseño más recurrente en este estilo de origen belga. Por lo que, cerrando el silogismo, uno podría decir que el Art Nouveau, es la "luz de la arquitectura". Entonces la fotografía de Néstor Martí vendría a ser su complemento perfecto, ya que todo el tiempo juega con la "arquitectura de la luz". Esto es particularmente evidente en sus fotografías de casas que tienen adosados relojes de sol. Confieso que yo, que paseo desde niño por Santos Suárez y La Víbora, jamás los había visto.

 

Cuando le pregunté a Néstor el por qué de esta exposición, me respondió:

Por el rescate. La Habana es una maravilla cubierta de polvo.

Polvo del tiempo, polvo del abandono, polvo del olvido. Y a todos hay que sacudirlos, si queremos que esta hembra atlántica vuelva a vestir sus trajes más sensuales en su cumpleaños 500. Que cada cubano vea a La Habana como su ciudad nuestra y nuestra ciudad suya.

La Oficina del Historiador de la Ciudad tiene una locación paradójica en la Habana Vieja. Está en la calle Amargura, justo frente a la tienda de las mieles. En su entrada hay una tarja con una frase tan bella como dolorosa de Simón Rodríguez: Yo, que desearía hacer de la Tierra un paraíso para todos, la convierto en un infierno para mí.

 

¡Ojalá los habaneros y todos los cubanos que viven en esta ciudad seamos capaces de conjurar nuestros infiernos personales en un paraíso colectivo! Así no solo ostentaríamos la distinción de Ciudad Maravilla sino que tendríamos el sano orgullo de ser una maravilla de ciudad.

 

12 de diciembre de 2018