Te conocí rasgando

el pecho de la muerte un día.

Tú no sabías nada

y eras tú quien la llevaba

de la mano.

Y así tú seguirás,

sin reparar en tu ventaja:

que eres tú quien la lleva,

quien la doma y la amortaja,

caminando.

Eres un espacio que se vuelve

sin espina y que se pierde

en la alegría de volverse.

Pero ya tu voz se está quedando,

ya tu mano está grabando

todo un nombre con sus dientes.

Quién que no haya visto la tristeza

con sus cuatro mil cabezas

puede oírte con descanso.

Quién que no haya amado largamente

y convivido con lo extraño

de este tiempo sin remansos.

Te conocí pegado

a la pared del cielo un día.

Ibas llevando entonces

bajo el brazo una guajira

y caminando,

caminando.

(1969)

Tomado del Blog Segunda Cita