Me imagino qué obras estaría escribiendo hoy Alberto Pedro, de no haber fallecido demasiado pronto a esos 50 años que empleó en escribir varias piezas imprescindibles. Era primero poeta y actor, y le hizo la vida imposible a Eugenio Hernández Espinosa hasta que este le estrenó Tema para Verónica. Luego vendría Finita Pantalones, y por supuesto, Week-end en Bahía, con las actuaciones de Mirtha Ibarra y Ramoncito Veloz, y puesta de Miriam Lezcano, uno de los acontecimientos del teatro cubano de fines de los 80 y que abordaba sin tapujos el tema del exilio y el reencuentro. La obra se publicó en Tablas, presentada nada más y nada menos que por Abelardo Estorino.

“Espíritu burlón y jodedor, ha de seguir azuzándonos (…) porque las obsesiones y absurdos de los que él habló siguen siendo tan vigentes”. Foto: Tomada de la revista Tablas

A partir de ahí vendría todo un ciclo de trabajo y textos que llevó a Alberto y a Miriam a crear Teatro Mío, en el hervor de los años 90. Vino Pasión Malinche, vino Desamparado (a partir de Bulgakov y con un hermoso diseño escenográfico de Calixto Manzanares). Siempre agudo, ingenioso, con una gracia particular que a mediados de la década nos hacía hablar de él y de Abilio Estévez como dos presencias fundamentales de la dramaturgia de ese momento. Y así llegaron Manteca y Delirio Habanero, dos textos de consagración.

“El feliz regreso que tras su muerte (…) hizo para él Raúl Martín con su reinvención de Delirio Habanero (…) nos hizo hablar de él como si su fallecimiento hubiera sido mentira”.

En medio del Período Especial aquellos hermanos se debatían o no entre matar o dejar vivir al animal que consumía sus vidas. Recuerdo la función a media tarde, aprovechando la luz que aún penetraba los cristales de la sala grande del Bertolt Brecht. En la escenografía, restos de montajes del [Teatro] Político, y la música de Vitier en vivo retomando el tema de Chano Pozo, como parte de un desacato duro y necesario. Y en Delirio… que vi en el Festival de Camagüey de 1996, Celia Cruz y Benny Moré cruzaban sus alucinaciones con Varilla, a punto de la demolición de ese sueño-pesadilla, encarnados por Zoa Fernández, Bárbaro Marín y Michaelis Cué.

“Recuerdo la función [de Manteca] a media tarde, aprovechando la luz que aún penetraba los cristales de la sala grande del Bertolt Brecht”. Foto: Tomada de Internet

Luego vinieron otros textos y montajes. Alberto dio clases en el Instituto Superior de Arte (ISA) y sus alumnos lo recordaban cerveza en mano: ya ese gusto lo iba dominando en demasía. Me lo encontré en la casa de una famosa pintora y le pregunté por Caballo Negro, otra de sus obras para Teatro Mío. “Esa obra no le gustó mucho a ciertos críticos”, me dijo, también cerveza en su diestra. Y coincidimos en uno de aquellos infinitos Festivales de El Mejunje, donde hizo un discurso provocado por la muerte de Raquel Revuelta. Las otras imágenes que tengo de él son las de su teatro. El feliz regreso que tras su muerte, como una invocación que la negaba, hizo para él Raúl Martín con su reinvención de Delirio Habanero (Laura de la Uz, Mario Guerra y Amarilys Núñez) que nos hizo hablar de él como si su fallecimiento hubiera sido mentira.

“Sus mejores diálogos están marcados por ese humor amargo, esa risa quebrantada que nos desenmascara, y que interpela siempre a los espectadores”.

En el arco de lo que nos legó hay muchos otros actores y actrices. Jorge Cao, Mabel Roch, los que actuaron en El banquete infinito también dirigido por Raúl Martín y los dirigidos por Alberto Sarraín que también lo representó en Miami. Vivian Martínez Tabares compiló y prologó todo su teatro, en el 2009, que ojalá pudiera reeditarse. En sus obras, la discusión es siempre alrededor de Cuba, entendida no como una leyenda sino como una utopía rota, que se sostiene a ratos a pesar de sí misma. Lester Hamlet se fue, literalmente, a Bahía, para recuperar aquella obra de 1987 y permitir a Isabel Santos y Luis Alberto García ser Mayra y Esteban, en Ya no es antes. Sus mejores diálogos están marcados por ese humor amargo, esa risa quebrantada que nos desenmascara, y que interpela siempre a los espectadores, porque se trata de romper cualquier barrera a fin de recordar que el teatro, en verdad, debe y tiene que hablar de nosotros.

“Vivian Martínez Tabares compiló y prologó todo su teatro, en el 2009, que ojalá pudiera reeditarse”. Foto: Tomada de Juventud Rebelde

Se murió demasiado pronto. Apenas tuvimos tiempo de empezar a extrañarlo. Espíritu burlón y jodedor, ha de seguir azuzándonos, como hizo a Eugenio hasta conseguir su estreno, para que no dejemos de representarlo o recordarle, porque las obsesiones y absurdos de los que él habló siguen siendo tan vigentes. Hoy, Michaelis Cué rememoró su cumpleaños, hubiera llegado a sus 67. Tampoco está ya Miriam en este mundo. Nos quedan las fotos de Manteca, las canciones de Celia y Benny que él convirtió en un playlist para su mayor Delirio; sus poemas de juventud y la convicción de que el teatro no está para satisfacer a nadie cómodamente, sino como escenario entendido a manera de desafío para hablar hasta de lo que podría parecer censurable. Y otra Fe, otra Esperanza y otra Caridad en ese teatralísimo Mar nuestro.

Que vengan otras funciones de teatro con tus palabras y preguntas hasta nosotras y nosotros, Alberto Pedro. Nos vemos, después de la función, cómo no, cerveza en mano.

Tomado del perfil de Facebook del autor