Roberto Salas, un libro y una vida dedicada al arte del lente

La Jiribilla
19/11/2020

“Justicia de la imagen, poesía de la imagen”, con estas frases, plenas de síntesis, el reconocido escritor Reynaldo González, Premio Nacional de Literatura, ponderó la obra fotográfica de Roberto Salas, así como el libro que se presentó para celebrar los 80 años de Salas, el pasado viernes en la galería El reino de este mundo, de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí. El volumen, Imágenes de la memoria. Fotografías de Roberto Salas, producido por el sello editorial de la Biblioteca Nacional, es un bello libro de encuadernación lujosa, tapa dura y con formato de libro de arte. Demarcaban el espacio de la actividad 16 fotografías con imágenes emblemáticas de la obra del artista, colgadas en las paredes de la galería, junto a cuatro vitrinas que mostraban libros, revistas y documentos que testimonian momentos de la fecunda vida artística de Roberto Salas, quien cumple hoy, 16 de noviembre.

Reynaldo González durante la presentación del libro Imágenes de la memoria. Fotografías de Roberto Salas. Foto: Cortesía del autor

Estuvieron presentes familiares, amigos y personalidades de la vida cultural del país, entre los que estaba el ministro de Cultura, Alpidio Alonso Grau. El director de la Biblioteca Nacional, Omar Valiño Cedré, introdujo la actividad y, además de felicitar y darle la bienvenida al artista homenajeado, anunció que el libro daba inicio a un proceso de reactivación del sello editorial de la institución. Un momento importante de la tarde del viernes fue cuando Alpidio Alonso le entregó al homenajeado un presente enviado por el Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez.

Roberto Salas se inició en la fotografía siendo apenas un adolescente y bajo la supervisión y enseñanza de su padre, Osvaldo Salas, quien ya tenía un lugar ganado en la ciudad norteamericana de Nueva York como fotógrafo deportivo (Osvaldo llegará a ser, con los años y su producción icónica en Cuba y otras latitudes, otro de los grandes de nuestra fotografía).

De los días en que Fidel Castro necesitó documentar gráficamente los actos de recaudación de fondos del Movimiento 26 de Julio en Nueva York, con vistas a financiar la lucha revolucionaria que preparaba contra la tiranía de Fulgencio Batista y de los actos en apoyo a la lucha de los cubanos contra la tiranía batistiana, surgieron fotos únicas en cuanto a su valor histórico real. Un cambio radical en la vida de padre e hijo se produjo en enero de 1959. Los dos Salas partieron hacia una Cuba entregada multitudinariamente a la alegría del triunfo revolucionario. Muchas de las fotos paradigmáticas de los primeros momentos del triunfo revolucionario fueron tomadas en esos instantes extraordinarios. El vínculo personal con Fidel se consolidó poco después en viajes y trabajos de la cotidianidad del país.

Roberto Salas pertenece a un selecto grupo de fotógrafos que ha contribuido a que la fotografía cubana sea considerada arte. Foto: Yira Hernández Gómez / La Jiribilla

En septiembre de 1961, la curiosidad del artista y su ya latente necesidad de buscar temas nuevos, lo llevó a documentar lo que sería la última peregrinación de uno de los dos cabildos de Regla. El resultado de aquel ensayo fotográfico pionero de nuestra fotografía solo se pudo visionar 47 años más tarde, en 2008, cuando se exhibió en una galería capitalina. Sin embargo, en 1961, se pudo apreciar un reducido grupo de esas imágenes en el suplemento gráfico del periódico Revolución, acompañado de un texto del periodista Vicente Cubillas (el mismo que presentó a Fidel Castro a los dos Salas en Nueva York unos pocos años antes). Como dijera Roberto en sus palabras al catálogo de la muestra, rememorando el casi medio siglo de aquel reportaje visual:

Eran tiempos en que los trajes blancos de Obbatalá y los vestidos de cuadritos azules de Yemayá se iban cambiando por los verdeolivo y los trajes de milicia, y los collares de santos había que guardarlos en bolsitas escondidas en carteras y pantalones. Era la moda de entonces: los botoncitos con la cara de Lenin y el materialismo. Los cubanos nunca dejaron sus creencias, solo sus formas de practicarlas. Ya vendrían otros tiempos, pero por el momento había que ser ateo.[1]

Si alguna acción de Salas demuestra su temprana curiosidad sociológica para con la fotografía, esta es, sin dudas, la más ilustrativa de todas.

En 1963, Roberto Salas, quien nunca quiso que lo consideraran estrictamente un fotorreportero, realizó su primera exposición personal en Galería Habana, Tumba-Bembé-Batá, con impactantes imágenes de la religión yoruba y del folclor cultural de raíz afrocubana, una verdadera osadía en un momento en que comenzaron a ser censurados oficialmente los credos religiosos de todo tipo. La exposición Tumba-Bembé-Batá recibió elogiosas críticas por importantes intelectuales y artistas. En esta muestra se puso en evidencia la mirada etnológica de Salas, su curiosidad por penetrar desde el interior esos estratos de la cultura y la sociedad cubanas; también se puso de manifiesto una comprensión temprana del mecanismo estético que anima un buen ensayo fotográfico.

La Hamaca,1965. Foto: Cortesía del autor

Revolución fue el espacio cultural por excelencia donde los fotógrafos de la épica maduraron aceleradamente. En ello fue determinante la promoción de debates sobre diseño y el papel de las imágenes en la prensa que se estrenaba entonces. Se discutía encarnizadamente entre el equipo del rotativo sobre el formato visual y la estética más conveniente para el momento, combinadas con la intencionalidad política del periódico. Primó en Revolución la voluntad de que las imágenes tuvieran hegemonía sobre los textos, desde la expectativa de que la imagen fuera “leída” por la mayor cantidad de personas; de muchas de ellas no se sabía a ciencia cierta su curiosidad o dedicación por la lectura, pero, en cambio, podrían ser atrapadas inevitablemente por la fuerza expresiva de la fotografía. Eran la necesidad informativa y de impacto publicitario de la revolución puestas en marcha. Realmente funcionó.

En 1966 solicitó ir a Vietnam. Esta nueva etapa de su vida profesional arrojó resultados notables, incluso, a juicio del propio fotógrafo, son las imágenes de la lucha del pueblo vietnamita contra los invasores norteamericanos, con las que se siente más satisfecho de toda su extensa obra como fotorreportero. Se puede o no coincidir con él, dada la extensión y calidad de su producción visual, pero lo cierto es que ese conjunto de impresionantes fotografías contribuye a entender mejor la estética de Roberto Salas y su ética artística.

La estancia en Vietnam marcó un punto y aparte en la obra de Salas. La saga de imágenes captada en ese país del sudeste asiático representa la madurez y la consagración del fotorreportero. Hay en esta serie escenas memorables sobre una guerra destructora y salvaje. En la historia de la humanidad no hubo nunca un enfrentamiento tan desigual entre dos naciones tan diferentes por su tamaño y poderío militar. Sin embargo, los rostros sonrientes de los niños vietnamitas registrados por el ojo de Salas conjuran por un instante la tragedia, la neutralizan, la vencen y eso solo es posible gracias al talento y a la pericia de su mirada. La cámara de Salas la registró para que no la olvidemos jamás. Una alta condecoración estatal vietnamita coronó el esfuerzo de Roberto Salas por capturar las escenas de la guerra y el inmenso sacrificio de este pueblo.

Los cuerpos desnudos aparecieron en 1994 en todo su relumbre en el imaginario del artista. Fue un cambio sustancial en su obra. Durante más de una década el artista fotografió mujeres y hombres, cuerpos en conjunción con las hojas de tabaco y en disolución con peleas de gallos, con el mar, asociados a la arquitectura urbana y a la naturaleza, en fin, hizo del cuerpo humano lo que realmente es: la metáfora del universo. Un sutil sentido erótico acompañó a estas imágenes. Aquel cambio, seguido por otros en lo adelante, resultó muy saludable para el conjunto de su obra fotográfica, y para la fotografía cubana finisecular representó una agradable noticia. Las series Yagrumas y Tabaco dieron inicio a la nueva etapa creativa en la que el artista se sumergió en los misterios de la imagen posmoderna del cuerpo. Aparecieron, entonces, diversas exposiciones que se conjugaron para establecer la nueva estética que dominó su trabajo en lo adelante.

S/T, de la serie Habaneras, 2004. Foto: Cortesía del autor

Su etapa más reciente es sobre la imagen citadina. La Habana fascinó siempre a Roberto Salas, y lo hizo desde su alto valor simbólico, aunque también desde sus herméticos secretos y esa mística que rodea a la capital cubana. Es una ciudad que hechiza a muchos, a pesar de su estado de desatención y decadencia urbanística, de penuria reflejada en las paredes llagadas por el tiempo, calles semiderruidas y fachadas despintadas; pero siempre notable en su poderoso sentido sígnico y en su misterioso embrujo como ente viviente.

De esta etapa sobresale la muestra Nostalgias, de 2009, que mereció las siguientes palabras de Eusebio Leal, Historiador de la Ciudad: “Una muestra en la cual el esplendor de La Habana, en estas fotografías, aun cubierta en algún momento y por espacios muy grandes por velos de decadencia, emerge con extraordinaria belleza como un espíritu de su propio cuerpo”. Diez años después expuso una nueva y más amplia perspectiva de la ciudad, en el Memorial José Martí. Las fortalezas coloniales, la zona de la vieja Habana con sus calles empedradas y estrechas, edificios antiguos y soportales mustios, la gente en su policromo vestir y el mestizaje plural de los habaneros, sus rostros, problemas y carencias de todo tipo; ese abigarrado conjunto visual de la ciudad fue recreado por Salas en sus más recientes exposiciones.

De la serie Nostalgias de La Habana, 2019. Foto: Cortesía del autor

Estamos, pues, ante un gran artista de la imagen. El fotógrafo de la realidad y el acontecimiento de la denominada fotografía épica, es decir, el hombre que dialogó visualmente con la Historia, el artista de los cuerpos sensuales y desnudos de mujeres y hombres, vislumbrados desde las más diversas metáforas o desde sí mismos, el escrutador de ensayos antropológicos y etnológicos del cubano y de las religiones afrocubanas y, por tanto, el rescatador de culturas sumergidas, el observador silencioso y concentrado en su ciudad, el certero retratista, en fin, el creador de la mirada infinita y plural, se nos muestra ahora cavilando su próximo proyecto creativo a sus 80 años de vida. No hay descanso para Roberto Salas.

Testigo de su tiempo, pertenece a un selecto grupo de fotógrafos (más allá de aquel grupo extraordinario de la épica) que ha contribuido a que la fotografía cubana sea considerada arte, como un producto sensorial a la vez que cerebral, y cuya impronta cultural está aún por estudiarse a fondo. No hay muchos ejemplos en nuestro panorama artístico de este tipo de creador que, desde el lente de la cámara fotográfica, haya repasado con éxito tan diversos temas. La obra de Salas es un poliédrico, profundo y visceral retrato de Cuba. Su mirada abarcadora, incisiva, inteligente y dueña de una exquisita sensibilidad instruida, ha examinado su entorno con curiosidad y avidez, con hondura y exquisitez.

Notas:

[1] Roberto Salas, en catálogo El último Cabildo de Yemayá, Fototeca de Cuba-Oficina del Historiador de la Ciudad, La Habana, 2008.