Maximiliano González Olazábal (1926-2020) es un virtual desconocido para los estudios del arte cubano contemporáneo. Este año cumpliría 95 años de edad sin apenas dejar huellas de su quehacer en la tierra que lo vio nacer. Desde la década de 1960 se instaló definitivamente en España, luego de su paso fugaz por la ciudad de Sancti Spíritus procedente de México, donde fue alumno eminente de Diego Rivera. Su visita al terruño provocó polémicas entre la comunidad de pintores espirituanos por sus declaraciones públicas corrosivas acerca del arte academicista que aún se cultivaba en Sancti Spíritus. Quienes lo conocieron afirman que era un artista de extrema sinceridad y con personalidad hiperquinética, capaz de hacer varias labores artísticas en escaso tiempo sin abandonar sus comentarios acerca del arte contemporáneo que él pudo constatar en el extranjero.

Maximiliano González Olazábal ante su obra. Fotos: Cortesía del autor

Ese alejamiento de su patria lo sometió al ostracismo voluntario siendo un hombre dedicado exclusivamente a la creación. Poco antes de partir de México le comentaría a Diego Rivera que tenía intenciones de permanecer en Sancti Spíritus un tiempo prudencial, luego iría a París y finalmente España. El gran muralista mexicano le extendió entonces una carta para que se la entregara personalmente a Pablo Picasso resaltando su talento creativo. Maximiliano había dejado en México una estela de comentarios favorables a su creación. Llegó incluso a obtener un premio nacional con pinturas figurativas donde hacía referencia al rico caudal de la cultura ancestral de ese país.

Maximiliano González Olazábal con Pablo Picasso.

Durante su estancia en Sancti Spíritus se encontró que el paisajismo naturalista, cultivado por pintores espirituanos que marcaban pautas en el quehacer artístico, mantenía el único canon predominante. Aún se sentían las influencias de Oscar Fernández Morera (1880-1946), Mariano Tobeñas (1882-1952), Tomás Capote (1890-1965), Rogelio Valdivia (1904-1987) y, sobre todo, del pintor villaclareño Esteban Domenech (1886-1960), graduado de la Academia de Artes Plásticas de San Alejandro y de la Academia de San Fernando de Madrid, siendo un destacado cultor del arte académico traído de España, de donde regresó con títulos honoríficos, entre ellos la de ser el mejor copista de El Greco. Trinidad y Sancti Spíritus le rendirían pleitesía y en esta última ciudad le otorgaron el título de Hijo Ilustre en 1941. Sus exposiciones personales eran motivo de gozo colectivo de un público degustador de esa tendencia.

“(…) era un artista de extrema sinceridad y con personalidad hiperquinética (…)”.

Al irrumpir como una vorágine en la edénica paisajística espirituana, el intruso tuvo un rechazo generalizado al traer un arte considerado durante décadas en predios espirituanos como decadentista, de mal gusto y de nula artisticidad. Sus conferencias no fueron aceptadas al defender valores estéticos dimanados de las nuevas tenencias parisinas. Aquí se encontró a otro trasgresor del academicismo: Raimundo Martín (1936), quien llegó a introducir los principios del cubismo y la pintura simbólica, como la de Maximiliano, que ya incursionaba en la abstracción geométrica. Ellos defendían el mismo discurso creativo innovador para la época del pintor espirituano Fayad Jamís (1930-1988), cultor también del arte abstracto y uno de los integrantes del grupo capitalino Los Once. Los tres serían los protagonistas introductores del arte moderno en Sancti Spíritus, a casi treinta años de la primera gran rebelión habanera contra las preceptivas de la Academia de San Alejandro.

Presencia paradísiaca.

Ninguno de ellos volvería a instalarse en la ciudad espirituana. Maximiliano, radicaría en España; Raimundo, en los Estados Unidos; y Fayad, en Francia, quien regresaría a La Habana en 1959 y haría una sola exposición personal en Sancti Spíritus, después del triunfo de la Revolución con Cartas recibidas en la Galería Oscar Fernández Morera en 1987.  Ellos dejarían la semilla de la discordia ideo-estética cuando a principio de los sesenta del pasado siglo se funda la Escuela Taller de Artes Plásticas, luego de la disolución del Círculo de Bellas Artes en 1962, bastión difusor del arte académico. Es una década que permitió perfilar nuevas formas de difundir la cultura de la localidad y preparar el camino hacia los aires renovadores que comenzaron a vislumbrarse a fines de 1970 con una búsqueda más afincada en el imaginario social, mucho menos comprometida con la copia del natural.

Por esa época surgió en la palestra pública Luis García Hourruitiner, único continuador de la línea abstracta trazada por Fayad Jamís y Maximiliano González hasta bien avanzado el siglo XX cuando se incorporan jóvenes cultores de la abstracción. Este creador es conocido en la plástica espirituana por sus expresiones pictóricas tendientes a la estilización y cierto regodeo en la abstracción geométrica; en ocasiones acude a la pintura matérica. En su obra aparecen vestigios gestuales con referentes cercanos a la realidad concreto sensible.

Rostro.

Maximiliano nunca dejó de crear mientras tuvo fuerzas para hacerlo, luego de sobrepasar los 90 años. En España desarrolló una intensa labor artística. Impartió talleres teórico-prácticos de creación, entre cuyos alumnos eminentes se contó el insigne pintor español Antonio Saura, uno de los renovadores del arte de su época con sus propuestas informalistas. Al mismo tiempo desarrolló su estilo personal de tendencia abstracta con matices figurativos, luego de haber incursionado en la cultura azteca, egipcia, cristiana y el proceder pictórico de Wifredo Lam, con quien estableció lazos de amistad al igual que con Pablo Picasso, que lo acogió como a un hijo.

Sin título.

De su estilo personal el estudioso de su obra M. Bustillo afirmó, a raíz de una de sus exposiciones personales en los Estados Unidos, que Maximiliano aporta a su pintura, día a día, sus experiencias vividas, su búsqueda constante de un mundo mágico, más allá de la visión material, en una encarnación metafísica. Las imágenes que, al tiempo, se acercan y se van, desaparecen y nos llevan tras ellas, multidimensionales, en constante movimiento, nos producen el deseo de seguir más allá, investigando hasta dónde puede llegar la mente.

“Ese alejamiento de su patria lo sometió al ostracismo voluntario siendo un hombre dedicado exclusivamente a la creación (…)”.

Maximiliano participó en muestras personales y colectivas en Cuba, Europa, América Latina y Estados Unidos, en cuyas obras siguió la tendencia abstracta, pero sin dejar de hacer referencias a los elementos figurativos que las caracterizan. Entre ellas se cuenta la III Exposición Nacional de Pintura, en el Capitolio Nacional (1945) y la realizada en la Biblioteca Nacional de México (1949); la exposición de arte cubano contemporáneo, en el Museo de Arte Moderno de Paris (1951); el VIII Salón Nacional del Palacio de Bellas Artes de La Habana (1956); la Bienal de México (1960); la Javier Lumbreras Fine Art (1992) y The Embassy, Galery of International Art (1999), ambas en Estados Unidos. Tuvo fuertes lazos de amistad, entre otros, con el pintor y escultor francés Georges Braque y los cubanos Amelia Peláez, Fidelio Ponce, Loló Soldevilla, Cundo Bermúdez y el poeta José Baragaño.