La revista de cultura cubana La Jiribilla surge el 5 de mayo de 2001. A 20 años de su aparición en Internet, nuestro equipo editorial entrevistó a fundadores y colaboradores de la publicación que durante estas dos décadas han contribuido a difundir y analizar la realidad cultural de Cuba, así como poner a debate los más complejos temas del entramado cultural de la Isla.

A modo de testimonio el periodista y analista político cubano Iroel Sánchez rememora parte de la historia de La Jiribilla.

Usted es uno de los fundadores de La Jiribilla ¿Cómo surge la revista?

Nosotros nos percatamos de que estaba ocurriendo un debate sobre Cuba, sobre la cultura de la Isla en Internet. Y, aunque visto desde la distancia eran muy pocos los usuarios de Internet en Cuba en ese momento, sí se lograba socializar mucho contenido por correo electrónico. La voz de Cuba estaba a muy bajo volumen en ese debate. Cuando hablo de la voz de Cuba me refiero a la voz de los intelectuales y artistas cubanos desde la Isla. Y quisimos intervenir en ese debate dándole la posibilidad a los intelectuales, a los escritores y artistas cubanos de participar con su obra y también con su análisis, con su opinión.

“Nosotros nos percatamos de que estaba ocurriendo un debate sobre Cuba, sobre la cultura de Cuba
en Internet”. Imágenes: La Jiribilla

Sobre esos primeros meses del año 2001 empezamos a articularlo también con Juventud Rebelde. Su director en ese momento era Rogelio Polanco y a través de él llegamos a Rosa Miriam Elizalde, la subdirectora del periódico, ambos acogieron la idea con entusiasmo. Ella siempre agradece a este proyecto haber entrado a su razón de ser, diríamos, su especialidad hoy, que es todo este mundo de la Internet, de las redes sociales. Y, bueno, Rosa también fue clave. Abrazó la idea, incorporó a un diseñador web del periódico Granma, Orlando, que nos ayudó a armar todo esto, nuestra primera estructura en la web.

Y así empezamos muy precariamente, con una línea telefónica, con una laptop prestada, con muy pocas prestaciones, armando los textos en la oficina de la Presidencia del Instituto Cubano del Libro.

Después discutimos el proyecto en la dirección del Ministerio de Cultura, fuimos involucrando a otros compañeros, intelectuales, que estuvieron en ese primer número, que fue muy transgresor porque estuvo dedicado nada menos que a Reinaldo Arenas y a una película sobre un libro suyo que en ese momento tenía una gran circulación fuera de Cuba y con mucha propaganda negativa, con una carga muy manipuladora sobre todo este tema del tratamiento de la homosexualidad en Cuba, y las incomprensiones que hubo sobre eso en determinado momento.

Y a partir de ahí la revista fue muy leída, sobre todo en Miami. Yo diría que le movió el piso a muchos estereotipos.

Cada amanecer de sábado era un zafarrancho, después de un parto muy largo que a todos nos suponía un trabajo extra de las funciones que cumplíamos. No teníamos ni remotamente una plantilla, ni gente a la que le pagáramos por eso. Y así estuvimos  muchos meses.

Recuerdo eso con mucha pasión y con mucho cariño, porque nació de concertar voluntades y no como una mercancía, no como un negocio, no como algo con lo que íbamos a ganar algo; sino como una necesidad que compartíamos, que asumimos colectivamente y que abrazamos entre todos.

Lo que puede haber tenido de exitoso está en las personas que abrazaron esa idea. Yo creo que ahí se combinan ese espíritu transgresor, ese espíritu de ir más allá de lo tratado, de lo abordado, con una militancia revolucionaria muy radical.

¿Cómo surge el nombre de la revista?

Me gusta mucho una entrevista que le hace Ambrosio Fornet a Raúl Roa en su antología La revolución del 30 se fue a bolina. El primer artículo es “Tiene la palabra el camarada Mauser” que, si mal no recuerdo, Roa lo escribe estando preso en Isla de Pinos, y esta entrevista de Ambrosio a Roa cierra el libro. Creo que es un clásico del periodismo nuestro, no solo del periodismo cultural, también del periodismo político. Y recuerdo cuando Ambrosio le pregunta a Roa por el mayor escritor de esa generación y él dice sin lugar a dudas que es Lezama, y creo recordar que algún otro lugar dice que su ángel es el ángel de la jiribilla.

“… ese espíritu jiribillesco, inquietante, radical, vertical de Roa y, a la vez, esa densidad cultural, conceptual y esa solidez de Lezama”.

Cuando yo leí eso siendo adolescente salí a buscar más sobre Lezama y ese ángel de la jiribilla. Pero ese modo en que dos grandes intelectuales de la historia de Cuba, como son Roa y Lezama,  dialogan en la memoria, a mí me pareció que tenía que ver mucho con el espíritu que íbamos a darle a la revista, ese espíritu jiribillesco, inquietante, radical, vertical de Roa y, a la vez, esa densidad cultural, conceptual y esa solidez de Lezama. ¿Cómo mirar eso, que es también nuestra mejor producción cultural? Esa fue la aspiración y yo creo que resumía lo que perseguíamos. “La Jiribilla” era un nombre inédito en Internet y atractivo, no se parece a nada y, a la vez, nos retrata como cubanos.

Usted comentaba sobre ese primer número de la revista en que se publica el dossier dedicado a Reinaldo Arenas, y del contexto en que surge la revista, en un escenario mediático bastante complejo como lo es hoy. Desde entonces La Jiribilla ha posicionado los más complejos debates, polémicas; ha asumido la crítica desde el respeto, la ética, con plena voluntad de diálogo. ¿Cómo desde los inicios posicionaron los debates en torno a la realidad cubana y también latinoamericana, bajo la esencia lezamiana?

En eso fue clave lograr incorporar buenos periodistas. Estaba pensando, por ejemplo, en la presencia en ese primer número de Pedro de la Hoz, intelectuales nuestros de punta, de alto prestigio. Ahí hay textos de Cintio, de Retamar y de las grandes plumas de nuestra cultura. Y en la concepción de esos primeros números, las reuniones que en el Ministerio de Cultura sostuvimos con un grupo importante de escritores, sobre todo, que abrazaron la publicación, la hicieron suya, participaron, escribieron para ella, y los que no escribieron aportaron ideas valiosas y también la gente del mundo de la música, del mundo de las artes plásticas, del cine.

Creo que la participación, no hacer algo sectario, discutir siempre lo que queríamos hacer y escuchar, escuchar a los que sabían, a los que incluso podían estar en desacuerdo con lo que se iba a hacer, y estar muy atentos también a la recepción. Internet permite eso y nosotros tuvimos la ventaja (a mi entender, ese fue un error que ellos cometieron) de que cada vez que salía un número, el Nuevo Herald hablaba de nosotros y entonces nos daba la evaluación de cómo lograr ese equilibrio entre picazón y profundidad; lograr esa beligerancia inteligente que caracterizó a la publicación y, a la vez, ser atractivos en el diseño. El discurso de la belleza debe ser un discurso nuestro. El discurso de tener una visualidad atractiva que se desmarque de lo aburrido, de lo gris.

Todos esos elementos fueron viniendo del diálogo con los lectores, con la audiencia; de la participación y de las ideas de esa intelectualidad que hizo suya la revista y que nos propuso más secciones. No sé cuántas secciones llegamos a hacer, de caricaturas, beisbol, todo lo que es la cultura, la historia, las religiones… todo, en su sentido más amplio. Aprovechar esa posibilidad. Los Filminutos, transmitir conciertos en vivo e ir descubriendo las posibilidades que Internet ofrecía en ese momento y después se hicieron prácticamente infinitas como hoy.

Ese espíritu innovador, acompañado del conocimiento, del rigor, de la conexión con la creación de nuestros artistas y escritores. Creo que lo más importante fue esa mezcla, esa participación, ser como la voz de los creadores cubanos en ese nuevo escenario.

Portada de La Jiribilla de papel no. 1, mayo 2003.

En esa esencia renovadora de diálogo con la intelectualidad apuntabas que empezaron a participar muchos artistas y escritores. La capacidad y voluntad de sumar fue esencial dentro del proyecto Jiribilla desde sus inicios. Por ello también trascendió dentro del entramado cultural del país. En su opinión, ¿cuáles fueron los valores esenciales de la revista que la hicieron trascender en los años iniciales de los 2000 en un escenario tan complejo para Cuba?

No he sistematizado eso, pero creo que la presencia de voces de mucho prestigio dentro de la cultura cubana, la mezcla de la beligerancia política, de la radicalidad política con la amplitud de miras, con el antidogmatismo, romper hablando de lo que supuestamente no se puede hablar, la amplitud de temáticas. Creo que esa combinación, que descoloca al que nos ve con anteojeras, como en aquel momento sucedió con el Nuevo Herald. Eso creo que también fue muy atractivo y descolocó a los que nos miran de manera estereotipada.

La calidad visual también. Su espíritu innovador, de siempre tener algo nuevo en el sentido de las posibilidades de la red. Ser los primeros que transmitimos un concierto online en Cuba. Ese espíritu innovador de “¿con qué se van a bajar esta gente ahora?”.

Y también, Cuba. Creo que lo más importante es Cuba. Mucha gente en el mundo miró hacia La Jiribilla. Mucha de la intelectualidad internacional de izquierda también fue publicada en la revista. En momentos como el año 2003, que fueron terribles en el cerco mediático a Cuba, La Jiribilla se convirtió en un ente articulador, daba voz de manera articulada, iba a contracorriente a esa agresión mediática que se le hacía a Cuba.

Por otro lado, tú puedes poner un libro en línea, pero si ese mismo libro lo pones por partes, le haces hipervínculos, le pones gráficos, ya es otra cosa, no es que colgaste el libro ahí y ya. Y ese trabajo, mucho más exigente, le da un valor añadido y hace que la gente lo prefiera. Son los mismos contenidos, pero presentados de otra manera. Y yo creo que la publicación tenía, gracias a la entrega de su colectivo, de hacer el trabajo con los archivos de la Biblioteca Nacional, los archivos del Instituto Cubano del Libro, de la editorial Letras Cubanas, el trabajo con la memoria, que son cosas que no estaban en Internet y están en La Jiribilla. Eso le dio un valor.

Fueron muchos los proyectos que se desarrollaron. Siempre nos preguntábamos: ¿bueno, ahora logramos esto y qué más, y qué más? Los cuadernos, la revista en papel, las presentaciones, los conciertos. Salir del Internet al mundo físico. Ese es un camino infinito. Creo que eso también tiene que ver con el colectivo, su disposición y colaboración, y lo otro con el respaldo de las instituciones. Era una revista asentada en el Instituto Cubano del Libro, desde su presidencia y desde la dirección del Ministerio de Cultura. Eso facilitó las cosas, el acceso a materiales de la Biblioteca Nacional también hay que reconocerlo.

Comentaba al inicio sobre el nombre de la revista vinculado a la obra de Lezama en una suerte de definición poética de la identidad cubana. ¿Hacen honor estos 20 años a esa esencia lezamiana?

Creo que ahí hay una inspiración en lo que fue el año 59, esa capacidad de Lezama de captar la esencia. Creo que ese diálogo entre esa resistencia, que no es una resistencia para quedarnos ahí, es una resistencia para ir hacia adelante, para hacer más, pero también para ser más nosotros y no lo que otros quieren que seamos. Yo creo que La Jiribilla ha estado ahí, en esa resistencia, en esas esencias que abrazamos los cubanos. Despojarnos de lo superfluo, de lo que va a pasar y quedarnos con lo que perdurará.

¿Cómo en la actualidad la revista ha de convertirse en un referente también para ese diálogo permanente, no solo con la institucionalidad o de cara a la institucionalidad, sino también con ese movimiento artístico e intelectual del país?

Hoy es muy distinto, hay mucho más Internet, hay redes sociales. No me atrevo a decir un deber ser. Creo que todo el mundo sabe lo que es La Jiribilla, lo que significa y la postura que tiene. Estar ahí es una definición. Atacarla también. En la medida que se es coherente las personas toman posiciones con respecto a esa coherencia, y si tú ves que la maquinaria que ataca a Cuba ataca a La Jiribilla las cosas no se están haciendo tan mal, y pienso que eso sería aspirar a una buena evaluación y que, a la vez, ser capaces de articular lo mejor de nuestros escritores y artistas, lo mejor de nuestros jóvenes, también del mundo del diseño, ese mundo tan importante en Internet que es lo visual, y ser capaz de sostener un diálogo con el mundo, porque en Internet no hay fronteras, ni adentro ni afuera, no existen, tanto para los cubanos que están o no están en Cuba y a los cuales tenemos que hacer sentir parte de su cultura donde quiera que estén. También es necesario tener espacio para eso, pero a la vez con el amplio espectro de ideas antimperialistas, anticapitalistas. No se puede defender auténticamente la cultura sin ser anticapitalista. El capitalismo ha convertido en mercancía prácticamente toda la creación humana y la naturaleza, y cuánta gente hay hoy luchando, sin saberlo a veces, por eso.

Creo que sería una buena aspiración, sin pretender dar un manual ni un deber ser, lograr ser parte de este mundo hoy cada vez más estremecido por contradicciones. Esa lucha ideológica frente a lo que pretende barrer con cualquier atisbo de pensamiento crítico conectado con las aspiraciones de las mayorías. Estar ahí no con un panfleto, no con una elaboración libresca, sino con una carga de argumentos bien presentados, porque Internet también tiene eso. Cumplir con las reglas de Internet, pero no ser esclavo de ellas y ser leales a la esencia de lo que hemos abrazado, de lo que hemos querido ser.

¿Qué ha significado La Jiribilla en su desarrollo profesional?

Yo ya veía cosas en Internet antes de participar en la creación de La Jiribilla, pero intervenir, la posibilidad de empujar juntos en una dirección y que se escuchen un poco más alto las ideas que abrazas junto a otros es una maravilla, la posibilidad también de articular personas alrededor de eso es otra maravilla, es un privilegio que te da la vida. ¿Cómo no asumirlo? Descubrir esa posibilidad de unirnos, de empujar en la misma dirección,  por el bien de más gente, que las personas estén contentas de estar ahí, con pertenecer a eso. Los aniversarios de La Jiribilla eran una fiesta de la cultura cubana y eso dice mucho de lo que llegó a significar ser parte del proyecto. Después ese conocimiento tú lo vas volcando en otra cosa porque son cosas que ya se te quedan ahí y vas descubriendo nuevas posibilidades. Pero lo importante es unir gente, ya sea en La Jiribilla, en Ecured, en La Pupila —el blog, su peña, el programa de televisión—… Unir, como antes en la Editora Abril —cuando pudimos volver a echar a andar, después del Período Especial—, las publicaciones, que todas estaban prácticamernte cerradas, al igual que los libros. Hacer feliz a los demás. Es como uno lo ve.

“(…) pertenecer a ese país y a ese espíritu es lo que puede hacernos decir: ‘Yo puse un granito milimétrico en esa enorme cordillera que somos’”.

Hacer juntos en función de que estemos mejor y defender las ideas en las que creemos. Es lo que nos han enseñado los que nos han traído hasta aquí. Lo demás es vanidad. Lo importante es la satisfacción de haber empujado con otros en la dirección en que uno cree que deben ir las cosas. Eso no quiere decir que sea infalible, ni que las cosas no tengan errores —o que no se hayan cometido antes—: la satisfacción de hacer por los demás es lo que ha hecho grande a este país. Y pertenecer a ese país y a ese espíritu es lo que puede hacernos decir: “Yo puse un granito milimétrico en esa enorme cordillera que somos”.

¿Cuál cree que sería la mejor manera de festejar los 20 años?

Creo que el diálogo con nuestros escritores y artistas, con nuestros intelectuales. Insertarse en ese diálogo, ser parte. Rescatar, si es que en algo se ha perdido, ese espíritu, e incorporalo también en las nuevas generaciones, ese espíritu con que se ha trabajado a lo largo de estos años y que también de algún modo lo han hecho suyo. Las cosas no tienen por qué ser para siempre, lo que tiene que ser para siempre es el espíritu de las cosas. Algo de ese espíritu que valga la pena. Plantearnos, quizás, de qué modo las personas puedan sentirse parte de su universo cultural y nacional. Eso que los representa, los defiende.

Creo que fue Eduardo Heras el que dijo en los primeros días que no teníamos nadie que nos defendiera y de pronto La Jiribilla es algo que somos nosotros, con lo que nos defendemos, porque hay que decir también que la intelectualidad cubana ha sufrido muchas campañas de descrédito, de agresiones. Incluso hoy lo vemos, los linchamientos mediáticos que ocurren. Lograr que la gente sienta que eso es una posibilidad también de hacer esa defensa colectiva de lo que somos, de lo que son nuestros escritores y artistas.

Ser también, en toda su diversidad, en todas sus contradicciones. Seguir siendo, con todas sus discrepancias, contradicciones, esa riqueza, esa diversidad, seguir siendo Cuba, su cultura. Quizá habría que ver en cada una de las actividades que se hagan —o en la suma de ellas— cómo se logra concretar eso.

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