Y bien, hubo una vez en que una palma vino a mí, en que una augusta dama atravesó el pasillo, en que Isadora tropical tocó a mi habitación, tomó mi mano. ¿Era de atardecer o anochecía? ¿O el tiempo, increíble y voraz, anda trastocando las cosas?

No la reconocí. Solo sé que empezamos a hablar. Hablamos de la danza ―como si yo también danzara― y ella se me fue dibujando, se me fue yendo atrás. Me contó del café y de la caña, del barrio y de las lomas, del puente de Cuneira, del Realengo 18, de los cantos haitianos, del Ejército Rebelde. Del principio.

Aún no sabía su nombre. De pronto, un gesto aquí y allá. La escuchaba y buscaba. La escuchaba y reía. La escuchaba y al fin ―dueña, enhiesta, frenética― apareció ante mí esta dama del canto y de la danza, esta reina oriental, cubana, cubanísima. Esta sobreviviente, tallada al ébano, bailando contra todos los demonios.

Ella hace arte del gesto.

Era ella, claro, era Silvina Fabars Gilall. En Guantánamo me pasan esas cosas de fábula, esas cosas sin tiempo. Siempre.

Silvina, la maestra

Yo no vengo a contar lo que ya todos saben. De aquella adolescente fundadora del Conjunto Folclórico de Oriente en el 1959, en el mismísimo año de todos los cambios; de su trabajo con el Conjunto Folclórico Nacional, desde 1966; de su Ochún y su Oyá, de la canasta en la cabeza, de Manolo Micler y Eugenio Hernández Espinosa, rendidos ante ella. Y de su larga estela, del magisterio profundo, de su Premio Nacional de Danza, en 2014.

No todos logran emerger del fondo de la tierra. Cuando repasaba sus cantos, la desgracia se abalanzó sobre ella: “(…) un desquiciado, por discrepancias con la Dirección del Conjunto Folclórico Nacional de Cuba, les disparó a la Directora y al Coreógrafo. Por fatalidad, dos disparos alcanzaron a Silvina y le afectaron las cuerdas vocales”. Así lo describe Odebbí García Fabras.

Hubiera querido estar en la cabecera de su cama. La hubiera aplaudido a su regreso, cuando pidió bailar, una oportunidad para bailar. El tiempo ha pasado y esa marca es también el triunfo de la vida. Silvina es pura vida.

Yo quiero decir lo que vi en la temporada de Danza Fragmentada. Cómo subía al escenario, cómo se plantaba en medio de las tablas y comenzaba su clase magistral, enfundada en su ropa, ligera, alumna de sí misma. Muy lejos del divismo y diva al mismo tiempo. Ella cree en la humildad y crea en la grandeza. Ella hace ciencia del gesto, arte del movimiento. Enseña con las manos, con el viento; las sutilezas del cuerpo y el desborde. Escucha la ofrenda, oye con los músculos, siente la deidad, deja crecer eso que te recorre…

He estado cerca de la Compañía Danza Fragmentada, la tesis, el regalo que el maestro Ladislao Navarro le dio a Guantánamo en 1993. Cerca de sus fulgores y tanguedias, del eterno recomenzar, del vuelo de unos, la llegada de otros. He estado cerca, incluso por la sangre. Cuando me pidieron que subiera al escenario del teatro Guaso, me negué rotundamente. No había hecho nada para recibir un reconocimiento, más que poner mis palabras.

Silvina me miró a los ojos, me tendió la mano…

Y heme aquí, en la Villa Iris Amada, al lado de una leyenda. Estoy en el proscenio. Ella ha paseado su arte por casi un centenar de países, dicen en el elogio: en la patria de Bolívar y Mandela y Sandino, en las costas de Mozambique y Ghana, en los ríos de Iraq, las cátedras de Canadá y de Londres, en Tokio, en el terruño de The Beatles. Y Cuba, Cuba adentro.

“Silvina Fabars fue fundadora del Conjunto Folclórico de Oriente en el 1959”.

Ahora me toca a mí. Por no ir desnudo, por no temblar, desplegué el papel con mi pequeña crónica. Y comencé a nombrar, a agradecer en nombre de aquel joven que se estrenó en la ciudad reticular, que pedaleó por los caminos, que desembarcó en los peñascos de Playitas, que una tarde subió a la Loma de Malones, cerca de Guantánamo Bay, con los versos de Byrne en el oído. Que un día tocó el aldabón de Florentina Boti y le llevó una piedra de Duaba, donde el general Antonio ancló la Patria.

Me quedé con sed de Silvina. Hubo una promesa no dicha del reencuentro. Nos despedimos con un abrazo, en el largo pasillo del hotel. Un abrazo es un pase a otro universo.

Silvina, el poema

El destino es como es. A veces te hace esperar, te abruma; otras, va corriendo a tu encuentro. Silvina Fabars se apareció en el Patio La Jutía Conga, en la sede de la Uneac, en Santiago de Cuba. Era el 14 de junio de 2014. Me vengué dulcemente, le tendí la mano y desplegué el papel con el poema…

“SILVINA”

Dura como palo de monte. Dura como las rocas que sostienen la Isla. Dura, como grito de guerra.

El marabú tiembla ante tus brazos. Tu nombre suena como campana en cada esquina. Ay, Ochún de siete vidas, de siete mares. No hay voz herida que no sepa levantarse. Tú bailas con el espíritu de los barcos negreros. Tú bailas con los tambores y las ramas de los loas. Tú eres un jardín, una fronda, un taller infinito, una perla negrísima en el pecho de Cuba.

Dura como palo de monte. Dura como las rocas que sostienen la Isla. Dura como grito de guerra.

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