Danza cubana, otras expresiones de un movimiento

Mercedes Borges Bartutis
29/9/2016

Cuando se hable de danza, Cuba es un país imposible de ignorar, por el potencial que se ha generado bajo el cobijo del cambio social que dio a los artistas, a partir de 1959, el acceso a los grandes públicos. La Revolución cubana ofreció a la gente más humilde la entrada por precios irrisorios a exposiciones, conciertos de música clásica y popular, y funciones de ballet clásico. Todo eso estuvo apoyado en un sistema de enseñanza pública que, aun con defectos, dio un alto nivel de instrucción y cultura a millones de personas.

Desde mediados de los años 80 del siglo pasado, he seguido el recorrido de un movimiento que ha tenido un desarrollo coherente, a partir de que en 1959 Ramiro Guerra, con el auspicio del Estado cubano, fundara el Departamento de Danza Moderna del Teatro Nacional de Cuba. Luego de ello, la Isla ha visto surgir muchas compañías, grandes y pequeñas, que evolucionaron apuntaladas por un sistema de enseñanza artística, principal cimiento para su progreso.

La carencia de investigación evidente en los creadores cubanos actuales, se ha convertido en un denominador común de lo que se presenta en los escenarios nacionales.

Sin embargo, después de títulos medulares en una selecta lista, pocos coreógrafos del país logran producir obras que dialoguen con prácticas novedosas. La danza cubana está marcada hoy por un éxodo permanente, tanto de artistas jóvenes como de otros con más experiencia. La falta de estímulo, signada por la ausencia de un festival nacional de danza, donde confluyan bailarines, coreógrafos y maestros de procedencias y generaciones diferentes, marca el panorama de un país que ha tenido en la danza una de sus fuerzas espirituales más contundentes.

Por otro lado, la carencia de investigación evidente en los creadores cubanos actuales, se ha convertido en un denominador común de lo que se presenta en los escenarios nacionales. Las obras se hayan soportadas por soluciones demasiado parecidas entre ellas para cautivar al público que, a pesar de esta situación, continúa asistiendo a las salas de teatro, por ser la cultura todavía una posibilidad económicamente asequible, en un país que cambia continuamente, aunque para muchos parezca que continúe inamovible.


Foto: Cortesía de la Autora

Como siempre, hay excepciones que salvan el panorama coreográfico. Salvo muy pocos nombres que mantienen algunos títulos “atractivos” para el escenario, la producción más seductora de danza que se realiza hoy en Cuba se despliega, según mi opinión, en las creaciones de videodanza, resultado, en su mayoría, de las ediciones del DVDanza Habana: Movimiento y Ciudad, un certamen que se realiza dentro de las jornadas del Festival Internacional de Danza en Paisajes Urbanos “Habana Vieja Ciudad en Movimiento”.

¿Por dónde empezar?

La danza cubana se enfrenta, desde hace ya bastante tiempo, a una suerte de círculo cerrado. Una producción en serie se ha apoderado de los coreógrafos, que básicamente se dividen en tres tendencias: primero, los que producen espectáculos para exportar fundamentalmente al turismo, donde las bondades del sueño tropical son las protagonistas, es decir, la mulata, el tabaco, el ron y la música popular cubana; una segunda tendencia reúne espectáculos en los que el virtuosismo de giros y cargadas exóticas, además de la belleza física de los bailarines, tienen el rol principal; y una tercera y menos favorecida, que apunta a prácticas experimentales, a partir de exploraciones diversas. Esta última, por supuesto, es casi nula en una nación como Cuba, donde aproximadamente un 80 por ciento de lo que se produce en materia de danza está subvencionado por el Estado.

Y aquí comienza el círculo vicioso, el gran dilema de la danza que hoy pudiera aspirar a dialogar también con el cubano de a pie, ese que toma el transporte público todos los días, sudando y luchando por mantenerse con dignidad, en medio de un proceso siempre cambiante, desbordado por viejas fórmulas y las exigencias del llamado nuevo modelo económico.

La danza cubana actual no logra dar continuidad a aquel movimiento que sostuvo un diálogo a partir de la plataforma social que establecieron algunos coreógrafos de finales de los 80 y toda la década de los 90 del siglo pasado, donde pequeños colectivos como DanzAbierta, Ballet Teatro de La Habana o Danza Combinatoria, sentaron pautas con fuertes y cuestionadoras críticas sociales.

Hoy, la creación de danza en Cuba se mueve de manera muy inestable. Dejando a un lado aquellas recetas de fabricación, edulcoradas con piezas que solo miran al puro entretenimiento y al narcisismo uniforme de los bailarines, quiero detener la mirada en propuestas que pueden ser vistas como expresiones atípicas.

Coreógrafos emergentes: ¿a dónde vamos?

Las creaciones emergentes de la danza cubana se caracterizan, fundamentalmente, por su poca perdurabilidad y circulación. Teniendo como punto de partida aquel verso escrito por Virgilio Piñera, “La maldita circunstancia del agua por todas partes…” ha sido uno de los tantos obstáculos que impiden la poca circulación de la danza, además de la ausencia cubana en plataformas que mantienen sus convocatorias abiertas en Iberoamérica. La danza de la Isla no se adscribe, de manera constante y real, a ninguna red de esas tan populares en América Latina. Su circulación y promoción continúa siendo, básicamente, un golpe de suerte que no siempre beneficia a los espectáculos más interesantes.


Sandra Ramy 

Desde hace algunos años han ido surgiendo en Cuba un grupo de bailarines devenidos coreógrafos que asumen su propia obra. Casi todos han decidido trabajar en solitario, aun cuando pueden permanecer dentro del elenco de una formación tradicional. En Cuba el sentido de gremio se ha perdido, los creadores prefieren ir tanteando en pequeños formatos que reducen el número a uno o dos intérpretes en la mayoría de las obras.

En Cuba el sentido de gremio se ha perdido, los creadores prefieren ir tanteando en pequeños formatos que reducen el número a uno o dos intérpretes en la mayoría de las obras.Quiero llamar la atención primero hacia aquellos nombres que iniciaron sus propuestas con obras de tremenda fuerza, pero que dos o tres años después, ya no producían más o habían abandonado el país.

Uno de los casos más inusuales es el de Nikolay Almeida con Tráfico de lunes para la estupidez cotidiana, reflexión sobre los conflictos del hombre y su rutina diaria que abrió una mirada diferente en la creación. La pieza circuló bastante, y en su formato de videodanza, mostraba la agonía de una realidad. Nikolay Almeida era un bailarín que vivía en una residencia para artistas en la ciudad de Santa Clara, porque su economía no era suficiente para rentar una habitación propia. El coreógrafo aprovechó al máximo las ventajas de las técnicas digitales, se echó a la espalda la producción de su propuesta y utilizó su espacio habitacional como escenario para su obra. Sigmund Freud, Friedrich Nietzsche y Karl Marx, sirvieron de soporte filosófico a las preocupaciones de este artista, preso en su rutina de provincia.

    

En 2013, con el apoyo del Consejo Nacional de las Artes Escénicas y un grupo de entusiastas, realizamos el proyecto Todo x Uno, una plataforma que reunió varios solos apenas vistos en los escenarios cubanos, pero que habían sido creados por bailarines procedentes de compañías instituidas que comenzaban a interesarse en la coreografía. Aunque también incluimos figuras ya establecidas, la mayoría tenía como denominador común que eran solos asumidos en la escena por sus propios creadores.

Fueron funciones emotivas, de mucha integración por parte de estos coreógrafos y buena respuesta de un público que reconoció en Abel Berenguer, Shanti Pillai, Osnel Delgado y Daile Carrazana, Isvel Bello, Gabriela Burdsall, y la experimentada Sandra Ramy, a un grupo de creadores con una propuesta atípica dentro de la escena cubana.

En otro punto de la geografía nacional, se mantienen trabajando Yanosky Suárez en Santiago de Cuba y Yoel González en Guantánamo, dos ejemplos de persistencia y dos maneras de hacer bien diferentes.


Yanosqui Suárez. Foto; Buby

Yanosky Suárez posee una producción constante de unipersonales. Con su proyecto At Libintum, Suárez colabora también con muchas agrupaciones jóvenes cubanas. Ecléctico y singular, ha establecido un punto de creación diferente en la ciudad de Santiago de Cuba, donde parece ser un electrón perdido. Sin embargo, su trabajo ha circulado con éxito en Francia principalmente, por el sello exótico que aporta a la danza cubana.


Médula

Por su parte, Yoel González acaba de consolidar su proyecto Médula, una idea que surgió mientras formaba parte de la compañía Danza Libre de Guantánamo, su ciudad natal y su residencia permanente. El creador ha declarado que no le interesa salir de allí, a pesar de ciertas incomprensiones típicas de las provincias. Convertido en el coreógrafo que más produce hoy por hoy en Cuba, Yoel trabaja con la intuición como escudo y produce para varias compañías, llevándose siempre una buena cantidad de premios en los encuentros competitivos donde se presenta.

     
Innermost

Graduado de la Escuela Nacional de Danza, George Céspedes fue uno de los intérpretes más activos que tuvo Danza Contemporánea de Cuba, hasta que encontró un buen filón para convertirse en uno de sus coreógrafos estables. Para la compañía grande ha creado varias obras. Hoy, apegado más a los temas filosóficos, Céspedes trabaja con un pequeño grupo, que bajo el desafiante nombre de Los hijos del director, se mantiene presentándose en Cuba con títulos como La Tribulación de Anaximandro, de 2015, e Innermost, de 2016.

El otro nombre femenino que se ha ido abriendo espacio en la coreografía cubana es el de Gabriela Burdsall. Graduada de la Universidad de las Artes, fue miembro por unos nueve años de Danza Contemporánea de Cuba. Sus unipersonales para la escena y su trabajo con el videodanza, la convierten en un elemento imprescindible para la danza cubana actual. Sus obras viajan por un abanico lleno de recuerdos familiares, compartidos intensamente con Adolfo Izquierdo, uno de los antiguos integrantes de Así Somos, pequeño laboratorio que sostuvo Lorna Burdsall por muchos años. Adolfo Izquierdo ha establecido un puente de creación entre Gabriela y Lorna, produciendo testimonios visuales de excelente factura.


Gabriela Burdsall. Foto: Erik Coll

Fotógrafo, artista plástico y realizador de audiovisuales hermosos, Adolfo Izquierdo posee la obra más destacada en materia de danza hoy en Cuba. Su primer trabajo fue la película Sola, basada en el diario de Lorna Burdsall. Su Proyecto Continuo Espacio-Tiempo ha aportado tres piezas que exploran en el tiempo y la memoria, trayendo de vuelta imágenes que fueron definitorias para la danza cubana y aportando otras marcadas por el talento de un creador atípico dentro de las artes escénicas cubanas.


Adolfo Izquierdo

Otros creadores podrían mencionarse en este recorrido, pero, en mi opinión, solo estos clasifican con la presencia de una obra respaldada por una investigación y un discurso que intenta re-inventarse constantemente.


Inmovilidad

Sin embargo, quiero cerrar este acercamiento con el trabajo de Diana Cano, una joven que acaba de graduarse de la Facultad de Arte Danzario de la Universidad de las Artes de La Habana. Ella es, tal vez, la esperanza de que la coreografía cubana pueda volver a transitar por caminos donde el elemento social forme parte de sus preocupaciones. Su pieza Inmovilidad es un llamado de alerta a la apatía con que vive una buena parte de los jóvenes cubanos hoy. Fue también una autocrítica desgarradora y la certeza de que, aun en medio de montones de conflictos, la creación más emergente de la danza cubana puede volver la mirada a esa sociedad que se debate entre generaciones y pensamientos dispares, con preocupaciones y necesidades enfrentadas y distantes.