Nicolás Dorr: adiós a un dramaturgo precoz

Norge Espinosa Mendoza
24/12/2018

Con 15 años, cuenta la leyenda, retó a Rubén Vigón, director de la sala Arlequín, asegurándole que la pieza que le había dado a leer sería el próximo éxito de su teatro. El diseñador y director estaba animando, en aquel 1961, los Lunes de Teatro Cubano, y Nicolás Dorr, entonces un adolescente, se atrevió a poner ante sus ojos el manuscrito de Las pericas. Ante el desafío, Vigón leyó la obra. Y no pudo creer del todo a aquel jovenzuelo. Una segunda entrevista propició el estreno, finalmente, que ocurrió bajo la dirección del hermano de aquel recién llegado. De esta manera, los hermanos Dorr, Nicolás y Nelson, llegaron al teatro cubano. Las pericas, también, desde aquella noche de abril, llegaron para añadirse a la galería de personajes tremendos de nuestra dramaturgia.

dramaturgo cubano Nicolás Dorr
Cuando recibió el Premio Nacional de Teatro 2014, junto a Gerardo Fulleda León, Nicolás Dorr estaba
confirmando la promesa que lo destacó como el más precoz de nuestros dramaturgos. Fotos: Internet

 

Aquel muchacho de ojos intensos fue recibido como una revelación. Virgilio Piñera recordó a Alfred Jarry, que también con 15 años firmó su explosivo Ubú rey. En la obra de Nicolás, tres hermanas siniestras y enloquecidas, en un juego cruel, recibían su merecido a manos de otra hermana a la que hacían sufrir sin piedad. Rine Leal habló de cómo la crueldad del mundo de los adultos era percibida sin tapujos desde la mirada del niño, y encontraba en los referentes al vodevil, el mundo de la zarzuela y otros elementos escénicos una potencialidad que hacía esperar mucho del nuevo dramaturgo.

Nicolás, que acaba de fallecer en La Habana, contaba que durante la entrevista que le hicieron para Lunes de Revolución en su casa de Santa Fe, a raíz de la publicación del texto en el importante magazine, su madre se paseaba delante del entrevistador con aires de una auténtica “perica”, tratando de llamar la atención, mientras el pobre Nicolás trataba de convencer al periodista de que toda la obra era fruto de su invención, libre de cualquier referencia autobiográfica.

Ese mundo se extendió, durante un primer período, a obras como La puerta de tablitas, El palacio de los cartones y La esquina de los concejales. Fue uno de los alumnos del ciclo final del célebre Seminario de Dramaturgia del Teatro Nacional de Cuba, bajo la guía de Osvaldo Dragún, quien escribió además un breve prólogo para el primer tomo que recogía algunas de esas piezas. En los años 70, Nicolás estudia Letras en la Universidad de La Habana, y gana el Premio José Antonio Ramos con El agitado pleito de un autor y un ángel, que indica un giro en su trayectoria. El éxito de esa década es La Chacota, que sube a escena en el Teatro Martí, con un amplio elenco y muchas ambiciones como puesta en escena.

En los 80, sin embargo, se reinventa ante el público. Dos piezas que serán grandes éxitos marcan ese decenio: la comedia sentimental Una casa colonial, y el drama, casi un monólogo, que es Confesión en el barrio chino. Inseparables de las vedettes que estrenaron esos títulos, mencionarlas es traer a la memoria a María de los Ángeles Santana y Rosa Fornés. Dirigidas ambas por su hermano Nelson, también demostraron la permanencia de esos talentos ante el auditorio. Se cuenta que María improvisaba diálogos y parlamentos, para delicia de los espectadores y alguna agonía de Nicolás. Se trataba de uno de esos casos en que la actriz y el personaje se funden de tal modo, que ello ocurre de modo completamente orgánico.

Confrontación, una pieza acerca de la guerrillera Tamara Bunke, fue su entrada a la década de los 90. El teatro de Nicolás Dorr insiste en entenderse como diálogo para la escena, con personajes que en algunos casos logran un dramatismo veraz y en otros juegan con una máscara que no elude el juego frívolo. En su amplia obra, que insistía en publicar, reaparecen como rafagazos elementos que persisten desde Las pericas, en el uso de la comedia y el humor a ratos excéntrico y macabro; luchando con una visión de la realidad que lo acerca, a ratos, a un tono ligero, que pide a su público una complicidad para entender sus guiños y sus devaneos.

Las Pericas, por Teatro del Cuerpo Fusión, en el “Tomás Terry”, de Cienfuegos
 

Además de ejercer la docencia, dirigir algunas de sus piezas de teatro y colaborar con proyectos cinematográficos, escribió y publicó El legado del caos, novela que apareció por el sello Ediciones Unión, con excelente acogida de lectores y de crítica. Su dramaturgia, que parecía haberse cerrado con el estreno de El hombre más codiciado del mundo, en el 2005, contiene otros títulos, como Duelo en el Metropolitan, publicada por la revista Tablas, donde imagina un diálogo imposible entre Sarah Bernhardt y Constantin Stanislavski: un ejercicio de estilo que ratifica su afán de entenderse como un ser teatral, y en el que a través de esas personalidades expone criterios diversos sobre el arte mismo de la escena.

Su teatro fue ampliamente editado en nuestro país y antologado en el extranjero, donde también se le representó. Hace unos pocos años, en Ecuador, la compañía Gestus presentó una nueva puesta de Las pericas; en New York, volvió a las tablas Confesión en el barrio chino, en montaje del Teatro Rodante Puertorriqueño, lo que le valió el premio HOLA. Y a sus lauros y distinciones se añadió el Cirilo Villaverde, obtenido por su segunda novela, Al otro lado del río, que publicará Ediciones Unión. Entre sus títulos habría que destacar Teatro escogido, en dos tomos, que apareció por Letras Cubanas.

Cuando recibió el Premio Nacional de Teatro, junto a otro graduado del Seminario de Dramaturgia, Gerardo Fulleda León, Nicolás Dorr estaba confirmando la promesa que lo destacó como el más precoz de nuestros dramaturgos. Queda ahora revisar sus textos, y ubicarlo en el lugar donde sus diálogos se conecten con los de sus contemporáneos. Y con el teatro cubano, como representante de una tradición que, desde los escenarios, nos permite entendernos bajo otras muchas luces.

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