Tres momentos con Eugenio

Eduardo Heras León
6/4/2021
En la foto Eugenio Hernández Espinosa, dramaturgo cubano y merecedor del Premio Nacional de Literatura.
Foto: Internet

Amigos:

Tres momentos singulares vinculan mi vida a la de Eugenio Hernández Espinosa. El primero ocurrió hace 70 años (sí, no los engaño, y no me equivoco, 70 años), en 1951, y fue cuando nos conocimos: éramos dos muchachos del Cerro que asistíamos a clases en la Escuela Primaria Superior 18 A (así se llamaba antes la Secundaria Básica) Anexa a la Escuela Normal, y Eugenio, un poco más alto y más fuerte que nosotros, a quien llamábamos Papi, era un excelente short-stop del equipo de la Escuela y un buen escudo en las broncas que entablábamos con los mataperros del Canal que venían a tirarnos piedras al parque de la Escuela Normal. Nunca supe que tuviera afición por las letras ni por las clases de las profesoras Elvira Deulofeu, de Español o Adela García Villarreal, de Ciencias Sociales, fanáticas y seguidoras de la obra de José Martí.

El segundo momento ocurrió en 1967, si la memoria no me traiciona. Algunos amigos me habían hablado de una obra de teatro, cuyo título era María Antonia y que estaba teniendo un éxito sensacional por los temas que abordaba y los personajes que convertían la obra en un fresco de la sociedad contemporánea, con una carga dramática notable. Y decidí ir a verla al teatro Mella, que creo fue el lugar del estreno. Cuando llegué me sorprendió una considerable cola que esperaba para comprar su entrada. De repente, sentado en un muro a un costado del teatro, descubrí a… Papi, mi compañero de aula. El nombre del autor era para mí poco menos que desconocido (no lo recordaba, ni lo identificaba como el Papi de la escuela). Me acerqué y lo saludé: “Papi, le dije, ¿qué haces aquí, vas a ver la obra?” “No, yo la escribí”, me aclaró sonriendo. “¿Cómo? Pero ¿tú eres el autor, no jodas, desde cuándo tú eres dramaturgo? Papi, tú eras un buen pelotero, pero, ¿tú dramaturgo? Esto es una sorpresa, compadre. Bueno, voy a entrar y después te doy mi opinión”, le dije. Y no tengo que decirles a ustedes cuál fue mi opinión sobre aquella obra, que me dejó emocionado, conmocionado, ahogado bajo los aplausos de un público que con los años convertiría a María Antonia en un clásico del teatro cubano, y a su autor en uno de sus más importantes dramaturgos.

Y el tercer momento es este, que debo agradecer al Instituto Cubano del Libro, por darme, este año, la oportunidad y el honor de presidir el jurado del Premio Nacional de Literatura, que nos permitió otorgarle por unanimidad el Premio Nacional a Eugenio Hernández Espinosa, al Papi de mi niñez, por los extraordinarios valores de su obra, verdaderos aportes a la cultura nacional.

Tres momentos que dedico a una obra que es ya imperecedera.

Gracias.