“Triangulación de Matanzas”: ciudad, poblados y habitantes en Paradiso

Rubén Ricardo Infante
8/4/2020

La novela Paradiso (1966) de José Lezama Lima constituye el centro y final de la expresión lezamiana en torno a la literatura, desde su inicial Muerte de Narciso (1937) hasta la novela podemos encontrar los puntos coincidentes que establecen su poética. Considerada por Alberto Garrandés, en El concierto de las fábulas, una de las integrantes de un triunvirato inexorable, junto a El siglo de las luces de Alejo Carpentier y Tres tristes tigres de Guillermo Cabrera Infante, Paradiso celebró su aniversario 50. El hecho motivó un necesario y justo proceso por devolver a las letras cubanas un texto que sobresale por el ejercicio narrativo.

José Lezama Lima, escritor cubano, autor de la novela Paradiso. Foto: Internet
 

Lezama, admirador de la belleza de la Isla, construyó un universo a partir de la novela. Paradiso está concentrada en la historia de la familia y tiene como escenario fundamental La Habana, ciudad eje desde la cual se trazan las coordenadas para la historia que relata; pero también en constante vínculo con otras ciudades cubanas.

Es así como se suman al coro personajes que provienen o parten hacia ellas, como Matanzas, Cienfuegos, Pinar del Río, Sancti Spiritus, Isla de Pinos y una breve mención a Camagüey. Hacia cada una Lezama prodigó páginas que merecen la pena revisitar, pues constituyen un legado hacia su memoria histórica. En Paradiso encontramos pasajes que pudiéramos considerar como referentes al acercarnos a estas ciudades.

Matanzas es la primera en referirse, a partir de la gustosa descripción de los dulces que hacía la señora Augusta: “La señora Rialta y su madre cuchicheaban el secreto de las yemas dobles. La señora Augusta —la Abuela—, matancera fidelísima a sus cremosas ternezas domésticas…” (p. 10), pasaje que se retoma dos páginas más adelante: “La señora Augusta no lo podía olvidar porque mantenía, aún a sus años, su orgullo de dulcera, porque así como los reyes de Georgia tenían grabadas en las tetillas desde su nacimiento las águilas de su heráldica, ella por ser matancera, se creía obligada a ser incontrovertible en almibares y pastas” (p. 11). Refiere cierto orgullo para la fabricación de estos platillos, recordemos que buena parte de la cocina cubana (de la cual Lezama en el libro menciona a través de largas descripciones, por ejemplo en la página 170) se basa en recetas para postres, como las natillas, casquitos de guayaba, mermeladas y otros, que dejan en el paladar el acento del cucharón de la abuela.

Lezama Lima otorga especial atención a la ciudad de Matanzas en su novela Paradiso.
Foto: Cortesía del autor

 

A partir de estas referencias gustativas, en el capítulo tercero, reaparece la ciudad: “El señor Michelena comenzó a beneficiar en algunos de sus negocios al joven Andrés Olaya, otorgándole especiales dividendos. Se encontraba en el hotel El Louvre, pues en Matanzas tenía el señor Michelena numerosas fincas y acciones en los ferrocarriles…” (p. 45) Bajo el influjo de la imaginación lezamiana, rememora la historia de uno de los hacendados que adquirieron fortuna mediante el aprovechamiento de la tierra y sus cosechas; y el uso de las líneas ferroviarias como medios de transporte.

Vuelve a la carga cuando entre los múltiples destinos viajeros, ubica a Joan Albayat, joven de escuela francesa, virtuoso para el ejercicio del Concierto para clarinete de Mozart, en Matanzas. El rejuego con el cual describe sus estancias merece la pena referirlos: “Había pasado de Montserrat a Lyon, de Lyon a La Habana del General Serrano, y al quedar incompleta la orquesta se aposentó en Matanzas, para soplar en las llamadas de ocasión” (p. 48).

Al hacer esta enumeración de ciudades, el lector nota que la llegada del músico hasta la Atenas de Cuba no ocurre de manera prevista, sino por una sucesión de hechos que bien podrían refrendar el azar concurrente lezamiano. Otro de los músicos que integra el cuarteto (Luis Mendil), era bisnieto de un guardián “de límites matanceros” (p. 66), el cual se había asentado en el lugar y allí dejaba descendencia, movidos por el compás de “la brisa yumurina” (p. 48). Es sobre ellos que Lezama vuelca líneas, pues a los restantes integrantes los engloba en el olvido: “Los otros dos musiquillos” y cierra la oración: “ininteresaban”. Mediante esta sola palabra logra transmitir la focalización de la narración hacia hechos o aspectos que le resultaban útiles para la obra y desechar otros que constituían lastres para lograr este propósito.

“Elpidio Michelena hacía días que había regresado a Matanzas, donde Andrés Olaya le llevaba la noticia de que la señora Juana Blagalló lo esperaba de nuevo…” (p. 50), esta espera se traduce en la noticia de que el alumbramiento a la par que provocaba alegría, era el golpe de gracia de una inestable economía familiar, que decaía hasta llegar finalmente a la ruina en el justo momento de la fecundidad.

Después retoma la historia del padre de Cemí, el coronel, cuando, presionado por Alberto Olaya, decidió estudiar Ingeniería, y es precisamente con la tesis titulada “Triangulación de Matanzas” (p. 110) que obtiene el título de ingeniero. Por la calidad de esta investigación recibe felicitaciones y uno de sus profesores aseguró las ventajas que le propiciarían hacer esos trabajos siendo militar.

“Podemos llegar a la ciudad de los puentes y abrir las páginas del libro como único mapa”.
Foto: Cortesía del autor

 

Al referirse a la abuela Augusta y el poder de su memoria, la describe como alguien capaz de reconstruir las distintas generaciones, por la firmeza de sus proverbios: “Así recordaba una familia matancera de muchos faralaes y campanillas, dueños de muchas doblas isabelinas, pero donde la esposa tenía que sufrir vejaciones y mortificaciones frecuentísimas” (p. 128). La manera irónica de presentar el cuadro familiar hace notar un hecho que marcó una parte de las familias cubanas en siglos pasados, cuando el poder económico permitía la compra de títulos nobiliarios que otorgaban cierta posición, aunque sus miembros no fueran lo suficientemente merecedores de los mismos.

La siguiente mención a la ciudad es a partir de la perspectiva de Cemí, cuando acompaña a la familia en el momento de exhumación de su padre: “Al abrirse la caja vi a mi padre por última vez, estaba intacto, con su uniforme de jefe de la policía de Matanzas, con las condecoraciones y las insignias de su mando” (pp. 129-130). Esta imagen quedará grabada en la memoria de Cemí durante toda su vida, y en otra ocasión volverá sobre ella por lo impactante y significativo en la manera que idealiza y necesita la presencia de la figura paterna.

Entre las menciones también aparece representada una de las ciudades de Matanzas. El día después de Cemí conocer a quien sería uno de sus grandes amigos, que también ocuparía en la amistad el grado protector como si fuera un hermano mayor: Fronesis. Este lo invita a un café y allí: “Le dijo también que todos los fines de semana se los pasaba en Cárdenas para hacer ejercicios de remos” (p. 201). Lo que motivó en Cemí una minuciosa observación del poder que le habían otorgado estos ejercicios en su musculatura, porque “eran ejercicios espaciados que no agolpaban sus músculos en racimos vergonzantes, sino dirigían ciegas energías por sus cauces distributivos”. Logros obtenidos en su cuerpo gracias a las visitas cada fin de semana a Cárdenas.

Uno de los personajes de la novela titula su tesis de ingeniería “Triangulación de Matanzas”.
Foto: Cortesía del autor

 

Avanzadas las páginas de Paradiso, Foción, el tercero de los amigos, decide ir a la búsqueda de su amigo (amor imposible) y viaja hasta Santa Clara bajo la fuerza de este objetivo: “Al llegar el ómnibus a Colón, el cansancio llegó también para Foción, sentía que su cabeza se ladeaba, sus piernas extendidas se volvían pesadas y las manos buscaban sus bolsillos con desarreglada frecuencia” (p. 320). En este caso, el poblado funciona como marca para denotar el agotamiento físico de Foción, agotamiento que será después en el orden sentimental cuando se hace infructuoso el pretendido encuentro con Fronesis, a partir de que el padre de su amigo ha interceptado la carta donde lo convida y decide conocerlo para enfrentarlo para que rompa con esa “amistad nociva”. Este reproche hacia el joven motivará varias discusiones en la familia.

“Martincillo, el ebanista apagó la bombilla del árbol de Navidad. Aquellas Pascuas eran muy sombrías, su esposa y su cuñada habían ido a visitar a su hermano, que tenía casa de playa en Varadero” (p. 375). Varadero ocupa aquí el símbolo para denotar la soledad del personaje, a quien lo continúa describiendo en su viaje por La Habana, transitando la calle Obispo hasta llegar a O´Reilly, donde se sienta en un café. Este es el capítulo donde se produce el esperado encuentro entre Cemí y Oppiano Licario, la descripción de cada uno de los pasajeros en el ómnibus forman el decorado para que los personajes protagónicos (Cemí y Licario) logren por fin, estar frente a frente. Encuentro que es demorado en la narración, a partir de que el portero del edificio confunde los nombres y le indica mal a Cemí.

Esta es la última aparición de Matanzas, sus poblados o habitantes, dentro de las páginas de este libro. La lectura demorada en cada uno de sus detalles me permitió caracterizar las descripciones a esta y otras ciudades. La riqueza lexical, el poder en la innovación y el entramado de personajes (cada uno con sus tramas bien desarrolladas) permiten realizar muchos análisis desde distintas perspectivas. El caudal imaginativo de Lezama se volcó hacia esta pieza, como un orfebre que intenta moldear su mejor obra.

Esta triangulación puede realizarse desde tres aristas fundamentales: la primera, concerniente a la descripción propia de la ciudad de Matanzas; la segunda, hacia la caracterización de las familias o la casta familiar que la componen; para llegar a una tercera, donde aparecen poblados que forman parte de los límites matanceros.

La tesis del Coronel está probada, podemos llegar a la ciudad de los puentes y abrir las páginas del libro como único mapa. Probar dulces de cualquier abuela; hacer fortuna con los negocios del señor Michelena; soplar en las llamadas de ocasión de un cuarteto, después de aposentarse en la ciudad; ser guardián en los límites matanceros, o dejar que la brisa yumurina muestre su cadencia; o en el peor de los casos: conocer los miembros de familias con fortuna y sin educación, ni modales; o llegarse hasta Cárdenas, Colón o Varadero.

 

Notas:
 
* Todas las referencias pertenecen a la edición de Paradiso en la colección Biblioteca de la Literatura Cubana de la editorial Letras Cubanas, 2002.
* El subrayado es nuestro.