Un espejo de autenticidad

Norge Espinosa Mendoza
23/1/2017

Contra el cielo de una noche santiaguera, estaba esta mujer. En la terraza de un hotel, que creo recordar dominaba una de esas colinas de su ciudad, ella estaba más cerca del firmamento. Abría los brazos, vestida de blanco, y narraba historias. Cuentos venidos de un pasado donde su raza y las fábulas se volvían un tiempo mítico. En el calor del verano, ella era un soplo de viento que vivificaba esa noche. Una de esas fábulas se me quedó en la mente. Mucho después, encontraría ese relato en las páginas de El Monte, el libro extraordinario de Lydia Cabrera, y recordé que en la voz de Fátima Patterson ya había conocido la leyenda del pájaro tié tié, al que la Virgen regaló el privilegio de no ser nunca atrapado, por la bondad que demostró en aquel cuento. Narró esa historia con su gracia de actriz, con su dominio de la palabra bien entrenado en años sobre las tablas, y con el carisma de una artista en plenitud de sus facultades.


Foto: Archivo La Jiribilla

En ese mismo verano la había visto en su unipersonal Repique por Mafifa. Era mi primera estancia en Santiago de Cuba. Y fuera por la impresión que me causó en esos dos encuentros, o porque ella misma no es capaz de dejarnos indiferentes, se enlazó su nombre al de aquella ciudad, y ya nunca puedo pensar en una sin tener presente a la otra. Cuando los teatristas cubanos mencionamos a Santiago de Cuba, Fátima Patterson ya está en la punta de nuestra lengua. Y en nuestros ojos, y en nuestra memoria, como símbolo palpable de lo que ese recodo del Caribe nos explica con voluntad propia.

Ese camino que es el teatro no fue el primero en su existencia. Nacida en el barrio de los Hoyos, hija de un músico y de una mujer humilde, que planchaba ropa para sostener a su familia, estudiaba piano en el conservatorio de Dulce María Serret, y se adentró en el mundo de la radio, donde Manuel Ángel Márquez fue el primer maestro. Vino luego la televisión, y ahí ya se destacó esta mujer de tez negra, de carácter fuerte y de sonrisa que nunca ha sido sinónimo de mansedumbre o flaqueza de espíritu. En los 70, el Conjunto Dramático de Oriente, tras haber tenido en Adolfo Gutkin un guía, se arriesgó saliendo de la sala teatral para irse a la calle. Literal y metafóricamente. Recuperar el sentido de la fiesta, del goce popular, de la concelebración, era el reto, y el teatro de relaciones vino a ser una clave de esa nueva fase de investigación. Rogelio Meneses, Raúl Pomares, Ramiro Herrero, Carlos Padrón, la recibieron en el teatro. Adiós a la televisión, se dijo, y comprendió en la práctica que el escenario le reclamaba ser de una expresividad total. Actuar, cantar, bailar, se trataba de dominarlo todo para dominar también al público que se detenía en una plaza para identificarse con aquella historia que representaban. Era otra manera de entender el juego y el rito, y de mezclarse con cultos y misterios que también alimentaron ese modo de representar que identificó al Cabildo Teatral Santiago, nueva encarnación del antiguo Conjunto a partir de 1977.

En ese proceso, tantas cosas pasaron… Tantos espectáculos. El nacimiento de su hija. Por el mar de las Antillas, El macho y el guanajo, El 23 se rompe el corojo, La paciencia del espejo, son algunos de aquellos títulos en su repertorio. Otros serían El retablillo de Don Cristóbal, La primera vez, El otoño del rey mago. Ya era una actriz renombrada, que demostró no necesitar de la televisión para hacerse respetar. Cuenta que una abuela suya alzó un machete contra el mayoral que la golpeaba: ese espíritu de guerrera todavía la acompaña, y vaya si le hizo falta en todo lo que sucedería desde entonces hasta hoy.

Con Baroko, en el Festival de Camagüey, demostró que le quedaba mucho por delante. Era 1990 y ese montaje revisitó Réquiem por Yarini desde una perspectiva que lo reubicaba en un contexto que acentuaba lo santiaguero y lo caribeño. Fue un punto de giro crucial para el Cabildo, que luego estallaría en otras búsquedas. La necesidad de abordar nuevas temáticas, de probar nuevos retos, de no quedarse anclado en la herencia relacionera, se imponían con el arribo de la nueva década. En ese ahogo, Fátima se alió con José Oriol González y resucitaron a la célebre campanera de la Conga de los Hoyos, mujer controvertida, que logró lo que ninguna otra en ese conjunto de hombres. Repique por Mafifa, basada en la vida de Gladys Linares, revivió a aquella mujer para revivir ella misma en otra prueba de fuego. El 7 de mayo de 1992 nacía Estudio Teatral Macubá, bajo su liderazgo. Macubá, que quiere decir Madre Cuba, se adelantaba a la eclosión de las indagaciones sobre la mujer, su papel en el ámbito del género y la raza, que luego se han hecho ya tan visibles. Ella apeló a todo eso no para seguir los dictados de esa proyección que ya ganaba fuerza en el mundo, sino porque encontró, como un espejo de autenticidad, todo eso dentro de sí, y sintió que para ser ella misma, para seguir siendo honesta, tenía que plasmar todo ello en su ámbito, en la escena, que es su reino.

Ligada definitivamente a la teatralidad que proviene de los sistemas mágico-religiosos, del enlace conflictivo e inevitable entre la vida, la muerte, la mujer; tomando elementos de la narración oral escénica y la cultura popular que ya está asentada en su trabajo como un principio básico, Fátima Patterson ha enhebrado un espectáculo y otro, hasta crear esa rara cualidad que es la de un lenguaje genuino en su quehacer. Cuando estrena Ayé N´Fumbi, Mundo de muertos, consigue una nueva certeza en su devenir. Termina el espectáculo con su cuerpo desnudo, y el trasiego de almas, deseos y rostros que la rodea daba a la propuesta un misterio propio, acompañada por los diseños de su fiel amigo Pedro Castro. Muchos reconocimos en ese montaje un grado de madurez, al tiempo que una interrogante. Ahí estaba acrisolado eso que a ratos se ha dado en llamar un teatro santiaguero, que a ratos ha querido oponerse al resto del país inútilmente. Que no, señor, que el sabor y la textura propias de un punto específico, cuando de arte se trata, no cierra puertas, sino que las abre. Y el teatro cubano, lejos de pensarse como zonas separadas, debería reconocer todos esos elementos enriquecedores en una dimensión mayor que lo alimente y prepare para más altos desafíos.

Luego, han venido más montajes: Restos en la noche, Iniciación en blanco y negro para mujeres sin color, Ropa de plancha, hasta llegar a Si se te olvida, te quemas. La sede propia de Teatro Macubá es un lugar de visita obligada cuando se llega a Santiago de Cuba. Su hija, actriz, le ha dado una nieta, que estudia periodismo. De mujer a mujer va pasando un saber, una memoria, una pregunta sobre Cuba. En el Caribe o en Europa la han aplaudido, y tiene premios y condecoraciones no solo por su trabajo como actriz, sino también por la acción de carácter social que ha desplegado, por su sinceridad al levantarse en encuentros y congresos para hablar sobre los conflictos y problemas de su entorno.

Justo cuando Macubá alcanza sus 25 años, le llega el Premio Nacional de Teatro, que el jurado de esta edición le otorgara con voto unánime. Y de este modo, el Premio mayor de las artes escénicas se va a provincias, sale de la capital en la que acostumbra a quedarse, para recordarnos que la Isla es mucho más amplia y diversa, que en varios sitios hay nombres como este, lejanos de las avenidas más populosas, haciendo teatro desde un compromiso que los años han ido convirtiendo en un gesto mucho más poderoso, y no menos digno de respeto.

El Premio Nacional de Teatro es ahora para esta mujer, para esta mujer negra y santiaguera, cubana y batalladora, actriz que dice estar aún sorprendida por lo que ahora se le entrega. Le advierto que esa sorpresa va a extenderse a lo largo de todo el 2017, porque conociendo a los santiagueros, harán de este acontecimiento un motivo de fiesta que debería cubrir todo el año. Que les hará reconocerse, a golpe de conga y tahona, en la alegría que compartimos al tener delante a esta actriz, directora y dramaturga. Y que ojalá, también, les permita indagar en este festejo para refrescar la memoria de los que compartieron con ella tantos días de fuego y de teatro. Si Fátima de la Caridad Patterson puede mirarse ahora en este Premio, que lo haga como quien se asoma a ese espejo que ella misma ha pulido una y otra vez, en cada nueva función. Este Premio se llama también Santiago de Cuba: es la ciudad que la refleja para que todos la contemplemos, unida de modo definitivo a ese sitio que vibra con música propia, como un corazón de Cuba que impulsa su sangre hacia todo el país.