Cierto crítico de mi generación[1] refería que los Versos libres de José Martí no tendrían centenario, ni enmarcaciones de fecha cerrada, dada su condición de libro no publicado por el autor, y mucho menos concertadas jornadas para homenajearle bajo la égida de instituciones que se encargarían de ello; lo cual resulta cierto, pero en verdad, no le hace falta. Despojado de génesis exactas, de las perfecciones que supone una edición facsimilar y de los festivales académicos marcados, donde investigadores y profesores aprovechan para dar a conocer el artículo o el ensayo hace tiempo escrito y sin lugar viable para su difusión, el poemario martiano convoca con emoción y sello de gran literatura las ansias eruditas de los más variados estudiosos: investigadores, ensayistas, críticos, periodistas, escritores, profesores, estudiantes y a ciertos intelectuales más cercanos a la enunciación teórica de la literatura que a tejidos ensayísticos comunes en la norma.[2]

“En estos poemas lo filosófico y lo metafísico serpean para iluminar lo ético”. Imagen: Tomada de Ecured

Asumir el estudio de la recepción canónica de Versos libres ha supuesto un intenso proceso de lecturas y análisis de muy diversos y numerosos ensayos, donde la mayoría eran realmente significativos, pero aun así sentía el regocijo que se experimenta cuando se está frente a una obra clásica: el campo de conocimientos no estaba agotado. De mi lectura de los poemas se desprendían ilaciones, tránsitos, consecuencias, procedimientos no apuntados o insuficientemente explorados, tejidos que entregaban su secreto. En diez años de trabajo no me había traicionado la intuición. Si el deseo primero, al dedicarme a la investigación, había sido estudiar sus connotados versos, el tiempo, el azar y las vías certeras de los estudios poéticos sobre Martí no impidieron, a fin de cuentas, el acercamiento, lo volvieron ineludible. Los estudios previos realizados por quien escribe alumbraron esta zona, como antes la excelencia de la poesía mayor martiana me permitió un tránsito por la de formación, la llenaron de evidencias e inquietudes. La peculiar textura de este objeto de estudio la conforman la plenitud de unos poemas y la abundancia de acercamientos enmarcados y reveladores.

Tan lejano al parecer 1913, año de su publicación en forma de libro, y pensando en la naturaleza y procederes de los acercamientos, nos damos cuenta de que podemos sostener juicio sin mediaciones de aquellos poemas que aparecen en el índice manuscrito y mecanuscrito del autor. Luego comienza la recepción de la recepción, el eterno ir y retorno de lo que ha sido visto al tiempo que consumido y asumido. La deslumbrante y suprema aventura del lector donde se ordenan las huellas vistas y renovadas que suelen hacer el estilo. En tal sentido la recepción supone un intenso proceso de asimilación junto a un singular proceso de creación, y se lee —se estudia y se escribe— con todas las lecturas acumuladas circulando en espiral.

Si se fueran a escribir algunas notas sobre el prólogo a Versos libres, estas bien podrían ir precedidas del título: “‘Mis versos’: el sentido de la sinceridad martiana”. Si en el dedicado a Versos sencillos, luego de referirse al contexto y pasar, sin gradación, de hablar de los sucesos que tienen que ver con la escritura del libro —cómo lo hizo, cuándo, por qué— a hablar del estilo del poemario, se produce el asomo de una intertextualidad nada inocente y se esbozan las razones de la publicación del poemario, en el de Versos libres nos describe los trazos vibrantes y arrebatados de su identidad:

Primer párrafo – Presentación de sus versos:

       . su naturaleza

       . su condicionalidad

       . su autenticidad

       – Enunciación del verso que prefiere. Descripción del que cultiva.

       – Condicionalidad general del verso, de la que hace participar a su propia poética.

Segundo párrafo – Insistencia en la naturaleza y autenticidad de su verso

Última oración del segundo párrafo y oración final – Breve diálogo cifrado con el lector

Comprobamos que Martí tenía la convicción, como Charles Baudelaire, de que “la franqueza absoluta era un medio de originalidad”.[3] El prólogo en cuestión exhibe una idea que bien puede erigirse como uno de los principios rectores de su poesía: “El verso ha de ser como una espada reluciente, que deja a los espectadores la memoria de un guerrero que va camino al cielo, y al envainarla en el sol se rompe en alas”.[4]

También imagen cegadora, de tan brillante, a un tiempo irradiadora, aun más allá de la percepción visual. Con lo que alude a la capacidad de proyección, o expansión de la poesía, a su cualidad irradiante e insufladora —lo fulgurante que conduce a la belleza— y a su carácter traslaticio, su poder sinecdóquico, con la porción dar un conglomerado. Esa “espada reluciente”, como el verso, es un elemento punzante y luminoso, objeto de defensa, testigo de una difícil, pero purificadora misión. El párrafo sugiere el viaje o ruta de la imagen —léase poesía en el sentido conceptual— una vez salida de la pluma del escritor, hasta la captación luminosa por parte del lector, acaso el enigma de lo inefable.

Si se fueran a escribir algunas notas sobre el prólogo a Versos libres, estas bien podrían ir precedidas del título: “‘Mis versos’: el sentido de la sinceridad martiana”.

Luego de la primera lectura, tras el acercamiento a su poesía de formación y a los Versos sencillos,[5] siento que en estos poemas lo filosófico y lo metafísico serpean para iluminar lo ético. Lo ético renace del espanto que experimenta el poeta ante el descalabro del mundo. Renace a modo de chispazo, y siempre está, aunque a veces se escuda para entrar abruptamente. Resaltan la adjetivación hercúlea[6] y los cambios marcados de tono del clamor ético al visionario y de este al tierno, creando luego todas las variantes posibles. Esa variedad o “eclecticismo” del tono, unido a lo poderoso de la expresión, en sus más diversos niveles, y a la multiplicidad del plano ideotemático crean lo hirsuto, lo extraño, lo genial.

Los poemas de Versos libres son una particular mezcla de elipsis, hipérbaton,[7]aguijoneados por encabalgamientos, de símiles – ejes — aspecto en el que profundizaremos más adelante—, de abiertos planteos analógicos, que también saben obviar el “como”;[8] de punzantes versos, de deslumbrantes y potentes imágenes como la siguiente:

Para que el hombre los tallara, puso

El monte y el volcán Naturaleza, –

El mar, para que el hombre ver pudiera

Que era menor que su cerebro.[9]

 “Mujeres” P.C, T.I, p. 96.

Como apuntábamos más arriba, en la poesía de Martí y específicamente en Versos libres es frecuente la utilización a un tiempo de hipérbaton y encabalgamientos, lo que crea una gran tensión sintáctica y poética, y un extrañamiento en la expresión que singulariza los procederes del autor en el libro. En ese sentido innova al interior de la lengua, como también lo hace en el final de “Académica”, donde utiliza el verbo echar, que es transitivo, sin complemento directo —aquí singular sinónimo de “correr” o “volar”— con lo que otorga más relevancia y potencialidad a la imagen final:

Ven, mi caballo; con tu casco limpio

A yerba nueva y flor de llano oliente,

[…]

Y al sol del alba en que la tierra rompe

Echa arrogante por el orbe nuevo.

“Martí estima que el amor, esa pureza de sentimiento, (…) es una prenda escasa y rara entre los hombres”. Imagen: Jorge Arche / Tomada del Museo Nacional de Bellas Artes

Puede señalarse entre las características generales del poemario la presencia de motivos románticos, empleados como puntos de partida para insuflarle elementos nuevos que les permiten a los textos alcanzar carácter transgresor. En “Bosque de rosas” Martí toma el motivo romántico de la visita de una pareja de amantes a un bosque y el solaz que los mismos han de experimentar ante la naturaleza (flores, vegetación) como base para introducir el elemento ético y su concepto del amor: he ahí lo novedoso, lo original. El poema pasa de un comienzo bien romántico a un verso magistral de raigambre ética al tiempo que trascendente:

Allí despacio te diré mis cuitas;

Allí en tu boca escribiré mis versos!-

Ve, que la soledad será tu escudo.

Posteriormente, además de hacer un enjuiciamiento ético del amor, es decir, ir del plano amoroso al plano moral, trata de subvertir un concepto. La idea extendida de ver como natural y no como una afrenta el sufrimiento femenino por la infidelidad masculina:

Sufrir ¡tú a quien yo amo, y ser yo el casco

Brutal y tú, mi amada, el lirio roto?

Pero, si acaso lloras, en tus manos

Esconderé mi rostro, y con mis lágrimas

Borraré los extraños versos míos.

Tiene manos y voz, y al que la vierte

Eternamente entre la sombra acusa,

¡Hay crímenes ocultos, y hay cadáveres

De almas, y hay villanos matadores!

Al bosque ven: del roble más erguido

Un pilón labremos, y en el pilón

Cuantos engañen a mujer pongamos.

P.C, T. I, p. 75.

Más adelante, en tono sentencioso, queda expresado su concepto del amor, y por extensión su condena del adulterio:

Ni el amor, si no es libre, da ventura.

¡Oh, gentes ruines, las que en calma gozan

De robados amores! Si es ajeno

El cariño, el placer de respetarlo

Mayor mil veces es que el de su goce.

Del buen obrar ¡qué orgullo al pecho

Y cómo en dulces lágrimas rebosa,

Y en extrañas palabras, que parecen

Aleteos, no roces! Y ¡qué culpa

La de fingir amor! Pues hay tormento

Como aquel, sin amar de hablar de amores!

Ven, que allí triste iré, pues yo me veo!

Ven, que la soledad será tu escudo!

P.C, T.I, p. 75 – 76

Martí estima que el amor, esa pureza de sentimiento, es singular o única, es una prenda escasa y rara entre los hombres, por eso termina con ese verso magistral que los poetas entendemos bien, por todo eso la soledad lo protege.

En “[Con un astro la tierra se ilumina]” asistimos a la personificación del universo en la amada, característica netamente romántica. Este poema está emparentado en su proceder con el poema “Carmen”, escrito por Martí en México, en 1876, donde el poeta luego de emparentar los dones celestes y los de su amada queda vencido por ese amor que todo lo cobija en suprema paradoja. En el texto aludido de Versos libres Martí logra expresar lo mismo con mayor eficacia, y en menor cantidad de versos; el poema es cualitativamente superior. Y comienza con mucha sugerencia, con muchos complementos y acciones que tienen su fundamento en la existencia de la mujer amada —cuya identidad no se revela hasta el fin del poema—, aquí cantada en sugerentes versos de estructura inusual y complejísima sintaxis, bastante alejada en dicho sentido, de las creaciones románticas de este corte. Una vez más el motivo romántico ha sido empleado como base para la transgresión.

Entre las características generales del poemario puede señalarse la presencia de motivos románticos, empleados como puntos de partida para insuflarle elementos nuevos que les permiten a los textos alcanzar carácter transgresor.

Los comienzos tensos, que parten como de diálogo, de los poemas “Canto de otoño” y “Bien: Yo respeto” coinciden con los utilizados por el poeta romántico mexicano Manuel Acuña (1849-1873) en sus textos emblemáticos “Nocturno” y “Ante un cadáver”. Esta reflexión parte del criterio oral de varios estudiosos de la poesía martiana. La fuerza del arranque, que en Acuña es desahogo que no espera más, es retomada por el Martí maduro de Versos libres en los dos poemas aludidos. En el caso de “Bien: Yo respeto”, la confesión expresa una verdad nueva que quema: el respeto por los que sufren, por los que trabajan, por los inmigrantes —la arruga, el callo, la joroba—, con lo que asistimos a la irrupción de lo feo y deforme en la poesía, característica incorporada por los modernistas; y la estructura general del poema también es inusual. Comienza con una pausa para un desbordamiento, lleno de enumeraciones, complementos y polisíndeton. Martí introduce dicho recurso estilístico en una nueva esencia, lo rescata en un texto transgresor para su época, de mayor eficacia artística, como también lo es “Canto de otoño”.


Notas:

[1] Osmar Sánchez Aguilera. “Versos libres: notas para un centenario conjetural”. El gallo ilustrado. Sem. Cult. de El Día, México, 1718: 8-9, 28 de mayo de 1995.

[2] Recuérdese que en el caso de la recepción de Versos sencillos, los autores de acercamientos verdaderamente relevantes eran en su mayoría poetas.

[3] Charles Baudelaire. Diarios íntimos. Ediciones Coyoacán, 1999, México, p. 17.

[4] En Versos libres esta imagen luminosa tiene variados ecos, entre ellos:

Él, de un golpe de ala, barre el mundo

Y sube por 

la atmósfera encendida

Muerto como hombre y como sol sereno.

Así ha de ser  la noble poesía:

“[ Contra el verso retórico y ornado]” Poesía Completa, T. I, p. 121

En “Águila Blanca” el águila

Al alba universal, las alas tiende

Y camino del sol emprende el vuelo –

P.C., T. I, p.88

[…] astro y llama, y obelisco

De fuego, y guía al Sol, el verso sea!

“[Por Dios que cansa]” P.C., p.137

También en el importante poema “Cual incensario roto”, perteneciente a Versos varios, utiliza una imagen afín al prólogo de  dicho libro:

Y subiré en la sombra hasta que pueda

Mi acero en pleno sol dejar clavado.

P.C., T. II, p.173

[5] Quien redacta estas líneas ha escrito un libro de ensayos bajo el título Génesis de la poesía de José Martí y el cuaderno Recepción de Versos sencillos: Poesía del metatexto. Edit. Abril, La Habana ,2001.

[6] Recuérdese, al menos, un ejemplo supremo: “Listo estoy, madre Muerte: el juez me lleva”. (el subrayado es mío) en “Canto de otoño”, Poesía Completa, T. I, p. 72.

[7] Una simbiosis particular conforman los hipérbaton tensos y los símiles. Sirva la siguiente como ejemplo: “Tal como el hierro frío en las entrañas / De la virgen que mata se calienta”. “Banquete de tiranos”. P.C, T. I, p. 107. En una sintaxis comunicativa se leería: Tal como se calienta el hierro frío en las entrañas de la virgen que mata.

[8] “Y en el pino

Rumor y majestad mi verso aprenda

“Oh Margarita” P.C, T I, p.87

[9] Qué parecido hay entre esta idea y la de Emily Dickinson:

El cerebro –

Es más amplio que el cielo

[…]

El cerebro es más hondo que el mar.

Emily Dickinson. 60 poemas. Ed. Grijalbo Mondadori, 1998 (trad. de Silvina Ocampo), p. 51, Madrid.

Lo que quizá pueda ser explicado por la gran afinidad de ambos escritores con el pensamiento emersoniano.

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