En la tarde de ayer, en el edificio del Ministerio de Cultura, se le entregó a un grupo de reconocidos intelectuales la Orden Juan Marinello, mediante el Decreto Presidencial (número 206) del 24 de febrero pasado, firmado por el presidente de la República Miguel Díaz-Canel Bermúdez, a propuesta del Ministro de Cultura.

La noticia me inspiró a redactar estas palabras. En el documento acreditativo reza que esa alta distinción se otorga a ciudadanos cubanos o extranjeros “por haber realizado una actividad sostenida que constituya contribución importante a la lucha ideológica de los pueblos y un aporte extraordinario para el desarrollo de la cultura artística, literaria y el periodismo”. La Orden Juan Marinello no se entregaba desde hace una década.

“Este poeta y revistero, fanático de la pelota, amante del buen cine y de las tertulias de amigos, ha demostrado sostenidamente su pasión por la promoción de la literatura y las artes”. Foto: Tomada del portal de Cubacine

No me referiré a todos los condecorados, sino solamente a Norberto Codina, pues se trata de un amigo-hermano desde la niñez, es decir, hablo con total conciencia de su persona y obra. Son más de 60 años de una amistad consolidada, por lo que conozco muy bien su trayectoria vital.

Hablaré aquí de la persistencia de una vocación. El merecido reconocimiento estatal no ha hecho más que legitimar una conducta permanente en Norberto Codina o, dicho de otra manera, una forma de vida. Él siempre quiso ser escritor, con la poesía como bandera enarbolada de esos deseos, y también albergó, sostenidamente, la voluntad de promover la literatura y la cultura desde su primera etapa infantil y juvenil, con iniciativas propias de muchachos que privilegiaron lo intelectual por encima de otras actividades de la edad; después, en la apasionada membresía de los Seminarios Juveniles de Estudios Martianos, de los que fue fundador y parte de su directiva nacional, y finalmente, como director de la revista La gaceta de Cuba por espacio de 34 años.

Vayamos por pasos. Norberto, un hermano de crianza para mí (lo es cuando el día a día de esa edad dorada nos encuentra reunidos cada mañana), fue un infatigable lector desde los primeros grados de la enseñanza primaria; un lector que deseaba escribir. Norberto mantuvo en aquellos lejanos días la idea viva de gestar una publicación y de crear una suerte de taller literario totalmente fruto de nuestras iniciativas, nada que ver con una orientación o una tarea escolar.

Así, creamos nuestro propio espacio de debate y reflexión. En él discutíamos nuestras incipientes creaciones literarias y nos enzarzábamos en intensos debates. En la secundaria básica, durante el período de la escuela al campo, gestamos un periodiquillo estudiantil, de efímera duración, que no tuvo nada que ver tampoco con instrucciones de las organizaciones estudiantiles. Para nosotros aquel espacio fue una suerte de diversión muy seria.

Cuando Norberto no prosiguió los estudios en el preuniversitario, comenzó a trabajar en una imprenta y se vinculó en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), hace ya medio siglo, a la entonces Brigada Hermanos Saíz, relación que emprendió con todo el fervor del mundo. Fue un obrero en el contexto de la cultura. Posteriormente, al comenzar a trabajar como especialista de Literatura en la Dirección Provincial de Cultura de La Habana (primero fue durante tres años director de Literatura de la Delegación Provincial del Consejo Nacional de Cultura) por espacio de más de una década, trasladó esa misma pasión a la atención de los talleres literarios de los municipios habaneros. Ahí comenzó a articular numerosas amistades en el universo cultural del país, muchas de las cuales llegan hasta el presente. Pero lo importante, a los efectos del sentido de este texto, es subrayar que su vocación de promover las letras y de incentivar a los noveles escritores (él lo era también) se mantuvo y se incrementó considerablemente. A la par, fue creciendo el poeta y comenzaron los primeros libros publicados.

Recuerdo ahora, a propósito del nombre que lleva la Orden concedida y del primer poemario publicado de Norberto, que, en los jardines de la Uneac, en el verano de 1975, se produjo una feliz coincidencia: se presentaron, entre varios libros, uno de Juan Marinello —Contemporáneos. Noticia y memoria (tomo segundo— y el primer título de Norberto, A este tiempo llamarán antiguo, un excelente libro de poesía merecedor del premio David. Fuimos juntos a su estreno. Guardo los ejemplares dedicados por Marinello y por Norberto, lo que me permite, gracias también a la infalible memoria de mi amigo, identificar el momento exacto. Fue aquella una tarde de mucha significación para él.

La extensa etapa de revistero de Norberto es de una coherencia y laboriosidad considerables. Desde 1988 es el director de una publicación que se mantuvo, hasta la interrupción de la pandemia, junto a Temas, como las dos revistas más seguidas por la intelectualidad del país. En el caso de La gaceta de Cuba, es la única que mantuvo su periodicidad y salida puntual, durante años.

“La extensa etapa de revistero de Norberto es de una coherencia y laboriosidad considerables”.

Las firmas más reconocidas de nuestra república letrada (y de otras) publicaron en sus páginas, incluyendo, cuando nadie lo hacía, las de cubanos residentes en Estados Unidos y en otras naciones. Las presentaciones de cada número de La gaceta… reunieron siempre a un grupo de fieles asistentes, que, dicho sea de paso, bromeaban con el hecho de que, si faltaban a la cita, serían regañados por Norberto, de quien se sospechaba, en broma, que pasaba lista de asistencia. Lo cierto es que, cada dos meses, y por muchos años, ese nutrido grupo de leales a la publicación (y a su director) nos encontrábamos en la Sala Villena de la Uneac para el ritual de la presentación del número recién salido de imprenta, con introducciones hechas, en todos los casos, por un escritor o artista de valía. Fue un ritual de la cultura y del intelecto que hoy se extraña.

Vale decir que con esta Orden, en su caso particular, no solo se premia a un poeta sobresaliente de su generación, que lo es, sino a un revistero que, algún día, deberá ser reconocido por un jurado de los que deciden los premios nacionales de Edición, porque estar al frente de una revista cultural tan seguida y leída como La gaceta…, por más de tres décadas, merece ese otro reconocimiento.

No abundaré aquí en mis opiniones sobre la poesía de mi amigo, pues eso lo hice con extensión y esmero en el prólogo a Cuaderno de travesía. Poemas, la antología de su lírica, editada en 2003 por Ediciones Unión. De cualquier manera, subrayo que es una poesía visceral y de fuertes motivaciones vitales, ajenas a las florituras gratuitas del lenguaje; una poesía de hondura y raigal humanismo. Al cabo de los años y a día de hoy, su obra poética alcanza casi la mitad de los 40 títulos publicados entre libros de ensayos, artículos, crónicas y antologías poéticas y compilaciones, asociadas las últimas con La gaceta

“Poesía visceral y de fuertes motivaciones vitales, ajenas a las florituras gratuitas del lenguaje; una poesía de hondura y raigal humanismo”.

No menos atendible dentro de este recuento de vida, escrito con la celeridad que un artículo de prensa exige, es su permanencia durante 15 años en el Consejo Nacional de la Uneac, epicentro de las labores en defensa de la creación y de los artistas y escritores.

Quizá deba finalizar mis palabras diciendo que este poeta y revistero, fanático de la pelota, amante del buen cine y de las tertulias de amigos, ha demostrado sostenidamente su pasión por la promoción de la literatura y las artes. Algún día también, espero, un estudioso pondrá atención en los temas, obras y autores que, durante la dirección de Norberto, se divulgaron en La gaceta de Cuba, y ese será el momento de evaluar la sabiduría con que supo convocar y articular a sus colaboradores para armar una excelente revista cultural.

Hacer esa labor por más de tres décadas es realmente una tarea digna de encomio, pues como se sabe, no hay nada más perturbador y ganador de ojerizas que la labor del director de una publicación periódica, con sus constantes negativas a aceptar un texto o con los frecuentes señalamientos de correcciones a los textos aceptados. La gaceta de Cuba en manos de Norberto Codina justifica, ello solamente, la concesión de la Orden recibida. De pasada, no olvidemos lo que muchos de nuestros más insignes escritores del país y del continente apuntaron sobre la importancia de las revistas literarias: no se puede escribir la historia de la literatura latinoamericana sin contar con ellas.

Para este poeta martiano y apasionado, hombre puente, gestor de sinergias culturales y lector entusiasta e intenso, es motivo de enorme satisfacción el importante reconocimiento. Para sus amigos, familiares y conocidos, también. Se ha premiado una vida entera en función de la literatura, las ideas y las artes.

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