José Monteagudo González tiene actualmente ochenta y un años de edad. La mitad de ellos dedicados a la docencia, compartidos con distintas responsabilidades en la Asociación Nacional del Ciego (ANCI). Atesora el privilegio de que sus primeros alumnos fueran más de un centenar de jóvenes, representativos de aquellos miles que protagonizaron esa gran hazaña del pueblo cubano que fue la Campaña de Alfabetización, a la cual, en su aniversario 60, se dedica este año la Jornada por el Día del Educador.

¿Por qué se decidió por el magisterio?

Cursaba el tercer año de la carrera de Derecho mientras se desarrollaba la Campaña de Alfabetización, en 1961. Supe de un llamado de Fidel en el que convocaba a los estudiantes de la Facultad de Letras ―Humanidades, como se llamaba entonces y que incluía entre otras las especialidades de Derecho, Filología, Filosofía, Marxismo― para un curso de formación emergente de profesores que, una vez concluido, quienes lo aprobaran trabajarían en el plan de becas que se iba a formar para los muchachos que se encontraban alfabetizando.

Asistí a esa reunión que se efectuó en el Aula Magna de la Universidad de La Habana. Cuando Fidel dio a conocer los propósitos de aquel encuentro, la idea me entusiasmó tanto que, más que decir, grité para que él pudiera escucharme. Le expliqué que yo estudiaba Derecho, por lo que podía impartir asignaturas como Historia, Marxismo, Literatura, en fin, cualquier materia relacionada con la Facultad de Letras. Argumenté además que, si a pesar de ser ciego yo había sido capaz de llegar al tercer año de mi carrera, podía perfectamente dar clases.

“Tomé en ese momento lo que siempre he considerado la decisión más importante y acertada de mi vida y de la cual nunca me he arrepentido (…) comprobé que ser profesor era realmente mi vocación”.

No pude, por supuesto, ver sus gestos. Pero nunca he olvidado sus palabras cuando dijo: “si tú aseguras que puedes cumplir con esa tarea, yo no tengo inconvenientes”. Y dirigiéndose a los directivos del Ministerio de Educación allí presentes, les preguntó: “¿y ustedes?”. Lógicamente, todos estuvieron de acuerdo.

Tomé en ese momento lo que siempre he considerado la decisión más importante y acertada de mi vida y de la cual nunca me he arrepentido. Por el contrario, desde las primeras clases comprobé que ser profesor era realmente mi vocación. Ese acto de enseñar que considero hermoso, de trasmitir los conocimientos que ya tenía a aquellos muchachos de secundaria matriculados en el plan nacional de becas, casi niños algunos y otros mayores que yo; me satisfizo grandemente.

Su estreno como educador fue en Secundaria Básica. Sin embargo, fue escalando peldaños en el sistema general de enseñanza hasta llegar al nivel superior. ¿Cómo fue ese proceso?

Siempre fui profesor de Historia General y de Marxismo. Los primeros años, como ya dije, en secundaria. Poco tiempo después comencé a trabajar como profesor de preuniversitario, donde estuve por una larga estancia de once años. Finalmente llegué al nivel superior de enseñanza, con las categorías docentes de instructor, profesor asistente y profesor auxiliar.

Matemáticamente hablando, a ese nivel corresponde más del cincuenta por ciento de mi carrera docente, desarrollada en el Pedagógico de Lenguas Extranjeras, que ya no existe, y en la Escuela de Estomatología perteneciente a la Universidad de Ciencias Médicas de La Habana.

Fue en esta etapa donde desarrollé verdaderamente mis potencialidades como profesor. Eran alumnos con más preparación académica y ello exigía mayor desempeño docente de mi parte. Pero en ningún momento sentí temor. Más bien fui creciendo para poder estar a la altura de las circunstancias, para lograr ese intercambio necesario que se produce en el aula y en el que aprenden tanto alumnos como profesores.

Si todos sus alumnos escribían siguiendo el método convencional, ¿de qué recursos tuvo que valerse para calificar sus exámenes?

Al principio conté con la ayuda de mi madre, quien me leía las respuestas de los estudiantes. Después asumió esa tarea mi esposa, hasta que finalmente, para suerte mía, cuando ya trabajaba en el Pedagógico, fue aprobada la realización de exámenes orales. Esa posibilidad, además de agilizar el trabajo, me permitió mayor independencia desde el punto de vista laboral.

Miles de jóvenes protagonizaron esa gran hazaña del pueblo cubano
que fue la Campaña de Alfabetización. Foto: Palacio del Segundo Cabo

A partir de su experiencia en la docencia, ¿qué cualidades no pueden faltarle a un educador?

En mi opinión, la primera e imprescindible cualidad que debe tener un educador es el amor a su profesión. El amor incondicional a la labor que realiza. Otra cualidad que no puede faltarle es ser un constante investigador, un constante estudioso no solo de la asignatura que imparte, sino de todos los acontecimientos que tienen lugar en el mundo que, como se sabe, está en constante cambio.

Ningún profesor debe conformarse con lo que sabe. Para él tiene que ser una necesidad permanente la investigación, el estudio. Debe de tener también una preparación integral. Ser un especialista en su materia es muy válido, pero al mismo tiempo debe ser dueño de otros conocimientos que le permitan dar a sus alumnos una educación, una formación completa. Y, por supuesto, no puede faltarle el respeto. El respeto a sí mismo y hacia sus alumnos. Respeto que comienza, aun cuando parezca muy simple, por la imagen del profesor, por su manera de vestir y de expresarse.

De mis alumnos recibí siempre el mayor respeto, esa misma consideración la tuve con ellos, lo cual no impidió que surgieran entre ellos y yo profundas relaciones de amistad y afecto, que hasta hoy perduran.

Le propongo conversar ahora acerca de la Asociación Nacional del Ciego, donde continúa siendo miembro del Consejo Nacional y vicepresidente del Consejo Provincial de La Habana.

Soy fundador de la ANCI. Formé parte del grupo que participó en su asamblea fundacional, liderada por el doctor Carlos Olivares, quien había sido embajador de Cuba en la extinta Unión Soviética y que trabajó durante algunos años junto a Raúl Roa, como viceministro de Relaciones Exteriores. La pérdida paulatina de la visión obligó a Olivares a establecerse definitivamente en Cuba, y puso sus grandes conocimientos en función de crear una Asociación que agrupara a las personas ciegas o de baja visión de todo el país.

En esos años fundacionales integré lo que entonces se llamó Buró Nacional de Dirección, que era el órgano máximo de rectoría de la Asociación. Poco tiempo después de la celebración del primer congreso de la Asociación, por mal funcionamiento de esta, se convocó a un congreso extraordinario que, entre sus muchos acuerdos, decidió que yo fuera nombrado vicepresidente de nuestra Asociación, cargo que ocupé durante doce años.

De todas las responsabilidades asumidas en la ANCI, la que más me satisfizo fue la dirección del Centro de Rehabilitación, radicado en Bejucal. Esta institución, inaugurada por Fidel, es una de las obras más altruistas erigidas por la Revolución y la más importante para nosotros. Allí volvió a renacer mi pasión por el magisterio porque, aunque no impartía clases propiamente dichas, tuvimos la posibilidad de desarrollar un trabajo verdaderamente educativo, tanto físico como emocional.

Las personas que llegaban al Centro eran ciegos de nacimiento o que recién habían perdido la visión. Había entonces que enseñarles a valerse por sí solos. Enseñanzas que comprendían desde el uso del bastón y el aprendizaje del braille, hasta aprender a cocinar. Esto último no todos lo aprendieron, pero al menos lo intentaban para corresponder a nuestras exigencias.

“De todas las responsabilidades asumidas en la ANCI, la que más me satisfizo fue la dirección del Centro de Rehabilitación (…). Esta institución, inaugurada por Fidel, es una de las obras más altruistas erigidas por la Revolución y la más importante para nosotros”.

En un corto plazo de cinco o seis meses, que es el tiempo máximo de permanencia en el Centro, ya podíamos ver los resultados de nuestro trabajo. A quienes habían llegado a nosotros en un estado de total dependencia y muy deprimidos sicológicamente, los veíamos salir, a casi todos, rehabilitados y dispuestos a incorporarse a la sociedad con los nuevos desafíos que les imponía la falta de visión.

Muchos egresados del Centro son hoy graduados universitarios en diversas especialidades, o están concluyendo sus estudios en el nivel superior, mientras otros desempeñan un oficio. Todos demostrativos de cuanto pueden hacer las personas ciegas en el contexto de la sociedad en que viven. Desafortunadamente esta instalación, tan necesaria para nosotros, desde hace algunos años dejó de funcionar por problemas constructivos que no han podido resolverse.

Como parte del trabajo en la ANCI puedo añadir que fui igualmente fundador de la Unión Latinoamericana del Ciego, ULAC, creada en Mar del Plata, Argentina, en 1985. Esta Unión tiene entre sus principales propósitos lograr una mayor inserción en la sociedad de las personas ciegas, y su alcance, como lo indica su nombre, abarca todos los países de la región. Fui miembro de su Junta Directiva por más de dos décadas, y su presidente por un período de cuatro años.

¿Cómo evaluaría el proceso de inclusión que tiene lugar en nuestra sociedad, particularmente con relación a las personas ciegas o de baja visión?

En ese sentido hemos avanzado y mucho, a pesar de que no soy el más indicado para hacer la mejor evaluación, porque si alguien nunca se ha sentido excluido socialmente, como has podido apreciar, he sido yo. He tenido una vida totalmente plena.

A los seis o siete meses de nacido comencé a padecer de glaucoma infantil, al decir de los médicos, el más fuerte. La enfermedad me avanzó muy rápido y, cuando mis padres me trajeron a La Habana ―nací en Santa Clara―, para consultar a otros especialistas, el diagnóstico era definitivo. Con dos años de edad me había convertido en un niño con ceguera total.

No obstante, me impuse a esa dificultad y, aunque considero que no he hecho nada extraordinario, sí puedo afirmar que me siento satisfecho, apelando en todo momento a mi gran voluntad para estar a la altura de las oportunidades que se me han presentado.

Estudiaba Derecho y me propuse ser maestro. Primero, y sobre todo, para corresponder a un llamado de Fidel que daba respuesta a una necesidad del país. Y, en segundo lugar, porque vi en el magisterio mayores posibilidades para mi desempeño profesional.

Es muy cierto que la vista es un sentido vital que te permite conocer el tamaño, el color, la textura de las cosas y, en general, tener una percepción panorámica de todo lo que te rodea. Pero la ausencia de ella permite a los ciegos desarrollar otros sentidos como el tacto y el olfato, que se habilitan para asumir la misma función.

Miles de jóvenes protagonizaron esa gran hazaña del pueblo cubano que fue
la Campaña de Alfabetización. Foto: Trabajadores

Concordamos en que es una realidad que no podemos desempeñarnos en todo, pero sí en casi todo. De la misma manera sabemos que todavía algunas personas nos miran con lástima, a las que inspiramos compasión. En mi opinión, no actúan así por maldad. Lo achacó más bien a su falta de conocimientos, a la subestimación que todavía persiste en ellas hacia las personas ciegas.

“Antes de que la Revolución triunfara existían en Cuba diez mal llamadas asociaciones de ciegos. Y digo mal llamadas porque no eran tales asociaciones, y mucho menos de ciegos. Eran simplemente personas que tenían un grupito de ciegos albergados en una casa y eso les daba la posibilidad de hacer colectas públicas para, según afirmaban, beneficio de aquellos pobres cieguitos. En todos los casos, los pobres cieguitos ni siquiera se enteraban del dinero recaudado y, por tanto, no recibían ningún beneficio de aquellas obras de caridad, como se les conocía entonces, que no fueron más que un gran negocio para quienes lo dirigían.

Asimismo, en todo el país contábamos con una sola escuela para ciegos. Tenía por nombre Varona Suárez y es ahora un centro cultural recreativo perteneciente a la ANCI. En cambio, hoy La Habana, por ejemplo, tiene la Abel Santamaría, una fabulosa escuela para niños ciegos. Otras tantas existen en el resto del país y, donde no las hay, niños y jóvenes privados de visión están incorporados al sistema general de enseñanza instituido en nuestro país.

“Otras tantas (escuelas) existen en el resto del país y, donde no las hay, niños y jóvenes privados de visión
están incorporados al sistema general de enseñanza instituido en nuestro país”. Foto: Mined

Reconozco que todavía falta por hacer, especialmente en lo que respecta a la incorporación laboral. Y retomo como ejemplo a La Habana, donde existen veintitrés talleres para personas con discapacidad. Los que trabajan en estos talleres reciben un modesto salario que les permite vivir con cierta holgura. Sin embargo, solo tres instalaciones de este tipo se encuentran funcionando.

En un criterio muy personal, considero que estos problemas no son responsabilidad absoluta de nuestra sociedad. Obedecen más bien al trabajo que desarrollan las asociaciones en sus respectivas provincias, cuyos representantes deben ser más activos, más perseverantes y persuasivos en cada gestión que beneficie a sus asociados. Ser capaces de convencer, de demostrar que las personas con discapacidad no requerimos lástima, solo estamos necesitados y, más que eso, urgidos de oportunidades.

¿A quién o a quiénes agradecería la vida plena que, como Ud. asegura, ha tenido?

Mi discapacidad no ha sido un impedimento para hacer todo lo que me he propuesto. Obviamente no lo he logrado solo, también es justo reconocer que fui favorecido por determinadas circunstancias.

Agradecería de manera especial a mis padres, quienes fueron mis primeros y mejores maestros. Mi padre aprendió el braille por correspondencia para después poder enseñármelo. De él obtuve además muchos conocimientos de historia, geografía y matemáticas, aprendidos de memoria y que dominaba a la perfección cuando comencé en la escuela. Por mis conocimientos, ingresé directamente en el cuarto grado, en un aula donde todos mis compañeros eran videntes.

Transcurridos unos meses realicé una exigente prueba de ingreso que me permitió pasar del sexto grado al bachillerato, o como se decía por aquellos años, al Instituto de segunda enseñanza. Ya preparado para los estudios en la enseñanza superior matriculé Derecho en la Universidad de La Habana. Y allí, cursando el tercer año, como dije anteriormente, me sumé al grupo de jóvenes que respondieron al llamado de nuestro histórico Comandante.

“Mi discapacidad no ha sido un impedimento para hacer todo lo que me he propuesto. Obviamente no lo he logrado solo”.

Durante mi permanencia en el preuniversitario fui nombrado jefe de Cátedra. Mientras que, en el Pedagógico de Lenguas Extranjeras, junto con la docencia, me desempeñé como jefe de Departamento en la cátedra de Marxismo.

Agradecería también a la Revolución. Con bastante frecuencia suelo decir que si no hubiera existido un Fidel, y sin él tampoco el triunfo revolucionario del Primero de Enero de 1959, sin que a nadie le quede la menor duda, estaría ahora mismo en la puerta de una iglesia pidiendo limosna y, lamentablemente, tú no tendrías ningún argumento que sustentara la realización de esta entrevista.

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