Wayacón, el último bohemio

Mauricio Escuela
14/1/2019

Wayacón llegó al mundo en medio de esencias encontradas, por un lado el padre carpintero que no comprendía las largas horas del hijo tallando huesos en la escuela, por otro, una fantasía que lo hacía apartarse del mundo que dibujaba, plasmando en colores los tonos grisáceos que le tocaron vivir. La ciudad de Cienfuegos pertenecía a una aristocracia que se dividía los mejores barrios, dejando para la muchachada pobre solo aquellos lugares pantanosos, como la Laguna del Cura.

Allí, en aquel sitio poblado por renacuajos, el Waya se ganó su mote, cuando pintó de azul de acetileno a una manada de aquellos animalitos. Su intención era venderlos al por mayor y de todos colores, por todo el país, trasladándolos en una pecera gigantesca sobre una rastra. La ensoñación pareció terminar, cuando el padre le impuso castigos tremendo para que volviera a la escuela, entonces el precoz artista se mudó a un torreón colonial abandonado que había cerca de la costa, donde inició una carrera en solitario.

Su figura lo define como un caballero andante del arte puro. Foto: Julio Martínez Molina
 

El nombre completo de Wayacón, Julián Espinosa Rebollido, se publicó por primera vez en la prensa cuando el joven se lanzó de un tercer piso a cambio de cien pesos. Para amortiguar la caída llevaba un paraguas, la suerte quiso que tropezase con el tendido telefónico, que detuvo un poco el impacto y solo se quebró una costilla. ¡A ese loco lo tengo que conocer!, dijo entonces desde Santa Clara Samuel Feijoó, quien pronto inició una amistad con el pintor naif Wayacón e impulsó su carrera en los círculos intelectuales de la antigua provincia de Las Villas.

 
 Instalación de la artista visual Annia Alonso sobre Wayacón. Fotos Internet
 

En sus viajes al centro de la isla, el artista conoció a una joven oriunda de Remedios, sicóloga por demás y aficionada a la pintura y la filosofía de Jean Pul Sartre. Ana María Rodríguez se casó con aquel hombre de aspecto desaliñado, que usaba alpargatas en todo momento y lo llevó a vivir a la Octava Villa de Cuba –Ana tú sabes que Wayacón… –le dijo a la muchacha cierto colega sicólogo –sí -respondió ella–, yo sé, pero lo amo. No hubo pareja más feliz en aquella vieja y prejuiciosa ciudad, a pesar de los desencuentros normales que en cualquier matrimonio existen.  

En esa época, producto de la situación económica del periodo especial, Wayacón sufría de depresiones continuas, las cuales en más de una ocasión lo llevaron al alcohol, sin embargo eran momentos de total lucidez pictórica y las mejores obras se cuentan en esta etapa en que casi ni tenía para pintar. La suerte quiso que algunos de los primeros turistas de intercambio cultural por Remedios, se interesaran en sus cuadros, entonces fue cuando el Waya llegó a exponer en sitios como el Museo de Arte Moderno de Nueva York y su nombre se comenzó a mencionar y cotizar en los salones.

Este patrimonio viviente de una época, no sólo tiene un discurso primitivista,
sino que lleva una vida a lo Paul Gauguin en las Islas Tahití

 

Junto a un grupo de pintores entre los que se hallaban Zaida del Río, Nelson Domínguez y Pedro de Osés, además de los remedianos Amaury García y Fernando Betancourt, se fue nucleando una vida intelectual auténtica en la Villa Clara de entonces. Entre la jarana seria del maestro Feijoó, quien iba a la casa del Waya y le comía los mangos, además de pernoctar en el patio, en plena comunión con los mosquitos, los artistas de entonces marcaron un discurso que aún tiene resonancias.

Infinidad de premios en salones nacionales y mucho reconocimiento internacional, convirtieron a Wayacón en el referente del arte naif cubano más célebre. Junto a Noel Guzmán Bofill, remediano por demás, marcaron una vertiente de arte popular atrevida, única, que ha llegado a tocar las puertas del arte culto. No en balde el Waya ostenta la Distinción por la Cultura Nacional, medalla que ha perdido varias veces, durante juergas bohemias por el malecón cienfueguero.

Este patrimonio viviente de una época, no sólo tiene un discurso primitivista, sino que lleva una vida a lo Paul Gauguin en las Islas Tahití. No le interesa el dinero, nada más que el necesario para comer y vestirse, llegando a regalar importantes sumas obtenidas a través de las ventas de sus cuadros.

Con ese gesto amistoso vemos a Wayacón pintando, ya a una edad avanzadísima, en su casa de Remedios
 

Desde la pérdida de su esposa remediana, el decurso de su vida y obra está marcado por cierto tono melancólico, así lo demuestra la célebre pintura Esa ciudad que me costó tantas lágrimas, donde se observa claramente la silueta de Remedios, con sus dos torres de las iglesias católicas. De paso entre el Prado de Cienfuegos y las callejuelas remedianas, el Waya pasa de la celebridad a la chanza popular, lo mismo lo aclaman como genio que como camarada de juergas de ron.

Su figura lo define como un caballero andante del arte puro, que apenas termina un cuadro, ya tiene otro en el ristre y que lo mismo ha expuesto en el Museo Nacional que en una esquina de barrio en Remedios, siempre con la misma pasión. Sus soportes van desde el lienzo tradicional, hasta un majá que mató en el patio de su casa, el cual luego de disección lo cuelga y lo pinta a su manera, con las mamitas, esos personajes femeninos de sus sueños con los que quizás sustituye la melancolía.

Waya llegó a exponer en sitios como el Museo de Arte Moderno de Nueva York y su nombre se comenzó
a mencionar y cotizar en los salones

 
Infinidad de premios en salones nacionales y mucho reconocimiento internacional,
convirtieron a Wayacón en el referente del arte naif cubano más célebre

 

De sus andanzas hay mucho que decir, pero una hay que supera por jocosidad. Iba Waya a sentarse en el interior de una de las iglesias evangélicas de Remedios, cuando uno de los presentes empezó a gritar (como es costumbre) ¡el diablo está aquí!, entonces nuestro héroe se levantó y comprensivo dijo: no se preocupen, ya se va.

Y con ese gesto amistoso vemos a Wayacón pintando, ya a una edad avanzadísima, en su casa de Remedios, a la salida de la carretera de Zulueta. Nos recibe en plena creación, siempre a punto de terminar una obra maestra que, en sus palabras y las de los críticos, es si no la mejor, la que marcará el mayor éxito de su carrera.