Para Roberto González Echevarría, en sus peloteros 80 años.

El 20 de octubre de 1923 dio inicio la temporada invernal de la pelota cubana con cuatro equipos, al igual que había sucedido en la versión precedente: los Leones del Habana, dirigido por el irascible Adolfo Luque, a quien llamaban “Papá Montero”; los Alacranes de Almendares, por Joseíto Rodríguez; el Marianao, por Baldomero “Merito” Acosta, bautizados entonces los Elefantes; y los Leopardos de Santa Clara, por Agustín “Tinti” Molina.

Unas semanas antes se había celebrado la copa del periódico El Mundo, ganada por el Almendares al vencer en cuatro de los siete desafíos pactados y se había ofrecido un fastuoso recibimiento a Luque, que venía de ganar 27 juegos con el Cincinnati en Grandes Ligas. Guillermo Pi, cronista deportivo del Diario de la Marina, lo comparó en grandeza atlética con Ramón Fonts y José Raúl Capablanca y llamaba a la población a acudir en masa, sin distinción de clases ni razas, a vitorear al “brazo de hierro”, que sería agasajado en los balcones del periódico con champaña, un suculento buffet y palabras de elogio a cargo del representante a la cámara Dr. Ramón Zaydin, responsable del crédito para la construcción del estadio de la Universidad Nacional, quien finalmente no pudo asistir y ocuparon su lugar los doctores Manuel Castellanos y José Antonio López del Valle.[1]

Como emblema de gratitud pública, Capablanca propuso que se regalara a Luque un reloj de oro con sus iniciales grabadas y la inscripción del homenaje. La casa comercial El Encanto envió un automóvil dedicado al recibimiento del héroe deportivo, y las corbatas con su nombre hacían furor entre centenares de fanáticos que las lucían como timbre de gloria.[2]

Semanas antes, el pueblo cubano había ofrecido un fastuoso recibimiento a Adolfo Luque, el líder del Almendares, quien venía de ganar 27 juegos con el Cincinnati en Grandes Ligas. Fotos: Tomadas de Internet

El gobernante Alfredo Zayas hizo el primer lanzamiento del juego inaugural entre Marianao y Habana, acompañado por los alcaldes de las respectivas localidades, el general Baldomero Acosta y José M. de la Cuesta[3], y el presidente de la Liga Dr. José Antonio López del Valle. Fue un campeonato breve, que se extendió hasta enero de 1924, y estaba previsto que cada equipo jugara sus encuentros en dos sedes: el moderno Almendares Park y la Boulanger de la ciudad de Santa Clara. 

El inicio de los Leopardos fue impetuoso. Ganaron los primeros cinco desafíos y la noche del 2 de noviembre de 1923, el corresponsal deportivo del periódico La Lucha en Santa Clara, Israel Consuegra, informó a sus lectores que se preparaba:

Una gran manifestación para recibir hoy a los jugadores del club “Santa Clara”, que a tan alto lugar han colocado el nombre de esta provincia. La gran manifestación, para cuya celebración reina inusitado entusiasmo, será digno acto que se tributará a los osos villaclareños, que en la capital de la República pulverizaron a los alacranes y leones habaneros. ¡Viva Villaclara y sus dignos hijos![4]

Fue un campeonato breve, que se extendió hasta enero de 1924, y estaba previsto que cada equipo jugara sus encuentros en dos sedes: el moderno Almendares Park y la Boulanger de la ciudad de Santa Clara.

Aunque en la noticia aparece el calificativo de “osos”, sin duda para subrayar el poderío del equipo, su verdadero nombre era Leopardos de Santa Clara, uno de los dos conjuntos de expansión que la Liga Cubana había promovido el año anterior, junto con el club Marianao. En ese momento, el empresario Abel Linares, tesorero de la Liga y dueño de las franquicias de los eternos rivales Habana y Almendares, encomendó al experimentado “Tinti” Molina que utilizara sus relaciones con el béisbol negro estadounidense, en pro de contratar a varios de los mejores jugadores de aquel circuito.

En su debut los Leopardos terminaron en el último lugar, y resultó triunfador el novato equipo marianense, conducido por el célebre “Merito” Acosta, autor del primer triple play sin asistencia en la historia de la pelota criolla. Sin embargo, varios importantes liderazgos ofensivos fueron para los jugadores del Santa Clara Oscar Charleston, Alejandro Oms y Pablo “Champion” Mesa, quienes acapararon los departamentos de carreras anotadas, hits, dobles, triples, jonrones y promedio de bateo.

Al año siguiente, el equipo de Santa Clara había logró reunir de nuevo una constelación de estrellas negras cubanas y norteamericanas. Entre los lugareños destacaban Alejandro “El caballero” Oms, natural de la ciudad, Pablo “Champion” Mesa, nacido en el puerto de Caibarién y el receptor Julio Rojo, oriundo de Sagua la Grande. Otras luminarias del patio incluían al jardinero Esteban “Mayarí” Montalvo y tres lanzadores del calibre del veterano José de la Caridad Méndez, Eustaquio “Bombín” Pedroso y Pedro Dibut. Del lado estadounidense figuraban algunos de los peloteros que más resplandecían en las ligas negras, encabezados por Oscar Charleston, Frank Duncan, Eddie Douglas, Oliver Marcelle, Frank Warfield, Dobie Moore y los lanzadores Dave Brown, Rube Curry, Bill Holland y Merven “Red” Ryan.

No por casualidad la prensa llamaba al Santa Clara y al Marianao los “yankees” del campeonato, y se hacían críticas al hecho de que se reforzaban estos conjuntos con lo mejor de las ligas independientes de color, en detrimento del resto de los clubes, aunque estos también contaban en sus filas con peloteros importados del fuste de George Bischoff, Clint Thomas y John Henry Lloyd en los rojos del Habana y Fred Henry y Dick Lundy con el Almendares.

Los Leopardos de Santa Clara lograron reunir una constelación de estrellas negras cubanas y norteamericanas.

Un redactor anónimo de la revista El Fígaro, con marcado acento proteccionista del béisbol doméstico, opinaba que “esto ha dado motivo a la organización de clubs integrados casi totalmente por americanos, y la eliminación de valiosos jugadores criollos, que andan hoy por provincia o formando parte de premios de secundaria importancia”. El argumento llevaba implícito un matiz nacionalista, que ponderaba la presencia de peloteros norteños en gesto de reciprocidad a la admisión de jugadores criollos en las ligas estadounidenses, pero al mismo tiempo amonestaba:

¿Qué satisfacción pueden obtener los villaclareños o los marianenses con los triunfos de sus respectivas novenas, integradas casi en su totalidad por americanos, frente a las novenas en que predominan los jugadores criollos? Por muy magistrales que sean los Brown, Charleston, Holland y otros players importados (y lo son), ¿puede agradarnos su triunfo constante y decisivo sobre los clubs en que figuran Luque, Baró, Joseíto, Jacinto Calvo y Pelayo Chacón?.[5]

A pesar de los reproches anteriores, la inauguración del campeonato de 1923 en Boulanger Park contó con excelente cobertura gráfica de la revista Carteles, que en una doble página mostró la presencia del gobernador de la provincia de Santa Clara, Dr. Roberto Méndez Peñate y la señorita María Antonieta Gómez, madrina del acto, que lanzó la primera pelota. Con gafas negras y sombrero de pajilla estaba el Sr. Anido, considerado uno de los más entusiastas magnates beisboleros de la ciudad.

Los equipos de Marianao y Santa Clara entraron al campo llevando la bandera cubana de manera solemne, que fue izada en el center field. La magnífica Banda Municipal de Santa Clara animó el partido, lo que hizo exclamar a un periodista que era doblemente agradable el viaje hasta la capital villareña, “pues se podía disfrutar de buena pelota y oír mejor música”. Las imágenes panorámicas del fotorreportero José Luis López mostraban a todo el equipo pilongo, algunos vestidos con abrigos oscuros, y se mencionaba que “Charleston y Oms son en sí toda una novena”.[6]

Los equipos de Marianao y Santa Clara entraron al campo llevando la bandera cubana de manera solemne, que fue izada en el center field. La magnífica Banda Municipal de Santa Clara animó el partido, lo que hizo exclamar a un periodista que era doblemente agradable el viaje hasta la capital villareña, “pues se podía disfrutar de buena pelota y oír mejor música”.

Las gacetillas deportivas señalaban entre los mejores jugadores de la serie a Oscar Charleston, llamado “El Ty Cobb negro” y “El terror de los clubs”, capaz de luchar él solo con la fuerza de sus batazos contra sus rivales, además de poseer un carácter simpático, lo que lo convirtió en la sensación de la temporada en todos los sentidos. Una foto de la época en Boulanger Park, presenta al que está considerado uno de los tríos de jardineros más poderosos de la historia, conformado por Charleston, Alejandro Oms y Pablo “Champion” Mesa. Si el chocolate Baguer recordaba a los aficionados del béisbol que Julián Castillo había sido el único jonronero capaz de llevar la pelota hasta la valla de su producto, ahora los cigarros de las compañías tabacaleras Díaz y Tomás Gutiérrez y los caramelos Billiken reproducían en sus anuncios la nómina del Santa Clara.

A lo largo de la serie miles de fanáticos, ataviados con sombreros de pajilla, acudían desde temprano a presenciar dobles carteleras en Boulanger Park, el cuartel general de los Leopardos, pues de este modo se obtenían mayores ganancias por los patrocinadores y se ahorraba dinero en la movilidad de los restantes clubes al centro de la Isla. Para divulgar los resultados, el periódico habanero La Noche colocó una pizarra en la ciudad donde ofrecía los resultados de los partidos, la cual había “dado un éxito extraordinario, pues ha llamado la atención por el servicio tan útil que presta, tanto de día como de noche”.[7]

En uno de aquellos desafíos, frente al equipo Habana, las pasiones exaltadas llevaron al corresponsal Consuegra a decir: “en la ciudad del Capiro por poco se forma el titingó de la vida en Boulanger Park debido a genialidades caprichosas e intransigentes de alguien y a la escasa efectividad de los umpires actuantes”. Al parecer, estos hechos fueron provocados por la orden de suspender la venta de entradas al estadio con localidades aún disponibles, dejando fuera a centenares de aficionados que habían llegado desde varias ciudades villareñas y camagüeyanas.[8]

Otro incidente de gravedad se suscitó en el Almendares Park a finales de noviembre, durante un partido entre Santa Clara y los locales, motivado por una airada protesta del pitcher Pedro Dibut sobre un balk decretado por el juez José María Magriñat. Los ánimos se caldearon, lo que provocó la expulsión de Dibut y multas de diez pesos contra Oliver Marcelle y Dobie Moore.

Varios importantes liderazgos ofensivos fueron para los jugadores del Santa Clara Oscar Charleston, Alejandro Oms y Pablo “Champion” Mesa, quienes acapararon los departamentos de carreras anotadas, hits, dobles, triples, jonrones y promedio de bateo.

Al terminar el juego quedaron detenidos por la policía varios de los jugadores regulares de los Leopardos: Frank Warfield, Oscar Charleston, Oliver Marcelle, Pablo Mesa, Dobie Moore, Julio Rojo, Frank Duncan y Pedro Dibut. La presencia de extranjeros y la escasa gravedad de la falta hizo que fueran liberados bajo fianza, con la condición de presentarse ante el juez correccional Oscar Suárez Portela. En Santa Clara se supo la noticia por la pizarra de La Noche y una imponente manifestación acudió frente al Ayuntamiento para pedirle al alcalde que gestionara la libertad de los peloteros. Voces de protesta pidieron la retirada del equipo del torneo y la disolución del club. Finalmente, los jugadores fueron juzgados por el magistrado Suárez y condenados a pagar una multa.[9]

Mientras transcurría el campeonato, se colocó la primera piedra del monumento a la eximia benefactora y patriota Marta Abreu en Santa Clara, en el centro del parque Leoncio Vidal, el 12 de noviembre de 1923, con la presencia del gobernador Méndez Peñate, el alcalde municipal, magistrados de la audiencia, maestros, funcionarios públicos y alumnos de las escuelas, acompañados por la música de la Banda Municipal.

Otras noticias de la crónica roja local eran menos edificantes, pues daban cuenta de la existencia de unos “brujos” en la calle Caridad, los cuales martirizaron con hierros candentes y corriente eléctrica a una mujer llamada Feliciana Barreras, la que sobrevivió con el cuerpo traumatizado por intensas quemaduras.[10] No muy lejos de allí, un vecino de la calle Cuba 77, declaró a la revista Bohemia que las píldoras reconstituyentes Tanlac, elaboradas con sustancias vegetales, tenían propiedades milagrosas, pues le habían eliminado el estreñimiento, las jaquecas y los problemas nerviosos.[11]

En la política nacional, el presidente Alfredo Zayas anunciaba que iría a la reelección, mientras que el astuto caudillo italiano Orestes Ferrara manifestaba que daría su apoyo al líder del Partido Popular. Otro mambí, el coronel Cosme de la Torriente, fue nombrado en diciembre embajador en Washington. Menos afortunado que los anteriores, una comisión de veteranos abogaba por una casa para el patricio mulato Juan Gualberto Gómez, la que sería comprada por cuestación popular.

Mientras transcurría el campeonato, se colocó la primera piedra del monumento a la eximia benefactora y patriota Marta Abreu en Santa Clara, en el centro del parque Leoncio Vidal, el 12 de noviembre de 1923.

La proximidad de la zafra volvía a poner en discusión el proyecto apremiante de la importación de braceros antillanos para el corte de caña en las provincias azucareras del centro y oriente de la Isla, asunto que polarizaba la opinión pública entre partidarios y detractores, estos últimos, como el periódico El Día de Cienfuegos, con posiciones de extremo racismo. En La Habana, el aumento del tráfico vehicular hizo que un concejal del Ayuntamiento pidiera el retiro de todas las estatuas de la Avenida de Carlos III, la misma donde se encontraba el estadio Almendares Park, pues se temía que pudieran provocar graves accidentes.

En el escenario intelectual de la República, 1923 fue pródigo en sucesos de relieve. Ese año Fernando Ortiz fundó la Sociedad del Folklore Cubano, resultó electo presidente de la Sociedad Económica de Amigos del País y dio a la imprenta dos de sus libros: Un catauro de cubanismos. Apuntes lexicográficos y En la tribuna; discursos cubanos, recopilados y prologados por su secretario particular Rubén Martínez Villena, protagonista en el mes de marzo de la sonada Protesta de los Trece. Además de la citada protesta, que originó el grupo de intelectuales de izquierda conocido como Minorismo, los estudiantes y las mujeres habían celebrado sus primeros congresos, y abrió sus puertas la Universidad Popular José Martí.

Otro historiador y ensayista de renombre, Emilio Roig de Leuchsenring, publicó en San José de Costa Rica un volumen de estampas costumbristas titulado El caballero que ha perdido su señora, con proemio del crítico literario José María Chacón y Calvo. El escritor español Vicente Blasco Ibáñez visitó La Habana en noviembre durante breves horas, y fue entrevistado por los periodistas Sergio Carbó y Arturo Alfonso Roselló, mientras engullía con avidez unos langostinos en el hotel Sevilla.[12]

En el prolífico panorama sonoro de la Isla se escuchó la grabación del tema Pensamiento de Rafael Gómez “Teofilito”, en las voces a dúo de Rita Montaner y Eusebio Delfín, devenido himno bohemio espirituano; otra primicia fue la impresión en disco por primera vez de Al son de la loma, de Miguel Matamoros, por El Cuarteto Cruz.[13] El trovador santiaguero Pablito Armiñán registró en su voz una versión de la rumba Papá Montero de Eliseo Grenet, muy a tono con la sensacional actuación de Luque, saga musical que continuó María Teresa Vera con sus grabaciones de Llorando a Papá Montero, Los funerales de Papá Montero y Resurrección de Papá Montero.[14]

Entre los Leopardos destacaba el slugger Alejandro “El caballero” Oms, natural de Santa Clara y dueño de varios liderazgos ofensivos por su fuerza al bate y otras condiciones.

Grandes figuras de la cultura cubana nacieron en aquel año de gracia, sobre todo músicos, entre ellos las vedettes Rosita Fornés y Blanquita Amaro; el pianista y declamador Luis Carbonell; el compositor, arreglista y director de orquesta Richard Egües; los cantantes Carlos Embale, Adriano Rodríguez, Francisco Fellove, Rolando Laserie, Coralia Fernández, Radeúnda Lima y África Domech. También llegaron para brillar en sus respectivos ámbitos la poetisa Fina García Marruz, el escritor Enrique Núñez Rodríguez, el pintor Servando Cabrera Moreno y el pelotero Orestes Miñoso, futura estrella de los Tigres de Marianao y los Medias Blancas de Chicago.

Lejos de las fronteras cubanas, el año 1923 dejaba a Alemania arrasada por la inflación; el charlestón hacia furor en los Estados Unidos; en Francia se inauguraban las célebres carreras de automóviles de Le Mans; en Londres se estrenó el estadio de fútbol de Wembley y en Nueva York abrió sus puertas el Yankee Stadium, ante una multitud de 74.000 almas que cayeron en éxtasis con el jonrón de Babe Ruth para derrotar a su antiguo club de Boston. La muerte de Pancho Villa, el arresto de Adolfo Hitler (que le dejó tiempo libre para escribir Mein Kampf), la vacuna contra la difteria y la creación de la empresa cinematográfica Warner Bros., ocuparon también titulares en los principales diarios del planeta.

Entrado el mes de diciembre, la prensa anunciaba de manera rimbombante la llegada a la capital de “las hordas villareñas, que darán una prueba de su empuje y acometividad”[15], las que jugarían tres partidos de manera consecutiva frente a Marianao, Almendares y Habana. Para estas fechas, los del centro de la Isla sacaban seis juegos de ventaja al segundo lugar, ocupado por los rojos del Habana, que mostraban entre sus jugadores a Bartolo Portuondo, el slugger Cristóbal Torriente, Pelayo Chacón y Bienvenido Jiménez.

Nadie en su sano juicio se hubiera atrevido a profetizar que el campeonato de 1923 no sería para los Leopardos mágicos de Santa Clara.

Titulares con el mensaje de que los villareños habían dominado a sus rivales se repetían una y otra vez. “Diluvio de jonrones en Almendares Park” fue el rótulo del periódico La Lucha en el juego entre Santa Clara y Marianao el 25 de diciembre de 1923, con vuelacercas de Oms, Marcelle y “Champion” Mesa por los Leopardos, este último encajó la pelota debajo del anuncio de un producto médico y se ganó los cien pesos que tenían ofrecidos los representantes.[16]

Antes de terminar el año, los “invasores del centro” fueron vencidos por los azules del Almendares, donde militaban entre otros Armando Marsans, Valentín Dreke, Isidro Fabré y Bernardo Baró, y algo parecido ocurrió en los primeros días de enero de 1924. A pesar de estas derrotas, todavía le ventaja del Santa Clara era enorme, de ocho juegos sobre el Habana, y el primer lanzador del campeonato era Bill Holland, con ocho triunfos y dos reveses, seguido por su compañero de equipo Currie, empatado con Adolfo Luque, ambos con siete victorias y dos fracasos. Nadie en su sano juicio se hubiera atrevido a profetizar que el campeonato de 1923 no sería para los Leopardos mágicos de Santa Clara.

Notas:

[1] Diario de la Marina, 1 de octubre de 1923, p. 13.

[2] Diario de la Marina, 1 de octubre de 1923, p. 16.

[3] El alcalde Cuesta sería imputado por falsificación de documentos en enero de 1924, al comprobarse que cobraba una beca de cien pesos a nombre de un supuesto hijo suyo.

[4] “Manifestación a peloteros del Sta. Clara”, La Lucha, 3 de noviembre de 1923, p. 6.

[5] “Business versus sport”, El Fígaro, diciembre, 1923, p. 477.

[6] Carteles, noviembre, 1923, pp. 32-33.

[7] La Lucha, 5 de noviembre de 1923, p. 6. El cronista deportivo de La Noche era el curtido periodista Pepe Conte.

[8] La Lucha, 8 de noviembre de 1923, p. 6.

[9] “Los players del Santa Clara condenados”, La Lucha, 30 de noviembre de 1923, p. 6.

[10] “Los brujos reaparecen en Santa Clara”, La Lucha, 10 de diciembre de 1923, p. 2.

[11] “Un ciudadano de Santa Clara lo recomienda ahora”, Bohemia, no. 45, 11 de noviembre de 1923, p. 25.

[12] Carteles, noviembre, 1923, p. 25.

[13] Agradezco esta información al erudito musicógrafo Gaspar Marrero.

[14] Cristóbal Díaz Ayala, Cuba canta y baila. Discografía de la música cubana, primer volumen: 1898 a 1925, San Juan, P. R., Fundación Musicalia, 1994, pp. 271-272. El personaje de Papá Montero, músico ñáñigo de Sagua la Grande, gozó de enorme popularidad en las primeras décadas republicanas: fue protagonista de sainetes del teatro bufo por Arístides Pous y los hermanos Robreño; poemas de Nicolás Guillén y Emilio Ballagas; aparece mencionado en varios textos de Alejo Carpentier, incluyendo su primera novela y su ensayo La música en Cuba; fue pintado por Mario Carreño y grabado como danzón para piano por Tata Pereira, como mambo por el Sexteto de la Playa y como danzón por la Orquesta Almendra con Luisito Plá y sus Guaracheros y Dominica Vergés.

[15] La Lucha, 11 de diciembre de 1923, p. 6.

[16] La Lucha, 26 de diciembre de 1923, p. 6.