El 6 de junio de 2025 sorpresivamente nos enlutamos la familia, los vecinos y amigos de cada uno de sus integrantes. Fallecía Fofi, así sin más ni más. Junto a dos amigos disfrutaba de las aguas de la playa Santa María del Mar, a unos 20 kilómetros al este de la vieja ciudad de San Cristóbal de La Habana y el último chapuzón antes del pretendido almuerzo en el Hotel Mar Azul se convirtió en el último de su vida. Diez minutos estuvieron Geovanni Stella e Iosvany Hernández, más el salvavidas en funciones, buscándolo y este solo apareció inerte y flotando: se nos fue.

Recibí la llamada de los amigos a las 14:55. Había estado trabajando con él toda la mañana en La Habana Vieja y nos habíamos despedido a las 10:44, en apenas cuatro horas se me fue mi hermano menor y mi hijo mayor. ¡Siempre fue un muchacho!

Rodolfo Antonio Rensoli Medina nació el 13 de junio de 1966, Año de la Solidaridad, según el calendario revolucionario. Su muerte ocurría a solo una semana de distancia de su arribo a los 59 años. El pasado año celebramos su cumpleaños 58, él y yo solamente. Le invité a cenar en el restaurante privado Las cuatro lunas, en calle 21 entre L y M, en La Rampa. Comimos opíparamente y bebimos cerveza Corona en cantidades significativas; él estaba muy contento. Los muchachos del lugar le obsequiaron el pastel, torta o cake del cumpleaños y el trato fue excelente. Mis bolsillos se sintieron el monumental gasto incluyendo la bien ganada propina, pero fue placentero porque Fofi y yo éramos una unidad de confidencias. Lo que sí no imaginamos era que sería su último cumpleaños en vida. Este año le celebramos en ausencia su onomástico, en su último centro laboral: el Centro Provincial de las Artes Plásticas de La Habana, en Luz y Oficios, en el barrio de Belén. Fue bonito lo que allí ocurrió con la participación de la familia y sus fieles amigos.

Una niñez guanabacoense

Fofi nació en el antiguo Hospital Civil de Guanabacoa, fundado en 1854 por el capitán general Don Ramón Flores de Apodaca, que existió hasta 1968 en que se convirtió en el Policlínico Comunitario Ángel “Machaco” Ameijeiras, función que continúa teniendo en nuestros días.

“En apenas cuatro horas se me fue mi hermano menor y mi hijo mayor. ¡Siempre fue un muchacho!”

Desde su nacimiento y hasta el 1ro. de junio de 1979, cuando le faltaban 13 días para su decimotercer aniversario, vivió en el reparto El Roble, de Guanabacoa; y desde esa fecha hasta su deceso, en el reparto Antonio Guiteras, de La Habana del Este.

El Roble de nuestra infancia era un reparto tranquilo, de calles enumeradas desde la 2 ―esa era la nuestra― hasta la 24 y sus transversales A, B y C, planificadas; estaban la D y la E al norte de la línea del ferrocarril de Hershey, pero nunca se hicieron. Parterres, aceras, contenes y la línea de fachada a cinco metros del borde interior de la acera que daba lugar a bellos jardines. El nuestro con rosas, otras flores y plantas ornamentales de diversas especies. Las parcelas eran de 15 metros de ancho por 50 de profundidad, con una separación de tres metros entre viviendas. En esa profundidad de 50 metros nuestra parcela contaba con mi casa de 35 metros de largo y un traspatio de tierra de 15 por 15 que era una maravilla: un árbol de aguacate, otros de naranjas agria y dulce, de limón, conucos de plantas medicinales y de hortalizas y cría de gallinas y patos. En nuestra infancia feliz tuvimos en el patio un campamento de todos los niños de la cuadra, con una organización que hasta periódico tenía: El Aspa.

En plena calle y en los solares yermos jugábamos todo tipo de juegos infantiles tradicionales y de deportes, en los que Fofi no fue bueno realmente. Esa fue la infancia feliz de Fofi. En un reparto residencial de capa social media de la ciudad patrimonial de Guanabacoa.

Rolando Rensoli, hermano de Rodolfo y autor de este texto, en el homenaje a Renso en Luz y Oficios, su lugar de trabajo. Foto: Cortesía de Víctor Fowler

La parcela en donde se construyó nuestra casa la compraron mis padres en 1954, un año antes de que naciera la que fuera mi hermana mayor, no conocida por nosotros. En 1957, con el maestro de obras José Manuel, mi padre comenzó la ejecución de la obra. En 1959 la familia se muda para la casa; en 1961 fallece de poliomielitis mi hermana Martica, a la edad de seis años; estudiaba el primer grado en la escuela privada Nuestra Señora de las Mercedes y se dice de ella que era muy inteligente. Las ironías de la vida hicieron proclamar a Cuba territorio libre de esa horrible enfermedad en 1962, año en que nace Gudelia Miguelina, en el 64 Rolando Julio y por último Rodolfo Antonio. Ese período de 1962-66 se considera precisamente el del boom de la natalidad en Cuba, contrastante con la tasa de natalidad en Cuba de los días que corren, una de las más bajas del mundo. Como era la costumbre de la época, los nombres del calendario santoral católico se imponían. Gudelia Miguelina nació el 29 de septiembre, día de Santa Gudelia y de San Miguel Arcángel. Rolando Julio recibió el primer nombre replicando el de nuestro padre y el segundo por Santa Julia, el 16 de abril, y por último Rodolfo Antonio; no sé del Rodolfo, pero el segundo fue por San Antonio de Padua. Gude, Rolo y Fofi serían en definitiva los apodos o sobrenombres con que nos identificaron la familia, los vecinos y los amigos.

El matrimonio de Yolanda Medina Aldama (23 de diciembre de 1928) y Rolando Benito Rensoli Socarrás (3 de abril de 1924), ambos guanabacoenses, tuvo una existencia de 62 años, con un hogar culto y feliz. Cuando mamá parió a Fofi tenía 37 años y medio y papá 42. Eran ya personas maduras.

Mi mamá era maestra primaria, de las más famosas en Guanabacoa; ejerció su profesión todo el tiempo en la escuela número 12 “Manolito Domínguez” del reparto Pomo de Oro, que era la continuación de la que fuera la escuela pública número 12 “Tomás Estrada Palma”, antes de la Revolución. Tejía, cosía y bordaba mejor que toda su competencia. Fofi, al igual que nosotros, sus hermanos, vistió muchos calzoncillos, camisetas, medias, pantalones, camisas, abrigos y cualquier ropa confeccionada por mima.

Mi padre, zapatero industrial, dirigente sindical y por algún tiempo administrativo, se mantuvo siempre en la industria del calzado. Masón. Integró a los 15 años la Asociación de Jóvenes Esperanza de la Fraternidad (AJEF) y desde los 22 integró la logia Hijos de la Luz, en Guanabacoa, donde fue varias veces venerable maestro, primer vigilante y secretario. Fue miembro de honor de 22 logias a todo lo largo y ancho del territorio nacional, y durante 15 años fue presidente de la Comisión de Historia y Cultura de la Gran Logia de Cuba, donde además fue Soberano Príncipe Gran Comendador. Grado 33 del rito escocés y grado 30 del capítulo filosófico.

De tales troncos, surgieron estas ramas.

Fofi estudió el primer grado en la escuela “Raúl Marcuello Barrios”, la misma nuestra, que está en las fronteras entre los repartos Eduardo Chibás y Corralitos; pero el segundo lo hizo con mima en “Manolito Domínguez”, y a partir del tercero en “Víctimas de La Coubre”, en Independencia y Yolanda, reparto Fuente Blanca, porque era seminternado. La secundaria básica la comenzó en “Efrén Monteagudo”, de Santa Ana y Versalles, pero en el octavo grado se traslada para la “Guiteras I”, después llamada “Manuel Permuy”, al permutarse nuestra casa originaria para un apartamento en el reparto Guiteras.

La adolescencia en La Habana del Este, la juventud en las FAR, el arte y la literatura

Dos manifestaciones del arte le acogieron temprano, pero en ambos casos, sin la enseñanza académica: las artes visuales y la música, y serían ellas las que marcarían su destino junto a un género literario: la poesía.

Mis padres le compraron una guitarra a tanta insistencia, y aprendió a interpretar sus acordes “de oída”, como suele decirse; nunca fue a un conservatorio ni a una Casa de Cultura para aprender. Mi padre y yo dibujábamos y no lo hicimos mal, pero Fofi nos superó con creces; por ello mi madre decidió, en dos ocasiones, presentarlo a los exámenes libres para el ingreso a la Academia de Bellas Artes “San Alejandro” y en ambas suspendió.

“Dos manifestaciones del arte le acogieron temprano, pero en ambos casos, sin la enseñanza académica: las artes visuales y la música, y serían ellas las que marcarían su destino junto a un género literario: la poesía”.

Recibió en 1991 el Premio Iberoamericano de Historietas, y en la más reciente Bienal de Humor Gráfico, en este 2025, resultó finalista en cada género. Participó en varias exposiciones colectivas, en distintos salones, concursos, y el año pasado hizo su primera ―y definitivamente única― exposición personal en la galería “Teodoro Ramos Blanco”, del Cerro. Ilustró cinco cubiertas de libros para editoriales cubanas y extranjeras. La fotografía artística fue una manifestación a la que llegó temprano, desde los 80 ―con aquella cámara soviética Smena y los rollos de celuloide ORWO de la extinta República Democrática Alemana (RDA) o Fuji, japonés―, que después continuaría con la fotografía digital.

Como compositor musical, si bien no logró éxitos de taquilla en el gran público, sus composiciones son consideradas de valor y fueron interpretadas en diversos espacios alternativos:

“De qué te vale tener / si no sabes qué hacer / con lo que tienes…”

Su entrada en la Escuela Vocacional Militar Camilo Cienfuegos de Arroyo Arenas, “los Camilitos” sería de gran influencia en él. Su profesora de una asignatura interesante: Apreciación de las Artes Visuales, le abriría los caminos para adentrarse en el conocimiento académico que necesitaba de las artes visuales para continuar desarrollando su talento natural en esa esfera.

No termina los Camilitos y va para el Instituto Preuniversitario “Nguyen Van Troi” de Guanabacoa. Ya no vivía en “la villa de Pepe Antonio”, pero su regreso a ella sería para no salirse jamás. Por mucho que vivió intensamente en La Habana del Este, no pudo despegarse nunca de sus orígenes guanabacoenses; a ella regresaba constantemente y era algo así como que “sin Guanabacoa no respiraba”, la necesitaba.

“… sus composiciones son consideradas de valor y fueron interpretadas en diversos espacios alternativos: De qué te vale tener / si no sabes qué hacer / con lo que tienes

Mientras se hallaba en el Servicio Militar General, en una unidad de tropas especiales de la Marina de Guerra Revolucionaria (MGR), es seleccionado para el primer curso de sargentos instructores en el Centro de Preparación de Gelpis, en Matanzas, y concluye el curso como primer expediente.

Siempre guardó con celo su foto histórica de 1984 en la cual le entregan su título y sus grados, a dos manos, el general de División Ulises Rosales del Toro, primer sustituto del ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y Jefe del Estado Mayor General y el entonces primer secretario del Comité Provincial del Partido en Matanzas, Juan Esteban Lazo Hernández, ambos miembros del Buró Político del Comité Central del Partido. Era un orgullo para él.

Lo designan segundo jefe de pelotón en la unidad de Tropas Especiales de la MGR de la que procedía y por sus méritos, en poco tiempo, le envían nuevamente a Gelpis; esta vez para el curso de sargentos mayores instructores. Al finalizar es promovido a sargento mayor instructor de Estado Mayor, en el Estado Mayor del Regimiento de logística de la MGR, en el Castillo de Atarés, donde terminaría su servicio en las FAR.

Tanto en las Tropas Especiales, en Gelpis como en Atarés, continuaría sus actividades artísticas, siendo militante de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC). Fue elegido miembro del Comité UJC en esas unidades, y en todas la tarea asignada fue la atención a la cultura, organizando los festivales de artistas aficionados.

Un adulto joven inquieto y comprometido

Desmovilizado de las FAR, comienza a trabajar como dependiente de almacén en la fábrica de zapaticos para bebés y canastilla Capitán San Luis, en el reparto San Matías, de San Miguel del Padrón, donde trabajaba mi padre, y después pasa para iguales funciones en la Empresa Nacional de Medios de Computación (EMCO), en la Zona Especial de Logística y Comercio de Berroa (Zelcom), hasta que encuentra su camino. El análisis personal y compartido con la familia era que la mejor manera de encauzar sus inquietudes artísticas y literarias era trabajando profesionalmente en ese sector.

“… desde hacía algún tiempo tenía su propio espacio sobre música en Radio Cadena Habana, con una audiencia ya considerable y dejaba listo para presentar su libro poemario Al otro extremo…”

Ya había ingresado en la Asociación Hermanos Saíz (AHS) y comienza a trabajar como promotor cultural en la Casa de la Cultura del reparto Guiteras. Después trabajaría en Alamar: en la Casa de la Cultura Municipal de La Habana del Este, administrador del Anfiteatro de Alamar, especialista en la Galería Fayad Jamís, Centro de Arte y Literatura, y en la Dirección Municipal de Cultura atendiendo a personalidades y como programador.

Después de muchos años, en Alamar trabajaría un pequeño tiempo en la Dirección Municipal de Cultura de Guanabacoa y como programador del Centro Provincial de Patrimonio Cultural de La Habana hasta concluir su vida laboral, interrumpida drásticamente por la muerte, como especialista del Centro Provincial de las Artes Plásticas y el Diseño de La Habana. En ese centro dejó terminada la curaduría de la primera exposición personal del joven italiano Geovanni Stella, titulada Habanarquía, que sería inaugurada dos días después del infausto suceso de Santa María del Mar.

Paralelamente, desde hacía algún tiempo tenía su propio espacio sobre música en Radio Cadena Habana, con una audiencia ya considerable y dejaba listo para presentar su libro poemario Al otro extremo, producido por la casa argentina Laia Editora y curado por la cubana Dulce María Sotolongo Carrington. De su presentación se encargaron post mortem Pablo Rigal y Luisa Oneida Landín.

Su tesis de licenciatura en Gestión del Patrimonio Cultural acerca de la rehabilitación de la calle Real (o calle Martí o Avenida 152, usted puede escoger) en la zona de alto valor histórico-patrimonial de Cojímar quedaba sin ejecutarse ni llevarse de alguna forma a la práctica social.

¡Cuántos frentes dejó abiertos aquel doloroso suceso de Santa María del Mar del 6 de junio de 2025!

La década de 1990 y el Primer Festival de Rap Cubano: un antes y un después

Acaso el Primer Festival de Rap Cubano marcaría un antes y un después en la vida de “Fofi” Rensoli. Era el año 1995. Rodolfo Antonio arribaba a los 29 años y en su experiencia de vida se había acumulado lo suficiente como para pensar en la posibilidad de un proyecto novedoso y grande.

El país atravesaba el llamado Período Especial en Tiempo de Paz y comenzaba una ligera y apenas perceptible recuperación después de haber tocado fondo en el 92, el 93 y el 94. Esa pérdida del 85 % de su capacidad importadora, el 75 % de su posibilidad exportadora y la disminución en un 33 % de su Producto Interno Bruto, son cifras que se dicen de un soplo, pero no se viven tan fácil. Si entre el 1959 y el 61 prácticamente se había cambiado un país por otro, ahora sucedía lo mismo, pero no tanto para bien.

“Acaso el Primer Festival de Rap Cubano marcaría un antes y un después en la vida de ‘Fofi’ Rensoli. Era el año 1995. Rodolfo Antonio arribaba a los 29 años y en su experiencia de vida se había acumulado lo suficiente como para pensar en la posibilidad de un proyecto novedoso y grande”.

La crisis económica rompió las suturas de las intervenciones quirúrgicas que se habían hecho para desaparecer tumores sociales heredados de varias centurias de calamidades y explotación; y para asombro de unos y ratificación de otros, los tumores salieron nuevamente a la superficie, con otras características, pero eran los mismos tumores y la sociedad que se creía sana y curada de espantos, y hasta algunos la pensaban homogénea y uniforme, se nos presentó, casi que de golpe, muy estratificada y heterogénea. ¿Qué hacer con eso si eran incompatibilidades con el socialismo? Fofi le dio su propia receta desde el arte.

Y hay que estar consciente que, como todo proceso, el Primer Festival de Rap Cubano no surge de la nada ni cae en paracaídas. El fenómeno del rap y de la cultura hip hop en general estaba vivo en Cuba y no porque alguien en particular lo hubiera creado. No era una importación barata del norte cercano, sino una consecuencia de los procesos de globalización de la cultura que tienen un carácter objetivo y se vienen produciendo desde que el ser humano comenzó a andar.

Lo subjetivo en este asunto es que hubo un hombre que supo interpretar qué pasaba, por qué pasaba y cómo convivir con eso de la manera más conveniente ―si ese es el término― con el legado cultural cubano tan rico, tan diverso de orígenes, pero con su sello tan propio. Ese hombre fue “Fofi” Rensoli.

“El fenómeno del rap y de la cultura hip hop en general estaba vivo en Cuba y no porque alguien en particular lo hubiera creado. No era una importación barata del norte cercano, sino una consecuencia de los procesos de globalización de la cultura que tienen un carácter objetivo y se vienen produciendo desde que el ser humano comenzó a andar”.

Ya la sociedad de la década del 80 se había asombrado de cómo espontáneamente jóvenes cubanos se reunían en distintos espacios de la capital del archipiélago para improvisar encuentros de break dance ―que es integrante de la cultura hip hop―, algunos competitivos y otros sencillamente por diversión. Uno de esos espacios era “al otro lado del túnel”, como suelen decir los de la capital tradicional, y era la explanada de los castillos Morro-Cabaña.

Otro fenómeno se daba al este de La Habana y era el de la novel ciudad de Alamar, urbanización surgida como tres repartos residenciales a partir del 7 de marzo de 1954: Sección Residencial Alamar, Alamar-El Olimpo y Costa Azul de Alamar, pero interrumpido su poblamiento mediano burgués por el “Comandante que llegó y mandó a parar”, al decir de Carlos Puebla. Sería el propio Comandante quien la echó a andar el 17 de febrero de 1971 con el movimiento de microbrigadas que llamó “Tupamaros”, en reconocimiento a los guerrilleros uruguayos así llamados.

De pronto Alamar se pobló de obreros de diversa procedencia, de los centros industriales, asistenciales y de servicio que estaban a lo largo de la Vía Blanca, desde la rotonda de la Ciudad Deportiva hasta la rotonda de Cojímar, y de exiliados políticos chilenos, uruguayos, peruanos… que se unieron a los técnicos soviéticos y del resto de los países socialistas que desde 1963 vivían en la Costa Azul de Alamar, ahora llamado Alamar Playa. De esa cosmópolis surgiría la peña “La bicicleta” de Tato el chileno, el Festival de Rock de Alamar y los proyectos “De este lado del túnel” y “Por el este sale el sol”, entre otros.

Dos anfiteatros, uno ya existente desde la década del 60 para los técnicos extranjeros y otro nuevo ahora en los 70, una Casa de Cultura con un inmueble modelo, aunque no se terminaron todos sus locales y un cine que, aunque se terminó una sola de sus tres salas cinematográficas previstas, eran instalaciones para instituciones culturales que se hicieron a gusto.

El reparto Guiteras era distinto. Construido también desde la década del 50, a partir del 2 de marzo de 1951 pero terminada su primera parte y poblado por el Instituto Nacional de Ahorro y Viviendas (INAV), cuya presidenta era Pastorita Núñez González, tenía otro origen. Había crecido en su parte llamada Residencial Vía Túnel con los bloques y paneles para los desplazados de La Chorrera del Calvario en 1968 y después el Plan Bahía de microbrigadas en la década de 1970.

Las unidades vecinales 1, 2 y 3 de La Habana del Este, construida la primera entre 1959 y 61 (Pastorita), la segunda entre 1961 y 63 (Reforma Urbana) y la tercera, inconclusa, en la década del 70 (microbrigada), se habían identificado a partir del 28 de octubre de 1965 como Ciudad Camilo Cienfuegos.

“No debemos ver al Fofi de los 90 enclaustrado en el Primer Festival de Rap Cubano. Se convirtió en un promotor cultural que fue mucho más allá”.

De todas maneras, se construía un municipio nuevo donde las nuevas localidades ya mencionadas y las antiguas: Cojímar (1633), Guanabo (1800) y Campo Florido (1868), más las intermedias: Playa de Guanabo (1927) y los repartos residenciales de las playas del Este (1945), trataban de articularse entre fiestas patronales, el rodeo y el carnaval acuático existentes en las viejas e intermedias localidades y las nuevas propuestas que surgirían en los nuevos conglomerados.

Por eso hubo investigaciones históricas locales muy profundas en la época y Fofi, a quien no tenemos que ver desvinculado en lo absoluto de ello, presentaba magistralmente la investigación de su hermano Rolo ―ante una necesaria ausencia de este― “La Habana del Este. Apuntes históricos” en el Primer Seminario de Historia Local que convocaba el Museo Histórico Municipal en 1991 y dejó constancia el jurado de ese evento, que discutió el tema con pleno dominio del mismo y con absoluta seguridad.

No debemos ver al Fofi de los 90 enclaustrado en el Primer Festival de Rap Cubano. Se convirtió en un promotor cultural que fue mucho más allá. Bajo los magisterios de Pablo Rigal y Nancy Maistique, estuvo enrolado en todo el quehacer de la Galería Fayad Jamís, Centro de Arte y Literatura con su Salón de Arte Erótico, su encuentro de poesía amatoria y sus premios Farraluke.

Sin ser miembro de la Comisión Municipal de Historia ―que presidía su hermano―, ni ser coautor de la “Historia de La Habana del Este” que como colectivo elaboró esa comisión, participó en casi todas las actividades de la misma y estuvo entre los organizadores del evento que esta comisión creó en 1995 y 96: el primer y segundo simposios “La Habana del Este busca su identidad”, que al siguiente año se llamó “Identidad ‘97” así como “Aranguren 100” en 1998, en conmemoración del centenario de la muerte de Néstor Aranguren, designado Patriota Insigne Municipal. La historia no estuvo fuera de su actuación por los mismos años en que organizaba el festival de rap y eso habla de su capacidad de interactuar en varios temas.

“… sí fue iniciativa suya crear una institución del sistema de la cultura para atender el rap, y rayó muchas hojas para presentar la propuesta de lo que fue en definitiva la Agencia Cubana de Rap”.

Lo cierto es que él creó Grupouno. La idea de crear ese grupo de activistas-promotores voluntarios fue suya y también de él su nombre ―que no es un error escribirlo unido en bloque, así lo ideó: Grupouno―, para hacer el festival, porque creía que ese evento merecía un comité organizador de nuevas concepciones. Se hicieron seis ediciones: la primera en el 95, en la Casa de la Cultura del reparto Guiteras, y a partir del 96 en el anfiteatro de Alamar. El festival tenía una estricta comisión de textos que evitó y prohibió el empleo de palabras obscenas en los números a presentar, además de otras exigencias. La bandera nacional siempre estuvo presente en todas las escenografías y al inventariar cuántos grupos de rap existían en el país, la cifra superaba los 300 y eso dio la medida de que existía en ciernes un real movimiento no articulado ni atendido institucionalmente y los primeros en hacerlo fueron Grupouno y, por transición, la AHS lo asumiría después

Más que un festival, surgiría la revista Movimiento. Esta no es una idea propia de Fofi, pero sí fue iniciativa suya crear una institución del sistema de la cultura para atender el rap y rayó muchas hojas para presentar la propuesta de lo que fue en definitiva la Agencia Cubana de Rap. Con razón, puedo afirmar que el rap fue un antes y un después en su vida, pero igualmente el rap en Cuba le debe a Rodolfo Rensoli trascender de algo prácticamente clandestino y desconocido a nivel social a ser un género con reputación, dignidad y representación simbólica e institucional.

Epílogo

Este epílogo no es mío, es de él. Sucede que, ya escrita e impresa su nota curatorial para la exposición personal de Geovanni Stella, llamada Habanarquía, Fofi llama telefónicamente al autor de la muestra y le dice que le faltó algo por decir y que iba a hacerlo de forma oral, a manera de epílogo y se lo envió por WhatsApp. Lo leímos a dos manos en la inauguración de la exposición, Geovanni en italiano y yo en español y ha quedado como su testamento artístico:

EPÍLOGO

El reposo del guerrero es ir lejos, donde se disuelven las interacciones polirrítmicas del hacer cotidiano en lo construido. El guerrero se construye en la supervivencia, método que persiste dejando referencias de lo que salva. Un diálogo de lo depurado del interior, con el exterior que nos conforma.

Que en gloria esté.

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