In Memoriam: En el centenario del asesinato de Armando André, víctima del primer atentado político de Machado
Frente a la puerta de su hogar, en la calle Consulado, dos matones con escopetas de perdigones para cazar, acribillaron a tiros a Armando André en la madrugada del 20 de agosto de 1925. Tenía 53 años. Tres meses justamente habían transcurrido del gobierno de Gerardo Machado cuando ya ordenó ejecutar el primero de sus numerosos asesinatos políticos a opositores.
La ciudadanía se estremeció con la noticia voceada por los vendedores de periódicos. El sepelio fue multitudinario. Nada difícil resultaba señalar al culpable; los sectores políticos opositores y la sociedad civil en su generalidad arremetieron en acusaciones contra Machado. Pero nada más ocurrió. El sátrapa también contaba con una cohorte de aduladores. Ni procesados, ni averiguaciones sinceras hubo en el caso. Tampoco Machado alteró sus procederes. Al contrario, aquel fue solo el inicio, una especie de ensayo y advertencia.
André no era nacido en Cuba sino en Key West (Cayo Hueso, Florida) en 1872 y con veinte años se incorporó al proceso libertador. Cumplió misiones en el exterior, vino en una expedición, demostró eficiencia y valor.
En realidad, el valor parece que lo tuvo sobrado, pues —y lo narró él mismo, por escrito— intentó ejecutar al capitán general Valeriano Weyler en su despacho del Palacio de los Capitanes Generales mediante la utilización de una carga de dinamita, aunque el sanguinario Weyler salió ileso. No por gusto se dice que bicho malo nunca muere.
En la República, fue oficial de policía en La Habana e hizo trabajos confidenciales para el presidente don Tomás Estrada Palma. En 1911 salió electo representante a la Cámara por el Partido Conservador y fue candidato dos veces a gobernador de La Habana, además obtuvo la presidencia del Partido Conservador en la provincia.
“La ciudadanía se estremeció con la noticia voceada por los vendedores de periódicos. El sepelio fue multitudinario. Nada difícil resultaba señalar al culpable; los sectores políticos opositores y la sociedad civil en su generalidad arremetieron en acusaciones contra Machado”.
André utilizó el periodismo para criticar a cuanto gobernante liberal se le pusiera en el camino. Lo hizo primero con José Miguel Gómez y después con Machado; si el primero lo perdonó, el segundo no, máxime cuando el asunto tocaba la intimidad familiar, cuestionaba la “moral” personal e inobjetablemente era tema de comidilla pública.
El periodista, que era guapo, no se medía, embestía contra aquel torero al cual zahería y calculó mal el alcance de sus banderillas. Pensó, tal vez, que con un duelo contra algún acólito del agredido (como ya había ocurrido antes) se resolvería cualquier asunto entre él y sus ofendidos. Pero, repetimos, calculó mal. Y Machado lo mandó a matar.
Después se sucederían los atentados, las desapariciones, golpizas, ejecuciones (hasta fuera del país, por sicarios en el exterior), la represión estudiantil, obrera, de comunistas y hasta de profesionales. Pero a Armando André le cupo la desgracia de ser la primera víctima.

