“… y estas alas queriendo conquistar esas nubes.”
Rubén Martínez Villena
“La colonia era una injusticia; no era un engaño.
La neocolonia yanqui era ambas cosas”.
Cintio Vitier
La realidad mundial posterior a la Primera Guerra Mundial y hasta los años del crac económico del año 1929, favoreció notablemente a los intereses que dirigían la economía en Cuba y ello implicó un cierto desarrollo del bienestar de la población, al menos aquella que encontraba labor y sustento dentro de las condiciones controladas por quienes conducían los negocios fundamentales. Aquel bienestar tenía, como uno de sus modelos principales, la manera en que se vivía en los Estados Unidos.
Aquella realidad cubana estaba muy caracterizada por la enorme dependencia nacional de los intereses que definían las relaciones entre nuestro país y los Estados Unidos pero también por diversos mecanismos de resistencia a esa dominación que, en el seno de la población se desarrollaron. La oposición a la dominación estadounidense no fue sólo de los políticos decentes en Cuba sino que formó parte de una opinión generalizada en la población. “La oposición cubana a la Enmienda Platt estalló en demostraciones antiamericanas en toda la Isla” [1], escribió el historiador Lou Pérez apoyándose en las informaciones preservadas en los archivos del Military Government of Cuba de los National Archives de los Estados Unidos.
Entre 1915 y 1926 crecieron las inversiones estadounidenses en la industria azucarera cubana [2] y “(…) numerosas ramas de los principales bancos norteamericanos (…)” [3] comenzaron un proceso de introducción en la vida nacional. Si atendemos a las importaciones mercantiles desde el vecino del norte, veremos que entre 1919 y 1930, los alimentos y bebidas constituían un 36.7% y las materias primas y productos elaborados un 42.4%. [4] Las tiendas por departamentos, un sistema desarrollado por los Estados Unidos, con productos relativamente baratos supuestamente destinados al consumo popular, tuvo en el Ten Cents, su presencia en Cuba desde 1924; los primeros refrigeradores de la marca Frigidaire, un equipo de tanta importancia para la familia, entraron en Cuba a finales de la década de los 20. Su popularidad fue tal que el término Frigidaire se convirtió en una definición genérica de aquellos equipos.

Una inmigración de ciudadanos estadounidenses progresó, básicamente en zonas agrícolas donde organizaron comunidades, a lo que hay que adicionar la creciente presencia de la cultura general estadounidense reforzada por el vertiginoso desarrollo de las técnicas aplicadas a los medios masivos de comunicación los cuales alcanzaron una enorme fuerza con el desarrollo de las trasmisiones radiales y el invento del cine parlante, que la empresa Warner Bros incrementó con el sistema Vitaphone. A partir de esas circunstancias, la música y la danza, que desde épocas anteriores habían compartido una gran relevancia social, elevaron sus influencias no sin entrar en pugna con una creciente presencia del “american way of life” y con ello el reforzamiento de su poder hegemónico. También habría que destacar el incremento de la popularidad de la llamada música popular, algo que fue notablemente propiciado por el desarrollo de las grabaciones sonoras.
El cubano, en tanto ser humano insertado en la época que analizamos, al decir de Lev Vigotsky, “(…) reproduce o repite normas de conducta ya formadas y creadas con anterioridad o revive las huellas de impresiones anteriores.”[5] A partir de ello fue desarrollando pensamientos, conductas, hábitos y gustos que se relacionaban con el modo de vida estadounidense pero, a la vez, también se había formado dentro de circunstancias específicas de la historia vivida en Cuba, lo que le permitía poseer la singularidad de una cultura propia, diversa y en no pocas ocasiones opuesta a la hegemonía neo colonial. Si a ello le agregamos que también, en tanto ser humano, tenía la capacidad y necesidad de crear constantemente, insertado en la realidad que vivía, encontraremos que su cultura se transformaba constantemente. “Es precisamente la actividad creadora del hombre la que hace de él un ser proyectado hacia el futuro, un ser que crea y transforma su presente” [6] nos dice también Vigotsky.

Aquella indetenible creatividad era constantemente amenazada por los intereses estadounidenses. Muchos años atrás, José Martí había denunciado las esencias imperialistas prevalecientes desde los Estados Unidos pero también el escritor polaco-inglés, Joseph Conrad, en su obra de 1907, Nostromo, que transcurre en una realidad latinoamericana y que trató de “trazar con serena imparcialidad” [7]. Las describe, cuando pone en labios de un magnate estadounidense lo siguiente: “Podemos permanecer sentados y acechar la ocasión. Por supuesto, algún día llevaremos allí nuestra actividad financiera. Estamos obligados a hacerlo. Pero no hay prisa. Cuando le llegue su hora al mayor país del universo, tomaremos la dirección de todo; industria, comercio, legislación, prensa, arte, política y religión desde el cabo de Hornos hasta el estrecho de Smith… y más allá, si hay algo que valga la pena en el polo norte. Y entonces tendremos tiempo de extender nuestro predominio a todas las islas remotas y a todos los continentes del globo. Manejaremos los negocios del mundo entero, quiéralo éste o no. El mundo no puede evitarlo… y a lo que imagino, nosotros tampoco”. [8]
Los Estados Unidos ensayaban, hegemónicamente, los métodos coloniales nuevos que implicaban una más sutil dominación si la comparamos con las conquistas y las devastaciones europeas de siglos atrás. Aprovecho el momento para recordar la definición que Fernando Martínez Heredia dio de la hegemonía: “La hegemonía no significa dominio ilimitado, sino un equilibrio en que las clases dominante y dominada aceptan/disputan en numerosos territorios culturales las formas en que la reproducción de la vida social resulta ser la reproducción de la dominación. Su eficacia no está basada en una inercia ─aunque la incluye─, sino en embotar y asimilar los niveles de resistencia y el potencial de rebeldía existentes. La hegemonía es sobre todo capacidad de conducción, no es simple astucia. Además, es como una foto que tomamos, de algo que en realidad está en movimiento, que registra evolución y ajustes, precisamente para no perder su eficacia. Por último, la intencionalidad de los actores no debe hacernos olvidar que se mueven, acomodan o chocan ideologías, esto es, maneras de vivir, sentir y entender los hechos y proyectos sociales por parte de los grupos sociales, y que es a partir de sus ideologías que se representan los problemas y los resuelven”. [9]
“La hegemonía no significa dominio ilimitado, sino un equilibrio en que las clases dominante y dominada aceptan/disputan en numerosos territorios culturales (…)”.
El final de la primera década del siglo XX vio el desarrollo de los conocimientos que emanaban de los movimientos que en el mundo posterior a la Primera Guerra Mundial se desarrollaban y muy especialmente el significado que alcanzó el triunfo de las ideas marxistas de la Revolución Socialista de Octubre, las que dieron lugar al surgimiento de la Unión Soviética como una real alternativa política, social y económica al capitalismo establecido. Los cubanos no fueron ajenos a ese importante fenómeno, sobre todo una juventud que se informó del mismo y en 1925 fundó el Partido Comunista pero también heredaban una revolución mambisa guiada, en su momento más alto, por el ideario martiano, algo que los círculos de la burguesía entreguista cubana trataron de manipular, sobre todo, en lo que respecta a la visión que Martí tenía acerca del futuro de la Isla y del papel de los Estados Unidos en sus relaciones con Cuba.
Se trata de lo que el sociólogo mexicano Pablo González Casanova expresa en su libro titulado El Colonialismo Interno [10]: “Con la desaparición directa del dominio de los nativos por el extranjero aparece la noción del dominio y la explotación de los nativos por los nativos.” [11] Enrique José Varona, un intelectual honrado y culto, buscado por los jóvenes de la década de los 20, dio una definición del ambiente cubano de la época de su vejez: “Cuba republicana ─dijo─ parece hermana gemela de Cuba colonial”. [12]

Frente a los numerosos mecanismos de dominación que los “nativos burgueses” cubanos iban desarrollando caracterizados por una invocación mediatizada de la cubanía, se levantaron dignos jóvenes cubanos en torno a la Universidad: Julio Antonio Mella, Rubén Martínez Villena, Pablo de la Torriente Brau, Raúl Roa, Antonio Guiteras y otros. Aquella cubanía manipulada por los dirigentes “nativos burgueses” no incluía en igualdad de condiciones, a las prácticas de los numerosos descendientes de esclavos cuya cultura había conformado una importantísima parte de la música que caracterizaba nuestra identidad.
Los mecanismos prejuiciosos que el esclavismo había desarrollado como sustento del sistema colonial tuvieron, en la primera década republicana, su momento más terrible en la brutal represión a los levantados en el movimiento de los Independientes de Color con miles de negros y mulatos asesinados, y en el caso de la música, en el desprecio y hasta suspensiones del uso público de tambores siempre que no estuviesen en función de los intereses de los “nativos burgueses” que dirigían los destinos del país. A contrapeso de ello, diversos aspectos derivados de las culturas de origen africano insertadas en la realidad cubana persistían vívidamente y las expresiones musicales preservadas en las religiones de origen africano y las influencias de las mismas en coros de clave, rumbas y sones acogidos por la población, resistían los embates de la discriminación.
“Cuba republicana (…) parece hermana gemela de Cuba colonial”.
La población cubana garantizaba la persistencia de músicas y prácticas heredadas de una indiscutible africanía y ello fue objeto de interés de importantes intelectuales cubanos entre los que destaco la obra de Don Fernando Ortiz, quien estudió sistemática y profundamente esa herencia, publicó entre 1915 y 1929 libros como Los Negros Esclavos en 1916 y Glosario de Afronegrismos en 1924; ese mismo año fundó la Sociedad del Folklor Cubano y la revista Archivos del Folklor Cubano así como la Institución Hispanocubana de Cultura en 1926, que contribuyeron a propiciar una comprensión cada vez más exacta de las esencias de nuestra cultura nacional y muy particularmente de nuestra música; hasta el punto de llegar a afirmar que, a partir de las condiciones de su inserción como esclavos en la Isla y su no retorno a sus tierras originales: Los negros debieron sentir, no con más intensidad pero quizás más pronto que los blancos, la emoción y la conciencia de la cubanía [13]; y más tarde, en 1942, expresó lo siguiente: “(…) sin el negro Cuba no sería Cuba. No podía, pues, ser ignorado. Era preciso estudiar ese factor integrante de Cuba; pero nadie lo había estudiado y hasta parecía como si nadie lo quisiera estudiar. Para unos ello no merecía la pena; para otros era muy propenso a conflictos y disgustos; para otros era evocar culpas inconfesadas y castigar la conciencia; cuando menos, el estudio del negro era tarea harto trabajosa, propiciaba las burlas y no daba dinero. Había literatura abundante acerca de la esclavitud y de su abolición… pero del negro como ser humano, de sus antepasados, de sus lenguajes, de sus artes, de sus valores positivos y de sus posibilidades… nada”. [14]

Teníamos patria constituida y como si hubiese sido la única, hasta una música nacional asumida y promovida: el danzón. Conjuntamente, otras numerosas expresiones artísticas nacidas, por un lado, de una intelectualidad que asumía un real sentimiento nacional, ejemplo de lo cual es la poesía sonera y rumbera de Nicolás Guillén y por diversas producciones artísticas populares que, en el ámbito de la música, abordaban las herencias que la habían distinguido pero expresadas con un lenguaje propio de los nuevos tiempos que sus creadores vivían.
El son cubano, esencialmente relacionado con expresiones que tenían mucho que ver con las obras de humildes creadores de los poblados del oriente del país [15], fue objeto de diversos formatos instrumentales. Los mecanismos comerciales de la música no podían ignorar su importancia y le prestaron tanta atención que el singular Trío Matamoros, el Sexteto Habanero, el Nacional y otros, se convirtieron, junto al manisero de Moisés Simmons, interpretado por Rita Montaner y grabado por la Columbia a finales de la década de los veinte, en una representación viva de la cubanía.
La primera trasmisión radial en Cuba la realizó Luis Casas Romero el 22 de agosto de 1922 y su oficialización se llevó a cabo casi un año después: el 16 de abril de 1923. Las relaciones entre las nuevas tecnologías para la grabación de música y la divulgación de la misma a través de la radio se estrecharon rápidamente. Los Casas colocaban uno de aquellos antiguos fonógrafos de trompeta frente al dispositivo que recibía el sonido que luego pasaba al equipo transmisor. Los discos se transmitían así, directamente, por la reproducción sonora del fonógrafo, que no tenía ninguna conexión eléctrica con el transmisor y lanzaba la música a través del primitivo micrófono. Poco a poco, las del tipo “popular” grabadas en discos comenzaron a desarrollar su presencia en la radio y con ello se enriquecieron las producciones musicales de compañías como Edison Record, Zon O Phone Record, Victor Talking Machine Co., Odeon Records, Pathé, Emerson, Okeh y Columbia Phonograph Record Company. El arribo a Cuba de numerosos discos portadores de la cultura musical estadounidense y la trasmisión radial de sus músicas, contribuyó también a la formación de un gusto por esas expresiones que competían con aquellas realizadas por nuestros creadores. Sin embargo, la presencia definitoria de elementos propios de las llamadas músicas folclóricas dentro de las músicas que en Cuba hemos llamado populares, permitía una identificación de los cubanos con las mismas aun cuando elementos musicales importados de la cultura estadounidense también se incluyeran en numerosas obras de este tipo.
“(…) la presencia definitoria de elementos propios de las llamadas músicas folclóricas dentro de las músicas (…) populares, permitía una identificación de los cubanos con las mismas aun cuando elementos musicales importados de la cultura estadounidense también se incluyeran en numerosas obras de este tipo”.
Cuba no fue ajena al influjo de la “Era del Jazz”, fenómeno cultural estadounidense que también fue manipulado por las mayores empresas grabadoras y divulgadoras, manipulación que sería reforzada como nunca antes por el cine sonoro cuya aparición reforzó las influencias musicales de los Estados Unidos. En este caso resulta muy característico el primer filme sonoro cuyo título fue: El Cantor del Jazz, estrenado en octubre de 1927, y cuyo argumento, no reflejaba verdaderamente las esenciales creaciones de los negros y mulatos, que en los Estados Unidos, dieron lugar a la aparición de lo que inicialmente fue definido como “Jass”. Aunque se realizaron grabaciones de importantes creadores y se divulgó también su música; tanto en los propios Estados Unidos como en Cuba, se hacían más populares aquellas muestras que respondían a los grandes y crecientes intereses mercantiles devenidos preferencias culturales. Sobre las consecuencias de tal situación el mismísimo Ernesto Lecuona, en carta a Gonzalo Roig fechada el 17 de julio de 1924, se quejaba de la situación de la música en Cuba y le pedía “(…) acabar de una vez con ese extranjerismo que nos empequeñece, y nos está aniquilando”. [16]
A finales de la década de los 20, llegaba a Cuba aquel cine sonoro junto a una enorme carga de música producida en los Estados Unidos y con ello una tremenda influencia sobre la manera en que los cubanos nos acercábamos a la música, lo que que se sumaba a los temas que nos llegaban también desde los Estados Unidos en las grabaciones y que la radio difundía. A pesar de ello, los grandes creadores nuestros siguieron encontrando maneras de expresarse en las que la cubanía se mostraba de muy diversas maneras aun cuando utilizaran diversos elementos musicales que nos llegaban desde “el Norte”. Soneros, rumberos, trovadores, danzoneros y otros compositores e intérpretes, lograron innumerables creaciones en las que se transculturaban los múltiples elementos sonoros que caracterizaban el ambiente musical de la época.

Ese ambiente había sido también plagado de obras que en 1926, según Alejo Carpentier, constituían: “(…) un alud de lindas canciones-bastante italianas, algunas- de brevísimas danzas, de melancólicas criollas, apenas eximidas de toscos atavismos populares… no desprovistos de encantos…”. [17] Todas formando parte del gusto hegemónico de los “nativos burgueses” organizadores de instituciones y eventos de carácter nacional, defensores de una cubanía en la que las músicas de negros, mulatos y gente humilde del país, eran aceptadas pero no asumidas a profundidad. Sin embargo, dentro de ese ambiente de carácter nacionalista-burgués, surgieron obras revolucionarias para su época, de compositores como Amadeo Roldán y Alejandro García Caturla. Refiriéndose entonces a una composición del primero ─Obertura sobre temas cubanos─ Alejo Carpentier escribió: “La importancia de una concepción como la Obertura sobre temas cubanos, ha sido comprendida por todos los que aquí se preocupan de las cosas del espíritu; sólo afectaron ignorarla antes agriados por la sensación de la propia impotencia, y aquellos que son meros gramófonos con discos prestados, que eternamente repiten ─o firman─ opiniones ajenas”. [18] Era la época en que Ernesto Lecuona compuso sus magníficas danzas para piano: “La conga de medianoche”, “Danza negra”, “¡Y la negra bailaba!”, “Danza de los ñáñigos”, “Danza lucumí” y “La comparsa”, y Gonzalo Roig se preparaba para estrenar en 1932, su importante zarzuela Cecilia Valdés.
Sobre lo que considero una cubanía esencial, proveniente de procesos de transculturación plasmados, por ejemplo, en la Obra de Alejandro García Caturla; uno de sus grandes amigos, Alejo Carpentier escribió: “Lo que interesaba a nuestro músico era la rítmica, la peculiar sonoridad de los conjuntos, los mecanismos cadenciales, el uso de la percusión, los modos de tocar. El Tres que suena en sus ‘Dos poemas afrocubanos’ acompaña una melodía de pura invención de Caturla… Caturla era cubano de ‘adentro afuera’”. [19]
Por su parte, trovadores populares creaban canciones que calaban profundo en sus compatriotas, en las que la Patria y el amor constituían los ejes fundamentales de sus creaciones. Se dice que Sindo Garay, uno entre los más grandes de su época, compuso en 1926, después de que un terrible ciclón dañara a la Isla, su canción: El huracán y la palma donde ésta, “erguida y valiente… besando la tierra/ batió el huracán. Junto a canciones similares, vibraban los versos de Rubén Martínez Villena:
Hace falta una carga para matar bribones,
para acabar la obra de las revoluciones;
para vengar los muertos, que padecen ultraje,
para limpiar la costra tenaz del coloniaje;
para poder un día, con prestigio y razón,
extirpar el Apéndice de la Constitución;
para no hacer inútil, en humillante suerte,
el esfuerzo y el hambre y la herida y la muerte;
para que la República se mantenga de sí,
para cumplir el sueño de mármol de Martí;
para guardar la tierra, gloriosa de despojos,
para salvar el templo del Amor y la Fe,
para que nuestros hijos no mendiguen de hinojos
la patria que los padres nos ganaron de pie. [20]
Notas:
[1] Pérez Jr., Louis A.: La Estructura de la Historia de Cuba. Significados y propósitos del pasado. Editorial ciencias sociales. La Habana, 2017, p. 167.
[2] Le Riverend, Julio: Historia Económica de Cuba. Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1981, p 605
[3] Le Riverend, Julio. Op cit. p 605
[4] Le Riverend, Julio. Op cit. p. 599
[5] Vigotsky, Lev: Imaginación y creación en la edad infantil. Editorial Pueblo y educación, La Habana, 1999. Capítulo 1, p. 5.
[6] Vigotsky, Lev. Op cit. p. 6
[7] Conrad Joseph: Nostromo, Prólogo. Luarna Ediciones. file:///F:/Informaci%C3%B3n/LIBROS%20y%20literatura/Nostromo.pdf. P. 12.
[8] Conrad, Joseph. Op. Cit. P. 189.
[9] Martínez Heredia, Fernando: “Nacionalizando la Nación. Reformulación de la hegemonía en la segunda república cubana”, en Pensamiento y Tradiciones populares: estudios de identidad cultural cubana y latinoamericana de Ana Vera Estrada. Centro Juan Marinello, La Habana, 2000, p. 37.
[10] González Casanova, Pablo: El colonialismo interno. https://biblioteca.clacso.edu.ar, 2006.
[11] González Casanova, Pablo: Op. Cit, p. 186.
[12] Citado por Vitier, Cintio en: Ese sol del mundo moral. Biblioteca Nacional de Cuba José Martí La Habana 2021. P. 104.
[13] Ortiz, Fernando: “Sin el negro Cuba no sería Cuba”. Etnia y sociedad, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1993, p. 136.
[14] Ortiz, Fernando: “Por la integración cubana de blancos y negros”. Discurso pronunciado en el Club Atenas, y publicado en la Revista Bimestre Cubana. Número 2, La Habana, marzo-abril de 1943.
[15] Muchos alegan que fue introducido en el occidente por integrantes de las tropas del Ejército Nacional, conocido popularmente como Ejército Permanente. Nota mía.
[16] Lecuona, Ernesto: Cartas. Selección de Ramón Fajardo Estrada. Editorial Oriente. Santiago de Cuba, 2014, p. 23
[17] Carpentier, Alejo: “Una obra sinfónica cubana en la música en Cuba” en Temas de la lira y del bongó. Ediciones Museo de la Música, La Habana, 2012, pp. 594-595.
[18] Carpentier, Alejo, Op. Cit. p. 595.
[19] Carpentier Alejo: García Caturla en Op. Cit. p. 579.
[20] Martínez Villena, Rubén: Mensaje Lírico-civil.

