Desde las primeras décadas del siglo XIX, La Habana era ya una plaza fuerte del teatro en América. De ello daban prueba las compañías europeas, cuya primera escala en el Nuevo Mundo era la capital cubana. La ciudad también se había ido nutriendo de algunos buenos escenarios: el Coliseo, después llamado Principal, el Diorama y Tacón, todo un señor teatro.

Antes de ser actor y autor, el habanero Francisco Covarrubias —nacido el 5 de octubre de 1775— recorrió diversas ramas del saber: cursó estudios de latín, también de filosofía, de cirugía y de anatomía. Pero ninguno de ellos lo retuvo largo tiempo.

“El actor se incorporó a la Primera Compañía de Cómicos del País. No tuvo profesores, ni tampoco manuales donde refinar el estilo. Artista intuitivo, se formó solo y depuró cada vez más con el tiempo, al punto que cuanta compañía extranjera visitó estas latitudes lo incluyó en su elenco”.

Su compañera inseparable serían las tablas. De adolescente actuó con grupos de aficionados y no fue hasta el 2 de noviembre de 1800 que debutó en el Circo del Campo de Marte, donde hoy se localiza la Plaza de la Fraternidad.

El actor se incorporó a la Primera Compañía de Cómicos del País. No tuvo profesores, ni tampoco manuales donde refinar el estilo. Artista intuitivo, se formó solo y depuró cada vez más con el tiempo, al punto que cuanta compañía extranjera visitó estas latitudes lo incluyó en su elenco.

Fue —en opinión del profesor Rine Leal— “el primer intérprete nacional que ganó amplia fama, y no solo entre teatristas del país sino también entre los mejores actores españoles (…) se mantuvo como figura máxima de la escena cubana a lo largo de medio siglo; mereció los honores de tres biografías; al conjuro de su nombre, los teatros se llenaban.”

“(…) los organizadores de la función dramática inaugural del teatro Tacón, en abril de 1838, cuidaron de incluir al cómico en tan señalada jornada”. Foto: Tomada de Granma

Ídolo de los espectadores, los organizadores de la función dramática inaugural del teatro Tacón, en abril de 1838, cuidaron de incluir al cómico en tan señalada jornada.

Sin embargo, aquel actor fabuloso fue también un escritor de numerosas obras teatrales que a partir de 1810 nutrieron las tablas cubanas, aunque ninguna haya quedado en manuscritos. Algunos títulos permiten imaginar cuáles serían los temas: No hay amor si no hay dinero, Las tertulias de La Habana, Los dos graciosos, El forro de catre, El tío Bartolo y la tía Catana, La valla de gallos, Los velorios de La Habana, ¿Quién reirá último?, y muchísimas más.

Su facilidad para la versificación le llevó a intercalar canciones —por lo general décimas humorísticas— en las obras.

Para Alejo Carpentier, “Covarrubias fue el padre del teatro bufo cubano. Familiarizado con el teatro ligero español, comprendió muy pronto que los personajes que animaban entremeses, sainetes, zarzuelas y tonadillas, podían ser sustituidos por tipos criollos”.

A juicio de Carpentier, Covarrubias fue el padre del teatro bufo cubano. Foto: Tomada de Trabajadores

La vida de este actor y autor corrió pareja con la historia del surgimiento del teatro cubano y se le considera el creador del llamado género chico al adaptar los tipos y los temas hispanos a la idiosincrasia cubana: monteros, carreteros, guajiros y otros personajes poblaron el escenario con sus formas de expresión y comportamiento.

Tuvo altibajos; ganó dinero —fue el artista mejor pagado de su época— y lo derrochó. No pretendió hacer fortuna, sino teatro. Y esto último lo consiguió con creces.

Se retiró en 1847 y murió el 22 de junio de 1850, más pobre que un forro de catre —él lo hubiera dicho así. “El habanero que cambió el bisturí y los vendajes por los afeites y pelucas es —en palabras del doctor Eduardo Robreño— el precursor del teatro nacional”.

Razones hay para que su apellido lo lleve una de las salas principales del flamante Teatro Nacional. Y más aún para recordarlo a dos siglos y medio de su natalicio, ¿no cree usted?