I
El poeta estadounidense, nacionalizado inglés, T. S. Eliot, afirma al inicio de su poema La tierra baldía: “Abril es el mes más cruel, engendra lilas de la tierra muerta”. Si Eliot hubiera optado por asentarse en un país de Latinoamérica, posiblemente, octubre habría sido el mes elegido. He aquí algunas de las razones que nos asisten para tal suposición.
Octubre, según las estadísticas, es el mes en el que se registran más huracanes en el área del Caribe. Sin embargo, por esas ironías de la Historia, es el del llamado “encuentro de dos mundos”. A decir verdad, las tres carabelas de Colón se salvaron en tablitas. Lo que pone de manifiesto un desconocimiento, por demás, comprensible, que aunado a su fe en el proyecto de toda una vida, asistió desde un inicio al Gran Almirante de la Mar Océana.
De hecho, Colón hizo realidad la más trascendental de todas las aventuras, al develarle a la humanidad de su tiempo la parte del mundo que le faltaba por conocer. No obstante, creyó haber llegado a la India, su real objetivo, bautizando a los nativos de las nuevas tierras con el gentilicio de “indios”. Su tozudez en tal sentido, llegó a los extremos en su cuarto y último viaje, cuando navegaba por la costa Caribe de la América Central, identificó el río Lempira, en la actual Honduras, con el Ganges. Tales errores, como es lógico, le dieron continuidad a otros, como la Esfera de Lenóx, de 1510, que muestra sólo la parte sur del Nuevo Mundo como una isla de Asia.

Finalmente, la Historia le pasó factura a Colón. El navegante florentino Américo Vespucio concluyó que las tierras descubiertas por su antecesor, eran de un continente interpuesto entre Europa y Asia. A partir de entonces, los cartógrafos de Lorena, al imprimir sus mapas de las tierras descubiertas, le dieron el crédito de “Cartas de Américo”, nombre con el que terminó por bautizarse a todo un continente.
II
La comprensible premura de Colón por dar testimonio de lo descubierto se pone de manifiesto en la carta que le envía a Gabriel de Sánchez, tesorero del reino de España, desde Lisboa o Puerto de Palos, en marzo de 1493. La Carta de Roma, nombre con el que ha trascendido en la historia, en un principio sólo fue del conocimiento de la clase gobernante y el alto clero, y, por supuesto, del Papa Alejandro IV Borgia, de nacionalidad española, quien de inmediato le concedió “derecho divino” a España sobre las tierras descubiertas y por descubrirse. Sin embargo, a dos meses escasos de su escritura, en mayo de 1493, apareció impresa en Roma, traducida del latín por Leandro di Cosco.
Si el deseo del hombre común europeo en relación con las tierras descubiertas era el de ver y conocer, el de los monarcas y comerciantes renacentistas fue el de ver, conocer y poseer. El mundo descubierto para la corona española por un tal genovés de nombre Cristóbal Colón, no podía perderse del todo, ni quedar fuera de las posibilidades y sueños de otros monarcas y países. Al igual que el programado viaje del navegante Américo Vespucio, estas razones son las que parecen obrar en la edición florentina de la Carta de Roma.
La ciudad estado de Florencia, por entonces, en el cénit de la cultura plástica y gráfica del Renacimiento, a más de centro comercial y manufacturero de primer orden de la época, fue también la primera en comprender la importancia de generalizar como información visual el contenido de la citada carta.
De ahí que la primera cualidad editorial y hasta política de la llamada Lettera de Dati, (nombre del poeta-traductor Giuliano Dati), fuera su traducción del latín al italiano, a poco de pasar de lengua de la Toscana a idioma de la península. La segunda cualidad, ilustrar los versos de Dati: primer grabado de asunto novomundista, el cual fue concebido en la técnica de impresión xilográfica. El mismo, tuvo por referente la citada carta de Colón y las primeras versiones de oídas de la marinería relacionada con los viajes a las tierras descubiertas.
La xilografía de autor anónimo de fines de 1493, representa al rey Fernando sentado en su gran trono, mientras observa la llegada de las tres carabelas al Nuevo Mundo. En el plano de fondo se describe un grupo de nativas desnudas, de canon renacentista, dos bohíos y una palma.
A propósito, esta primera representación artística de nuestro árbol nacional, pareciera inspirarse en la estética paisajista representativa del artista plástico cubano Manuel Mendive, si no fuera por los cinco siglos y piquito, que median entre ambas obras…
La segunda xilografía, de 1495, omite la imagen del rey de España, espacio que ocupa una sola carabela; de fondo, se repite el grupo de nativos desnudos.
La tercera y última xilografía de la serie, de 1504, ya ignora el nombre de Dati, y tiene por título Lettera o Mundus Novus de Vespucio. En la misma, solo se representan dos carabelas. Al menos, en lo que respecta a la información visual impresa, la ciudad estado de Florencia fue la primera en posesionarse del Nuevo Mundo, a más de propiciarle a los cartógrafos el nombre que, con sano orgullo, nos identifica hoy día; a no dudar, una nueva forma de mostrar su poder, es decir, su verdad en la naciente cultura mediática de la época.

El 10 de octubre de 1868, o sea, dos días antes de cumplirse el 376 aniversario del encuentro de ambos mundos, el abogado bayamés Carlos Manuel de Céspedes, en su, le daba la libertad a sus esclavos e iniciaba la primera de las tres guerras que librarían los cubanos por su independencia del colonialismo español durante el siglo XIX.
En este punto, permítame estimado lector, mi semejante, volver a Eliot. Si el poeta estadounidense se hubiera “aplatanado” en alguna de las nuevas repúblicas de la región caribeña de Nuestra América, y no en la antañona y aristocrática Inglaterra, es de inferir que no fuera abril el mes inspirador de su notable poemario, sino octubre. ¿Por qué? Porque en lo que respecta a este mes en nuestra cultura, a pesar de su notoria fama en cuanto a lo pródigo que es en huracanes y torrenciales lluvias, también engendra lilas de la tierra muerta.

