Termina un año particularmente difícil en todo sentido. Nosotros, los sobrevivientes, tenemos el deber de ser optimistas y esperar que el 2026 sea sino mejor que el 2025, al menos no tan catastrófico. 

Quizás la muestra más fehaciente de nuestra resistencia no radica en creatividad ni en testarudez, no en triunfalismos ni en alejarnos de la realidad, sino en el empeño de no dejarnos vencer y en continuar realizando actividades culturales como si fuera la primavera, aunque no seamos tanto.

“Mantenemos la dignidad de no dejarnos vencer”.

Matanzas, la ciudad que le faltaba al mundo según la inolvidable Marta Valdés, es ejemplo de ello. Emocionada asistí al festejo por la fundación de esa ciudad entrañable, y a pesar de que nos recibieron con la calidez habitual, y se cumplió el programa tal como se planificó, y aunque todos sonreíamos como si no pasara nada, los detalles en cuanto a asistencia de jurados y premiados en el certamen literario, y las variadas actividades que se prepararon con delicadeza de relojero suizo, evidenciaban cuánto nos golpea la epidemia de chikungunya.

Para empezar, los organizadores, los funcionarios y el público general mostraban, sin que fuera posible ocultarlo, los estragos. Quien no cojeaba tenía inflamadas las manos, o los tobillos, o tenía entumecidos los dedos. Un cuarteto musical se transformó en un dúo, el propio festejo, que suele durar tres días, se redujo a una jornada, los jurados que asistimos no éramos ni la mitad de quienes evaluamos las obras en concurso, y de los premiados, asistieron apenas unos cuantos. Quienes no atraviesan la etapa aguda de la enfermedad, sufren las secuelas de la etapa crónica, que los invalida.

Todo esto observé, yo misma adolorida, mientras los artistas leían poemas, debatían en paneles el curso de nuestra literatura actual, varios músicos nos deleitaban con canciones, melodías y temas conocidos, se obsequiaban presentes, se vendían libros nuevos publicados por la exquisita casa editorial Ediciones Matanzas, todo en un esfuerzo no confesado de aparentar normalidad. Admirable, realmente.

Me percaté de que ahí radica nuestra fuerza mayor: continuar a pesar de los pesares.

Los festejos culturales por el aniversario de Matanzas revelan que nuestra fuerza mayor radica en continuar a pesar de los pesares.

Está claro que nuestra cotidianidad, más que corrosiva es un esmeril. Los apagones, los precios, la escasez de productos de primera necesidad, la crisis higiénica, todo nos conduce hacia la tristeza, misma que espantamos solidarizándonos entre nosotros mismos. Porque no todo está perdido. Nos quedamos con la ilusión de que el año próximo sea menos tormentoso, menos agresivo, más satisfactorio básicamente. Porque no aspiramos a que se solucionen los incontables problemas que tenemos ahora mismo, sino a que dejen de asfixiarnos, y nos permitan una vida plena.

Mantenemos la dignidad de no dejarnos vencer. Aunque estemos mermados, enfermos y con escasas horas de electricidad, seguimos empujando una carreta donde se guardan las esperanzas y el reclamo de que nos permitan continuar trabajando, viviendo y creando. Como dijo el poeta: “Que nos dejen un sitio en el infierno, y basta”. Hablando en plata, no pedimos demasiado.