Paul Leduc pinta junto a Frida Kahlo un autorretrato con naturaleza viva
El reconocimiento internacional del mexicano Paul Leduc —uno de los directores imprescindibles del cine latinoamericano; fallecido el 21 de octubre de 2020— llegó con el filme Frida, naturaleza viva (1983). Y también el de la actriz protagonista, Ofelia Medina. Si bien Leduc, nacido en Ciudad de México el 11 de marzo de 1942, había dirigido en 1972 Reed, México insurgente, su ópera prima de ficción, basada en Insurgent Mexico, libro del reconocido periodista estadounidense John Reed, que le valiera la mirada atenta de la crítica internacional y el premio Georges Sadoul de Francia al Mejor Filme Extranjero, fue precisamente Frida, naturaleza viva quien le dio múltiples lauros, influyendo, al mismo tiempo, en el “redescubrimiento” de la obra de la famosa pintora mexicana.
A manera de preámbulo, Leduc nos asegura que en este filme “la gran pintora, reconstruye acorde a las auténticas palpitaciones de la memoria, es decir, de una manera inconexa y fragmentada, únicamente a través de las imágenes, su vida y su obra, que fue medular en la época del muralismo mexicano. Recuerda así su desgarrada condición humana: poliomielitis, fracturas, abortos, operaciones, amputación de una pierna”. Evoca también —añade— sus andanzas políticas, siempre cerca de Marx, de Zapata y de la Revolución Mexicana, siempre lejos de la férrea voluntad estaliniana. (…) De pronto, mientras ella daba vivas a la vida y a la libertad, interrumpe la muerte aquel caótico torrente de imágenes-recuerdos”.

Esto nos anticipa cuestiones claves para adentrarnos en su poética: la memoria de “manera inconexa y fragmentada, únicamente a través de las imágenes, su vida y su obra”, será el hilo conductor del relato. No hablamos de un clásico biopic, sino de una reconstrucción o recreación de la vida de Frida Kahlo (1907-1954) a través de ciertos recuerdos “frágiles”, moldeables: la memoria como excusa, artefacto poroso y anclaje de varios momentos y procesos.
Filmada con bajo presupuesto, Frida, naturaleza viva logra, sin embargo —y en esto, el propio Leduc insiste, no hay ningún tipo de contradicción— narrar “poéticamente” momentos de la vida de la artista, la mayoría filmados en el interior de la Casa Azul: inicia con su velatorio en el Palacio de Bellas Artes y termina, cerrando así el ciclo, con escenas similares, cuando su esposo, el muralista Diego Rivera, retira la bandera del Partido Comunista Mexicano que cubre el féretro; pasando, además, por la relación con su padre, Guillermo Kahlo, con el propio Diego, con el político y revolucionario ruso León Trotsky, y el también muralista David Alfaro Siqueiros, así como su participación en la vida política nacional.

Pero los pequeños momentos, esas acciones cotidianas, a veces claustrofóbicas, génesis de sus creaciones, son las que engrandecen el filme, acercándonos a la cosmogonía de Frida: la cotidianidad de la Casa Azul; los detalles íntimos; la atención médica recibida casi a diario; la dependencia a las enfermeras y a su hermana menor, Cristina; las relaciones amorosas; las infidelidades; las adicciones; la estrecha relación que mantuvo con su padre y su esposo Diego.
Leduc se acerca a símbolos importantes en el arte de Kahlo, como el espejo —la vemos varias veces sola, mirándose en uno— y el folclore mexicano: la cosmogonía de siglos de transculturación, de mezcolanza azteca junto a la ibérica, entre otras culturas. El espejo fue un objeto que le permitió aceptar su cuerpo herido, mutilado; se dice incluso que su madre colocó uno en el techo, encima de su cama, para que pudiera verse y pintar sus cuadros, unas 125 piezas, la mayoría autorretratos (decía que pasaba mucho tiempo a solas y ella era el motivo que mejor conocía). Elementos de la celebración del Día de los Muertos, la acentuada religiosidad y la permanencia de la cultura azteca son constantes en su obra y en el filme. Desde el título del mismo, Leduc nos recuerda, además, que Frida, amante de las naturalezas muertas, nombró una de sus últimas piezas con el título “Sandías. Viva la vida” (1954).

Otra peculiaridad de Frida, naturaleza viva —y en consecuencia, del guion, escrito por el propio Leduc y José Joaquín Blanco— es la casi ausencia de diálogos (como en Barroco, también de Leduc, de 1988), aunque la música juega un papel esencial: desde el clasicismo de Camille Saint-Saëns hasta nuestro Ernesto Lecuona. Además, los silencios son para Leduc otra manera de expresar la soledad y la angustia que en gran parte de su vida vivió Frida.
Aunque se han realizado otros acercamientos desde la ficción (largometrajes en este caso) a la obra de la pintora —la hollywoodense y multipremiada Frida, de Julie Taymor, protagonizada por Salma Hayek, o la onírica Dos Fridas, de la costarricense Ishtar Yasin; ella en la piel de Frida y con la portuguesa María de Medeiros como la enfermera Judit Ferreto— es el filme de Leduc el primero que profundizó en la vida y la obra de la importante artista. Frida… consiguió nueve Ariel, otorgados por la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas a lo mejor de la producción cinematográfica anual en el país: las cotizadas Mejor película y Mejor director, y los lauros a Mejor actriz, obtenido por Ofelia Medina, magistral en su interpretación, a base de sugerencias y brillantez para asumirla; edición, fotografía, por Ángel Goded; ambientación; coactuación femenina; co-actuación masculina, y mejor argumento original; algo que si no es un record, bien cerca está de serlo. También ganó diversos premios en Festivales de Cine como el de Bogotá; La Habana, donde obtuvo el de Mejor filme y Actriz; Estambul, con el premio Especial del Jurado, entre otros, y ocupa el lugar 50 dentro de la lista de las 100 mejores películas del cine mexicano, según la opinión de 25 críticos y especialistas del cine en México, dada en 1994.

Desde la vigorosidad de las imágenes, que repasan, incluso, muchas de sus obras, pero también desde una mirada sensible, íntima, lírica, como si fuéramos observadores participantes del lento y agonizante vivir de la artista, hervidero al mismo tiempo de creación, Frida, naturaleza viva es necesaria para “mirar” a la autora de “Autorretrato con mono”, “La columna rota” y “Lo que vi en el agua o lo que el agua me dio”; y nos reafirma, además, al mexicano Paul Leduc —sobre todo el de este y otros filmes realizados en las primeras décadas de su carrera— como uno de los grandes y originales directores de nuestra América.

