Las metáforas matan, pero también salvan, despiertan y liberan. Con sus metáforas del arranque, José Martí consiguió movilizar razones y emociones; socializar una nueva gramática política, la del amor. Su programa independentista fue también un programa de ruptura, de superación del espíritu colonial y de su lógica, para fundar en una casa nueva un pueblo nuevo, virtuoso, de hermanos; con lenguaje y cultura también nuevos.

“El hombre es masa hirviente, y toma en los pueblos nuevos la nobleza o vicios del molde en que cae. El molde ha de ser firme y de virtud, para que el pueblo sea bueno. La vergüenza se ha de poner de moda: y fuera de moda la desvergüenza. Ha de ser limpia la casa, y la conducta. Se es cubano, y es Cuba cada hijo suyo; y en todo lo que se hace va el honor de Cuba”, apuntó en su crónica “Más de las casas nuevas”, a razón de la llegada a Thomasville de su amigo Carlos Baliño.

“Los discursos de Martí fueron ‘hirvientes y categóricos, poemáticos y conceptuales, fundadores de un nuevo proyecto revolucionario’”.
Obras de José Miguel Pérez Hernández.

No se puede fundar un pueblo nuevo con el lenguaje y la lógica oxidados de los opresores, sin cambiar sus marcos de significación. Las palabras adquieren sentidos en una matriz de significación. Cuando se escucha o se ve un mensaje, una advertencia o una etiqueta-marca, se activa en el cerebro su marco o su colección de marcos; sembrados allí e interconectados en una estructura dada, a partir de herencias culturales, la socialización (familiar, institucional, mediática) y las propias experiencias cotidianas. Cambiar de marco es cambiar el modo que tienen las personas de ver e interpretar el mundo, cambiar lo que se entiende por sentido común. Pensar diferente requiere cambiar los marcos, y cambiar el lenguaje.

El organizador de la Guerra Necesaria fue bien consciente de ello. De ahí que al describir “la ejemplar alma cubana” se refiriera a un “discurso como ungido y angélico (…) de los hombres que han adornado, con cultura que pocos les conocen, la sana verdad que descubren por sí en los ajustes y durezas de la vida”, el cual sale “fluyendo de sus labios en estrofas de límpida hermosura, en imágenes nuevas y felices, en ideas sagaces y esenciales”.

Como destacó Cintio Vitier, los discursos de Martí fueron “hirvientes y categóricos, poemáticos y conceptuales, fundadores de un nuevo proyecto revolucionario que iba más allá de la guerra ‘inevitable’, ‘necesaria’: el proyecto de una ‘república moral’, de una patria independiente y soberana, ‘con todos y para el bien de todos’”.

En tal sentido, fue primordial la creación y articulación de un arsenal de metáforas conceptuales con las que hizo más comprensible el “problema cubano”. Encadenó temas e imágenes latentes en el fondo de la conciencia de la emigración que le facilitaron vivificar y hacer más persuasivos sus mensajes, así como significar y legitimar su programa político; todo lo cual resultó en una mayor cohesión del movimiento independentista y una movilización política más eficaz.

“La unión, más que de cuerpos, debía ser de almas y espíritus”

Al asumir la organización de la revolución emancipadora, la metáfora “alma cubana” se constituyó en uno de los núcleos articuladores de sus discursos. Si se analizan las transcripciones de las alocuciones realizadas en el período del 26 de noviembre de 1891 al 18 de mayo de 1894, el término alma se cuenta entre los dos más frecuentes (aludido 67 veces), solo superado por patria (77). Se menciona más veces que cubanos (63), pueblo (62), corazón (58), hombre (46), país (46), guerra (45), vida (43) y Cuba (42).

Si se exploran los enunciados donde se cita alma, se encuentran, para simbolizar la nación cubana, frases como: “alma cubana” (11), “alma de la patria”, “alma de Cuba”, “alma de nuestro país”, “alma criolla” y “alma de dicha patriótica”. Al igual que “mi alma” y “nuestra alma” para referirse a los sujetos independentistas. Así, las nociones de “sociedad cubana” y “sujetos revolucionarios”, relacionadas con alma y corazón, adquieren una nueva connotación ideológica más afectiva o empática. La unión, más que de cuerpos, debía ser de almas y espíritus.

En la metáfora “alma cubana” se relacionan dos conceptos: nación (del mundo político) y alma (del ontológico-religioso), o bien, nación y una de las partes en que se divide el cuerpo humano —según la secular metáfora cristiana: “todos fuimos creados con tres partes básicas: un espíritu, un alma y un cuerpo” (Biblia, Tesalonicenses, 5:23), relacionada con la noción de “soplo, aliento o fuerza creadora que da vida”.

Es una analogía creada por el Delegado del PRC para asignar a la nación significaciones del alma. A saber, su cualidad de fuerza etérea, de aliento vital; su expansividad contagiosa; la inmaterialidad y esencialidad que comparte con el espíritu (“relación del alma al cuerpo” y “arrobadora armonía universal”). “El alma es espíritu, y se escapa de las redes de carne: es necesario conquistarla con espíritu”. Y, además, “solo va al alma lo que nace del alma”. Ambas son anotaciones de sus Cuadernos de apuntes.

En la prédica revolucionaria del Apóstol, los símbolos alma y corazón se constituyen por sí mismos, y las expresiones metafóricas que los activan —en vasos comunicantes con las metáforas morales de “patriotismo es amor” y “la nación es una familia”— articulan otras cadenas de metáforas para escalar a otro símbolo supremo: la patria.

En muchos casos, “alma cubana” equivale a otra asociación muy común en sus actos de habla: “corazón cubano”. Así simboliza el núcleo común de la patria, por los significados del corazón como centro del cuerpo y depositario —y fuente— del amor. De ahí que exprese: “En las entrañas es donde he oído palpitar ese corazón de amor que manaba grandezas y ternuras”. Es el centro aglutinador de una comunidad cubana, dondequiera que residan sus miembros; de una comunión de intereses y esperanzas, sin estancamientos, sin muros ni cuerpos marcados por el color, el lugar de nacimiento o la clase social. Es la idea-fuerza que centraliza su concepto de patriotismo.

“El ‘alma cubana’ portaba un simbolismo superior”

La revolución descolonizadora por una Cuba soberana arrancaba con un alma, y la revolución por la libertad absoluta, por el reino de la justicia, demandaría otra. Para el primer cometido —la “guerra saneadora” por la independencia— era preciso comprometer a ricos y pobres con una misma esperanza, con un deseo común; en su propio decir, a “los prudentes del señorío de ayer, que ven peligro en el privilegio inmerecido de los hombres nulos, y a los cubanos de humilde estirpe, que en la creación de sí propios se han descubierto una invencible nobleza”.  

El “alma cubana” portaba un simbolismo superior, era como impregnarle a la obra revolucionaria ese orden ascendente de analogías que Martí ve en el universo y en la naturaleza. Como el sol que todo lo funde y abrasa, que imanta a todos por igual. Era sembrar en la guerra necesaria, desde la fundación de la Republica, el espíritu del amor. “La raíz que esté en nosotros, ya se verá luego en el fruto: la raíz crece debajo de la tierra: sin raíz no hay fruto luego. Lo que hemos hecho, el espíritu de lo que hemos hecho, la religión del amor en que el alma cubana está fundiendo sus elementos de odio, esa amparará mañana”.

Horizonte utópico que no tenían derecho a negarles los leguleyos ni esa porción injusta y repulsiva de la oligarquía que mutilaba su derecho a constituirse en “pueblo nuevo de cultura y virtud, de mentes libres y manos creadoras”.

El Apóstol de la independencia anhela un “alma cubana nueva”, cuyo fluir creía posible tan solo con la ruptura y superación del espíritu colonial. “¡Créese allá en nuestra patria, para darnos luego trabajo de piedad, créese, donde el dueño corrompido pudre cuanto mira, un alma cubana nueva, erizada y hostil, un alma hosca, distinta de aquella alma casera y magnánima de nuestros padres e hija natural de la miseria, que ve triunfar al vicio impune, y de la cultura inútil, que solo halla empleo en la contemplación sorda de sí misma!”.

“Por lo que se oye y se ve entra en el corazón la confianza o la desconfianza”.

Expresión metafórica que contrapone un alma rebelde y natural a un alma domesticada, corrompida o resignada al vicio y al artificio; como hace en su artículo publicado en Patria el 30 de abril de 1892, y que titula, precisamente, “El alma cubana”.Allí convida a leer“con los ojos sagaces, el diario que no se publica, el de la virtud que espera, el de la virtud oscura”. Y para demostrar cómo hacerlo, para “propagar las virtudes” de un marco de significación distinto, comparte la historia de vida de “la anciana Carolina”. Pues, como inicia su reflexión: “Por lo que se oye y se ve entra en el corazón la confianza o la desconfianza”. Otra lección para la guerra cultural que hoy se nos hace.

Para Martí, la semilla de ese “pueblo nuevo” germinaba en las comunidades cubanas asentadas en Estados Unidos. Así lo expresa en su “Oración de Tampa y Cayo Hueso”: “Surge, una desde Cayo Hueso a New York, el alma cubana, libre de los vicios que parecían incurables en ella, fuerte con las virtudes de energía y cautela y concordia que no le pueden conocer los que en vano la buscan donde el pensamiento se sienta a la mesa de los boquerones y de la manzanilla, y el genio mismo tiene que partir con la desvergüenza el pedazo de pan”.

El independentismo que promovió fue la “integración simbólica” de un “nosotros”, más un modo dignificado de servir a la patria. Su patriotismo apeló tanto al orgullo nacional como a ese espíritu de unidad colectiva que satisface ciertas necesidades psicosociales, de conexión y afiliación social, de pertenencia a una comunidad y de seguridad. El suyo fue un patriotismo con una actitud inclusiva, de respeto a los derechos y libertades de los “otros”. Todo lo cual confirma el peso que tuvo la ética en su práctica política, y el carácter humanista de su pensamiento y actuar.

Ese patriotismo, al que consagró su vida, ya deslumbraba en toda la extensión de su poema épico “Abdala”. Como amplié en otro artículo, debe ser comprendido como el sumun manifiesto de un ímpetu ascendente, resultante de intensidades previas, que supera la altura de las hierbas y de los ademanes artificiosos de los “patrioteros”, que llega hasta los pechos y más allá, hasta la reflexión alta y purificadora de las palmas; trasciende la cólera hasta alcanzar la revolucionaria energía del amor.

Su proyecto de república, como hemos planteado, se dignificó como pronóstico resolutivo y como utopía. Manifestó en sus discursos una fe incandescente en esa casa nueva: “Aún la tengo delante, y respondo con ella a los que creen que en el alma cubana hay como un duende artístico, y de muy peregrina y criolla composición, empeñado en avivar todas las malas prendas y sofocar toda virtud”.

Acompañó el anuncio de su proyecto de república con el “anuncio de lo que puede ser el alma cubana cuando el amor la inspira y guía”. Sabe bien Martí, y comparte con sus compatriotas, que, así como el alma y el espíritu nuevo son precondiciones de los nuevos actos, del pueblo nuevo; así, “el alma cubana, preparada por su propia naturaleza y por la guerra y por el destierro para su libre ejercicio en la república”, solo puede realizarse y reconocerse en “el orden seguro y la paz equitativa”. No podría hacerse en una “república de antifaz” como la que se vivió en Cuba antes de 1959, sino donde se asegure “el pleno respeto al ejercicio legítimo de toda el alma cubana”.

Martí proyecta para el “alma cubana nueva” una república sin muros ni etiquetas, de sujetos con un corazón y un alma en común; reconocida en el hacer de todos por el bien de la casa, de la patria. Con un sentido contrario al liberal hegemónico. Alma expandida, no contenida en pieles de diferenciación; ni la del cuerpo, la vestimenta, o la de la casa y el carro. Solo desde ese nuevo marco puede brotar un patriotismo genuino.

Deberían arder las bocas de los “patrioteros” y anexionistas que lo mencionan desde un rincón pantanoso en la Florida o en Madrid; los que se venden como patriotas e intentan apagar esa “ardiente y dulcísima chispa” que deslumbra en su “Abdala” y comparte con el “Heredia real y operante de nuestra naturaleza histórica”. La convicción patriótica de esos versos martianos: “¡Oh, qué dulce es morir, cuando se muere/ luchando audaz por defender la patria!”, y los del bardo santiaguero José María Heredia en su “Himno del desterrado”: “¿Osaré maldecir mi destino, cuando aún puedo vencer o morir?”.

Quien los ve en los diarios dominantes podría pensar que toda Cuba es de “almas alquilonas”, mercenarias y antimartianas. “¡Pero esa no es el alma cubana!”.

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